
Una bruja es una mujer que ha almacenado suficiente energía para ver.
No es que las mujeres sean diferentes de los hombres, sino que ellas tienen una facilidad natural para moverse en la oscuridad.
Carlos Castañeda, El don del águila
La figura de Venus*Inanna como estrella de la mañana –y su descenso en brillo y altura en nuestro cielo matutino– ofrece un marco simbólico preciso para comprender e integrar el descenso al Inframundo como una vía chamánica y, en particular, como un pilar central en el recorrido de la bruja.
En las tradiciones mesopotámicas, Inanna atraviesa los siete portales del Inframundo. En cada uno de estos portales, Inanna entrega un atributo de su poder real.
Aquí se entiende el Inframundo como el corazón vivo de la Tierra. Un espacio iniciático donde el poder regenerado, gracias a la muerte y el renacimiento, vuelve a circular hacia una trama mayor. Da luz a un orden más amplio.
En este marco narrativo, el Inframundo es el fundamento del eje cósmico del chamán que Mircea Eliade describe y documenta en su libro El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. Un pilar que atraviesa los planos de la realidad y sus multi-dimensiones. Un pilar que conecta la superficie con el interior, el cielo con las raíces.
En el recorrido de la bruja, este pilar más que un concepto abstracto es una vía de tránsito real. La experimentamos.
Las conjunciones mensuales de Venus y la Luna marcan cada portal y funcionan como un compás de soberanía y orientación. Señalan coordenadas precisas en el espacio*tiempo simbólico. Asisten a la bruja a situarse en su geografía interior. Son el puente entre la Tierra y el Sol y demás planetas. Venus y Luna se tejen íntima y cercanamente en la membrana atmosférica de la Tierra. Son los primeros hilos que nos conectan con las tramas del Gran Misterio, preciso, áureo, ordenado, en belleza.
La bruja moderna es la que gravita entre la urbe y el verde, la artesanía somático manual y las trampas de la IA. Necesita orientarse en el puente que custodia. Luna y Venus son sus puntos de referencias, guías íntimas entre el adentro y afuera, maestras del descenso y el ascenso, madre y amante en negociación constante entre el deseo evolutivo y el apego involutivo. Venus*Luna, como dupla aliada de la bruja, la sostienen en su agencia incluso en los territorios movedizos de su liminalidad (1). La ayudan a no perderse en la trama mayor.
La estrella del atardecer representa el momento en que Venus reaparece tras la conjunción exterior con el Sol, imagen del renacimiento de la Diosa, del alma iniciada y su ascenso hacia su trono. Antes de llegar a ese momento Inanna debe atravesar la muerte iniciática, entregando no sólo los poderes obsoletos de su etapa anterior, sino también las formas de percepción que ya no sostienen su coherencia.
A medida que desciende al Inframundo, Inanna entrega en cada umbral uno a uno sus atributos y símbolos de poder. Lo que la sostiene es la certeza de estar contenida en un entramado mayor, vivo y consciente, que no se rompe, aunque ella atraviese sus despojos y vulnerabilidades. Esta confianza es el pilar que impide que el descenso se convierta en un acto solitario de resistencia y lo transforma en un viaje relacional, donde la conexión con lo invisible, con los ancestros, con la Tierra y con las fuerzas que aman la vida, alimenta cada uno de sus pasos.
Venus y Luna nos tejen, y cuanto más aceptemos el orden de esta ciclicidad, más confirmamos el sostén que nos ofrece para la cura, para la restauración de nuestro lugar en la red relacional de la vida orgánica. No como una experiencia interna, sino como un estado del ser. Propio, único y singular.
En esta visión, el cuerpo es más que un soporte biológico o un instrumento para ejecutar voluntades externas. Es un santuario de poder.
Un territorio vivo donde confluyen memorias ancestrales, corrientes espirituales y la inteligencia misma de la creación. Cada célula está en resonancia con la totalidad. No digo esto como una metáfora abstracta, sino como una realidad tangible que se experimenta cuando habitamos plenamente nuestro cuerpo, nuestra biología, nuestra biografía.
Encuerparnos es abrir las puertas de este santuario. Es dejar que la energía vital circule sin bloqueos. Es permitir que nuestro instinto dialogue con la conciencia y que nuestra voz interior recupere su tono original.
