Saltar al contenido
Esta página web usa cookies: Éstas se usan para personalizar el contenido, ofrecer funciones de redes sociales y analizar el tráfico.

Artículo Hablando con Dios 1

… En aquella época era muy infeliz, personal, profesional y emocionalmente, sentía que mi vida era un fracaso a todos los niveles. Dado que, desde hacía años, había adquirido el hábito de escribir mis pensamientos en forma de cartas (que normalmente nunca enviaba), cogí mi fiel cuaderno de papel amarillo tamaño folio, y empecé a volcar mis sentimientos.

Esa vez, en lugar de escribir otra carta a otra persona de la que yo imaginaba ser una víctima, pensé que iría directamente a la fuente; directamente al mayor «victimizador» de todos. Decidí escribir una carta a Dios.

Fue una carta rencorosa, apasionada, llena de confusiones, deformaciones y condenas. Y un montón de enojosas preguntas.

¿Por qué mi vida no funcionaba? ¿Qué haría que llegara a funcionar? ¿Por qué no lograba ser feliz en mis relaciones? ¿Siempre iba a escapárseme la experiencia de disponer de suficiente dinero? Finalmente – y sobre todo – ¿qué había hecho yo para merecer una vida de continua lucha como la que tenía?

Para mi sorpresa, cuando hube acabado de garabatear toda mi amargura, mis preguntas sin respuesta, y me disponía a dejar la pluma, mi mano se quedó suspendida sobre el papel, como si la sostuviera una fuerza invisible. De repente, la pluma empezó a moverse por sí misma. No sabía en absoluto lo que estaba a punto de escribir, pero parecía que iba a acudir a una idea, de modo que decidí dejarme llevar. Y lo que salió fue:

¿Realmente deseas una respuesta a todas esas preguntas, o simplemente te estás desahogando?

Parpadeé… y entonces surgió una respuesta en mi mente. La escribí también:

«Las dos cosas. Es verdad que me estoy desahogando; pero, si esas preguntas tienen respuesta, ¡tan cierto es que quiero oírlas como que hay infierno!»

Muchas cosas son ciertas… «como que hay infierno». Pero ¿no sería más agradable que lo fueran «como que hay Cielo»?

Y escribí:

«¿Qué se supone que significa eso?»

Sin que yo lo supiera, había empezado una conversación… y, más que escribir por mi cuenta, estaba escribiendo al dictado.

Este dictado duró tres años, y durante ese tiempo no tenía la menor idea de cómo acabaría. Las respuestas a las preguntas que yo expresaba en el papel no me llegaban hasta que no terminaba de escribir completamente cada pregunta y apartaba mis propios pensamientos. A menudo las respuestas me llegaban más de prisa de lo que podía escribir; entonces tenía que garabatear rápidamente para no quedarme atrás.

Cuando me sentía confuso, o desaparecía la sensación de que las palabras me llegaban de otra parte, dejaba la pluma e interrumpía el diálogo hasta que de nuevo me sentía «inspirado» – lo siento: es la única palabra que realmente resulta apropiada – para volver a coger mi cuaderno de papel amarillo tamaño folio, y reanudar la transcripción.

Esas conversaciones todavía duran en el momento en que estoy escribiendo esto. Y la mayor parte se encuentra en las siguientes páginas… las cuales contienen un asombroso diálogo que al principio no podía creer, que luego supuse que me resultaría personalmente valioso, pero que ahora comprendo que estaba destinado a otras personas y no sólo a mí. Estaba destinado a usted y a cualquiera que acceda a este material, puesto que mis preguntas son también las suyas.

Deseo que intervenga en este diálogo lo antes posible, ya que lo realmente importante no es mi historia, sino la suya. Es la historia de su vida la que aquí se presenta. Y si este material es importante, lo es para su experiencia personal. De lo contrario no estaría usted aquí, con él en las manos, en este momento.

Así pues, vamos a iniciar el diálogo con una pregunta que me había estado formulando durante mucho tiempo: ¿cómo habla Dios, y a quién? Cuando lo planteé, he aquí la respuesta que obtuve:

Hablo a todo el mundo. Constantemente. La cuestión no es a quién hablo, sino quién me escucha.

Intrigado, le pedí a Dios que me lo explicara mejor. Y esto es lo que dijo:

En primer lugar, vamos a cambiar la palabra hablar por la palabra comunicarse. Es un término mucho mejor; resulta más completo y más apropiado. Cuando tratamos de hablar a otros – tú a Mí, Yo a ti -, inmediatamente nos vemos restringidos por la increíble limitación de las palabras. Por esta razón, no me comunico únicamente con palabras. En realidad, rara vez lo hago. Mi modo usual de comunicarme es por medio del sentimiento.

El sentimiento es el lenguaje del alma.

Si quieres saber hasta qué punto algo es cierto para ti, presta atención a lo que sientes al respecto.

A veces los sentimientos son difíciles de descubrir, y con frecuencia aún más difíciles de reconocer. Sin embargo, en tus más profundos sentimientos se oculta tu más alta verdad.

El truco está en llegar a dichos sentimientos. Te mostraré cómo. De nuevo. Si tú quieres.

Le dije a Dios que, si quería, pero que en ese momento deseaba aún más una respuesta completa y detallada a mi primera pregunta. He aquí lo que Dios me dijo:

También me comunico con el pensamiento. El pensamiento y los sentimientos no son lo mismo, aunque pueden darse al mismo tiempo. Al comunicarme con el pensamiento, a menudo utilizo imágenes. Por ello, los pensamientos resultan más efectivos como herramientas de comunicación que las mismas palabras.

Además de los sentimientos y pensamientos, utilizo también el vehículo de la experiencia, que es un magnífico medio de comunicación.

Y finalmente, cuando fallan los sentimientos, los pensamientos y la experiencia, utilizo las palabras. En realidad, las palabras resultan el medio de comunicación menos eficaz. Están más sujetas a interpretaciones equivocadas, y muy a menudo a malentendidos.

¿Y eso por qué?

Pues debido a lo que son las palabras. Éstas son simplemente expresiones: ruidos que expresan sentimientos, pensamientos y experiencia. Son símbolos. Signos. Insignias. No son la verdad. No son el objeto real.

Las palabras le pueden ayudar a uno a entender algo. La experiencia le permite conocerlo. Sin embargo, hay algunas cosas que uno no puede experimentar. Por eso os he dado otras herramientas de conocimiento: son los llamados sentimientos; y también los pensamientos.

La suprema ironía del asunto es que vosotros hayáis dado tanta importancia a la palabra de Dios, y tan poca a la experiencia.

En efecto, dais tan poco valor a la experiencia que, cuando vuestra experiencia de Dios difiere de lo que habéis oído sobre Dios, automáticamente desecháis la experiencia y os quedáis con las palabras, cuando debería ser precisamente lo contrario.

