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Artículo La Matriz Divina

INTRODUCCIÓN

Vengan a la orilla. Podríamos caernos. Vengan a la orilla. ¡Está demasiado alto! VENGAN A LA ORILLA y vinieron. Y él los empujó. Y ellos volaron.

Con estas palabras, vemos un hermoso ejemplo del poder que nos espera cuando nos permitimos aventurarnos más allá de los límites, de lo que siempre hemos dado por cierto en nuestras vidas. En este breve diálogo del poeta contemporáneo Christopher Logue, un grupo de iniciados se encontraba en una experiencia muy distinta a lo que originalmente esperaban. En vez de quedarse simplemente en la orilla, su maestro los motivó lo suficiente para que fueran más allá de ella, de una manera tanto sorprendente como empoderadora. Es en este territorio desconocido que lograron experimentarse de una manera totalmente nueva, y en su descubrimiento, encontraron una nueva libertad.

En muchos sentidos, las páginas que siguen son como la llegada de los iniciados a la orilla. Describen la existencia de un campo de energía (la Matriz Divina) que suministra el contenedor, así como el puente y el espejo, de todo lo que ocurre en el mundo, en nuestro interior y en el exterior de nuestro cuerpo. El hecho de que este campo existe en todo, desde las partículas pequeñísimas del átomo cuántico hasta las galaxias más distantes, cuya luz apenas llega ahora a nuestros ojos, y en todo lo que está en el medio, cambia lo que hemos creído respecto a nuestro papel en la creación.

Para algunos de ustedes, lo que están a punto de leer es una manera nueva y muy distinta de pensar respecto a la forma cómo funcionan las cosas en la vida. Para otros, es una síntesis reconfortante de lo que ya sabían, o por lo menos sospechaban que fuera cierto. Para todos, sin embargo, la existencia de una red primaria de energía que conecta sus cuerpos, el mundo y todo en el universo, abre las puertas a una posibilidad poderosa y misteriosa.

Esa posibilidad sugiere que puede ser que seamos mucho más que simples observadores, atravesando por un breve momento del tiempo en una creación ya existente. Cuando vemos la «vida»: nuestra abundancia espiritual y material, nuestras relaciones y carreras, nuestros más intensos amores y mayores logros, así como nuestros miedos y la carencia de todas estas cosas, también estamos contemplándonos cara a cara en el espejo de nuestras más fieles (y a veces más inconscientes) creencias. Las vemos a nuestro alrededor porque se han manifestado a través de la misteriosa esencia de la Matriz Divina, y para que esto ocurra, la conciencia misma debe representar un papel clave en la existencia del universo.

SOMOS LOS ARTISTAS Y SOMOS LA OBRA DE ARTE

Por muy absurda que esta idea pueda parecerle a muchas personas, es precisamente el punto crucial de las mayores controversias entre algunas de las mentes más brillantes de la historia reciente.

En una cita de sus notas autobiográficas, por ejemplo, Albert Einstein compartió su creencia de que somos esencialmente observadores pasivos viviendo en un universo que ya está en su lugar, en el que parecemos tener muy poca influencia: «Allá a lo lejos hay un mundo enorme», dijo, «que existe independientemente de nosotros los humanos y que se yergue ante nosotros como un enorme y eterno acertijo, por lo menos parcialmente accesible para nuestra inspección y raciocinio».

En contraste con la perspectiva de Einstein, todavía predominante en muchos científicos actuales, John Wheeler, físico de la Universidad de Princeton y colega de Einstein, ofrece una visión radicalmente distinta de nuestro papel en la creación. En términos que son osados, claros y gráficos, Wheeler dice: «Antes teníamos un concepto antiguo de que había un universo ahí fuera, [énfasis del autor] y que aquí estaba el hombre, el observador, protegido con toda seguridad del universo por una losa de vidrio templado de 15 centímetros de grosor». Refiriéndose a los experimentos de finales del siglo XX, que nos demuestran cómo simplemente al mirar algo, ese algo cambia, Wheeler continúa: «Ahora hemos aprendido del mundo cuántico que incluso para observar un objeto tan minúsculo como un electrón, debemos destrozar ese vidrio templado: tenemos que ponernos en contacto con el otro lado… Entonces, el antiguo término de observador debe ser sencillamente tachado de los libros, y debemos añadir la nueva palabra: participante».

