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Artículo UNA NUEVA TIERRA

PARTE DIEZ

UNA NUEVA TIERRA

Los astrónomos han descubierto evidencia que parece indicar que el universo comenzó a existir hace quince mil millones de años, nacido de una explosión gigantesca, y que se ha venido expandiendo desde entonces. No solamente se ha estado expandiendo, sino que su complejidad y su diferenciación han ido aumentando cada vez más. Algunos científicos también postulan que este movimiento desde la unicidad hasta la multiplicidad dará marcha atrás con el tiempo. Entonces cesará la expansión y el universo comenzará a contraerse nuevamente para volver a lo inmanifiesto a la nada inconcebible de la cual se originó, y quizás repita los ciclos de nacimiento, expansión, contracción y muerte una y otra vez. ¿Con qué fin? «¿Por qué molestarse el universo en existir?» pregunta el físico Stephen Hawking, reconociendo al mismo tiempo que no hay modelo matemático alguno que pueda dar la respuesta.

Sin embargo, si miramos hacia el interior en lugar del exterior únicamente, descubrimos que tenemos un propósito interno y otro externo, y puesto que somos un reflejo microcósmico del macrocosmos, debemos concluir que el universo también tiene un propósito interno y otro externo inseparables de los nuestros. El propósito externo del universo es crear la forma y experimentar la interacción de las formas (el juego, el sueño, el drama, o como queramos llamarlo). Su propósito interno es despertar a su esencia informe. Después viene la reconciliación entre ambos propósitos: traer la esencia (la conciencia) al mundo de la forma y, por ende, transformar el mundo. El propósito último de esa transformación está más allá de la imaginación o la comprensión de la mente humana. Y, no obstante, esa transformación es la tarea que se nos ha asignado en este momento en este planeta. Es la reconciliación del propósito externo y el interno, la reconciliación entre Dios y el mundo.

Antes de examinar la relevancia de la expansión y la contracción del universo para nuestra propia vida, debemos tener presente que nada de lo que digamos sobre la naturaleza del universo debe tomarse como verdad absoluta. El infinito no puede explicarse a base de fórmulas matemáticas o de conceptos. Ningún pensamiento puede encapsular la inmensidad de la totalidad. Aunque la realidad es un todo unificado, el pensamiento la corta en fragmentos. Esto da lugar a los errores fundamentales de la percepción, por ejemplo, que hay cosas y sucesos independientes, o que esto es la causa de aquello. Todo pensamiento implica un punto de vista, y todo punto de vista, por su naturaleza, implica limitación, lo cual significa en últimas que no es verdad, o por lo menos no en términos absolutos. Solamente el todo es verdad, pero el todo no puede verbalizarse ni pensarse. Visto más allá de las limitaciones del pensamiento y, por tanto, incomprensible para la mente humana, todo sucede en el ahora. Todo lo que ha sido o será es el ahora y está por fuera del tiempo, que es una construcción mental.

Para ilustrar lo relativo y lo absoluto, tomemos como ejemplo el alba y el ocaso. Cuando decimos que el sol sale por la mañana y se oculta por la tarde, estamos diciendo una verdad relativa. En términos absolutos, es falso. Es solamente desde la perspectiva limitada de un observador que esté en la superficie de la Tierra que se puede afirmar que el sol sale y se oculta. Si estuviéramos lejos en el espacio, veríamos que el sol no sale ni se oculta, sino que brilla continuamente. Sin embargo, aún sabiendo ese hecho, podemos seguir hablando del alba y el ocaso, apreciar su belleza, pintarlos, escribir poemas sobre ellos, a pesar de saber que es una verdad relativa y no absoluta.

Entonces, sigamos refiriéndonos por un momento a otra verdad relativa: la manifestación del universo a través de la forma y su retorno a lo informe, lo cual implica la perspectiva limitada del tiempo, y veamos su relevancia para nuestra propia vida. Claro está que la noción de «nuestra propia vida» es otro punto de vista limitado producto del pensamiento, otra verdad relativa. En últimas, «nuestra propia vida» no existe, puesto que nosotros y la vida no somos dos sino uno.

