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Artículo La Matriz Divina – Parte I

DESCUBRIENDO LA MATRIZ DIVINA:

EL MISTERIO QUE CONECTA TODAS LAS COSAS

Capítulo Uno

P:  ¿QUÉ HAY EN EL ESPACIO INTERMEDIO?

R : LA MATRIZ DIVINA

«La ciencia no puede resolver el grandioso misterio de la naturaleza. La razón es, que en el último análisis, nosotros somos… parte del misterio que estamos tratando de resolver»

Max Planck (1858-1947), físico

«Cuando nos comprendemos, comprendemos nuestra conciencia, también comprendemos el universo y la separación desaparece»

Amit Goswami, físico

Hay un lugar en donde comienzan todas las cosas, un sitio de pura energía que simplemente «es». En esta incubadora cuántica de la realidad, todas las cosas son posibles. Desde nuestros éxitos, abundancia y sanación, hasta nuestros fracasos, carencias y enfermedades…, todo, desde nuestro mayor temor hasta nuestro deseo más profundo, comienza en esta «sopa» de potencial.

Como forjadores de la realidad en los aspectos de imaginación, expectativa, juicio, pasión y oración, impulsamos cada posibilidad para que sea real. En nuestras creencias respecto a lo que somos, lo que tenemos y lo que no tenemos, y lo que debemos y no debemos ser, le damos vida a nuestras mayores alegrías así como a nuestros momentos más oscuros.

La clave para dominar este lugar de energía pura es reconocer que existe, comprender cómo funciona y, finalmente, hablar el lenguaje que este lugar reconoce. Todas las cosas están disponibles para nosotros, como arquitectos de la realidad de este lugar en donde el mundo comienza: el espacio puro de la Matriz Divina.

Clave 1: La Matriz Divina es el contenedor que sostiene el universo, el puente entre todas las cosas, y el espejo que nos muestra lo que hemos creado.

Lo último que esperaba encontrar una tarde de octubre, mientras iba de excursión por un remoto cañón del área de las Cuatro Esquinas al noroeste de Nuevo México, era un indio americano guardián de sabiduría que iba caminando hacia mí en el mismo sendero. Ahí estaba, parado en la cima de la pequeña cuesta que nos separaba mientras nuestros caminos convergían.

No estoy seguro de cuánto tiempo llevaba él ahí. Para cuando lo vi, sólo me esperaba; me observaba mientras yo daba pasos atentos entre las piedras sueltas del sendero. El sol creó un resplandor que proyectó una intensa sombra sobre su cuerpo. Cuando levanté mi mano para bloquear la luz del sol de mis ojos, pude ver algunos mechones de su cabello, que llegaba a la altura de los hombros, volando sobre su rostro.

Parecía tan sorprendido de verme como yo a él. El viento transportó el sonido de su voz hacia mí mientras puso las manos de cada lado de su boca y gritó:

«Hola» respondí. «No esperaba ver a nadie más aquí a esta hora del día». Acercándome un poco más, le pregunté: «¿Cuánto tiempo lleva observándome?»

«No mucho», respondió. «Vengo aquí a escuchar en esas cuevas las voces de mis ancestros», dijo mientras señalaba con un brazo hacia el otro lado del cañón.

El sendero que seguíamos serpenteaba a través de una serie de sitios arqueológicos, construidos unos 11 siglos antes, por un clan misterioso. Nadie sabe de dónde vinieron ni quiénes eran. Sin la evidencia de la evolución de sus habilidades, las personas a quienes los nativos modernos llaman simplemente «los antiguos», llegaron un día en la historia y trajeron la tecnología más avanzada que sería vista en América del Norte por los siguientes mil años.

Desde los edificios de cuatro pisos y las kivas (estructuras redondas para ceremonias) perfectas, construidas en piedra que yacen enterradas, hasta los vastos sistemas de irrigación y las sofisticadas cosechas que alimentaban al pueblo, pareciera que este lugar hubiera aparecido un día de la nada. Y luego, aquellos que lo construyeron se fueron de repente, simplemente se esfumaron.

Los antiguos dejaron unas pocas claves muy valiosas que nos dicen quienes eran. Con la excepción del arte en las rocas de las paredes del cañón, jamás se encontraron registros escritos. No hay cementerios, lugares de cremación, ni armas de guerra. Sin embargo, ahí está la evidencia de su existencia: cientos de moradas en un cañón de 17 kilómetros de largo por 1.6 kilómetros de ancho, en el remoto rincón de un cañón desolado en el noroeste de Nuevo México.

A menudo voy a caminar a ese lugar, me sumerjo en la extraña belleza de su desolación y su pasado. Esa tarde de octubre, tanto el guardián de sabiduría como yo, llegamos a esas alturas del desierto el mismo día y por la misma razón.

Mientras intercambiábamos nuestras creencias respecto a los secretos que se encerraban en ese lugar, mi nuevo amigo compartió conmigo una historia.

HACE MUCHO TIEMPO…

«Hace mucho tiempo, nuestro mundo era muy distinto a como es hoy en día», comenzó a relatar el guardián de sabiduría. «Había menos gente y vivíamos más cerca de la tierra. La gente conocía el lenguaje de la lluvia, de las cosechas y del Gran Creador. Sabían cómo hablar con las estrellas y con los seres del cielo. Comprendían que la vida era sagrada y que era producto del matrimonio entre la Madre Tierra y el Padre Cielo. En esa época había equilibrio y la gente era feliz».

Al oír la calmada voz del hombre hacer eco contra el risco de arenisca que nos rodeaba, sentí que algo muy antiguo brotaba de mi interior. De repente, su voz se entristeció.

«Luego, algo ocurrió», dijo. «Nadie en verdad sabe por qué, pero comenzaron a olvidar quiénes eran. Con el olvido, comenzaron a sentirse separados, separados de la tierra, de los demás, y hasta de su creador. Se perdieron y deambularon por la vida sin dirección ni conexión. En su separación, creían que tenían que pelear para sobrevivir en este mundo, y defenderse contra las mismas fuerzas que les habían dado la vida, en la que habían aprendido a vivir en armonía y confianza. Muy pronto, usaron toda su energía para protegerse del mundo que los rodeaba, en vez de hacer las paces con su mundo interior».

De inmediato, la historia de aquel hombre resonó conmigo. Mientras escuchaba lo que decía, ¡me parecía que estaba describiendo a los humanos de hoy en día! Con las pocas excepciones de algunas culturas aisladas y concentraciones remotas de tradiciones que aún quedan, nuestra civilización ciertamente coloca su enfoque más en el mundo a nuestro alrededor y menos en el mundo en nuestro interior.

Gastamos cientos de millones de dólares cada año para defendernos de enfermedades e intentar controlar a la naturaleza. Al hacerlo, quizá nos desviamos aún más de nuestro equilibrio con el mundo natural de lo que ya estábamos. El guardián de sabiduría había logrado llamar mi atención, la pregunta ahora era: ¿adonde quería llegar con su historia?

«Aunque habían olvidado quiénes eran, en algún punto de su interior permanecía el don de sus ancestros», continuó. «Todavía les quedaba un recuerdo que vivía con ellos. En sus sueños sabían que poseían el poder de sanar sus cuerpos, de atraer la lluvia cuando fuera necesario y de hablar con sus ancestros. Sabían que de alguna manera podían encontrar de nuevo su lugar en el mundo de la naturaleza».

«Mientras intentaban recordar quiénes eran, comenzaron a construir cosas fuera de sus cuerpos para recordarles quiénes eran en su interior. Con el paso del tiempo, incluso construyeron máquinas para curar a las personas, crearon químicos para hacer crecer sus cosechas, y extendieron cables para comunicarse a través de largas distancias. Cuanto más se desviaban de su poder interior, más se enredaban sus vidas externas con las cosas que creían que los harían felices».

Mientras lo escuchaba, vi los inconfundibles paralelos entre las personas de las que él hablaba y nuestra civilización actual. Estamos inmersos en sentimientos de impotencia en cuanto a ayudarnos a nosotros mismos y hacer de nuestro mundo algo mejor. Con frecuencia nos sentimos inútiles ante los deslices de nuestros seres queridos, cuando quedan sujetos al dolor y a las adicciones. Pensamos que somos impotentes para aliviar el dolor de las terribles enfermedades, que ningún ser viviente debería tener que soportar. Sólo nos queda esperar que llegue la paz para que nuestros seres queridos se liberen del terror de las guerras en otros países. Y en conjunto, nos sentimos insignificantes ante la presencia de una creciente amenaza nuclear, mientras el mundo se alinea según las divisiones de religiones, razas y fronteras.