LA VÍA DE LA BRUJA
En la vía de la bruja, este encuerpamiento es la vía libertaria. Desmonta desde adentro los sistemas de control que han fragmentado nuestra percepción y que han desconectado nuestro sentir de su raíz espiritual. Al habitar el cuerpo con presencia –y pleno permiso– tenemos acceso a la totalidad de la creación. El poder personal deja de ser algo que se acumula o se representa. Se convierte en algo que circula, nutre y vincula. Así, el cuerpo encarnado conscientemente se revela como un portal directo a la trama cósmica. Un punto de unión entre lo visible y lo invisible. Entre lo personal y lo universal.
En el descenso al Inframundo, Inanna cruza los siete portales, más el Inframundo. Entrega sus poderes reales que también representan capas de condicionamiento y protección.
Visto desde el encuerpamiento, cada entrega es una apertura. Una invitación a soltar una estructura externa limitante y represora, un velo de distorsión. Un proceso que permite que emerja una forma más profunda de presencia corporal y energética. Un territorio magnético de resonancia encarnada. Un pilar vivo.
El cuerpo encarnado se convierte en la brújula y el altar.
La confianza profunda no depende de nuestro control. Depende de nuestro sentimiento de pertenencia a la totalidad y de confianza en su orden y soporte. Es el eje que sostiene cada uno de nuestros pasos. Los portales de Venus*Inanna no sólo narran una mitología de desmembramiento, muerte y renacimiento, sino que nos ofrendan un mapa para que la bruja recupere su poder encarnado. Un poder enraizado en lo relacional (somático, cósmico, ancestral), y que puede ejercer como una vía libre hacia la creación.
Mi propuesta –y mi ofrenda– es que el mito de Inanna –como texto fundacional de la espiritualidad femenina occidental; gracias a la resonancia con el ciclo astronómico de Venus y la Tierra, con el Sol y la Luna; a su vez en resonancia con el sistema de chakras como anclas somáticas del recorrido mítico astronómico– nos ofrece una casa y una autonomía.
Una casa real para que nuestras ancestras puedan integrarse a la confianza reparativa que les ofrendamos cuando descendemos voluntariamente a honrar esta relación colonizada y demonizada. Una casa coherente con el hilo de nuestra sangre. Autónoma de las ceremonias externas, de los despliegues performáticos, de la necesidad de validación externa. Esta autonomía le devuelve a la bruja el poder oracular de su propio misterio. Le permite reconocerse como guardiana del templo que encarna.
Nombro a menudo el camino de Venus, como lo que todo me lo quita y todo me lo da. No hay lugar donde esconderse. Su luz es fulgurante y su misterio tan feroz como reconfortantemente familiar. El Inframundo es casa. Casa profunda. Podemos encontrarla vacía, devastada. Puede que necesitemos varios ciclos de descensos voluntarios para digerir e integrar este sustrato transgeneracional, las memorias del pozo profundo de nuestra esencia. Nuestro manantial de agua eterna.
*
Beber de mi propia agua.
Aprender a regenerarme en la rueda disolutiva de Venus*Inanna,
la Amada del Universo.
Pasar por el ojo de la aguja.
Dejarme penetrar por el Misterio,
colgada en el vacío.
Volver. Intacta, plena.
Respirar mi memoria viva.
Reconocerme vegetal, mineral, animal.
Ser inmaculada y a la vez
no creer en la pureza.
Guardiana del orden y a la vez
tan disruptiva del que se revela falso.
No lo elijo. Sucede. Lo observo.
Lo regulo. Mido mi impacto.
Aprendo. Lo comparto.
Para que encuentres tu vía.
La tuya. Tu trama. Tu hilo. Tu tejido.
*
LA PUERTA DE LA BRUJA
La bruja está presente en cada uno de los signos de la Rueda del Zodiaco, no hay duda. Son doce expresiones que nos dan acceso a este arquetipo. Doce atributos. Sin embargo, la bruja tiene su propio portal en la rueda.
En lo más profundo y embrionario del arquetipo la encontramos en el signo de Cáncer.
Aquí la bruja es lechosa, latente, porosa, sin forma. Rítmica, somática. La bruja aquí acuna el agua de la memoria celular con la lunar. Si te presentas –el tiempo suficiente– a las lunaciones menguantes y crecientes, en conciencia emocional y somática, te sincronizas con tu biorritmo: si practicas meditación profunda, silencio, quietud prolongada, entonces tienes acceso a esta bruja preverbal. Ella custodia el inconsciente profundo. No tenerla carteada, no saber cómo se revela y comporta en nuestras relaciones vinculares, nos vulnera a estar en situaciones en las que nuestro consentimiento es ambiguo y nos exponemos a dinámicas drenantes y depredadoras.