¡Qué cambio tan radical! En una interpretación totalmente distinta de nuestra relación con el mundo en el que vivimos, Wheeler afirma que es imposible que solamente observemos que el universo que nos rodea suceda. Los experimentos en física cuántica, de hecho, demuestran que simplemente al observar algo tan pequeño como un electrón, enfocando nuestra conciencia en lo que el electrón está haciendo por hasta un sólo instante, sus propiedades cambian. El experimento sugiere que el puro acto de observar es un acto de creación, y que esa conciencia está realizando la creación. Estos descubrimientos parecen apoyar la propuesta de Wheeler de que ya no podemos considerarnos puramente como espectadores que no tenemos efecto en el mundo que observamos.

Pensar en nosotros mismos como participantes en la creación, en vez de simplemente pasar a través del universo durante el breve periodo de tiempo de toda una vida, requiere una nueva percepción de lo que es el cosmos y cómo trabaja. La infraestructura para una visión tan radical del mundo fue la base para una serie de libros y ensayos de otro físico de Princeton y colega de Einstein, David Bohm. Antes de su muerte en 1992, Bohm nos dejó dos teorías de vanguardia que ofrecen una visión muy distinta (y de alguna manera, casi holística) del universo y de nuestro papel en él.

La primera fue una interpretación de la física cuántica, que prepara el escenario para el encuentro y la amistad subsiguiente entre Bohm y Einstein. Fue esta teoría la que abrió la puerta a lo que Bohm llamaba la «operación creadora de los niveles subyacentes de la realidad». En otras palabras, él creía que hay planos más profundos o elevados de creación, que contienen el molde para lo que ocurre en nuestro mundo. Es desde estos niveles más sutiles de la realidad que se origina nuestro mundo físico.

Su segunda teoría era una explicación del universo como un sistema único y unificado de la naturaleza, conectado en formas que no son siempre obvias.

Durante sus primeros trabajos en el Laboratorio de Radiación Lawrence de la Universidad de California (ahora llamado Laboratorio Nacional Lawrence Livermore), Bohm tuvo la oportunidad de observar pequeñas partículas de átomos en un estado gaseoso especial llamado plasma. Bohm descubrió que cuando las partículas estaban en el estado de plasma, actuaban un poco distinto a las unidades individuales, tal como las concebimos, y más como si estuvieran conectadas con otra como parte de una existencia más grandiosa. Estos experimentos sentaron la base para el trabajo vanguardista por el cual Bohm es probablemente más recordado: su libro escrito en 1980: La totalidad y el orden implicado.

En este volumen transformador de paradigmas, Bohm propone que si pudiéramos ver el universo en su totalidad, desde un punto de vista más elevado, los objetos de nuestro mundo, de hecho aparecerían como una proyección de cosas que han ocurrido en otro dominio que no podemos ver. Él percibía lo visible y lo invisible como expresiones de un orden mayor y más universal. Para distinguirlos, denominaba estos dos dominios como: «implicado» y «explicado».

Las cosas que podemos ver y tocar y que aparecen separadas en nuestro mundo (como las rocas, los océanos, los animales y las personas) son ejemplos del orden explicado de la creación. Sin embargo, por distintas que puedan parecer una de la otra, Bohm sugirió que están conectadas en una realidad más profunda en formas, que sencillamente no podemos ver desde nuestro lugar en la creación. Él veía todas las cosas que parecen separadas de nosotros como parte de una totalidad mayor, la cual llamaba orden implicado.

Para describir la diferencia entre lo implicado y lo explicado, nos dio la analogía de un raudal que fluye. Bohm describía la ilusión de la separación, usando como metáfora las diferentes formas en que podemos ver el agua correr en el raudal: «En este raudal, uno podría ver un patrón siempre cambiante de vórtices, ondas, olas, salpicaduras, etcétera, sin existencia, evidentemente separada como tal».5 Aunque las alteraciones del agua pueden lucir separadas ante nosotros, Bohm las veía íntimamente enlazadas y profundamente conectadas entre sí. «Dicha subsistencia transitoria, tal como puede ser poseída por estas formas abstractas, implica solamente una independencia relativa [énfasis del autor] en vez de una existencia absolutamente independiente», afirmaba.6 En otras palabras, todas son parte de la misma agua.

Bohm usaba dichos ejemplos para describir su percepción de que el universo y todo lo que él contiene (incluidos nosotros) puede, de hecho, ser parte de un patrón cósmico más grande en donde todas las partes son compartidas de forma equivalente entre sí. Encapsulando esta visión unificada de la naturaleza, Bohm asevera sencillamente: «La nueva forma de percepción puede quizá ser mejor llamada Totalidad indivisible en movimiento fluyente».