Parece que cuanto más nos alejamos de nuestra relación natural con la tierra, con nuestros cuerpos, con nuestros semejantes y con Dios, más vacíos nos volvemos. En esa vacuidad, nos esforzamos por llenar nuestro vacío interior con «cosas». Cuando miramos el mundo desde esta perspectiva, no podemos hacer otra cosa más que pensar en un dilema similar representado en la película de ciencia-ficción llamada Contacto. El consejero científico del presidente (interpretado por Matthew McConaughey) explora la pregunta fundamental que enfrenta toda sociedad tecnológica. Durante una entrevista de televisión, él pregunta si somos una mejor sociedad como consecuencia de nuestra tecnología; si eso nos ha unido o nos ha separado aún más. La pregunta no llega a ser respondida en la película, y este tema podría ser el móvil de todo un libro. Sin embargo, es un buen punto que el consejero se haga la pregunta de qué tanto de nuestro poder estamos entregando en aras de nuestras diversiones.

Cuando sentimos que los juegos de video, las películas, las relaciones virtuales y las comunicaciones sin voz, son parte de nuestras necesidades y se han convertido en sustitutos de la vida real y del contacto cara a cara, puede ser una señal de una sociedad en apuros. Aunque los equipos electrónicos y las actividades recreativas parecen hacer la vida más interesante, también pueden ser advertencias de lo mucho que nos estamos desviando de nuestro poder de llevar una vida enriquecedora, sana y significativa.

Además, cuando nos enfocamos más en evitar enfermedades que en llevar una vida sana, en mantenemos alejados de las guerras en vez de cómo cooperar de forma pacífica, y en cómo crear nuevas armas en vez de cómo vivir en un mundo en donde los conflictos armados serían obsoletos, es claro que el sendero en el que nos encontramos es el de la supervivencia. En dicha modalidad, nadie es verdaderamente feliz, en realidad nadie «gana». Cuando nos descubrimos viviendo de esta manera, lo obvio que debemos hacer es buscar otro camino. Y esto es precisamente de lo que trata este libro y la razón por la cual comparto con ustedes esta historia.

«¿Cómo termina la historia?» Le pregunté al guardián de sabiduría… «¿Lograron esas personas encontrar su poder y recordar quiénes eran?»

Para ese momento, el sol había desaparecido tras los muros del cañón, y por primera vez pude ver en verdad con quién había estado hablando. El hombre de tez bronceada por el sol, estaba de pie al frente mío con una amplia sonrisa al escuchar mi pregunta. Se quedó callado por un momento y luego susurró: «Nadie lo sabe porque la historia no ha terminado. Aquellos que se perdieron son nuestros ancestros, y nosotros somos los que estamos escribiendo el final. ¿Usted qué cree…?»

Después de eso, solamente volví a verlo un par de ocasiones en varios lugares de esta tierra y de las comunidades que ambos amamos. No obstante, pienso en él con frecuencia. Cuando veo cómo se están desarrollando los eventos del mundo, recuerdo su historia y me pregunto si completaremos el final en esta vida. ¿Seremos usted y yo quienes recordaremos?

Las implicaciones de la historia que el hombre del cañón compartió conmigo son muy vastas. La sabiduría convencional de la historia es que las herramientas de las civilizaciones pasadas, sin importar su antigüedad, fueron de alguna manera menos avanzadas que nuestra tecnología moderna. Aunque es cierto que estas personas pueden no haber usado la ciencia «moderna» para resolver sus problemas, es posible que hayan tenido algo incluso mejor.

En conversaciones con historiadores y arqueólogos, cuyo sustento está basado en interpretar el pasado, este tema es, por lo general, fuente de emociones apasionadas y acaloradas. «Si ellos eran tan avanzados, ¿en dónde está la evidencia de su tecnología?», preguntan los expertos. «¿En dónde están sus tostadoras, microondas y equipos de reproducción de video?» Me parece muy interesante que para interpretar el desarrollo de una civilización, todo gire en torno a las cosas que construyeron esos individuos. ¿Qué hay de las ideas tras sus obras? Aunque hasta donde sé, es cierto que jamás se han encontrado una televisión ni una cámara digital en las zonas arqueológicas del suroeste de los Estados Unidos (de hecho, en ningún otro lugar), la pregunta es ¿por qué?

¿Es posible que cuando vemos los residuos de civilizaciones avanzadas, como las de Egipto, Perú o el desierto en el suroeste de los Estados Unidos, estamos en verdad siendo testigos de los restos de una tecnología tan avanzada que no necesitaron de tostadoras ni equipos de reproducción de video? Quizá superaron la necesidad de un mundo externo enredado y complejo. Quizá poseían el conocimiento sobre ellos mismos que les brindó la tecnología interna para vivir de manera distinta, conocimiento que hemos olvidado. Esa sabiduría puede haberles proporcionado todo lo que necesitaban para sustentar sus vidas y sanarse de una manera que nosotros apenas estamos comenzando a comprender.

Si esto es cierto, entonces quizá no tenemos que ver más allá de la naturaleza para comprender quiénes somos y cuál es nuestro verdadero papel en la vida. Y quizá algunas de nuestras visiones más profundas y poderosas ya están disponibles en los misteriosos descubrimientos del mundo cuántico. Durante el siglo pasado, los físicos descubrieron que la materia de la cual estaban compuestos nuestros cuerpos y el universo, no sigue siempre las leyes claras y ordenadas que han sido consideradas como sagradas desde hace casi tres siglos por la física. De hecho, en las escalas más minúsculas de nuestro mundo, las mismas partículas de las que estamos hechos, rompen las reglas que dicen que estamos separados mutuamente y limitados en nuestra existencia. Al nivel de las partículas, todo parece estar conectado y ser infinito.

Estos descubrimientos sugieren que hay algo en el interior de cada uno de nosotros que no está limitado por el tiempo, el espacio ni la muerte. Lo esencial de estos descubrimientos es que parecemos vivir en un universo «no local» en donde todo está conectado siempre.

Dean Radin, científico de renombre del Instituto de Ciencias Noéticas, ha sido un pionero al explorar exclusivamente lo que significa que vivamos en dicho mundo. La «no localidad», nos explica, «significa que hay formas en que las cosas que aparecen separadas, de hecho, no lo están». 1 Hay aspectos de nosotros, sugiere Radin, que se extienden más allá del aquí y del ahora y nos permiten extendernos a través del tiempo y del espacio. En otras palabras, el «nosotros» que vive en nuestros seres físicos no está limitado por la piel y el cabello que definen nuestros cuerpos.

Sea lo que sea que decidamos llamar a ese «algo» misterioso, todos lo tenemos; y el nuestro se entremezcla con el de todos los demás como parte del campo de energía que impregna todas las cosas. Se cree que este campo es la red cuántica que conecta todo el universo, así como el patrón infinitamente microscópico y energético para todo, desde sanar nuestro cuerpo hasta forjar la paz del mundo; reconocer nuestro verdadero poder significa que debemos comprender qué es este campo y cómo funciona.

Si los antiguos en el cañón al norte de Nuevo México, o para el caso, en cualquier parte del mundo, comprendieron cómo funcionaba esta parte olvidada de nosotros, entonces tiene muchísimo sentido que honremos los conocimientos de nuestros ancestros y encontremos un lugar para su sabiduría en nuestros tiempos.

¿ESTAMOS CONECTADOS? ¿REALMENTE CONECTADOS?

La ciencia moderna está a punto de encontrar evidencias de uno de los misterios más grandes de todos los tiempos. Es posible que no lo escuche en las noticias vespertinas ni lo lea en la portada de USA Today o del periódico The Wall Street Journal. No obstante, casi 70 años de investigaciones en el área de la ciencia conocida como la «nueva física» está señalando una conclusión de la cual no podemos escapar.

Clave 2: Todo en nuestro mundo está conectado con todo lo demás.

¡Así es en realidad! Estas son las noticias que cambian todo y que estremecen por completo las bases de la ciencia tal como la conocemos hoy en día.