Vuestra experiencia y vuestros sentimientos sobre algo representan lo que efectiva e intuitivamente sabéis acerca de ello. Las palabras únicamente pueden aspirar a simbolizar lo que sabéis, y a menudo pueden confundir lo que sabéis.

Así pues, esas son las herramientas con las que Yo me comunico; aunque no sistemáticamente, pues ni todos los sentimientos, ni todos los pensamientos, ni toda la experiencia ni todas las palabras proceden de Mí.

Muchas palabras han sido pronunciadas por otros en Mi nombre. Muchos pensamientos y muchos sentimientos han sido promovidos por causas que no son resultado directo de Mi creación. Y muchas experiencias se derivan también de dichas causas.

La cuestión consiste en discernir. La dificultad estriba en saber la diferencia entre los mensajes de Dios y los que proceden de otras fuentes.

Esta distinción resulta sencilla con la aplicación de una regla básica:

Vuestro Pensamiento más Elevado, vuestra Palabra más Clara, vuestro Sentimiento más Grandioso, son siempre Míos. Todo lo demás procede de otra fuente.

Con ello se facilita la labor de diferenciación, ya que no debería resultar difícil, ni siquiera para el principiante, identificar lo más Elevado lo más Claro y lo más Grandioso.

No obstante, te daré algunas directrices:

El Pensamiento más Elevado es siempre aquel que encierra alegría.

Las Palabras más Claras son aquellas que encierran verdad.

El Sentimiento más Grandioso es el llamado amor.

Alegría, Verdad, Amor.

Los tres son intercambiables, y cada uno lleva siempre a los otros. No importa en qué orden se encuentren.

Una vez determinado, utilizando estas directrices, que mensajes son Míos y cuáles proceden de otra fuente, lo único que falta es saber si Mis mensajes serán tenidos en cuenta.

La mayoría de Mis mensajes no lo son. Algunos, porque parecen demasiado buenos para ser verdad. Otros, porque parece demasiado difícil seguirlos. Muchos, debido simplemente a que se entienden mal. La mayoría, porque no se reciben.

Mi mensajero más potente es la experiencia, e incluso a ésta la ignoráis; especialmente a ésta la ignoráis.

Vuestro mundo no se hallaría en el estado en que se encuentra si simplemente hubierais escuchado a vuestra experiencia. El resultado de que no escuchéis a vuestra experiencia es que seguís reviviéndola, una y otra vez; puesto que mi propósito no puede verse frustrado, ni mi voluntad ignorada. Tenéis que recibir el mensaje. Antes o después.

Sin embargo, no os forzaré. Nunca os coaccionaré; ya que os he dado el libre albedrío – la facultad de hacer lo que queráis -, y nunca jamás os lo quitaré.

Así pues, seguiré enviándoos los mismos mensajes una y otra vez, a lo largo de milenios y a cualquier rincón del universo en el que habitéis. Seguiré enviando infinitamente Mis mensajes, hasta que los hayáis recibido y los hayáis escuchado con atención, haciéndolos vuestros.

Mis mensajes pueden venir bajo un centenar de formas, en miles de momentos, durante un millón de años. No podéis pasarlos por alto si realmente escucháis. No podéis ignorarlos una vez los hayáis oído verdaderamente. De este modo nuestra comunicación empezará en serio, ya que en el pasado únicamente Me habéis hablado, Me habéis rezado, habéis intercedido ante Mí, Me habéis suplicado. Pero ahora puedo responderos, siquiera sea como lo estoy haciendo en este momento.

¿Cómo puedo saber que esta comunicación procede de Dios? ¿Cómo sé que no se trata de mi propia imaginación?

¿Qué diferencia habría? ¿No ves que puedo utilizar tu imaginación con la misma facilidad que cualquier otro medio? Te traeré los pensamientos, palabras o sentimientos exactamente apropiados; y en un determinado momento, precisamente cuando me venga bien para mi propósito, utilizaré alguna sentencia, o varias.

Sabrás que esas palabras proceden de Mí porque tú, espontáneamente, no has hablado nunca con tanta claridad. Si hubieras hablado ya con claridad de tales asuntos, no te preguntarías acerca de ellos.

¿Con quién se comunica Dios? ¿Se trata de personas especiales? ¿En momentos especiales?

Todo el mundo es especial, y todos los momentos son buenos. No hay ninguna persona que sea más especial que otra, ni ningún momento que sea más especial que otro. Mucha gente decide creer que Dios se comunica de maneras especiales y únicamente con personas especiales. Esto libera a las masas de la responsabilidad de escuchar Mi mensaje, y aún más de aceptarlo (esa es otra cuestión), y les permite quedarse con lo que dicen otros. No tenéis que escucharme, puesto que ya habéis decidido que otros Me han oído acerca de todos los asuntos, y tenéis que oírles a ellos.

Al escuchar lo que otras personas piensan que Me han oído decir, vosotros no tenéis que pensar en absoluto.

Esta es la razón principal de que la mayoría de la gente eluda Mis mensajes a nivel personal. Si uno reconoce que recibe Mis mensajes directamente, entonces es responsable de interpretarlos. Es mucho más seguro y mucho más fácil aceptar la interpretación de otros (aunque se trate de otros que han vivido hace 2.000 años) que tratar de interpretar el mensaje que uno puede muy bien estar recibiendo en este mismo momento.

No obstante, te propongo una nueva forma de comunicación con Dios. Una comunicación de doble dirección. En realidad, eres tú quien me lo ha propuesto a Mí, ya que he venido a ti, en esta forma, aquí y ahora, en respuesta a tu llamada.

¿Por qué algunas personas – como, por ejemplo, Jesucristo – parecen escuchar más lo que Tú comunicas que otras?

Porque algunas personas están verdaderamente dispuestas a escuchar. Están dispuestas a oír, y están dispuestas a permanecer abiertas a la comunicación aun cuando lo que oyen parezca espantoso, disparatado o manifiestamente equivocado.

¿Debemos escuchar a Dios aun en el caso de que lo que diga nos parezca equivocado?

Especialmente cuando parece equivocado. Si creéis que estáis en lo cierto respecto de algo, ¿para qué necesitáis hablar con Dios?

Seguid adelante, actuando según vuestro entender. Pero observad lo que habéis estado haciendo desde el principio de los tiempos. Y mirad cómo es el mundo. Evidentemente, en algo habéis fallado; y es obvio que hay algo que no entendéis. Lo que sí entendéis ha de pareceros correcto, puesto que  «correcto» es un termino que utilizáis para designar aquello con lo que estáis de acuerdo. Por lo tanto, aquello que se os escapa aparecerá, en un primer momento, como «equivocado».

