El ser humano está hecho de dos naturalezas: una naturaleza inferior a la que hemos llamada la personalidad, y una naturaleza superior a la que llamamos la individualidad. Cuando es la naturaleza superior la que domina en él, el hombre es una divinidad y puede hacer un bien inmenso en el mundo entero. Mientras que si es la personalidad la que domina, no puede hacer nada bueno, porque ésta es egocéntrica, exigente, absorbe todo hacia sí, y los demás deben inclinarse, girar alrededor de ella, porque se cree el centro del universo. Desgraciadamente, en el mundo entero, la personalidad es la que, en cada cual, ocupa el primer lugar: en la sociedad, cada cual trata de realizar su camino a expensas de los demás. En todas partes sólo vemos la expresión de la personalidad que gobierna, que arrasa. Pero los humanos no tienen suficiente criterio para analizar el origen de sus exigencias y de sus reivindicaciones.
Sólo los Sabios, los grandes Maestros que han dominado su personalidad, han podido expresar su individualidad y dejar una obra inolvidable, eterna, indeleble. Siempre han existido tales seres -la historia nos ha conservado el recuerdo-, pero son muy poco numerosos en comparación con todas esas personalidades que pueblan la tierra, dando libre curso a sus instintos más inferiores : la avidez, la hostilidad, la venganza. Y cuando son semejantes seres quienes mantienen actividades políticas en un país, sólo pueden producir víctimas. Por eso las guerras no se acabarán nunca debido a esta filosofía de la personalidad. Mientras que el hombre político labore para satisfacer sus ambiciones, o las de su partido, o incluso las de su país, sólo puede cometer injusticias.
En tanto que todos participen en esta política de la personalidad, nunca podrán producirse verdaderas mejoras; habrá siempre en alguna parte de la tierra guerras y miserias. Es preciso que un día llegue alguien por fin a instaurar la política de la individualidad.
Para hacer política, se precisan muchos conocimientos, que tampoco poseen los políticos. Para ser elegidos, prometen todo lo que se quiera, pero cuando han obtenido el puesto, no pueden hacer gran cosa, se encuentran limitados, se dan cuenta de que no es tan fácil.
En cuanto a todos los que están ahí, que hablan, que gesticulan, nadie piensa en investigar un poco para ver cuáles son sus intenciones ocultas. Y, en realidad, nos abalanzamos para escucharles y nos dejamos llevar, les aplaudimos. Pero, ¡si supiéramos qué clase de lobos son! Sin embargo, no vemos nada, no tenemos ningún juicio, ninguna intuición, y es así como los ciegos son dirigidos por otros ciegos. Pero ya sabéis lo que se dice: si un ciego conduce a otro ciego, ambos caerán en el precipicio. Desgraciadamente, sólo a través de los años nos damos cuenta de esta ceguera general que ha producido catástrofes. Mirad a Hitler, a Stalin, y a tantos otros: ¡Qué verdugos, qué monstruos, y muchedumbres enteras les seguían y les aclamaban!
La humanidad ha llegado a un alto grado de desarrollo, es evidente, y este desarrollo, lo debe al intelecto. Por sí mismo, el intelecto es neutro, no está ni bien ni mal orientado, pero cuando está dirigido por la personalidad -lo que ocurre en la mayoría de los casos- es el medio más eficaz para realizar sus proyectos más perniciosos. Gracias al extraordinario desarrollo de las facultades intelectuales, la personalidad logra cada vez más manifestar sus tendencias negativas: querer acapararlo todo y suprimir lo que se le resiste.
Y cuando oigo los discursos de ciertos representantes de los partidos políticos o de los sindicatos. ¡Dios mío, dejadme reír! Sus actividades nunca darán resultado. ¿Por qué? Porque no son ningún ejemplo, ningún modelo, tienen ambiciones, prejuicios, es su personalidad quien gobierna. Diréis que son muy inteligentes, que saben hablar… Sí, lo sé, pero esto no es suficiente. Conocen la política, la historia, la economía, pero están dirigidos por su personalidad. Cuando su individualidad llegue a gobernar, entonces sí, podrán realizar alguna que otra cosa. Pero no tienen ni idea de que existe la individualidad que debe tomar las riendas.
Durante años aún se mantendrá este estado de cosas: habrán repúblicas, democracias, guerras, devastaciones, revoluciones… ¡E incluso existe el peligro de una tercera guerra mundial! Pero cuando los hombres, fatigados, extenuados, casi moribundos, empiecen a desear un nuevo orden, en este momento los Maestros, los Sabios, vendrán a dirigir, y ante tal justicia, tal esplendor, todos se someterán y obedecerán. Porque el pueblo ama la justicia, ama el orden; pero es incapaz de implantarlo, porque en lugar de escoger un ser superior, escoge siempre a uno de sus miembros. Si escogéis un jefe entre las hormigas, siempre será una hormiga la que mande. Hay que escoger por lo tanto un ser de otra categoría, he ahí lo que no han entendido los humanos. Escogen siempre a algunos de entre ellos y, naturalmente, saben discutir, disputar, morder, pero nada más, porque no conocen la Sabiduría. Y no solamente no conocen nada, sino que además hacen todo lo posible para conservar y reforzar su ignorancia.
Omraam
Dejanos tu comentario sobre el artículo Dos naturalezas