En los últimos cinco años, especialmente a partir de la pandemia, esta dimensión de la cura empezó a revelarse en mi biografía, en la de mi madre y, a la vez, en las narrativas de las personas que empezaron a consultarme. Gracias a la apertura a todas las terapias centradas en la conciencia del trauma, la epigenética, la neurobiología y la acogida a las neurodiversidades se ha flexibilizado nuestra percepción y lectura del campo social de la cura. Esto ha relajado una parte de la memoria de protección y ha permitido que sensaciones, memorias, improntas emerjan vinculadas a abusos preverbales, traumas intrauterinos y de nacimiento, cuidos o descuidos postnatales. Todo esto atenta al vínculo madre e hija, tome la forma que tome, por la razón que sea.
No estamos aquí para juzgar la historia. Estamos mirando el patrón. La trastienda de la historia. Lo que hay detrás. Pero esta herida de fundamento en el vínculo madre e hija es esencial abordarla desde los lenguajes de la somática sutil, no en espacios sociales ceremoniales catárticos o sin procesos de integración.
Virgo vendría a ser el arquetipo oficial de la bruja. Siendo tradicionalmente asociada al mito de Perséfone, como eco del descenso del Sol en la eclíptica.
Empezaremos el recorrido de la bruja en el signo de Virgo porque ésta es la temporada del año en el que la bruja inicia su proceso regenerativo con relación al Sol, la luz y la noche, las plantas y la Tierra. Es parte de una gran respiración reguladora entre Tierra y Cosmos con la cual colaboramos, en la cual participamos.
Este año, este descenso solar que inicia en Virgo –y culmina en Capricornio– se da en temporada de eclipses en el eje Piscis*Virgo y la fase final del descenso de Venus*Inanna al Inframundo.
ERESHKIGAL
El Inframundo no es un lugar abstracto, sino un dominio vivo que se extiende bajo la piel de la Tierra. Es el útero oscuro donde toda forma regresa para ser descompuesta y devuelta al origen. En la tradición sumeria, este territorio es custodiado por Ereshkigal, la reina del Gran Abajo, soberana de las leyes que rigen la muerte, el reposo eterno y la restitución. En su reinado, ninguna máscara, ningún adorno tiene validez. El cuerpo se entrega desnudo a su densidad mineral y a la certeza de que todo retorno a la superficie implica una transformación.
El Inframundo está íntimamente ligado al agua. Sus ríos, manantiales y pozos son canales entre mundos. Son corrientes que narran las memorias antiguas y que guardan la voz de quienes vivieron antes que nosotros. Beber o bañarse en estas aguas es acoger en el cuerpo la verdad que disuelve la ilusión de separación. El agua subterránea alimenta las raíces del Árbol de la Vida y sostiene la trama invisible que conecta pasado, presente y futuro.
En los mitos originales, más allá de Ereshkigal, late la memoria de Nammu, la Madre Primordial, océano sin forma del cual emergieron el Cielo, la Tierra y los dioses mismos. Nammu es matriz y frontera líquida, madre también de Ereshkigal y de Enki y, en su vientre, fluye la sustancia que precede a toda creación. De alguna manera, descender al Inframundo es volver a Nammu. Es volver al mar anterior, a las formas que preceden la conciencia. Donde no hay jerarquías. Allí, en el silencio líquido y mineral, la bruja que cruza los portales con Venus*Inanna se sumerge para morir simbólicamente. Para renacer con una nueva orientación.
El cuerpo, convertido en pozo y estrella, contiene la memoria de la Madre Agua y la certeza de que todo ciclo es un pulso entre lo que asciende y lo que vuelve a descender en la matriz. Así, el Inframundo se convierte en un pilar de soberanía. El lugar donde el poder es devuelto a la red que sostiene toda existencia.
Ereshkigal también encarna el aspecto de la bruja que ha conocido el aislamiento, el dolor y la marginación. En el corazón del camino curativo de la bruja está la capacidad de reconocer y nombrar la fractura psíquica que la dureza ha aprendido a proteger.
Esta dureza, cultivada como defensa, es a menudo un mecanismo de supervivencia que permite sostenernos en entornos hostiles, pero que con el tiempo se convierte en un muro que nos aísla. Nombrar la grieta no es un acto de exposición vacía ni un gesto de victimización, sino una decisión consciente de interrumpir el pacto de silencio que ha mantenido el dolor oculto y sin procesar. Al traerla a la luz del trabajo ritual, comunitario y corporal, la herida deja de ser un centro de gravedad inconsciente y se convierte en materia viva para la integración.