«Bueno, está bien», dice usted, «esto ya lo hemos escuchado antes. ¿Qué hace que esta conclusión sea distinta? ¿Qué significa en verdad que estemos tan conectados?» Estas son muy buenas preguntas y las respuestas podrían sorprenderlo. La diferencia entre los nuevos descubrimientos y lo que hemos creído previamente es que en el pasado, sencillamente, nos habían dicho que esta conexión existe.

Por medio de frases técnicas como «dependencia sensible de las condiciones iniciales» (o el «efecto mariposa»), y de teorías que sugieren que lo que hacemos «aquí» tiene un efecto «allá», podíamos observar vagamente el papel de la conexión en nuestras vidas. Los nuevos experimentos, sin embargo, nos llevan un paso más adelante.

Además de decirnos que estamos conectados con todo, las investigaciones ahora demuestran que esta conexión existe debido a nosotros. Nuestra conexión nos brinda el poder de barajar las cartas a nuestro favor cuando se trata de los resultados de nuestras vidas. En todos los aspectos, desde encontrar el romance y sanar a nuestros seres queridos, hasta el logro de nuestras aspiraciones más profundas, somos una parte integral de todo lo que experimentamos cada día.

El hecho de que los descubrimientos demuestran que podemos usar nuestra conexión de forma consciente, abre las puertas a nada menos que nuestra oportunidad de tener acceso al mismo poder que dirige todo el universo. Por medio de la unicidad que reside en su interior, en el mío y en el de todos los seres humanos del planeta, tenemos una línea directa con la misma fuerza que crea todas las cosas, ¡desde los átomos y las estrellas, hasta el ADN de la vida!

Sin embargo, hay un pequeño truco. Nuestro poder para hacer esto está dormido hasta que lo despertemos. La clave para despertar tan fascinante poder, es realizar un pequeño giro en la forma como nos vemos en el mundo. Así como los iniciados del poeta Logue descubrieron que podían volar después de recibir un pequeño empujón en el acantilado (como nos dice el poema en la página 5), con un pequeño giro en la percepción, podemos tener acceso a la fuerza más poderosa del universo con el fin de enfrentar las situaciones en apariencia más imposibles. Esto ocurre cuando nos permitimos ver nuestro papel en el mundo de una manera nueva.

En razón de que el universo parece como un lugar muy grande, casi demasiado vasto como para siquiera pensar en él, podemos comenzar a vernos de forma distinta en nuestras vidas diarias. El «pequeño giro» que necesitamos es vernos como parte del mundo en vez de separados de él. La forma de convencernos de que en verdad somos uno con todo lo que vemos y experimentamos es comprender cómo estamos unidos y qué significa esa conexión.

Clave 3: Para tener acceso a la fuerza del universo mismo, debemos vernos como parte del mundo en vez de separados de él.

A través de la conexión que une todas las cosas, la «materia» de la cual está hecho el universo (ondas y partículas de energía) parece romper las leyes del tiempo y el espacio tal como una vez las conocimos. Aunque los detalles pueden sonar como ciencia-ficción, son muy reales. Se ha observado, por ejemplo, que las partículas de luz (fotones), se han bilocado, es decir, que han estado en dos lugares distintos separados por muchos kilómetros al preciso instante.

Desde el ADN de nuestros cuerpos hasta los átomos de todo lo demás, la naturaleza parece compartir información más rápidamente de lo que Albert Einstein llegó a predecir que cualquier cosa pudiera, más rápido que la velocidad de la luz. En algunos experimentos, los datos han llegado a su destino, ¡antes de salir de su lugar de origen! Históricamente, se supone que era imposible que dicho fenómeno ocurriera, pero en apariencia, no solamente es posible, sino que además podrían estar mostrándonos algo más que unas simples anomalías interesantes de pequeñas unidades de materia. La libertad de movimiento que demuestran las partículas cuánticas, puede revelar cómo funciona el resto del universo cuando vemos más allá de lo que conocemos de física.

Aunque estos resultados pueden sonar como un libreto futurista de un episodio de Viaje a las estrellas, han sido ahora observados bajo el escrutinio de científicos actuales. De forma individual, los experimentos que producen dichos efectos son ciertamente fascinantes y son dignos de más investigaciones. Sin embargo, considerados en conjunto, también sugieren que puede ser que no estemos tan limitados por las leyes de la física como creíamos. Quizá las cosas son capaces de viajar más rápido que a la velocidad de la luz, y quizá pueden estar ¡en dos lugares a la vez! Y si las cosas poseen esta habilidad, ¿qué será en cuanto a nosotros?

Estas son precisamente las posibilidades que estimulan a los innovadores de la actualidad y que activan nuestra propia imaginación. Es cuando se acopla la imaginación (la idea de algo que puede ser) con la emoción, que se le da vida a una posibilidad que se convierte en realidad. La manifestación comienza con la voluntad de hacer espacio en nuestras creencias para algo que presuntamente no existe. Creamos ese «algo» a través de la fuerza de la conciencia y de la percepción.

El poeta William Blake reconoció el poder de la imaginación como la esencia de nuestra existencia, en vez de algo que simplemente experimentamos ocasionalmente en nuestro tiempo libre. «El hombre es pura imaginación», dijo, aclarando: «El Cuerpo Eterno del Hombre es la Imaginación, es decir, Dios mismo». 2 El filósofo y poeta John Mackenzie explicó más a fondo nuestra relación con la imaginación sugiriendo: «La distinción entre lo que es real y lo que es imaginario no puede ser sustentada con precisión…, pues todas las cosas son… imaginarias». 3 En ambas descripciones, los eventos concretos de la vida deben ser primero visualizados como posibilidades antes de que puedan convertirse en realidad.

Sin embargo, para que las ideas imaginarias de un momento en el tiempo se conviertan en realidad en otro momento del tiempo, debe haber algo que las una. De alguna manera, en la fábrica del universo, debe haber una conexión entre las imágenes del pasado y las realidades del futuro. Einstein creía firmemente que el pasado y el futuro estaban entrelazados íntimamente como la materia de la cuarta dimensión, una realidad que llamaba espacio-tiempo. «La distinción entre el pasado, el presente y el futuro», dijo, «es solamente una ilusión obstinadamente persistente». 4

Por consiguiente, de formas que apenas comenzamos a comprender, descubrimos que estamos conectados, no solamente con todo lo que vemos en nuestras vidas hoy, sino también con todo lo que siempre ha sido, así como con todas las cosas que todavía no han ocurrido.

Y lo que estamos experimentando ahora es el resultado de los eventos que han ocurrido (por lo menos en parte) en un dominio del universo que ni siquiera podemos ver.

Las implicaciones de estas relaciones son enormes. En un mundo en donde un campo de energía inteligente lo conecta todo, desde la paz global hasta la sanación personal, lo que solía sonar como fantasías y milagros en el pasado, de repente se convierte en posible en nuestras vidas.

Con estas conexiones en mente, debemos comenzar a pensar desde una nueva y poderosa perspectiva en la forma en que nos relacionamos con la vida, con nuestras familias e incluso con las personas que apenas conocemos. Lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, todo, desde la más leve y la más hermosa experiencia de la vida, hasta las ocasiones más horribles de sufrimiento, nada puede ahora ser descartado como un evento fortuito. Claramente, la clave para la sanación; la paz, la abundancia y la creación de experiencias, carreras y relaciones que nos brinden alegría, es comprender lo profundamente conectados que estamos con todo en nuestra realidad.

EN BUSCA DE LA MATRIZ

Recuerdo la primera vez que le conté a mi amigo indio americano del cañón las noticias sobre nuestra conexión. En una ocasión inesperada en donde nos encontramos en un supermercado del lugar, compartí con él apasionadamente una noticia de prensa que acababa de leer sobre un «nuevo» campo de energía que había sido descubierto, un campo unificado distinto a cualquier otra energía de la cual se conociera su existencia.

«Este es el campo de energía que todo lo conecta», dije abruptamente. Nos conecta con el mundo, con los demás, y hasta con el universo más allá del planeta, es lo mismo que hemos hablado antes».

Mi amigo, como hacía típicamente, se quedó callado por un momento honrando mis emociones. Después de unos segundos, respiró profundamente y luego respondió con la misma franqueza que yo había visto en él muchas veces.

Fue honesto y directo: «¡Grandioso!» dijo. «Descubrieron que todo está conectado. Eso es lo que nuestro pueblo lleva diciendo desde un principio. ¡Qué bien que su ciencia también lo haya entendido!»