En la década de los setenta, Bohm ofreció una metáfora incluso más clara para describir la forma en que uno podría concebir el universo como un todo distribuido pero indivisible. Reflexionando en la conexión de la naturaleza en la creación, se convenció aun más de que el universo trabaja como un gran holograma cósmico. En un holograma, cada porción de un objeto dado contiene ese objeto en su totalidad, solamente que en una escala menor.

(Para aquellos que no están familiarizados con el concepto de holograma, se ofrece una explicación detallada en el Capítulo 4.) Desde la perspectiva de Bohm, lo que vemos como nuestro mundo es, en realidad, la proyección de algo aún más real que está ocurriendo en un nivel más profundo de la creación. El nivel más profundo es el original: el implicado. En esta visión de «como es arriba, es abajo» y «como es adentro, es por fuera», los patrones están contenidos en el interior de los patrones, completos de por sí y distintos solamente en escala.

La elegante simplicidad del cuerpo humano nos ofrece un hermoso ejemplo de un holograma, uno que ya nos es familiar. El ADN de cualquier parte de nuestros cuerpos contiene nuestro código genético (el patrón completo de ADN) para el resto del cuerpo, sin importar de dónde viene. Ya sea que tomemos una muestra de nuestro cabello, una uña o nuestra sangre, el patrón genético que nos hace ser lo que somos, está siempre ahí en el código… siempre es el mismo.

Al igual que el universo está constantemente cambiando de lo implicado a lo explicado, el flujo de lo invisible a lo visible es lo que constituye la corriente dinámica de la creación. Es esta naturaleza constantemente cambiante de la creación, lo que John Wheeler tenía en mente cuando describió el universo como «participante», es decir, inconcluso y continuamente respondiendo a la conciencia.

Curiosamente, esta es precisamente la forma en que las antiguas tradiciones sabias sugieren que funciona el mundo. Desde los antiguos vedas de la India, que algunos eruditos datan de 5,000 a. C, hasta los Rollos del Mar Muerto hace 2000 años, un tema general parece sugerir que el mundo es actualmente el espejo de las cosas que están ocurriendo en un dominio más elevado o en una realidad más profunda. Por ejemplo, comentando las nuevas traducciones de los fragmentos de los Rollos del Mar Muerto, conocidos como Los cánticos del sacrificio del Sabat, sus traductores resumieron el contenido: «Lo que ocurre en la tierra es apenas un pálido reflejo de una realidad suprema mayor».

La implicación de la teoría cuántica y de los textos antiguos es que en los dominios invisibles creamos el patrón para las relaciones, las carreras, los éxitos y los fracasos del mundo visible. Desde esta perspectiva, la Matriz Divina trabaja como una gran pantalla cósmica que nos permite ver cómo la energía no física de nuestras emociones y creencias (nuestra ira, odio y enojo; así como nuestro amor, compasión y comprensión) se proyecta en el medio físico de la vida.

Al igual que una pantalla de cine refleja sin juicio la imagen de lo que sea o quien sea que haya sido filmado, la Matriz parece proveer una superficie imparcial para que nuestras experiencias y creencias internas se manifiesten en el mundo. A veces, conscientemente, a veces no, «demostramos» nuestras verdaderas creencias respecto a todo, desde la compasión hasta la traición, a través de la calidad de las relaciones que nos rodean.

En otras palabras, somos como artistas expresando nuestras pasiones, miedos, sueños y deseos más profundos a través de la esencia viva de un misterioso lienzo cuántico. Sin embargo, al contrario del lienzo convencional de un pintor, el cual existe en un lugar en un momento dado, nuestro lienzo es de la misma materia que todo lo demás, está en todas partes y siempre presente.

Llevemos un paso más adelante la analogía del artista y del lienzo. Tradicionalmente, los artistas se separan de su obra y usan sus herramientas para transmitir su creación interna a través de una expresión externa. En el interior de la Matriz Divina, sin embargo, desaparece la separación entre el arte y el artista. Somos el lienzo, así como las imágenes en él, somos las herramientas, así como el artista que las usa.

La pura idea de que creamos desde el interior de nuestra propia creación, nos recuerda aquellos comunes personajes de Walt Disney en la televisión en blanco y negro en los años cincuenta y sesenta. Primero, veíamos la mano de un artista no identificado esbozando sobre un papel de dibujo un personaje de historietas famoso como el ratón Miguelito. Mientras se formaba la imagen, de repente el dibujo se animaba y lucía real. Luego, Miguelito comenzaba a crear sus propios dibujos de otros personajes de historietas desde el interior del dibujo mismo. De repente, el artista original ya no era necesario y quedaba fuera del cuadro… literalmente.