La única manera de adelantar en esto es preguntándose a sí mismo: «¿Qué pasaría si todo lo que considero «equivocado» fuese realmente «correcto»?». Todos los grandes científicos conocen esta pregunta. Lo que hace el científico no es simplemente trabajar; el científico cuestiona todos los presupuestos y principios. Todos los grandes descubrimientos han surgido de la voluntad, de la capacidad, de no estar en lo cierto. Y eso es lo que se necesita en este caso.

No podéis conocer a Dios hasta que hayáis dejado de deciros a vosotros mismos que ya conocéis a Dios. No podéis escuchar a Dios hasta que dejéis de pensar que ya habéis escuchado a Dios.

No puedo deciros Mi Verdad hasta que vosotros dejéis de decirme las vuestras.

Pero mi verdad acerca de Dios procede de Ti.

¿Quién lo ha dicho?

Otros.

¿Qué otros?

Predicadores. Vicarios. Rabinos. Sacerdotes. Libros. ¡La Biblia, por amor de Dios!

Esas no son fuentes autorizadas.

¿No lo son?

No

Entonces, ¿qué hay que sí lo sea?

Escucha tus sentimientos. Escucha tus Pensamientos más Elevados. Escucha a tu experiencia. Cada vez que una de estas tres cosas difiera de lo que te han dicho tus maestros, o has leído en tus libros, olvida las palabras. Las palabras constituyen el vehículo de Verdad menos fiable.

Hay tantas cosas que quiero decirte, tantas cosas que deseo preguntarte, que no sé por donde empezar.

Por ejemplo, ¿por qué no te revelas? Si de verdad hay un Dios, y eres Tú, ¿por qué no te revelas de un modo que todos podamos entenderlo?

Ya lo he hecho, una y otra vez. Estoy haciéndolo de nuevo aquí y ahora.

No. Me refiero a una forma de revelación que resulte incuestionable; que no se pueda negar.

¿Cómo cuál?

Como apareciendo ahora mismo ante mi vista.

Lo estoy haciendo.

¿Dónde?

Dondequiera que mires.

No. Yo quiero decir de un modo indiscutible. De un modo que ningún hombre pueda negar.

¿De qué modo sería? ¿Bajo qué forma o aspecto Me harías aparecer?

Bajo la forma o aspecto que realmente tengas.

Eso sería imposible, ya que no poseo una forma o aspecto que podáis comprender. Puedo adoptar una forma o aspecto que podáis comprender, pero entonces todos supondrían que lo que han visto es la sola y única forma y aspecto de Dios, en lugar de una forma y aspecto de Dios; una entre muchas.

La gente cree que Yo soy como me ven, en lugar de cómo no me ven. Pero Yo Soy el Gran Invisible, no lo que me hago ser a Mí mismo en un momento determinado. En cierto sentido, Yo soy lo que no soy. Y es de este no-ser de dónde vengo, y a donde siempre retorno.

Pero cuando vengo de una u otra forma determinada – una forma bajo la que creo que la gente puede comprenderme -, entonces la gente Me atribuye esa forma para siempre jamás.

Y si viniera bajo cualquier otra forma, ante cualesquiera otras personas, los primeros dirían que no habría aparecido ante los segundos, ya que no Me habría mostrado a los segundos igual que a los primeros, ni les habría dicho las mismas cosas; de modo que ¿cómo iba a ser Yo?

Como puedes ver, no importa bajo qué forma o de qué manera Me revele: cualquiera que sea la manera que elija o la forma que adopte, ninguna de ellas resultará incuestionable.

Pero si tu hicieras algo que evidenciara la verdad de quién eres más allá de cualquier duda o interrogante…

… habría todavía quienes dijeran que es cosa del diablo, o simplemente de la imaginación de alguien. O de cualquier causa distinta de Mí.

Si me revelara como Dios todopoderoso, Rey de los Cielos y la Tierra, y moviera montañas para demostrarlo, habría quienes dirían: «Debe de ser cosa de Satanás».

Y eso sucedería, puesto que Dios no se revela a Sí mismo por, o a través de, la observación externa, sino de la experiencia interna. Y cuando la experiencia interna ha revelado al propio Dios, la observación externa resulta innecesaria. Y cuando la observación externa es necesaria, entonces no resulta posible la experiencia interna.

Así pues, si se pide la revelación, entonces no puede darse puesto que el acto de pedir constituye una afirmación de que aquélla falta, de que no se está revelando nada de Dios. Esta afirmación produce la experiencia, ya que vuestro pensamiento sobre algo es creador y vuestra palabra es productora, y vuestro pensamiento y vuestra palabra juntos resultan magníficamente eficaces en tanto dan origen a vuestra realidad. Por lo tanto, experimentaréis que Dios no se ha revelado ya que, si lo hubiera hecho, no se lo pediríais.

¿Significa eso que no puedo pedir nada que desee? ¿Me estas diciendo que rezar por algo en realidad aleja ese algo de nosotros?

Esta es una pregunta que ha sido respondida a través de los siglos, y que ha sido respondida cada ves que se ha formulado. Pero no habéis escuchado la respuesta, o no queréis creerla.

Responderé de nuevo, con palabras de hoy, en un lenguaje actual, de la siguiente manera:

No tendréis lo que pedís, ni podéis tener nada de lo que queráis. Y ello porque vuestra propia petición es una afirmación de vuestra carencia, y al decir que queréis una cosa únicamente sirve para producir esa experiencia concreta – la carencia – en vuestra realidad».

Por lo tanto, la oración correcta no es nunca de súplica, sino de gratitud.

Cuando dais gracias a Dios por adelantado por aquello que habéis decidido experimentar en vuestra realidad, estáis efectivamente reconociendo que eso esta ahí… en efecto. La gratitud es pues, la más poderosa afirmación dirigida a Dios; una afirmación a la que Yo habré contestado incluso antes de que me la formuléis.

Así pues, no supliquéis nunca. Antes bien, agradeced.

Pero ¿qué ocurre si yo agradezco algo a Dios por adelantado, y luego eso no aparece nunca? Eso podría llevar al desencanto y a la amargura.

La gratitud no puede utilizarse como una herramienta con la que manipular a Dios; un mecanismo con el que engañar al universo. No podéis mentiros a vosotros mismos. Vuestra mente sabe la verdad de vuestros pensamientos. Si decís «Gracias, Dios mío, por esto y lo otro», y al mismo tiempo está claro que eso no está en vuestra realidad presente, estáis suponiendo que Dios es menos claro que vosotros y, por lo tanto, produciendo esa realidad en vosotros.

Dios sabe lo que vosotros sabéis, y lo que vosotros sabéis es lo que aparece en vuestra realidad.

Pero entonces ¿cómo puedo estar realmente agradecido por algo, si sé que eso no está presente?