Si un campo de energía inteligente realmente representa un papel tan poderoso en el funcionamiento del universo, entonces ¿por qué hasta ahora lo sabemos? Acabamos de emerger del siglo XX, una época que los historiadores probablemente considerarán como el periodo más notable de la historia. En una sola generación, aprendimos a liberar el poder del átomo, a almacenar una biblioteca del tamaño de una cuadra en un circuito integrado de una computadora, y a leer y a diseñar el ADN de la vida. ¿Cómo pudimos lograr todas estas maravillas científicas y, sin embargo, haber fallado al realizar el descubrimiento más importante de todos, el único que nos daría acceso al poder de la creación misma? La respuesta puede sorprenderlo.

Hubo una época en un pasado no muy distante en que los científicos, de hecho, intentaron resolver el misterio de si estábamos o no conectados por medio de un campo de energía inteligente, comprobando de una vez por todas si este campo existía o no. Aunque la idea de la investigación era buena, más de cien años después, todavía nos estamos recuperando de la forma en la cual fue interpretado este experimento. Como resultado, durante la mayor parte del siglo XX, si los científicos se atrevían a mencionar cualquier cosa relacionada con un campo de energía unificado, que conectara todo por medio de lo que antes se denominaba espacio vacío, eran ridiculizados en sus salones de clases o en el estrado de sus universidades. Con pocas excepciones, la idea no era aceptada, ni siquiera permitida, en discusiones científicas serias. No obstante, esto no fue siempre así.

Aunque nuestra percepción de exactamente qué era lo que conectaba al universo ha seguido siendo un misterio, han habido innumerables intentos por ponerle un nombre con el fin de reconocer su existencia. En los Sutras budistas, por ejemplo, el dominio del gran dios Indra es descrito como el lugar en donde se origina la red que conecta todo el universo: «Muy lejos, en la morada celestial del gran dios Indra, existe una maravillosa red sostenida por un sagaz artífice, de tal manera que se extiende infinitamente en todas las direcciones». 5

En la historia de la creación de los indios hopi, se dice que el ciclo actual de nuestro mundo comenzó hace mucho tiempo cuando la Abuela Araña emergió hacia la vacuidad de este mundo. Lo primero que ella hizo fue hacer girar la gran red que conecta todas las cosas, y así creó el lugar en donde sus hijos vivirían.

Desde la época de los antiguos griegos, aquellos que han creído en un campo de energía universal que todo lo conecta, se han referido a eso como el éter. En la mitología griega, el éter era considerado como la esencia del espacio mismo y era descrito como «el aire que respiraban los dioses». Tanto Pitágoras como Aristóteles lo identificaban como el misterioso quinto elemento de la creación, después de los cuatro elementos conocidos como fuego, aire, agua y tierra. Más tarde, los alquimistas siguieron usando las palabras de los griegos para describir nuestro mundo, terminología que sobrevivió hasta el nacimiento de la ciencia moderna.

Contradiciendo la visión tradicional de la mayoría de los científicos actuales, algunas grandes mentes de la historia no solamente creían que el éter existía. Muchos de ellos incluso llevaron su existencia un paso más adelante. Dijeron que el éter era necesario para el funcionamiento de las leyes de la física. Durante los años 1600, Sir Isaac Newton, el «padre» de la ciencia moderna, usó la palabra éter para describir una sustancia invisible que impregna todo el universo, el cual se creía era responsable también de la gravedad, así como de las sensaciones del cuerpo. Newton pensaba que era un espíritu viviente, aunque reconocía que el equipo para probar su existencia no estaba disponible en su época.

No fue sino hasta el siglo XIX que el hombre que propuso la teoría electromagnética, James Clerk Maxwell, ofreció formalmente una descripción científica del éter que conecta todas las cosas. Lo describió como una «sustancia material de un tipo más sutil que los cuerpos visibles, que supuestamente existía en esas partes del espacio que parecen vacías». 6

En los inicios del siglo XX, algunas de las mentes científicas más respetadas seguían usando la terminología antigua para describir la esencia que llena el espacio vacío.

Pensaban que el éter era una sustancia real, con una consistencia que estaba a medio camino entre la materia física y la energía pura. Es a través del éter, razonaban los científicos, que las ondas de luz pueden viajar de un punto a otro en lo que se ve como espacio vacío.

«No puedo evitar considerar al éter, el cual puede ser la base de un campo electromagnético con su energía y sus vibraciones, como dotado de un cierto grado de materialidad, por muy distinta que pueda ser de la materia ordinaria», declaró en 1906 el físico y Premio Nobel Hendrik Lorentz. 7 Las ecuaciones de Lorentz fueron las que eventualmente le proporcionaron a Einstein las herramientas para desarrollar su revolucionaria teoría de la relatividad.

Incluso, después que sus teorías parecieron dejar por descontado la necesidad del éter en el universo, Einstein mismo creía que algo sería descubierto para explicar lo que ocupa el espacio vacío. Dijo: «El espacio sin éter es impensable». De forma similar a como Lorentz y los antiguos griegos consideraban esta sustancia como el conducto a través del cual se movían las ondas, Einstein afirmó que el éter era necesario para el funcionamiento de las leyes de la física: «En dicho espacio [sin éter] no solamente no podría propagarse la luz, sino que no habría posibilidades de existencia de los estándares del tiempo y el espacio». 8

Aunque por un lado, Einstein parece reconocer la posibilidad del éter, por otro, nos advierte que no debería considerarse como una energía en el sentido ordinario. «No se debe considerar al éter como dotado con las características de los medios ponderables, como consistente de partes [‘partículas’] que pueden ser rastreadas con el tiempo». 9 De esta forma, debido a la naturaleza singular del éter, describe cómo su existencia seguía siendo compatible con sus propias teorías.

La pura mención del campo del éter hoy en día, todavía activa el debate sobre su existencia. Casi al mismo tiempo, surge de nuevo el recuerdo de un experimento famoso diseñado para comprobar de una vez por todas la existencia del campo. Como ocurre con frecuencia con este tipo de investigaciones, el resultado inspira más preguntas y controversias de lo que llega a resolver.

EL EXPERIMENTO MÁS FALLIDO DE LA HISTORIA

Llevado a cabo hace más de cien años, el experimento del éter fue llamado según los dos científicos que lo diseñaron: Albert Michelson y Edward Morley. El único propósito del experimento Michelson-Morley era determinar si en verdad existía o no el misterioso éter del universo. El tan esperado experimento (concebido para verificar los resultados de otro similar llevado a cabo en 1881) era la comidilla de la comunidad científica que se había reunido en 1887, en el laboratorio de lo que es ahora la Universidad Case Western Reserve. 10 A final de cuentas, tuvo consecuencias que ni siquiera las mentes más brillantes de finales del siglo XIX hubiesen podido concebir.

La idea tras el experimento era por lo menos innovadora. Si el éter en verdad existía, razonaban Michelson y Morley, debería ser una energía que estuviera en todas partes, inmóvil y estacionaria.

Y si esto fuera cierto, entonces el pasaje de la tierra a través de este campo en el espacio debería crear un movimiento que pudiera ser medido. Al igual que podemos detectar el aire cuando pasa por los vastos campos de trigo dorado en las planicies de Kansas, también deberíamos poder ser capaces de detectar la «brisa» del éter. Michelson y Morley llamaron a este fenómeno hipotético el viento del éter.

El piloto de cualquier avión estaría de acuerdo con que cuando una aeronave vuela a favor de la corriente atmosférica, el tiempo para llegar de un lugar a otro puede ser mucho más corto.

Sin embargo, cuando el avión está volando contra el flujo, se convierte en un vuelo difícil, y la resistencia del viento puede añadir horas de vuelo. Con estas metáforas en la mente, Michelson y Morley razonaron que si pudieran fotografiar un rayo de luz en dos direcciones simultáneamente, la diferencia en la cantidad de tiempo que le tomaría a cada rayo llegar a su destino, debería permitirle a los investigadores detectar la presencia y el flujo del viento del éter. A pesar de que la idea del experimento era buena, los resultados sorprendieron a todo el mundo.