Sin que se viera la mano por ninguna parte, Miguelito y sus amigos se encargaban por sí mismos de las vidas y las personalidades. Mientras todos dormían en el departamento de la imaginación, la cocina entera se animaba con gran deleite. Mientras el azucarero bailaba con el salero y la taza de té estremecía el mundo del mantequillero, los personajes dejaban de tener conexión alguna con el artista. Aunque esto pueda parecer una simplificación de cómo funcionamos dentro de la Matriz Divina, también ayuda a anclar la idea sutil y abstracta de que somos creadores, creando desde el interior de nuestras propias creaciones.

Así como los artistas refinan una imagen hasta que es exactamente correcta en sus mentes, en muchos sentidos parece que a través de la Matriz Divina, hacemos lo mismo con nuestras experiencias de vida. A través de nuestra paleta de creencias, juicios, emociones y oraciones, nos encontramos en relaciones, empleos y situaciones de apoyo y traición que se desempeñan con diferentes individuos en varios lugares. Al mismo tiempo, estas personas y situaciones a menudo se sienten insistentemente familiares.

Tanto como individuos, como en conjunto, compartimos creaciones de nuestra vida interior como un ciclo eterno de momento tras momento, día tras día, y así sucesivamente. ¡Qué concepto tan hermoso, extraño y poderoso! Igual que un pintor usa el mismo lienzo una y otra vez buscando la expresión perfecta de una idea, podemos pensar en nosotros como artistas perpetuos diseñando una creación siempre cambiante y sin final.

Las implicaciones de estar rodeados por un mundo maleable de nuestra propia fabricación son vastas, poderosas, y para algunos, quizá un poco temibles. Nuestra habilidad de usar creativa e intencionalmente la Matriz Divina, de repente nos empodera para alterar todo según como vemos nuestro papel en el universo. Por lo menos, sugiere que hay mucho más en la vida que sucesos casuales y sincronismos ocasionales con los cuales lidiamos lo mejor que podemos.

A fin de cuentas, nuestra relación con la esencia cuántica que nos conecta con todo lo demás nos recuerda que nosotros mismos somos creadores. Como tal, podemos expresar nuestros más profundos deseos de sanación, abundancia, alegría y paz en todo, desde nuestros cuerpos hasta nuestras relaciones. Y podemos hacer esto conscientemente, en el momento y en la manera que deseemos.

Sin embargo, al igual que los iniciados en el poema de Christopher Logue al comienzo de esta Introducción necesitaban un pequeño «empujoncito» para que comenzaran a volar, todas estas posibilidades requieren de un cambio sutil no obstante poderoso en la forma que pensamos sobre nuestro mundo y sobre nosotros mismos. En este cambio, nuestros deseos secretos, nuestras metas más elevadas y nuestros sueños más atrevidos, aparecen de repente a nuestro alcance. Tan milagrosa como dicha realidad pueda sonar, todas estas cosas, y muchas más, son posibles en el dominio de la Matriz Divina. La clave es no solamente comprender cómo funciona, también necesitamos un lenguaje para comunicar nuestros deseos que sea reconocible para esta antigua red de energía.

Nuestras más antiguas, sabias y apreciadas tradiciones nos recuerdan que, de hecho, existe un lenguaje que habla con la Matriz Divina, un lenguaje sin palabras que no involucra las señales externas comunes de comunicación que hacemos con nuestras manos o cuerpos. Proviene de una forma tan simple que todos ya sabemos cómo «hablarlo» con fluidez, de hecho lo usamos todos los días en nuestras vidas: es el lenguaje de las emociones humanas.

La ciencia moderna ha descubierto que a través de cada emoción que experimentamos en nuestros cuerpos, también pasamos por cambios químicos tales como pH y hormonas que reflejan nuestros sentimientos.9 A través de las experiencias «positivas» de amor, compasión y perdón, y de las emociones «negativas» del odio, el juicio y la envidia, cada uno de nosotros posee el poder de afirmar o negar nuestra existencia a cada momento del día. Adicionalmente, la misma emoción que nos proporciona tal poder dentro de nuestros cuerpos, extiende esta fuerza en el mundo cuántico más allá de nuestros cuerpos.