Fe. Si tienes, aunque sólo sea la fe equivalente a un grano de mostaza, moverás montañas. Sabrás que eso está presente porque Yo digo que está presente; porque Yo digo que, incluso antes de que me preguntes, habré respondido; porque Yo digo, y os lo he dicho de todas las maneras concebibles a través de cualquier maestro que me puedas mencionar, que sea lo que sea lo que queráis, si lo queréis en Mi nombre así será.

Sin embargo, hay tanta gente que dice que sus oraciones han quedado sin respuesta…

Ninguna oración – y una oración no es más que una ferviente afirmación de lo que ya esqueda sin respuesta. Cualquier oración – cualquier pensamiento, cualquier afirmación, cualquier sentimiento – es creador. En la medida en que sea fervientemente sostenido como una verdad, en esa misma medida, se hará manifiesto en vuestra experiencia.

Cuando se dice que una oración no ha sido respondida, lo que realmente ocurre es que el pensamiento, palabra o sentimiento sostenido de modo más ferviente no ha llegado a ser operativo. Pero lo que has de saber – y ese es el secreto – es que detrás del pensamiento se halla siempre otro pensamiento – el que podríamos llamar Pensamiento Promotor -, que es el que controla el pensamiento.

Por lo tanto, si rogáis y suplicáis, parece que existe una posibilidad mucho menor de que experimentéis lo que pensáis que habéis decidido, puesto que el Pensamiento Promotor que se halla detrás de cada súplica es el de que en ese momento no tenéis lo que deseáis. Ese Pensamiento Promotor se convierte en vuestra realidad.

El único Pensamiento Promotor que puede ignorar este pensamiento es uno fundado en la fe en que Dios concederá cualquier cosa que se le pida, sin falta. Algunas personas poseen este tipo de fe, pero muy pocas.

El proceso de la oración resulta mucho más fácil cuando, en lugar de creer que Dios siempre dirá «sí» a cada petición, se comprende intuitivamente que la propia petición no es necesaria. Entonces la oración se convierte en una plegaria de acción de gracias. No es en absoluto una petición, sino una afirmación de gratitud por lo que ya es.

Cuando dices que una oración es una afirmación de lo que ya es, ¿estás diciendo que Dios no hace nada, que todo lo que ocurre después de una oración es un resultado de la acción de rezar?

Si crees que Dios es un ser omnipotente que escucha todas las oraciones, y responde «sí» a unas, «no» a otras, y «ya veremos» al resto, estás equivocado. ¿Por qué regla de tres decidiría Dios?

Si crees que Dios es quién crea y decide todo lo que afecta a vuestra vida, estás equivocado.

Dios es el observador no el creador. Y Dios está dispuesto a ayudaros a vivir vuestra vida, pero no de la manera que supondríais.

La función de Dios no es crear, o dejar de crear, las circunstancias o condiciones de vuestra vida. Dios os ha creado a vosotros, a imagen y semejanza suya. Vosotros habéis creado el resto, por medio del poder que Dios os ha dado. Dios creó el proceso de la vida, y la propia vida tal como la conocéis. Pero Dios os dio el libre albedrío para hacer con la vida lo que queráis.

En ese sentido, vuestra voluntad respecto a vosotros es la voluntad de Dios respecto a vosotros.

Estáis viviendo vuestra vida del modo como la estáis viviendo, y Yo no tengo ninguna preferencia al respecto.

Esa es la grandiosa ilusión de la que participáis, que Dios se preocupa de un modo u otro por lo que hacéis.

Yo no me preocupo por lo que hacéis, y eso os resulta difícil de aceptar. Pero ¿os preocupáis vosotros por lo que hacen vuestros hijos cuando les dejáis salir a jugar? ¿Es importante para vosotros si juegan al corre que te pillo, al escondite o a disimular? No, no lo es, porque sabéis que están perfectamente seguros, ya que les habéis dejado en un entorno que consideráis favorable y adecuado.

Por supuesto, siempre confiaréis en que no se lastimen. Y si lo hacen, haréis bien en ayudarles, curarles, y permitirles que se sientan de nuevo seguros, que sean felices de nuevo, que vuelvan a jugar otro día. Pero tampoco ese otro día os preocupará si deciden jugar al escondite o a disimular.

Por supuesto, les diréis que juegos son peligrosos. Pero no podréis evitar que vuestros hijos hagan cosas peligrosas. Al menos, no siempre; no para siempre; no en todo momento desde ahora hasta su muerte. Los padres juiciosos lo saben. Pero los padres nunca dejan de preocuparse por el resultado. Esta dicotomía – no preocuparse excesivamente por el proceso, pero sí por el resultado – describe con bastante aproximación la dicotomía de Dios.

Pero Dios, en un sentido, no siempre se preocupa por el resultado. No por el resultado final. Y ello porque el resultado final está asegurado.

Y esta es la segunda gran ilusión del hombre: que el resultado de la vida es dudoso.

Es esta duda acerca del resultado final la que ha creado a vuestro mayor enemigo: el temor. Si dudáis del resultado, dudaréis del Creador: dudaréis de Dios. Y si dudáis de Dios, entonces viviréis toda vuestra vida en el temor y la culpa.

Si dudáis de las intenciones de Dios – y de su capacidad de producir este resultado final -, entonces ¿cómo podréis descansar nunca? ¿Cómo podréis nunca hallar realmente la paz?

Sin embargo, Dios posee pleno poder para encajar las intenciones con los resultados. No podéis ni queréis creer en ello (aunque afirméis que Dios es todopoderoso) y, en consecuencia, habéis de crear en vuestra imaginación un poder igual a Dios, con el fin de encontrar una manera de que la voluntad de Dios se vea frustrada. Así habéis creado en vuestra mitología al ser que llamáis «el diablo». Incluso habéis imaginado a Dios en guerra con ese ser (pensando que Dios resuelve sus problemas del mismo modo que vosotros). Por fin, habéis imaginado realmente que Dios podría perder esa guerra.

Todo eso viola lo que decís que sabéis acerca de Dios, pero eso no importa. Vivís vuestra ilusión y, de este modo, sentís vuestro temor debido a vuestra decisión de dudar de Dios.

Pero ¿qué ocurriría si tomaras una nueva decisión? ¿Cuál sería entonces el resultado?

Deja que te diga algo: deberías vivir como Buda. Como Jesús. Como lo hicieron todos los santos que siempre habéis idolatrado.

Sin embargo, como ocurrió con la mayoría de los santos, la gente no te entendería. Y cuando trataras de explicar tu sensación de paz, tu alegría de vivir, tu éxtasis interior, ellos oirían tus palabras, pero no te escucharían. Tratarían de convencerte de que eras tú quién no entendía a Dios.

Y si fracasaran  a la hora de arrancarte tu alegría, tratarían de hacerte daño; tan enorme sería su rabia. Y cuando tú les dijeras que eso no te importaba, que ni siquiera la muerte podría privarte de tu alegría, ni cambiaría tu verdad, seguramente te matarían. Entonces, cuando vieran con qué paz aceptabas la muerte, te llamarían santo y te amarían de nuevo.