Así, la bruja recupera una sensibilidad que no la debilita, sino que amplía su rango de presencia y le devuelve el acceso a vínculos genuinos, libres de las distorsiones que la fractura no atendida imprime en las relaciones.
Ereshkigal puede leerse como una de las imágenes más antiguas y potentes de la bruja porque encarna el arquetipo de la soberanía radical sobre un territorio liminal.
En el mito del descenso de Inanna, Ereshkigal es la guardiana de un orden más profundo que exige verdad absoluta y despojo total. Ella es la que impone las condiciones de la iniciación. Quien entra en su dominio debe entregar todo adorno, toda máscara, toda pretensión de poder que no sea esencial. En este sentido, representa la función de la bruja iniciadora, aquella que confronta, desnuda y, a través de su rigor, habilita su renacimiento.
LAS AGUAS DE NAMMU
El lamento de Ereshkigal –su duelo, sus gemidos, su grito– es la voz de las heridas colectivas no reconocidas. Pero su llanto no la debilita. Su llanto es una vibración que sacude, que purifica, que abre el umbral para que la transformación sea real.
Ereshkigal, como bruja arquetípica, también está íntimamente ligada al agua profunda.
El Inframundo que custodia no es sólo un reino de piedra y sombra, sino un territorio saturado por las aguas primordiales.
Las aguas de Nammu. Estas aguas son memoria viva, archivo de todo lo que ha ocurrido y semilla de lo que vendrá. En este sentido, la bruja bebe de estas aguas para restaurar lo que se fragmentó.
*
La memoria ancestral que ella custodia no es un relato lineal, sino un tejido multidimensional en el que convergen linajes, historias y aprendizajes que han sobrevivido a través de cuerpos, cantos, sueños y rituales. La bruja que reconoce a Ereshkigal en su médula ósea sabe que esta memoria es peligrosa para cualquier orden que pretenda controlar el espíritu, porque les recuerda a los pueblos su origen libre y su derecho a autogobernarse. Por eso, esta bruja no acumula poder para sí misma. Lo devuelve a la trama comunitaria.
En su dimensión comunitaria, Ereshkigal nos enseña que la cura no es un acto individual, sino una reconfiguración vincular. No ejerce su autoridad para someter, sino para garantizar que nada regrese a la superficie sin haber sido despojado de lo falso y fortalecido en lo verdadero.
Al integrarla en el trabajo de la bruja, se abre la posibilidad de transformar esta dureza acumulada transgeneracionalmente.
Dureza que bloquea el flujo de la energía creativa. Dureza que prolonga el estancamiento de la energía y nos cierra las puertas a la abundancia. Dureza que nos atrapa en la inercia, secuestra nuestra voz, energía, capacidad de respuesta. Es una coraza forjada por el miedo, el abuso, la persecución y la soledad que cede ante la fuerza de nuestro cuidado lúcido. Así, la bruja que atraviesa sus portales no sólo se regenera a sí misma, sino que trae de vuelta a la comunidad el agua que cura, la memoria que orienta y la presencia que restaura la confianza perdida.
EL OJO DE LA MUERTE
El juicio, asociado al ojo de la muerte en el mito de Inanna, es el momento en el que los jueces del Inframundo pasan sentencia sobre Inanna. En el imaginario de la bruja, ésta no es una sentencia externa. Para la bruja es el reconocimiento radical de la verdad sin ornamento. Es el momento en el que las proyecciones, los disfraces y las ilusiones se deshacen bajo una mirada que no se deja engañar. Esta mirada, no es necesariamente destructiva en su propósito, pero sí implacable. Es la voz de lo profundo que corta y expone sin suavidad. Inicia un desgarro que permite el paso a otra dimensión de la conciencia.
En el plano narrativo y ritual, los elementos ser matada y el gancho en la pared pueden leerse como dispositivos simbólicos de muerte iniciática. El gancho es un arquetipo penetrante. Es una fuerza que atraviesa la carne, detiene el movimiento y obliga a la quietud absoluta. Representa a la Madre Terrible que pincha, muerde, penetra y nos sujeta para que el tránsito ocurra. Es la garra que secuestra a la bruja de la superficie y la deja colgada en el vacío, sin posibilidad de retorno por la vía de la voluntad personal.