Puede ser útil pensar en la Matriz Divina como una manta cósmica que comienza y termina en el dominio de lo desconocido, y comprende todo en el intermedio. Esta cubierta tiene muchas capas de profundidad y está en todas partes todo el tiempo; ya está colocada en su lugar. Nuestros cuerpos, vidas y todo lo que conocemos, existe y toma lugar en el interior de sus fibras. Desde nuestra creación acuática en el vientre de nuestras madres, hasta nuestros matrimonios, divorcios, amistades y carreras, todo lo que experimentamos puede concebirse como «arrugas» en la manta.

Desde una perspectiva cuántica, todo, desde los átomos de materia y desde una brizna de pasto hasta nuestros cuerpos, el planeta, y más allá, puede ser concebido como una «alteración» de la suavidad de la tela de esta manta del tiempo y espacio. Quizá no es coincidencia que las tradiciones antiguas espirituales y poéticas describan la existencia de forma muy parecida. Los vedas, por ejemplo, hablan de un campo unificado de «conciencia pura» que impregna y penetra toda la creación.10 En estas tradiciones, nuestras experiencias de pensamientos, sentimientos, emociones y creencias (y todo el juicio que ellos crean) son vistas como alteraciones, interrupciones en un campo que de lo contrario sería liso y e inmóvil.

De manera semejante, la obra del siglo VI, el Hsin-Hsin Ming (que traduce Versos de la fe y la mente) describe las propiedades de una esencia que es el anteproyecto para todo en la creación.

Llamado el Tao, va más allá de las descripciones, al igual que lo vemos en los textos védicos. Es todo lo que es; el contenedor de todas las experiencias, así como la experiencia misma. El Tao es descrito como perfecto: «como el vasto espacio en donde no hace falta nada y no hay nada en exceso.«11

De acuerdo con el Hsin-Hsin Ming, es solamente cuando perturbamos la tranquilidad del Tao a través de nuestros juicios que la armonía nos evade. Cuando esto inevitablemente ocurre, y nos encontramos atrapados en sentimientos de ira y separación, el texto ofrece guías para remediar esta condición: «Para volver directamente a la armonía en esta realidad, cuando surja la duda, diga simplemente: ‘No dos’. En este ‘no dos’ nada está separado, nada está excluido».

Aunque admito que vernos a nosotros mismos como una alteración de la Matriz puede quitarle un poco de romanticismo a nuestra vida, nos proporciona una manera poderosa para conceptualizar nuestro mundo y a nosotros mismos. Si por ejemplo, deseamos formar relaciones nuevas, sanas y que reafirmen nuestras vidas, dejar que entre a nuestras vidas el romance que sana o atraer una solución pacífica en el Medio Oriente, debemos crear una nueva alteración en el campo, una que refleje nuestro deseo. Debemos hacer una nueva «arruga» en la materia de la cual están hechos el espacio, el tiempo, nuestros cuerpos y el mundo.

Esta es nuestra relación con la Matriz Divina. Nos han dado el poder de imaginar, soñar y sentir las posibilidades de la vida desde la Matriz misma, para que podamos reflejar de regreso hacia nosotros lo que hemos creado. Tanto las tradiciones antiguas como la ciencia moderna han descrito el funcionamiento de este espejo cósmico; es el caso de los experimentos que compartiremos en los siguientes capítulos, y hasta demostraremos cómo funcionan estos reflejos en el lenguaje de la ciencia. Sin duda alguna, aunque estos estudios pueden resolver algunos misterios de la creación, también abren la puerta a preguntas incluso más profundas respecto a nuestra existencia.

Obviamente, no conocemos todo sobre la Matriz Divina. La ciencia no tiene todas las respuestas, con toda honestidad, los científicos ni siquiera están seguros de dónde proviene la Matriz Divina, y también estamos conscientes de que podemos estudiarla por otros cien años y, aún así, no encontrar todas las respuestas. Lo que sí sabemos, no obstante, es que la Matriz Divina existe. Está aquí, y podemos tener acceso a su poder creativo a través del lenguaje de nuestras emociones.

Podemos aplicar este conocimiento en una forma útil y significativa en nuestras vidas. Al hacerlo, no puede negarse nuestra conexión con los demás y con todas las cosas. Es a la luz de esta conexión que podemos comprender lo poderosos que en verdad somos. Desde el lugar de la fortaleza, que dicha comprensión ofrece, tenemos la oportunidad de convertirnos en seres más pacíficos y más compasivos, trabajando activamente para crear un mundo que refleje estas cualidades, y más. A través de la Matriz Divina, tenemos la oportunidad de enfocarnos en estos atributos en nuestras vidas, aplicándolos como nuestra tecnología interna de sentimientos, imaginación y sueños. Cuando lo hacemos, tenemos acceso a la verdadera esencia del poder de cambiar nuestras vidas y el mundo.