Y ello porque está en la naturaleza de las personas amar, luego destruir, y luego amar de nuevo aquello que más aprecian.

Pero ¿por qué? ¿Por qué lo hacemos?

Todos los actos humanos están motivados, a su nivel más profundo, por una de estas dos emociones: el temor o el amor. En realidad existen sólo dos emociones: sólo dos palabras en el lenguaje del alma. Son los extremos opuestos de la gran polaridad que Yo creé cuando produje el universo y vuestro mundo, tal como hoy lo conocéis.

Estos son los dos aspectos – Alfa y Omega – que permiten la existencia del sistema que llamáis «relatividad». Sin estos dos aspectos, sin estas dos ideas sobre las cosas, no podría existir ninguna otra idea.

Todo pensamiento humano, toda acción humana, se basa o bien en el amor, o bien en el temor. No existe ninguna otra motivación humana, y todas las demás ideas no son, sino derivadas de estas dos. Son simplemente versiones distintas: diferentes variaciones del mismo tema.

Piensa en ello detenidamente y veras que es verdad. Eso es lo que he llamado Pensamiento Promotor. Es tanto un pensamiento de amor como de temor. Este es el pensamiento que se oculta detrás del pensamiento que, a su vez, se oculta detrás del pensamiento. Es el primer pensamiento. Es la fuerza principal. Es la energía primaria que mueve el motor de la experiencia humana.

Y he ahí como el comportamiento humano produce una experiencia repetida tras otra; he ahí por qué los humanos aman, luego destruyen, y luego aman de nuevo: siempre con ese movimiento pendular de una emoción a la otra. El amor promueve el temor, que promueve el amor, que promueve el temor…

Y la razón se halla en la primera mentira – una mentira que sostenéis como si fuera la verdad sobre Dios – de que no se puede confiar en Dios; de que no se puede contar con el amor de Dios; de que el hecho de que Dios os acepte está condicionado; por tanto, de que el resultado final es dudoso. Entonces, si no podéis contar con que el amor de Dios está siempre ahí, ¿con el amor de quién podéis contar? Si Dios se retira y se aparta cuando vosotros no actuáis correctamente, ¿no lo harán los simples mortales?

…Y así es como en el momento en que prometéis vuestro más elevado amor, abrís la puerta a vuestro mayor temor.

Y ello, porque lo primero que os preocupa después de decir «Te amo» es si vais a escuchar lo mismo. Y si lo escucháis, entonces empezáis inmediatamente a preocuparos por la posibilidad de perder ese amor que acabáis de encontrar. Así, toda acción se convierte en reacción – de defensa ante la pérdida -, incluso cuando tratáis de defenderos ante la pérdida de Dios.

Pero si supieras Quiénes sois – que sois el ser más magnífico, notable y espléndido que Dios ha creado nunca, – no habríais de sentir temor nunca; ya que ¿quién puede negar esa maravillosa magnificencia? Ni siquiera Dios podría criticar a un ser así.

Pero no sabéis Quiénes sois, y pensáis que sois mucho menos. ¿De dónde habéis sacado la idea de que sois cualquier cosa menos magníficos? De las únicas personas cuya palabra aceptaríais plenamente. De vuestra madre y vuestro padre.

Estas son las personas que más os aman. ¿Por qué habrían de mentiros? Sin embargo ¿no os han dicho que sois demasiado tal cosa, y no suficientemente tal otra? ¿No os han recordado que tenéis que pasar desapercibidos? ¿No os han regañado en algunos de vuestros momentos de mayor euforia? ¿Y no os han animado a desechar algunas de vuestras ideas más descabelladas?

Estos son los mensajes que habéis recibido y, aunque no satisfacen los criterios y, por tanto, no son mensajes de Dios, también podían haberlo sido, puesto que proceden sin duda alguna de los dioses de vuestro universo.

Fueron vuestros padres quienes os enseñaron que el amor está condicionado – habéis sentido esas condiciones muchas veces -, y esa es la experiencia que habéis interiorizado en vuestras relaciones amorosas.

Es también la experiencia que me aplicáis a Mí.

Y a partir de esta experiencia extraéis vuestras conclusiones sobre Mí. En este marco proclamáis vuestra verdad. «Dios es un Dios amoroso – decís -, pero si quebrantas Sus mandamientos Él te castigará con el destierro perpetuo y la condenación eterna».

¿Acaso no habéis experimentado el destierro de vuestros propios padres? ¿No conocéis el dolor de su condenación? ¿Cómo entonces podríais imaginar que iba a ser distinto conmigo?

Habéis olvidado qué era ser amado sin condiciones. No recordáis la experiencia del amor de Dios. Y así, tratáis de imaginar cómo debe de ser el amor de Dios basándoos en cómo veis que es el amor del mundo.

Habéis proyectado en Dios el papel de «padre» y, en consecuencia, habéis salido con un Dios que juzga y premia, o castiga en base a lo buenos que crea que habéis sido hasta ese momento. Pero esta es una visión simplista de Dios, basada en vuestra mitología. No tiene nada que ver con Quién soy Yo.

Así pues, habiendo creado todo un sistema de pensamiento acerca de Dios basado en la experiencia humana más que en las verdades espirituales, después creasteis toda una realidad en torno al amor. Se trata de una realidad basada en el temor, arraigada en la idea de un Dios terrible y vengativo. Ese Pensamiento Promotor es erróneo, pero rechazarlo supondría desbaratar toda vuestra teología. Y aunque la nueva teología que podría reemplazarla sería realmente vuestra salvación, no podéis aceptarla puesto que la idea de un Dios al que no haya que temer, que no va a juzgar y que no tiene ningún motivo para castigar, resulta sencillamente demasiado magnífica para incluirla ni siquiera en vuestra más grandiosa noción de Quién y Qué es Dios.

Esta realidad del amor basada en el temor domina vuestra experiencia; más aún, en realidad la crea, ya que no sólo hace que consideréis que recibís un amor condicionado, sino también que penséis que lo das del mismo modo. E incluso mientras negociáis y establecéis vuestras condiciones, una parte de vosotros sabe que eso no es realmente el amor. Aun así, parecéis incapaces de cambiar la manera de dispensarlo. Os decís a vosotros mismos que habéis aprendido la manera difícil y ¡qué os condenéis si os hacéis de nuevo vulnerables! Pero lo cierto es que deberíais decir ¡qué os condenéis si no lo hacéis!

[Debido a vuestros propios (y equivocados) pensamientos sobre el amor, sí que os condenáis realmente a no experimentarlo nunca en toda su pureza. Del mismo modo, os condenáis a no conocerme nunca como realmente soy. Al menos mientras obréis así, ya que no podéis rechazarme para siempre y llegará el momento de nuestra Reconciliación.]