Figura 1. Si el éter estuviera presente, Michelson y Morley creían que un rayo de luz debería viajar más lentamente si iba en contra de las corrientes del éter (A), y más rápidamente si viajaba a favor de las corrientes (B). El experimento, conducido en 1887 no encontró corrientes de éter, llegando entonces a la conclusión de que el éter no existía. Las consecuencias de esta interpretación han acosado a los científicos durante más de cien años. En 1986, el periódico Nature informó sobre los resultados de los experimentos conducidos con equipos más sensibles. Conclusión: se detectó un campo con las características del éter, y se comportó tal cual como las predicciones antiguas habían sugerido que lo haría un siglo antes.

El punto básico es que el equipo de Michelson y Morley no detectaron el viento del éter. Al haber descubierto lo que parecía como la ausencia del viento, los experimentos de 1881 y 1887 parecían llegar a la misma conclusión: el éter no existe.

Michelson interpretó los resultados de lo que fue llamado por la prestigiosa publicación American Journal of Science: «el experimento más afortunadamente fallido» de la historia: «Se ha comprobado que el resultado de la hipótesis del campo de un éter estacionario es incorrecto, y la conclusión necesaria que se desprende es que la hipótesis es errónea». 11

Aunque el experimento puede haber sido descrito como «fallido» respecto a comprobar o no la existencia del éter, en realidad demostró que el campo del éter podría no comportarse según los científicos suponían al principio. No porque no se hubiera detectado un movimiento significaría que no existía el éter. Una analogía sería colocar el dedo índice arriba de su cabeza para ver si hay viento: un equivalente aproximado a la idea tras las conclusiones del experimento de 1887 sería concluir que el aire no existe porque usted no sintió la brisa durante la prueba.

Al aceptar este experimento como prueba de que el éter no existe, los científicos modernos están operando bajo la suposición de que las cosas en nuestro universo ocurren de forma independiente. Aceptar que lo que un individuo hace en una parte del mundo está completamente desconectado de otras áreas, y no tiene efecto en nadie que se encuentre a medio planeta de distancia. Sin duda, este experimento se ha convertido en la base de una visión mundial que ha tenido profundo impacto en nuestras vidas y en la tierra. Como consecuencia de esta manera de pensar, gobernamos nuestras naciones, energizamos nuestras ciudades, probamos nuestras bombas atómicas, agotamos nuestros recursos, creyendo que lo que hacemos en un lugar no tiene impacto en ningún otro. Desde 1887, hemos basado el desarrollo de toda una civilización bajo la creencia de que todo está separado de todo, ¡una premisa que experimentos más recientes han sencillamente comprobado como falsa!

Hoy, más de cien años después del experimento original, nuevos estudios sugieren que el éter, o algo parecido, sí existe, sólo que no aparece como Michelson y Morley lo habían supuesto. Creyendo que el campo debía ser estático y que debería componerse de electricidad y magnetismo, al igual que las otras formas de energía descubiertas a mediados de los años 1800, buscaron el éter como si se tratara de una forma convencional de energía. Pero el éter está lejos de ser convencional.

En 1986, Nature publicó un informe sin pretensiones sencillamente titulado: «Relatividad especial». 12 Con implicaciones que estremecen por completo la base del experimento Michelson-Morley, así como todo lo que creíamos sobre nuestra conexión con el mundo, describe un experimento realizado por un científico llamado E. W. Silvertooth que había sido patrocinado por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Duplicando el experimento de 1887 (pero con equipos mucho más sensibles) Silvertooth informó haber detectado un movimiento en el campo del éter. Además, estaba relacionado con precisión con el movimiento de la tierra a través del espacio, ¡como había sido vaticinado! Este experimento, y otros desde entonces, sugieren que el éter existe de verdad, como lo sugirió Planck en 1944.

Aunque experimentos modernos siguen indicando que el campo está ahí, podemos estar seguros de que jamás volverá a ser llamado «éter». En los círculos científicos, la pura mención de la palabra conjura adjetivos ¡que van desde «pseudociencia» hasta «disparates»!

Como veremos en el Capítulo 2, la existencia de un campo de energía universal que impregna nuestro mundo ha sido concebida en términos muy distintos: los experimentos que comprueban su existencia son tan recientes que todavía no se ha escogido un nombre en particular. Independientemente del nombre que decidamos asignarle, definitivamente existe algo. Conecta todas las cosas en nuestro mundo y más allá de él, y nos afecta de formas que apenas estamos comenzando a comprender.

¿Cómo puede entonces haber ocurrido algo así? ¿Cómo es posible que no hayamos descubierto antes una clave tan poderosa para comprender cómo funciona el universo? La respuesta a esta pregunta se reduce a la cuestión básica de la cruzada que ha creado la controversia más intensa y el debate más acalorado entre las grandes mentes de los dos últimos siglos, una disputa que continúa hoy en día. Todo es cuestión de cómo nos vemos en el mundo y nuestra interpretación de esa perspectiva.

¡La clave es que la energía que conecta todas las cosas en el universo también es parte de aquello que conecta! En vez de concebir al campo como separado de la realidad diaria, los experimentos nos dicen que el mundo visible de la materia se origina como el campo: es como si la manta de la Matriz Divina se extendiera sutilmente a través del universo, y muy de vez en cuando se «arrugara» aquí y allá en una roca, árbol, planeta, o persona que reconocemos. A fin de cuentas, todas estas cosas son simplemente ondas en el campo, y este giro, sutil pero poderoso, en la manera de pensar, es la clave para tener acceso al poder de la Matriz Divina en nuestras vidas. Para hacer esto, no obstante, debemos comprender por qué los científicos de hoy en día ven el mundo como lo ven.

BREVE HISTORIA DE LA FÍSICA:

REGLAS DIFERENTES PARA MUNDOS DIFERENTES

La ciencia es simplemente un lenguaje para describir el mundo de la naturaleza, así como nuestras relaciones con él y con todo el universo. Y es un solo lenguaje; ha habido otros (conocidos como alquimia y espiritualidad, por ejemplo) que se usaron mucho antes de que apareciera la ciencia. A pesar de que estos no fueron tan sofisticados, en verdad funcionaron. Siempre me sorprende cuando las personas preguntan: «¿Qué hicimos antes de la existencia de la ciencia? ¿Acaso sabíamos algo sobre nuestro mundo?» La respuesta es un rotundo «¡Sí!» Sabíamos muchísimo acerca del universo.

Lo que sabíamos funcionaba tan bien que proveyó todo un marco de referencia para la comprensión de todas las cosas, desde los orígenes de la vida, por qué nos enfermamos y qué hacer al respecto, hasta calcular los ciclos del sol, la luna y las estrellas. Aunque este tipo de conocimiento obviamente no había sido descrito en el lenguaje técnico al que estamos acostumbrados hoy en día, fue de gran utilidad para explicar cómo funcionaban las cosas y por qué eran como eran. De hecho, era tan bueno, que la civilización existió por más de 5,000 años sin tener que depender de la ciencia tal como la conocemos hoy.

La era de la ciencia y de los científicos comenzó a ser reconocida a comienzos de los años 1600. Fue en julio de 1687 que Isaac Newton formalizó las matemáticas que parecen describir nuestro mundo cotidiano, cuando publicó su obra clásica Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural).

Por más de 200 años, las observaciones de Newton sobre la naturaleza fueron la base del campo científico llamado ahora «física clásica». En conjunto con las teorías de Maxwell sobre la electricidad y el magnetismo a finales de los años 1800 y las teorías de la relatividad de Einstein a comienzos de 1900, la física clásica ha logrado un éxito tremendo en explicar las cosas que vemos a gran escala, como el movimiento de los planetas y las manzanas que caen de los árboles. También nos ha sido útil para calcular las órbitas de nuestros satélites e incluso para llevar un hombre a la luna.

Sin embargo, a comienzos del siglo XX, los avances en la ciencia revelaron un lugar en la naturaleza en donde las leyes de Newton sencillamente no parecían funcionar: el minúsculo mundo del átomo. Antes de eso, simplemente no teníamos la tecnología para atisbar el mundo subatómico ni para observar la forma en que se conducen las partículas durante el nacimiento de una estrella en una galaxia distante. En ambos dominios (el más pequeño y el más grande) los científicos comenzaron a ver cosas que no podían explicarse por medio de la física tradicional. Tuvo que desarrollarse una nueva clase de física, con las reglas que explicarían las excepciones a nuestro mundo cotidiano. Las cosas que ocurrían en el dominio de la física cuántica.