Este gesto, en muchas tradiciones chamánicas y mistéricas, no es visto como un castigo, sino como parte de un proceso de transformación en el que la inmovilidad forzada permite que el alma se desplace, se fragmente y se reorganice en un nuevo orden. El uso de imágenes fuertes o gore en la narrativa del mito tiene un sentido curativo, forma parte de una intención que reconoce la importancia del impacto de la palabra en el cuerpo. No es sólo un estímulo, sino una sacudida que moviliza sensaciones, recuerdos y respuestas corporales profundas, como si el cuerpo reconociera algo antiguo. Este impacto es clave porque activa memorias somáticas a menudo ancestrales que abren la puerta al proceso de transformación y curación.
La visión de la carne atravesada por el gancho despierta memorias antiguas de sacrificio y renovación. Es una imagen de alto voltaje simbólico que abre un umbral entre lo que el cuerpo sabe y lo que la mente comprende. Esa fricción entre sensación y significado permite que el mito se encarne y deje de ser una idea lejana para convertirse en una experiencia vivida. Lo que antes era sólo un impacto, adquiere ahora la forma de un lenguaje interno. Una narrativa corporal que integra lo que duele, lo que muere y lo que renace.
Ésta es una crítica abierta a la cultura new age de la trascendencia, el positivismo y la solarización excesiva. Este paradigma evita la experiencia radical de la sombra, reemplaza el descenso por ceremonias de alta vibración que, aunque bellas en apariencia, pueden vaciar de contenido la verdadera experiencia iniciática.
*
LA BRUJA QUE NO DESCIENDE NO SE INICIA
Consume experiencias diseñadas por otros que funcionan como sustitutos simbólicos, pero que no exigen la entrega total a la que el Inframundo nos convoca. Este consumo de sombra ajena, capitaliza el dolor no redimido como recurso ceremonial, genera dependencia y reproduce jerarquías de poder espiritual. Cuando la herida o el dolor colectivo no se reconocen, ni se trabajan en profundidad, quedan disponibles como materia cruda que otros pueden tomar y convertir en recurso ritual. Esa materia está cargada de emociones no resueltas y significados latentes, y puede entonces ser usada para generar prestigio, autoridad o la sensación de poder espiritual, sin que exista una verdadera transformación en quienes la sostienen o participan.
El descenso es un acto de autonomía porque confronta directamente la materia oscura de la propia psique y del propio linaje. Al negar el Misterio y su violencia transformadora cancelamos esta dimensión. Amputamos la raíz misma de nuestra soberanía espiritual. En términos rituales y narrativos, el gancho no sólo hiere. Nos ancla y nos sostiene en la matriz de la muerte. Hasta que la bruja pueda volver a moverse por su propio pulso. Sin esta suspensión, no hay iniciación verdadera, sólo una representación estética del poder.
La dureza de la bruja no es su fuerza, sino una coraza. Esa dureza que muchas veces podemos reconocer en las abuelas resentidas no es sólo un rasgo de carácter. Es el resultado de una fractura psíquica acumulada a lo largo de generaciones, provocada por abusos, desposesión, traiciones y exilios.
Esa fractura no se sana únicamente en la intimidad individual ni con el cuidado de los pares. Necesita un sostén más amplio, un retejido del linaje que incluya el retorno del apoyo de los abuelos y abuelas.
No sólo nuestros ancestros personales, sino los grandes abuelos, humanos y no humanos, que representan a la raíz estable y a la memoria sabia. En la bruja vamos a su encuentro.
LA BRUJA
MITO*POÉTICA DEL DESCENSO
un recorrido de cinco meses en colaboración con Nuria Fernández
*del primero de septiembre 2025 al 18 de enero 2026*
El valor del recorrido de la bruja es de 188 euros.
La fecha límite para unirte a la bruja es el lunes 25 de agosto. La primera entrega de la bruja será el primero de septiembre.
Aquí tienes los enlaces de pago de Paypal y Stripe :
Para otras opciones de pago y ajustes de valor, escríbenos a info@soberaniacreativa.net
Las llamadas corren por cuenta de Mi Encuentro Conmigo:
(1) La liminalidad es un estado intermedio de transición entre dos etapas, condiciones o lugares distintos, caracterizado por la ambigüedad y la incertidumbre, y que ocurre tanto en espacios físicos (como un aeropuerto o un pasillo) como en momentos de la vida (como la adolescencia o la posgraduación) o dentro de rituales y conceptos artísticos. La palabra proviene del latín limes, que significa «límite» o «frontera». Tomado de google.
============================================================
Copyright © *2022* /*Paloma Todd Montes*; todos los derechos reservados.
Nuestra dirección es: Soberania Creativa – M.Bracetti 20 – San Juan, PR 00925 – USA
Fuente: Soberanía Creativa
Dejanos tu comentario sobre el artículo La Bruja, Ereshkigal y Nammu