Cualquier acción emprendida por los seres humanos se basa en el amor o el temor, y no simplemente las que afectan a las relaciones. Las  decisiones relativas a los negocios, la industria, la política, la religión, la educación de vuestros jóvenes, la política social de vuestras naciones, los objetos económicos de vuestra sociedad, las decisiones que implican guerra, paz, ataque, defensa, agresión, sometimiento; las determinaciones de codiciar o regalar, de ahorrar o compartir, de unir o dividir: cualquier decisión libre que toméis se deriva de uno de los dos únicos pensamientos posibles que existen: un pensamiento de amor o un pensamiento de temor.

El temor es la energía que contrae, cierra, capta, huye, oculta, acumula y daña.

El amor es la energía que expande, abre, emite, permanece, revela, comparte y sana.

El temor cubre nuestros cuerpos de ropa; el amor nos permite permanecer desnudos. El temor se aferra a todo lo que tenemos; el amor lo regala. El temor prohíbe; el amor quiere. El temor agarra; el amor deja ir. El temor duele; el amor alivia. El temor ataca; el amor repara.

Cualquier pensamiento, palabra o acto humano se basa en una emoción o la otra. No tenéis más elección al respecto, puesto que no existe nada más entre qué elegir. Pero tenéis libre albedrío respecto a cuál de las dos escoger.

Haces que parezca muy fácil, y, sin embargo, en el momento de la decisión el temor vence mucho más a menudo. ¿Por qué?

Habéis aprendido a vivir en el temor. Se os ha hablado de la supervivencia de los más capacitados, y de la victoria de los más fuertes y el éxito de los más inteligentes. Pero se os ha dicho muy poco sobre la gloria de quienes más aman. De este modo, os esforzáis por ser los más capacitados, los más fuertes, los más inteligentes – de una u otra manera -, y si en una situación determinada percibís que vosotros lo sois menos, tenéis miedo de perder, puesto que se os ha dicho que ser menos significa perder.

Así, evidentemente, elegís la acción promovida por el temor porque eso es lo que os han enseñado. Pero Yo os enseño esto: cuando escojáis la acción promovida por el amor, entonces haréis algo más que tener éxito. Entonces experimentaréis plenamente la gloria de Quienes Realmente Sois y quienes podéis ser.

Para hacer esto, debéis dejar de lado las enseñanzas de vuestros bienintencionados, aunque mal informados profesores mundanos, y escuchar las enseñanzas de aquellos cuya sabiduría proviene de otra fuente.

Hay muchos de estos profesores entre vosotros, como siempre los ha habido ya que nunca he querido privaros de aquellos que os mostraran, os enseñaran, os guiaran y os recordaran esas verdades. No obstante, el mayor recordatorio no se halla fuera de vosotros, sino que es vuestra propia voz interior. Esta es la primera herramienta que utilizo, puesto que es la más accesible.

La voz interior es la voz más fuerte con la que hablo, puesto que es la más cercana a vosotros. Es la voz que os dice si todo lo demás es verdadero o falso, correcto o equivocado, bueno o malo, según vuestra definición. Es el radar que señala el rumbo, dirige el barco, y guía el viaje si dejáis que lo haga.

Es la voz que te dice ahora mismo si las propias palabras que estás leyendo son palabras de amor o palabras de temor. Con este patrón puedes determinar si son palabras que hay que tener en cuenta o palabras que hay que ignorar.

Dices, que si yo elijo siempre la acción impulsada por el amor, entonces experimentaré plenamente la gloria de quien soy y quien puedo ser. ¿Quieres explicármelo con más detalle, por favor?

Existe únicamente un propósito para toda la vida, y es para vosotros y para todo lo que vive experimentar la gloria más plena.

Todo lo que decís, hacéis o pensáis está subordinado a esta función. Vuestra alma no tiene que hacer nada más que eso, y no quiere hacer nada más que eso.

Lo maravilloso de este propósito es que nunca termina. Un fin es una limitación, y el propósito de Dios carece de este límite. Debe llegar un momento en el que os experimentéis a vosotros mismos en vuestra gloria más plena, y en ese instante imaginaréis una gloria aún mayor. Cuanto más seáis, más llegaréis a ser, y cuanto más lleguéis a ser, más podréis ser todavía.

El secreto más profundo es que la vida no es un proceso de descubrimiento, sino un proceso de creación.

No os descubrís a vosotros mismos, sino que os creáis a vosotros mismos de nuevo. Tratáis, por lo tanto, no de averiguar Quienes Sois, sino de determinar Quienes Queréis Ser.

Hay quienes dicen que la vida es una escuela, que estamos aquí para aprender unas determinadas lecciones, que una vez «graduados» podremos continuar con otros objetivos mayores, liberados ya de las cadenas del cuerpo. ¿Es eso cierto?

Es otra parte de vuestra mitología, basada en la experiencia humana.

¿La vida no es una escuela?

No.

¿No estamos aquí para aprender?

No.

Entonces ¿por qué estamos aquí?

Para recordar y re-crear Quiénes Sois.

Os lo he dicho una y otra vez, y no Me creéis. Pero así ha de ser; ya que, verdaderamente, si no os creáis como Quienes Sois, no podéis ser.

Bueno, me he perdido. Volvamos a lo de la escuela. He escuchado a un maestro tras otro decirnos que la vida es una escuela. Francamente, me choca oírte negarlo.

La escuela es un lugar adonde uno va si hay algo que uno no sabe y quiere saber. No es un lugar adonde uno va si ya sabe algo y simplemente quiere experimentar su sabiduría.

La vida (como la llamáis) es una oportunidad para vosotros de saber experimentalmente lo que ya sabéis conceptualmente. No necesitáis aprender nada al respecto. Necesitáis simplemente recordar lo que ya sabéis y obrar en consecuencia.

No estoy seguro de entenderlo.

Empecemos por aquí. El alma – vuestra alma – ya sabe todo lo que se puede saber en todo momento. Nada se le oculta, nada desconoce. Pero saberlo no es suficiente. El alma aspira a experimentarlo.

Podéis saber que sois generosos, pero a menos que hagáis algo que demuestre generosidad, no tenéis sino un concepto. Podéis saber que sois amables, pero a menos que hagáis algo que demuestre amabilidad con alguien, no tenéis sino una idea sobre vosotros mismos.

El único deseo de vuestra alma es convertir ese magnífico concepto de sí misma en su mayor experiencia. En tanto el concepto no se convierta en experiencia, todo lo que hay es especulación. Yo he estado especulando sobre Mí mismo durante mucho tiempo. Más del que tú y Yo podríamos recordar conjuntamente. Más que la edad del universo multiplicada por sí misma. ¡Ve pues, qué joven es – qué nueva es –  Mi experiencia de Mí mismo!