La definición de la física cuántica yace en su nombre. Quantum quiere decir «una cantidad discreta de energía electromagnética» por consiguiente, es la materia de la cual nuestro mundo está compuesto cuando se reduce a su esencia. Los científicos cuánticos descubrieron rápidamente que lo que luce como un mundo sólido en realidad no lo es tanto. La siguiente analogía puede ayudarlo a entender el porqué.

Cuando observamos en la pantalla de cine una imagen en movimiento, sabemos que la historia que vemos es una ilusión. El romance y la tragedia que nos arrancan emociones profundas, son en realidad el resultado de muchas imágenes que se transmiten rápidamente, una tras otra, para crear la sensación de una historia continua. Aunque nuestros ojos en verdad ven las imágenes cuadro por cuadro, nuestro cerebro las fusiona en lo que percibimos como un movimiento continuo.

Los físicos cuánticos creen que nuestro mundo funciona de una manera muy semejante. Por ejemplo, lo que percibimos como un gol en un partido de fútbol o un triple salto de un patinador en el programa de deportes del sábado en la tarde, es en realidad, en términos cuánticos, una serie de eventos individuales que ocurren muy rápidamente y muy cercanos uno del otro. Semejante a como muchas imágenes se unen para hacer una película y lucir tan real, la vida en verdad ocurre como minúsculos y breves destellos de luz llamados «quanta». Los quanta de la vida ocurren de forma tan rápida que a menos que nuestro cerebro esté entrenado para funcionar de manera distinta (como en algunas formas de meditación), sencillamente promedia los impulsos para crear la acción ininterrumpida que vemos en los deportes dominicales.

La física cuántica entonces, es el estudio de las cosas que ocurren a una escala muy pequeña, de las fuerzas que yacen bajo nuestro mundo físico.

La diferencia en la forma en que el quantum y el mundo diario parecen funcionar, ha creado dos escuelas de pensamiento entre científicos en la física contemporánea: la clásica y la cuántica. Y cada cual tiene sus propias teorías que la apoyan.

El gran desafío ha sido enlazar estas dos clases de pensamiento tan distintas en una sola visión del universo: una teoría unificada. Hacer esto requiere de la existencia de algo que llene lo que consideramos espacio vacío. Pero, ¿qué lo ocuparía?

UN RESUMEN DE LA EXTENSA JORNADA HACIA LA TEORÍA UNIFICADA

1687 Física newtoniana: Isaac Newton publica las leyes del movimiento, y la ciencia moderna comienza. Esta perspectiva observa el universo como un sistema mecánico masivo en donde el espacio y el tiempo son absolutos.

1867Física de la teoría del campo: James Clerk Maxwell propone la existencia de fuerzas que no pueden explicarse según la física de Newton. Sus investigaciones, en conjunto con las de Michael Faraday, condujeron al descubrimiento del universo como campos de energía que se relacionan entre sí.

1900Física cuántica: Max Planck publica su teoría del mundo como destellos de energía llamados «quanta». Los experimentos en el nivel cuántico demuestran que la materia existe como probabilidades y tendencias en vez de como cosas absolutas, sugiriendo que la «realidad» podría no ser tan real ni tan sólida después de todo.

1905Física de la relatividad: La visión del universo de Albert Einstein desconcierta a los físicos newtonianos. Él propone que el tiempo es relativo en vez de absoluto. Un aspecto clave de la relatividad es que el tiempo y el espacio no pueden separarse y existen juntos como una cuarta dimensión.

1970Física de la teoría de cuerdas: Los físicos descubren que las teorías que describen el universo como minúsculas cuerdas vibratorias pueden usarse para explicar las observaciones, tanto del mundo cuántico como del mundo cotidiano. La teoría es aceptada formalmente por la comunidad de la física tradicional en 1984 como un posible puente para unir todas las demás teorías.

20?? — La nueva y reformada teoría unificada de la física: Algún día en el futuro, los físicos descubrirán una forma de explicar la naturaleza holográfica de lo que observamos en el universo cuántico, así como en nuestro mundo cotidiano. Formularán las ecuaciones para unificar su explicación en una historia consistente.

¿QUÉ HAY EN EL ESPACIO INTERMEDIO?

Al inicio de la película Contacto, el personaje principal, la doctora Arroway (protagonizada por Jodie Foster), le formula a su padre la pregunta que se convierte en la consigna para el resto de la película: ¿Estamos solos en el universo? La respuesta de su padre se convierte en el punto de partida o de referencia para las cosas que son verdaderas en la vida de ella.

Cuando se encuentra en una situación particularmente vulnerable, como cuando se abre a una relación amorosa o cuando confía en su experiencia en el universo distante a donde es transportada, las palabras de su padre se convierten en el principio que la guía en sus creencias: la respuesta de su padre fue simplemente que si estuviéramos solos en el universo, sería un enorme desperdicio de espacio.

De forma muy similar, si creemos que el espacio entre dos cosas está vacío, entonces también parece un enorme desperdicio. Los científicos creen que más del 90 por ciento del cosmos está «desaparecido» y se presenta ante nosotros como un espacio vacío. Esto significa que del inmenso universo que conocemos, solamente el 10 por ciento tiene algo en él. ¿Cree usted realmente que lo único que existe es ese 10 por ciento de creación que ocupamos? ¿Qué hay en el espacio que concebimos como «vacío»?

Si de verdad estuviera desocupado, entonces habría una gran pregunta que debe ser contestada: ¿cómo pueden viajar de un lugar a otro las ondas de energía que transmiten desde nuestras llamadas por celular, hasta la luz que se refleja para llevarle las palabras de esta página a sus ojos? Al igual que el agua lleva de un lado a otro las ondas que se forman cuando se arroja una piedra a un estanque, algo debe existir que transmita las vibraciones de la vida de un punto al otro. Para que esto sea cierto, no obstante, debemos alterar uno de los dogmas claves de la ciencia moderna: la creencia en que el espacio está vacío.

Cuando podamos finalmente resolver el misterio de qué está compuesto el espacio, habremos dado un gran paso hacia la comprensión de nosotros mismos y de nuestra relación con el mundo que nos rodea. Esta pregunta, como veremos, es tan antigua como el ser humano. Y la respuesta, descubriremos, ha estado siempre con nosotros.

La sensación de que estamos conectados de alguna manera con el universo, con nuestro mundo y mutuamente, ha sido una constante, desde la historia de los aborígenes grabada en aguafuerte en los muros de los acantilados de Australia (en la actualidad, se cree que tienen más de 20,000 años de antigüedad) hasta los templos del antiguo Egipto y el arte sobre las rocas del sudoeste de los Estados Unidos. Aunque esa creencia parece ser hoy más fuerte que nunca, precisamente lo que nos une sigue siendo tema de controversia y de debate. Para que estemos conectados, debe haber algo que haga la conexión. Desde los poetas, los filósofos y los científicos y aquellos que buscan respuestas más allá de las ideas aceptadas en su época, la humanidad ha mantenido la sensación de que en verdad hay algo en el interior de ese vacío que llamamos «espacio».

El físico Konrad Finagle (1858 – 1936) formuló la pregunta obvia con relación al significado del espacio mismo: «Considere lo que ocurriría si quitáramos el espacio entre la materia. Todo en el universo se arrumaría en un volumen no más grande que una mota de polvo… El espacio es lo que impide que todas las cosas ocurran en el mismo lugar». 13 El antropólogo de vanguardia Louis Leakey declaró en una ocasión: «Si no comprendemos quiénes somos, verdaderamente no podemos avanzar». Creo que hay mucha verdad en esta afirmación. La forma en que nos hemos visto en el pasado funcionó lo suficientemente bien como para traernos hasta donde estamos. Ahora es el momento de abrir la puerta a una nueva visión de nosotros mismos, una que permita una posibilidad aún más grande.

Puede ser que nuestra resistencia a aceptar lo que significa que el espacio esté ocupado por una fuerza inteligente, y para nosotros ser parte de ese espacio, haya sido el obstáculo más grande en nuestra comprensión de quiénes somos y cómo funciona realmente el universo.