ACERCA DE ESTOS TEMAS

En muchos sentidos, nuestra experiencia de la Matriz Divina puede compararse con el programa que hace funcionar una computadora. En ambos casos, las instrucciones deben usar un lenguaje que el sistema comprenda. Para la computadora, hay un código numérico de ceros y unos. Para la conciencia, se requiere un tipo distinto de lenguaje, uno que no usa números, alfabetos, ni siquiera palabras. Puesto que ya somos parte de la Matriz Divina, tiene todo el sentido del mundo que deberíamos tener todo lo necesario para comunicarnos con ella, sin necesidad de un manual de instrucciones o de un entrenamiento especial. Y así lo hacemos.

El lenguaje de la conciencia parece ser la experiencia universal de las emociones. Ya sabemos cómo amar, odiar, temer y perdonar. Al reconocer que estos sentimientos son en verdad las instrucciones que programan la Matriz Divina, podemos agudizar nuestras habilidades para comprender mejor cómo atraer alegría, sanación y paz en nuestras vidas.

Este libro no tiene la intención de ser una obra categórica de la historia de la ciencia y de la nueva física. Hay una diversidad de otras obras que ya han realizado un maravilloso trabajo para brindar este tipo de información a nuestra conciencia hoy en día. Cito algunas de ellas en este libro: Hiperespacio de Michio Kaku por ejemplo, y La totalidad y el orden implicado de David Bohm. Cada uno representa una nueva forma poderosa de ver nuestro mundo, y los recomiendo ampliamente.

La intención de este libro es convertirse en una herramienta útil (una guía) para que podamos aplicarla en los misterios de nuestra vida diaria. Por esta razón, hay lugares en donde he decidido enfocarme más en los resultados radicales e inesperados de los experimentos cuánticos, que en quedarme estancado en demasiados detalles técnicos de los experimentos mismos. Para que logremos comprender el poder de manifestar sanaciones, paz, alegría, romance y compañía, así como en sobrevivir nuestro tiempo en la historia, es importante enfatizar lo que los resultados nos están diciendo acerca de nosotros, en vez de en las particularidades de cómo fueron realizados los estudios. Para aquellos interesados en los detalles técnicos, he incluido las fuentes como notas finales en este libro.

Para muchas personas, los grandes avances en el mundo de la física cuántica apenas son un poco más que hechos interesantes, temas para discutir en conferencias, talleres o tomando un café con un amigo. Sin embargo, por muy profundas que sean las implicaciones, y por muy elevada que sea la filosofía que esto conlleva, estos descubrimientos parecen tener muy poca incidencia en nuestras vidas diarias. Por ejemplo: ¿Qué de bueno tiene saber que una partícula de materia puede estar en dos lugares al mismo tiempo o que los electrones pueden viajar más rápidamente de lo que Einstein dijo, si este conocimiento no mejora de alguna manera nuestras vidas? Es solamente cuando podemos conectar estos descubrimientos asombrosos con la sanación de nuestros cuerpos o con lo que vivimos a diario en los centros comerciales, las salas, los aeropuertos y los salones de clases, que se convierte en algo importante para nosotros.

En este aparente abismo, entre los misterios del mundo cuántico y nuestras experiencias diarias, es donde La Matriz Divina nos ofrece un puente.

Además de describir los descubrimientos, este libro nos lleva un paso más adelante: le da significado a cómo nos pueden ayudar estos descubrimientos a convertirnos en mejores personas y a construir un mundo mejor juntos.

He escrito este libro por una razón: para ofrecer un sentido de esperanza, posibilidad y empoderamiento en un mundo que a menudo nos hace sentir pequeños, poco efectivos e impotentes. Mi meta también es hacerlo usando un método coloquial que describa las increíbles perspectivas de la nueva ciencia, de una forma fácil de entender e interesante.

Mi experiencia con las presentaciones en vivo me ha demostrado que con el fin de tocar el corazón de una audiencia de una forma significativa, es importante honrar la manera en que las personas aprenden. Sin importar lo mucho que creamos que nos dejamos guiar por el hemisferio derecho o izquierdo del cerebro, el hecho es que todos usamos ambos para encontrarle sentido al mundo. Y aunque algunas personas ciertamente usan más un hemisferio que otro, es importante honrar tanto nuestra intuición como nuestra lógica cuando invitamos a la gente a cambiar radicalmente su visión del mundo.