Me he perdido de nuevo. ¿Tu experiencia de Ti mismo?

Sí Permíteme que te lo explique de este modo:

En el principio, lo que Es era todo lo que había, y no había nada más.

Pero Todo Lo Que Es no podía conocerse a sí mismo, pues Todo Lo Que Es era todo lo que había, y no había nada más. Así, Todo Lo Que Es… no era, ya que en ausencia de cualquier otra cosa, Todo Lo Que Es no es.

Este es el gran «Es – No Es» al que han aludido los místicos desde el principio de los tiempos.

Ahora bien, Todo Lo Que Es sabía que era todo lo que había; pero eso no era suficiente puesto que sólo podía conocer su total magnificencia conceptualmente, no experiencialmente. Sin embargo, es la experiencia de sí mismo lo que anhelaba, puesto que quería saber que le apetecía ser tan magnífico. Aún así eso era imposible, ya que el propio término magnífico es un termino relativo. Todo Lo Que Es no podía saber que le apetecía ser magnífico a menos que lo que no es lo que descubriera. En ausencia de lo que no es, lo que Es no es.

¿Lo entiendes?

Creo que sí. Continúa.

De acuerdo. Lo único que Todo Lo Que Es sabía es que no había nada más. Así no podía, ni lograría, nunca conocerse a Sí mismo desde un punto de referencia exterior a Sí mismo: dicho punto de referencia no existía. Sólo existía un punto de referencia, y era el único lugar interior. El «Es – No Es». El «Soy – No Soy».

Aún así, el Todo de Todo decidió conocerse experimentalmente.

Esta energía – pura, invisible, inaudible, inobservada y, por lo tanto, desconocida – por – cualquier – otra energía – decidió experimentarse a Sí misma como la total magnificencia que era. Para ello, se dio cuenta de que habría de utilizar un punto de referencia interior.

Se hizo el razonamiento, totalmente correcto, de que cualquier parte de Sí mismo había de ser necesariamente menos que el total y, por tanto, si simplemente se dividía a sí mismo en partes, cada parte, al ser menos que el total, podía mirar al resto de Sí mismo y ver su magnificencia.

Así, Todo Lo Que Es se dividió a Sí mismo convirtiéndose en un momento glorioso, en lo que es esto y lo que es aquello. Por primera vez, existían esto y aquello completamente separados lo uno de lo otro. Y aun así, existían simultáneamente; tal como sucedía con todo lo que no era ninguno de los dos.

Así de repente existían tres elementos: lo que está aquí; lo que está allí, y lo que no está ni aquí ni allí, pero que debe existir para que aquí y allí existan.

Es la nada lo que sostiene al todo. Es el no-espacio el que sostiene al espacio. Es el todo el que sostiene a las partes.

¿Lo entiendes?

¿Me sigues?

Creo que sí, realmente. Lo creas o no, lo has ilustrado de una forma tan clara que creo que verdaderamente lo entiendo.

Voy a ir más lejos. Esa nada que sostiene al todo es lo que algunas personas llaman Dios. Pero eso tampoco resulta acertado, puesto que sugiere que existe algo que Dios no es; a saber, todo lo que no es «nada». Pero Yo soy Todas las Cosas – visibles e invisibles -, de modo que esta descripción de Mí como el Gran Invisible, la Nada, el No – Espacio, una definición de Dios esencialmente mística, al modo oriental, no resulta más acertada que la descripción esencialmente práctica, al modo occidental, de Dios como todo lo visible. Quienes creen que Dios es Todo lo Que Es y Todo lo Que No Es son quienes lo entienden correctamente.

Ahora bien, al crear lo que está «aquí» y lo que está «allí», Dios hizo posible que Dios se conociera así mismo. En el momento de está gran explosión de su interior, Dios creó la relatividad, el mayor don que se hizo nunca a sí mismo. De este modo, la relación es el mayor don que Dios os hizo nunca; pero discutiremos este aspecto más adelante.

Así pues, a partir de la Nada surgió el Todo; por cierto, un acontecimiento espiritual del todo coherente con lo que vuestros científicos llaman la teoría del Big Bang.

Como todos los elementos se hallaban en movimiento, se creó el tiempo, puesto que algo que primero estaba aquí, luego estaba allí, y el período que empleaba en ir de aquí a allí resultaba mensurable.

Exactamente como las partes de Sí mismo visibles empezaron a definirse por sí mismas, una «en relación» con las otras, así sucedió también con las partes invisibles.

Dios sabía que, para que existiera el amor – y se conociera sí mismo como puro amor -, había de existir también su contrario. Así, Dios creó voluntariamente la gran polaridad: el opuesto absoluto del amor –  todo lo que el amor no es -, que ahora llamamos temor. Desde el momento en que existía el temor, el amor podía existir como algo que se podía experimentar.

Es a esta creación de dualidad entre el amor y su contrario a la que se refieren los humanos, en sus diversas mitologías, como el nacimiento del diablo, la caída de Adán, la rebelión de Satán, etc.».

Del mismo modo que habéis decidido personificar el amor puro en el personaje que llamáis Dios, también habéis decidido personificar el temor abyecto en el personaje que llamáis el demonio.

En la Tierra, algunos han establecido mitologías algo más elaboradas en torno a este acontecimiento, completadas con argumentos de batallas y guerras, soldados angélicos y guerreros diabólicos, las fuerzas del bien y del mal, de la luz y de la oscuridad.

Esta mitología ha constituido el primer intento por parte de los hombres de entender y explicar a los demás, de manera que pudieran entenderlo, un acontecimiento cósmico del que el alma humana es profundamente consciente, pero que la mente apenas puede concebir.

Al dar el universo como una versión dividida de Sí mismo, Dios produjo a partir de la energía pura, todo lo que ahora existe; tanto lo visible como lo invisible.

En otras palabras, no sólo se creaba de este modo el universo físico, sino también el universo metafísico. La parte de Dios que forma el segundo término de la ecuación «Soy – No Soy» explotó también en un infinito número de unidades más pequeñas que el conjunto. A estas unidades de energía las llamaríais espíritus.

En algunas de vuestras mitologías religiosas se afirma que «Dios Padre» tiene muchos hijos espirituales. Este paralelismo con la experiencia humana de la vida que se multiplica parece ser el único modo de que las masas puedan captar en realidad la idea de la súbita aparición – la súbita existencia – de innumerables espíritus, comprendiendo la totalidad de Mí, son en un sentido cósmico, Mí descendencia.

Mi divino propósito al dividirme era crear suficientes partes de Mí como para poder conocerme a Mí mismo experimentalmente. Sólo hay una manera en que el Creador puede conocerse experiencialmente en cuanto Creador, y es creando. Así, di a cada uno de los innumerables partes de mí (a todos mis hijos espirituales) el mismo poder de crear que Yo poseo en su totalidad.