En el siglo XX, la ciencia moderna puede haber descubierto lo que hay en el espacio vacío: un campo de energía distinto a todas las formas de energía. Tal como sugieren la red de Indra y el éter de Newton, esta energía parece estar siempre y en todas partes, y haber existido desde el comienzo de los tiempos. En una conferencia en 1928, Albert Einstein dijo: «De acuerdo con la teoría general de la relatividad, el espacio sin éter es impensable, pues en tal espacio no solamente no habría propagación de la luz, sino que tampoco existiría la posibilidad de la existencia de los estándares del espacio». 14

Max Planck afirmó que la existencia del campo sugiere que la inteligencia es responsable de nuestro mundo físico. «Debemos asumir tras esta fuerza [que vemos como material] la existencia de una Mente consciente e inteligente». Concluyó: «Esta mente es la Matriz de toda la materia [corchetes y cursiva por el autor]». 15

LA COLA DEL LEÓN DE EINSTEIN

Ya sea que hablemos del intervalo cósmico entre estrellas y galaxias distantes o del espacio microscópico entre las bandas de energía que forman un átomo, desde los libros de texto hasta los telescopios, por lo general percibimos como vacío el espacio entre las cosas. Cuando decimos que está «vacío», queremos decir típicamente que nada (absolutamente nada) existe ahí.

Sin duda alguna, para el ojo del neófito, lo que llamamos «espacio» ciertamente luce desocupado. Pero, ¿qué tan vacío puede estar? Cuando realmente pensamos en eso, ¿qué significaría vivir en un mundo en donde el espacio entre la materia estuviera realmente desprovisto de todo? Primero, sabemos que encontrar un lugar así en el cosmos es probablemente imposible por una razón, tal como dice el refrán: la naturaleza aborrece el vacío. No obstante, si pudiéramos como por arte de magia transportarnos a un lugar así, ¿cómo sería la vida?

Para comenzar, sería un lugar muy oscuro. Aunque podríamos encender una linterna, su brillo no podría viajar porque sus ondas no tendrían por donde atravesar. Sería como si tiráramos una piedra en un estanque reseco y luego buscáramos las ondas en la superficie. La roca golpeará el piso, haya o no agua, pero no habría olas, pues las ondas que normalmente surgirían a causa del impacto, no tendrían un medio para moverse.

Precisamente por la misma razón, nuestro mundo hipotético también estaría muy callado. El sonido debe viajar a través de algún medio para perpetuarse. De hecho, casi todos los tipos de energía tal como las conocemos, desde el movimiento del viento hasta el calor del sol, no podrían existir pues sus campos eléctricos, magnéticos y radiantes (incluso los campos de gravedad) no tendrían el mismo significado en un mundo en donde el espacio estuviera verdaderamente desprovisto de todo.

Afortunadamente, no tenemos que especular sobre cómo sería dicho mundo, puesto que el espacio que nos rodea es todo menos vacío. Independientemente de cómo lo llamemos o cómo lo definan la ciencia y la religión, es claro que hay un campo o presencia que es la «gran red» que conecta todo en la creación y nos enlaza con el poder más elevado de un mundo más grandioso.

A inicios del siglo XX, Einstein se refirió a la fuerza misteriosa que él estaba seguro existía en lo que vemos como el universo que nos rodea. «La naturaleza nos muestra solamente la cola del león», declaró, sugiriendo que hay algo más que lo que vemos como realidad, aunque no podemos verlo desde nuestro punto de vista cósmico. Con la belleza y la elocuencia propias de la visión del universo que tenía Einstein, amplió su analogía del cosmos: «No dudo que el león pertenezca a ella [la cola] aunque no pueda revelarse del todo debido a su enorme tamaño». 16 En escritos posteriores, Einstein continuó diciendo que independientemente de quiénes somos o de cuál es nuestro papel en el universo, estamos sujetos a un poder mayor: «Seres humanos, vegetales o polvo de estrellas, todos danzamos al ritmo de una melodía misteriosa, entonada en la distancia por un flautista invisible». 17

Con su declaración respecto a una inteligencia a la base de la creación, Planck había descrito la energía del león de Einstein. Al hacerlo, encendió una llama de controversia que sigue ardiendo intensamente hasta el día de hoy. En el centro de todo esto, las viejas ideas respecto a la composición de nuestro mundo (y de paso, la realidad del universo) ¡han salido volando por la ventana! Hace más de 90 años, el padre de la teoría cuántica nos dijo que todo estaba conectado a través de una energía muy real, pero poco convencional.

CONECTADOS EN LA FUENTE: ENTRELAZAMIENTO CUÁNTICO

Desde que Planck ofreció sus ecuaciones de física cuántica a comienzos del siglo XX, se han desarrollado muchas teorías y se han realizado numerosos experimentos que precisamente parecen comprobar esa noción.

En los niveles más pequeños del universo, los átomos y las partículas subatómicas de hecho actúan como si estuvieran conectados. El problema es que los científicos no saben cómo, y ni siquiera si la conducta observada en escalas tan minúsculas, tiene algún significado para las realidades más grandes de nuestras vidas. Si así es, entonces los descubrimientos sugieren que las sorprendentes tecnologías de la ciencia ficción, ¡serán muy pronto la realidad de nuestro mundo!

Apenas en el año 2004, físicos de Alemania, China y Austria publicaron informes que parecían más fantasía que experimentos científicos. En la revista Nature, los científicos anunciaron los primeros experimentos documentados de teleportación a destinos abiertos; es decir, enviar información cuántica sobre una partícula (su diseño energético) a lugares distintos al mismo tiempo. 18 En otras palabras, el proceso es como «enviar por fax un documento y en el proceso destruir el original». 19

Otros experimentos han demostrado otras hazañas que suenan igualmente imposibles, como «transmitir» partículas de un lugar a otro por bilocación. Por muy distintas que parezcan estas investigaciones entre sí, todas comparten un común denominador que implica una historia todavía más importante. Para que estos experimentos funcionen como lo hacen, debe existir un vehículo, es decir, tiene que haber algo por donde las partículas puedan avanzar. Y aquí yace lo que puede ser el misterio más grande de los tiempos modernos, pues la física convencional afirma que este vehículo no existe.

En 1997, periódicos científicos de todo el mundo publicaron los resultados de algo que los físicos tradicionales dicen que no puede ocurrir. En más de cuarenta países, más de 3,400 periodistas, científicos e ingenieros, informaron sobre un experimento que habían realizado en la Universidad de Ginebra en Suiza con la materia de la cual está compuesto nuestro mundo: partículas de luz llamadas fotones lo que dio resultados que siguen estremeciendo la base de la sabiduría convencional. 20

Específicamente, los científicos dividieron un fotón en dos partículas separadas, creando «mellizos» con propiedades idénticas. Luego, usando equipos desarrollados para el experimento, separaron las partículas en direcciones opuestas. Los mellizos fueron colocados en una cámara especialmente designada con dos rutas de fibra óptica, semejantes a las que se usan para transmitir llamadas telefónicas. Las rutas se extendían desde la cámara en direcciones opuestas a una distancia de once kilómetros. Para cuando cada mellizo alcanzaba su objetivo, los separaban 22 kilómetros. Al final de la ruta, los mellizos se sintieron forzados a «escoger» entre dos rutas aleatorias idénticas en todos los aspectos.

Lo que hace que este experimento sea tan interesante es que cuando las partículas mellizas llegaban al punto en que tenían que escoger una ruta o la otra, ambas tomaban la misma decisión y la misma ruta cada vez. Sin falta, los resultados fueron idénticos cada vez que se condujo el experimento.

Aunque la sabiduría convencional dice que los mellizos están separados y no tienen comunicación entre sí, actúan ¡como si estuvieran conectados! Los físicos llamaron a esta conexión misteriosa «entrelazamiento cuántico». El líder del proyecto, Nicholas Gisin, explica: «Lo fascinante es que los fotones entrelazados forman uno y el mismo objeto. Incluso cuando los fotones mellizos son separados geográficamente, si uno de ellos es modificado, el otro fotón experimenta automáticamente el mismo cambio». 21

Históricamente, no existe absolutamente nada en la física tradicional que explique lo que este experimento demuestra. No obstante, lo vemos una y otra vez en experimentos como el de Gisin. El doctor Raymond Chiao de la Universidad de California en Berkeley describe los resultados de los experimentos de Ginebra como «uno de los profundos misterios de la mecánica cuántica. Estas conexiones son un hecho de la naturaleza comprobado por los experimentos, pero tratar de explicarlas filosóficamente es muy difícil». 22

La razón por la cual estas investigaciones son importantes para nosotros es que la sabiduría convencional hizo que creyéramos que era imposible que los fotones se comunicaran entre sí, decían que sus decisiones eran independientes y no estaban relacionadas. Nuestra creencia ha sido que cuando un objeto físico en este mundo está separado, en verdad está separado en todo el sentido de la palabra. Pero los fotones nos están demostrando algo muy distinto.