Por esta razón, La Matriz Divina fue escrita de forma muy similar a cómo se crea el tejido de un tapiz. A lo largo de estas páginas, he entretejido las descripciones de mis relatos y experiencias directas y personales relacionados del «hemisferio derecho», con las investigaciones e informes de los descubrimientos relacionados del hemisferio izquierdo, que nos dicen por qué estas historias son importantes. Esta forma de compartir información hace que los datos parezcan al menos como textos escolares, mientras que se mantiene suficiente información de las innovaciones de la ciencia como para que sean significativos.

Así como la vida se construye desde las cuatro bases químicas que crean nuestro ADN, el universo parece estar fundado en las cuatro características de la Matriz Divina, que hacen que las cosas funcionen de la forma en que lo hacen. La clave para conectarse con el poder de la Matriz yace en nuestra habilidad de adoptar los cuatro descubrimientos cruciales, que se conectan con nuestras vidas de una forma sin precedentes:

Primer descubrimiento: Hay un campo de energía que conecta toda la creación.

Segundo descubrimiento: Este campo asume el papel de un contenedor, un puente y un espejo de las creencias que tenemos en nuestro interior.

Tercer descubrimiento: El campo no es local y es holográfico. Cada parte de sí está conectada con las demás, y cada parte refleja la totalidad en una escala menor.

Cuarto descubrimiento: Nos comunicamos con el campo a través del lenguaje de las emociones.

Es nuestro poder reconocer y aplicar estas realidades que determinan todo, desde nuestra sanación hasta el éxito de nuestras relaciones y carreras. A fin de cuentas, nuestra supervivencia como especie puede estar conectada directamente con nuestra habilidad y nuestra voluntad de compartir prácticas que afirmen la vida proveniente de una visión del mundo cuántica y unificada.

Para hacerle justicia a los enormes conceptos implicados en La Matriz Divina, la he escrito en tres partes, cada una de las cuales cubre una de las implicaciones claves del campo. En vez de crear una conclusión formal al final de cada parte, he resaltado los conceptos importantes como un resumen lineal, anotando la idea «Clave» designada por un número (Clave 1, Clave 2, y así sucesivamente). Para una referencia rápida, al final del capítulo 8 se encuentra una lista de las 20 Claves.

Una breve descripción de cada sección le ayudará a navegar a lo largo del material y a encontrar información útil para todo propósito, desde referencias importantes hasta inspiraciones profundas.

En la Primera parte: «El descubrimiento de la Matriz Divina: El misterio que conecta todas las cosas», se explora el sentido perdurable de la condición humana que hemos unificado por un campo de energía que conecta todas las cosas. En el Capítulo 1, describo el único experimento realizado por científicos hace más de cien años en la búsqueda de dicho campo unificado. En esta sección también comparto las investigaciones del siglo XX que llevaron a los avances en física cuántica, que forzaron a los científicos a repasar el experimento original, que nos decía que todo estaba separado. Esto incluye tres experimentos representativos, que nos demuestran los últimos documentos científicos, de un campo de energía previamente sin reconocer. En resumen, estos descubrimientos demuestran lo siguiente:

1.    El ADN de los humanos tiene un efecto directo sobre la materia de la cual está hecho nuestro mundo.

2.    Las emociones humanas tienen efecto directo sobre el ADN que afecta la materia de la cual está hecho nuestro mundo.

3.    La relación entre las emociones y el ADN trasciende los límites del tiempo y el espacio. Los efectos son los mismos independientemente de la distancia.

Al final de la Primera parte, puede quedar un poco de duda en cuanto a la existencia de la Matriz Divina. Ya sea que la describamos desde una perspectiva espiritual o científica, es claro que hay algo más ahí fuera, un campo de energía que conecta todas las cosas que hacemos, así como todo lo que somos y experimentamos. Las preguntas lógicas serían entonces: «¿Qué hacemos con esta información» y «¿Cómo usamos la Matriz Divina en nuestras vidas?»

En la Segunda parte: «El puente entre la imaginación y la realidad: Cómo funciona la Matriz Divina», exploramos lo que significa vivir en un universo en donde además de sólo estar conectados (sin límites de espacio), todo está conectado de forma holográfica. El sutil poder de estos principios es quizá uno de los descubrimientos más grandes de la física del siglo XX, y al mismo tiempo, es bastante posible que sea el menos comprendido y más descuidado. Esta sección no es técnica (intencionalmente) y está diseñada para ser una guía útil ante el misterio de experiencias que todos compartimos, pero que raramente reconocemos en su plena capacidad como para que lleguemos a aprender de ellas.