A eso es a lo que se refiere vuestra religión cuando afirma que fuisteis creados «a imagen y semejanza de Dios». Esto no significa, como han dicho algunos, que nuestros cuerpos físicos sean iguales (aunque Dios puede adoptar cualquier forma física que quiera para un determinado propósito). Significa que nuestra esencia es la misma. Estamos hechos de la misma sustancia. ¡SOMOS la «misma sustancia»! Con las mismas propiedades y capacidades, incluyendo la capacidad de crear realidad física de un soplo.

Mí propósito al crearos a vosotros, Mi descendencia espiritual, era conocerme a Mí mismo como siendo Dios. No tenía modo de hacerlo, salvo a través de vosotros. Así, se puede decir (y se ha dicho muchas veces) que Mi propósito respecto a vosotros es que vosotros os conozcáis como siendo Yo.

Esto parece extraordinariamente simple, pero resulta muy complejo ya que sólo hay un modo de conoceros como siendo Yo, y es conoceros primero como siendo no Yo.

Ahora trata de seguirme – esfuérzate por no perder el hilo -, ya que el asunto se hace más sutil. ¿Listo?

Creo que sí.

Bien. Recuerda que me has pedido esta explicación. Has estado esperándola durante años. Y me la has pedido en términos profanos, no en doctrinas teológicas o teorías científicas.

Sí; soy consciente de lo que te he pedido.

Y tal como la has pedido te la voy a dar.

Ahora bien, para simplificar las cosas voy a utilizar vuestro modelo mitológico de los hijos de Dios como La base de Mi exposición,  ya que se trata de un modelo con el que estáis familiarizados, y en muchos aspectos no resulta tan lejano.

Así, volvamos a cómo se desarrolla este proceso de auto-conocimiento.

Sólo había un modo de que Yo motivara a todos Mis hijos espirituales a conocerse a sí mismos como partes de Mí, y era simplemente diciéndoselo. Y eso hice. Pero, como puedes ver, no era suficiente para el Espíritu conocerse simplemente como siendo Dios, o parte de Dios, o hijo de Dios, o heredero del Reino (o cualquier mitología que quieras utilizar).

Como ya he explicado, conocer algo y experimentarlo son dos cosas distintas. El Espíritu anhelaba conocerse experiencialmente (¡como Yo hice!). La conciencia conceptual no era suficiente para vosotros. Así, ideé un plan. Es la idea más extraordinaria de todo el universo; y también la colaboración más espectacular. Digo «colaboración» porque todos vosotros estáis en esto conmigo.

Con este plan, vosotros en cuanto espíritu puro, entraríais en el universo físico recién creado. Y ello, porque lo físico es la única manera de conocer experiencialmente lo que se conoce conceptualmente. Esta es en efecto, la razón por la que he creado el cosmos físico para empezar, así como el sistema de relatividad que lo gobierna, y toda la creación.

Una vez en el universo físico, vosotros Mis hijos espirituales, podéis experimentar lo que sabéis de vosotros mismos, pero primero habéis de pasar por conocer lo contrario. Para explicarlo de una manera sencilla, no podéis conoceros a vosotros mismos en vuestra grandeza a menos que – y hasta que – seáis conscientes de vuestra pequeñez. No podéis experimentar lo que vosotros llamáis importante a menos que también paséis por conocer lo insignificante.

Llevado a sus últimas consecuencias lógicas, no podéis experimentar a vosotros mismos como lo que sois hasta que os hayáis enfrentado a lo que no sois. Este es el propósito de la teoría de la relatividad y de toda la vida física. Por eso es por lo que no sois tal como vosotros os habéis definido.

Ahora bien, en el caso del conocimiento último – en el caso del conocimiento de vosotros mismos como siendo el Creador -, no podéis experimentar vuestro propio Yo como creador a menos que – y hasta que – creéis. Y no podéis crearos a vosotros mismos en tanto no os des-creéis a vosotros mismos. En cierto sentido, tenéis primero que «no ser», con el fin de ser. ¿Me sigues?

Creo…

Quédate con esa idea.

Por supuesto, no hay ninguna manera de que no seáis quienes sois y lo que sois; simplemente lo sois (espíritu, puro, creador), siempre lo habéis sido y siempre lo seréis. Así pues, hicisteis lo mejor que podíais hacer. Procurasteis olvidar Quienes Sois Realmente.

Una vez entrados en el universo físico, renunciasteis a vuestro recuerdo de vosotros mismos. Eso os permite decidir ser Quienes Sois, en lugar de encontraros simplemente siéndolo, por así decir.

Es en el acto de decidir ser, y no en estar siendo simplemente lo que sois – una parte de Dios -, en el que os experimentáis a vosotros mismos como siendo con tal decisión, que es lo que por definición, es Dios. Sin embargo, ¿cómo podéis decidir respecto a algo sobre lo que no hay ninguna decisión? No podéis no ser Mi descendencia por mucho que os empeñéis; pero sí podéis olvidarlo.

Vosotros sois, siempre habéis sido y siempre seréis una parte divina del todo divino, un miembro del cuerpo. He aquí por qué el acto de reunirse con el todo, de volver a Dios, se llama remembranza. Verdaderamente decidís re-membrar Quienes Realmente Sois, o reuniros  junto con las diversas partes de vosotros para experimentar el todo de vosotros; es decir, el Todo de Mí.

Vuestra tarea en la Tierra por lo tanto, no es aprender (puesto que ya sabéis), sino re-membrar Quienes Sois. Y re-membrar quienes son todos los demás. He aquí por qué una parte importante de vuestra tarea consiste en recordar a los demás (es decir, recordarles a ellos y acordarse de ellos), de modo que también puedan re-membrar.

Todos vuestros maravillosos maestros espirituales han hecho precisamente esto. Este es vuestro único objetivo. Es el único objetivo de vuestra alma.

¡Dios mío, es tan simple! ¡Y tan… simétrico! Quiero decir, ¡qué todo encaja! ¡De repente, todo cuadra! Ahora veo un panorama que nunca antes había visto entero del todo.

Bien. Eso está bien. Ese es el propósito de este diálogo. Me has pedido respuestas. Y te he prometido que te las daría.

Harás un libro con este diálogo y harás que Mis palabras resulten accesibles a muchas personas. Esto forma parte de tu trabajo. Ahora bien, tú tienes más preguntas que formular acerca de la vida. Ya hemos colocado los cimientos; hemos preparado el terreno para nuevos conocimientos. Vayamos a esas otras preguntas. Y no te preocupes. Si hay algo en relación a lo que acabamos de tratar que no entiendes en profundidad, muy pronto lo verás todo claro.

 

1994

Tomado del Libro Conversaciones con Dios.

0 comentarios

Dejanos tu comentario sobre el artículo Hablando con Dios 1