En un comentario respecto a este tipo de fenómeno, mucho antes de que el experimento de 1997 fuera llevado a cabo, Albert Einstein denominó la posibilidad de que ocurriera un resultado tal como «una acción espeluznante en la distancia». Los científicos actuales creen que estos resultados poco convencionales son propiedades que ocurren solamente en el dominio cuántico y los reconocen como «extrañezas cuánticas».

La conexión entre los fotones fue tan completa que parece ser instantánea. Una vez que se reconoció en la minúscula escala de los fotones, el mismo fenómeno fue subsecuentemente descubierto en otros lugares de la naturaleza, incluso en galaxias separadas por años luz de distancia. «En principio, no habría diferencia si la correlación existe entre partículas mellizas cuando están separadas por unos cuantos metros o por todo el universo»,  dice Gisin. ¿Por qué? ¿Qué conecta las dos partículas de luz o las dos galaxias a tal grado que un cambio en la primera ocurre simultáneamente en la segunda? ¿Qué nos demuestra respecto a la forma en que funciona el mundo que no hayamos visto en experimentos anteriores llevados a cabo en el pasado?

Para responder a este tipo de pregunta, primero tenemos que comprender de dónde proviene la Matriz Divina. Y para hacer esto, tenemos que retroceder muchísimo, hasta la época en que los científicos occidentales creen que todo comenzó… o por lo menos el universo tal como lo conocemos.

EL ORIGEN DE LA MATRIZ

Los científicos convencionales actuales creen que nuestro universo empezó hace 13 a 20 mil millones de años, con una explosión masiva como jamás había existido antes ni desde entonces. Aunque hay algunas teorías conflictivas respecto al momento preciso, o si se trató de una o varias explosiones, parece que hay un acuerdo general en que el universo comenzó con una liberación masiva de energía hace mucho tiempo. En 1951, el astrónomo Fred Hoyle acuñó un término para esa explosión inescrutable que todavía se usa hoy en día: la llamó el «big bang».

Los investigadores han calculado que fracciones de segundo antes de que ocurriera el big bang, todo nuestro universo era mucho, mucho más pequeño que en la actualidad. Los modelos por computadora sugieren que de hecho era tan pequeño, que estaba fuertemente comprimido en una minúscula esfera. Al remover todo ese espacio «vacío» de lo que vemos hoy como el universo, se cree que esa esfera tendría el tamaño de ¡un guisante!

Sin embargo, por muy pequeño que haya sido, ciertamente no estaba frío. Los modelos sugieren que la temperatura en el interior de ese espacio compacto era de la cifra inimaginable de 18 mil millones de millones de millones de millones de grados Fahrenheit, mucho más caliente que la temperatura actual del sol. Una fracción de segundo después del big bang, la simulación demuestra que la temperatura puede haberse enfriado a unos templados 18 mil millones de grados, y el nacimiento del nuevo universo ya estaba en camino.

Cuando la fuerza de la explosión del big bang desgarró la insustancialidad del vacío existente, se llevó consigo más que el calor y la luz que se suponía se llevaría.

También estalló desplegándose como un patrón de energía que se convirtió en el anteproyecto de todo lo que existe ahora y existirá jamás. Este patrón es el tema de mitos antiguos, doctrinas eternas y sabiduría mística. Con nombres que varían de la «red» de Indra en el Sutra budista, hasta la «telaraña» de la tradición hopi de la Abuela Araña, el eco de ese patrón permanece hasta hoy en día.

Es esta red o telaraña de energía que sigue expandiéndose a lo largo del cosmos como la esencia cuántica de todas las cosas, incluyéndonos y a nuestro entorno. Esta es la energía que conecta nuestras vidas como la Matriz Divina. Es esta esencia también que actúa como un espejo multidimensional reflejando lo que creamos en nuestras emociones y creencias de regreso a nosotros en nuestro mundo. (Ver la Tercera parte.)

¿Cómo podemos estar tan seguros de que todo en el universo está realmente conectado? Para responder a esta pregunta, regresemos al big bang y al experimento de la Universidad de Ginebra de la sección precedente. Por muy distintos que parezcan entre sí, hay una sutil similitud: en ambos, la conexión que ha sido explorada existe entre dos cosas que una vez estuvieron unidas. En el caso del experimento, la división de un único fotón en dos partículas idénticas creó los mellizos, y esto se hizo con el fin de asegurar que fueran similares en todos los aspectos. El hecho de que los fotones y las partículas del big bang fueron una vez físicamente parte los unos de los otros, es la clave de su conexión. Parece que una vez que algo se ha unido, queda conectado para siempre, ya sea que permanezca o no unido físicamente.

Clave 4: Una vez que algo se ha unido, queda conectado para siempre, ya sea que permanezca o no unido físicamente. 

Esto es clave en nuestra discusión por una razón muy importante y a menudo pasada por alto. Por muy grande que nos parezca nuestro universo en la actualidad, y a pesar de los miles de millones de años luz que le toma al resplandor de las estrellas más distantes llegar a nuestros ojos, en una época, toda la materia del universo estuvo confinada en un espacio muy pequeño. En ese estado inimaginable de compresión, todo estaba unido físicamente. Cuando la energía del big bang hizo que el universo se expandiera, las partículas de la materia se separaron por cantidades de espacio cada vez más grandes.

Los experimentos sugieren que independientemente de la cantidad de espacio que separe dos cosas, una vez que se han unido, siempre permanecen conectadas. Existen todas las razones para creer que el estado de entrelazamiento que une las partículas que están separadas, también aplica a la materia de nuestro universo que estaba conectada antes del big bang. Técnicamente, todo lo que estuvo comprimido en nuestro cosmos del tamaño de un guisante hace unos 13 a 20 mil millones de años, ¡sigue conectado! Y la energía que conecta todo, es lo que Planck describió como la «Matriz» de todas las cosas.

En la actualidad, la ciencia moderna ha refinado nuestra noción de la Matriz de Planck, describiéndola como una forma de energía que ha estado en todas partes, presente siempre desde que comenzó el tiempo con el big bang.

La existencia de este campo implica tres principios que tienen efecto directo en la forma en que vivimos, lo que hacemos, en lo que creemos, e incluso cómo nos sentimos cada día de nuestras vidas. Hay que admitir que estas ideas contradicen directamente muchas creencias firmemente establecidas tanto en la ciencia como la espiritualidad. No obstante, al mismo tiempo, son precisamente estos principios los que abren la puerta a un estilo de vida empoderado y positivo de ver nuestro mundo y de llevar nuestras vidas:

1.    El primer principio sugiere que puesto que todo existe dentro de la Matriz Divina, todas las cosas están conectadas. Si así es, entonces lo que hacemos en una parte de nuestras vidas debe tener efecto e influencia en otras partes.

2.    El segundo principio propone que la Matriz Divina es holográfica, lo que quiere decir que cualquier porción del campo contiene todo lo del campo. Se cree que la conciencia por sí misma es holográfica, esto significa que la oración que hacemos en la sala de nuestras casas, por ejemplo, ya existe con nuestros seres amados y en el lugar a donde fue dirigida. En otras palabras, no hace falta enviar nuestras oraciones a ningún lugar, porque ya existen en todas partes.

3.    El tercer principio implica que el pasado, el presente y el futuro están íntimamente unidos. La Matriz parece ser el recipiente que contiene el tiempo, ofreciendo continuidad entre las opciones de nuestro presente y las experiencias de nuestro futuro.

Independientemente de cómo lo llamemos o cómo lo definan la ciencia y la religión, es claro que hay algo más: una fuerza, un campo, una presencia, que es la gran «red» que nos conecta con nuestro mundo, mutuamente y con un poder mayor.

Si podemos llegar a comprender verdaderamente los tres principios que nos hablan de nuestra relación con los demás, con el universo, con nosotros mismos, entonces los eventos de nuestras vidas adquieren un significado totalmente nuevo. Nos volvemos partícipes en lugar de víctimas de fuerzas que no podemos ver o entender. Nuestro empoderamiento realmente comienza cuando estamos en dicho lugar.

 

Tomado del libro: La Matriz Divina.

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