Cuando observamos nuestras vidas desde el punto de vista de que todo está en todas partes todo el tiempo, las implicaciones son tan vastas que son difíciles de comprender para muchas personas. Esto ocurre precisamente debido a nuestra conexión universal que hemos empoderado para apoyar, compartir y participar en las alegrías y en las tragedias de todas partes, a toda hora. ¿Cómo podemos hacer uso de dicho poder?

La respuesta comienza con nuestra comprensión de que en verdad no existen «aquí» y «allá,» ni «entonces» y «ahora». Desde la perspectiva de la vida como un holograma conectado universalmente, aquí ya es allá, y entonces siempre ha sido ahora. Las tradiciones espirituales antiguas nos recuerdan que en cada momento del día, podemos optar por afirmar o negar nuestras vidas. Cada segundo optamos por nutrirnos de forma que apoyemos o neguemos nuestras vidas; respiramos profundamente y afirmamos nuestras vidas con el aliento, o respiramos de forma superficial, negándola; y pensamos y hablamos respecto a los demás de manera que los honramos o los deshonramos.

A través del poder de nuestra conciencia no local y holográfica, todas estas opciones, en apariencia insignificantes, tienen consecuencias que se extienden más allá de los lugares y los momentos de nuestras vidas. Nuestras opciones individuales se combinan para convertirse en nuestra realidad colectiva, esto es lo que hace que estos descubrimientos sean tanto emocionantes como temibles. A través de esta comprensión, vemos:

•       Por qué nuestros buenos deseos, pensamientos y oraciones ya han llegado a su destino

•       Que no estamos limitados por nuestros cuerpos o por las «leyes» de la física

•       Cómo podemos apoyar a nuestros seres queridos en cualquier lugar, desde el campo de batalla hasta la sala de juntas, sin siquiera salir de nuestra casa

•       Que tenemos el potencial de sanar de forma instantánea

•       Que es posible ver a través del tiempo y del espacio sin abrir nuestros ojos

En la Tercera parte: «Mensajes de la Matriz Divina: Vivir, amar y sanar en la conciencia cuántica», ahondamos directamente en los aspectos prácticos de lo que significa vivir en un campo unificado de energía, y cómo afecta esto los eventos de nuestras vidas. Con ejemplos de sincronismos y coincidencias, poderosos actos de sanación intencionada y lo que nuestras relaciones más íntimas nos están enseñando, esta sección sirve como modelo para reconocer lo que otras experiencias similares pueden significar en nuestras propias vidas.

A través de una serie de historias de casos reales, comparto el poder, la ironía y la claridad de cómo eventos aparentemente insignificantes de nuestras vidas, en realidad somos «nosotros» manifestando nuestras verdaderas y más profundas creencias. Entre los ejemplos usados para describir esta relación, incluyo un caso de cómo nuestras mascotas pueden mostrarnos con sus cuerpos las condiciones físicas que hemos pasado por alto o estamos todavía desarrollando en nuestro propio cuerpo.

La Matriz Divina es el resultado de más de veinte años de investigaciones, así como de mi propia jornada para lograr encontrarle sentido al mayor secreto de nuestras tradiciones más antiguas, místicas y amadas. Si siempre ha anhelado encontrar respuestas a las preguntas: «¿En verdad estamos conectados?, y si lo estamos, ¿qué tan profunda es esa conexión?», y «¿Qué tanto poder tenemos en realidad para cambiar nuestro mundo?», este libro será entonces de su agrado.

La Matriz Divina ha sido escrito para aquellos de ustedes cuyas vidas han conectado la realidad del pasado con la esperanza de nuestro futuro. Es a ustedes a quienes se les pide que perdonen y encuentren la compasión en un mundo que se está recuperando de las cicatrices del dolor, el juicio y el miedo. La clave para sobrevivir nuestro tiempo en la historia, es crear una nueva forma de pensar mientras que estamos viviendo en las condiciones que amenazan nuestra existencia.

A fin de cuentas, podemos descubrir que nuestra habilidad de entender y aplicar las «reglas» de la Matriz Divina contiene la clave para nuestra sanación más profunda, nuestra alegría más grande y nuestra supervivencia como especie.

Gregg Braden

Santa Fe, Nuevo México

Tomado del libro La Matriz Divina.

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