UNA BREVE HISTORIA SOBRE NUESTRA VIDA

La manifestación del mundo lo mismo que su retorno a lo inmanifiesto, su expansión y contracción, son dos movimientos universales que podríamos considerar como el abandono del hogar y el regreso a él. Estos dos movimientos se reflejan en todo el universo de muchas maneras, por ejemplo, la expansión y la contracción incesantes del corazón y la inhalación y exhalación de la respiración. También se reflejan en los ciclos de sueño y vigilia. Todas las noches, sin saberlo, regresamos a la Fuente inmanifiesta de toda la vida cuando entramos en la etapa de sueño profundo donde soñamos, y emergemos nuevamente renovados en la mañana.

Estos dos movimientos, la salida y el regreso, se reflejan también en los ciclos de vida de cada persona. Sin saber cómo ni cuándo aparecemos en este mundo. Después del nacimiento viene la expansión. No solamente crecemos físicamente sino también en conocimiento, actividades, posesiones y experiencias. Nuestra esfera de influencia se expande y la vida se torna cada vez más compleja. Es la etapa en la cual nuestro interés primordial es hallar y perseguir nuestro propósito externo. Por lo general hay un crecimiento concomitante del ego, es decir, la identificación con todas las cosas anteriores, de tal manera que se acrecienta la definición de nuestra identidad con la forma. También es la época en la cual el ego tiende a adueñarse del propósito externo (el crecimiento) y el ego, a diferencia de la naturaleza, no sabe cuándo parar en su búsqueda de la expansión y tiene un apetito voraz por más.

Y entonces, justo cuando pensábamos haber logrado nuestro cometido o que pertenecíamos a este mundo, se inicia el movimiento de retornoQuizás comiencen a morir las personas que nos rodean, las personas que formaron parte de nuestro mundo. Entonces se debilita nuestra forma física y se contrae nuestra esfera de influencia. En lugar de ser más, nos volvemos menos, y el ego reacciona ante esa situación cada vez más con mayor angustia y depresión. Nuestro mundo comienza a contraerse y descubrimos que ya no lo controlamos. En lugar de actuar en la vida, la vida actúa sobre nosotros reduciendo gradualmente nuestro mundo. La conciencia que se identificó con la forma experimenta el ocaso, la disolución de la forma. Y entonces, un día, también desaparecemos. Nuestro sillón está todavía allí, pero en lugar de estar sentados en él, no es más que un espacio vacío. Regresamos al sitio de donde salimos apenas unos cuantos años atrás.

La vida de cada persona (todas las formas de vida en realidad) representa un mundo, una forma única en la que el universo se experimenta a sí mismo. Y cuando nuestra forma se disuelve se acaba un mundo, uno entre un sinnúmero de mundos.

EL DESPERTAR Y EL MOVIMIENTO DE RETORNO

El movimiento de retorno en la vida de una persona, el debilitamiento o la disolución de la forma, ya sea a causa de la edad, la enfermedad, la incapacidad o alguna otra forma de tragedia personal, encierran un enorme potencial para el despertar espiritual: suspender la identificación con la forma. Puesto que es tan escasa la verdad espiritual en nuestra cultura contemporánea, no muchas personas ven en el movimiento de retorno una oportunidad, de manera que cuando sobreviene o le sucede a alguien cercano, piensan que se trata de algo espantoso que no debería estar sucediendo.

En nuestra civilización hay una enorme ignorancia sobre la condición humana y, mientras mayor es la ignorancia respecto de las cosas espirituales, mayor es el sufrimientoPara muchas personas, especialmente en Occidente, la muerte no es más que un concepto abstracto, de tal manera que no tienen la menor idea de lo que le sucede a la forma humana cuando se aproxima a la disolución. A la mayoría de las personas decrépitas y ancianas se las encierra en instituciones. Los cadáveres, los cuales, en algunas culturas se exponen para que todo el mundo los vea, se ocultan de la vista. Basta con intentar ver un cadáver para descubrir que es prácticamente ilegal, salvo si el muerto es un familiar cercano. En las funerarias hasta maquillan el rostro del cadáver. Lo único que se nos permite ver es una imagen higienizada de la muerte.

Puesto que la muerte es solamente un concepto abstracto, la mayoría de las personas no están en absoluto preparadas para la disolución de la forma que les espera. Cuando se aproxima produce espanto, incomprensión, desesperación y un miedo enorme. Ya nada tiene sentido porque todo el significado y el propósito de la vida estaban asociados con la acumulación, el éxito, la construcción, la protección y la gratificación. La vida se asociaba con el movimiento de expansión y la identificación con la forma, es decir, el ego. La mayoría de las personas no conciben que tenga significado alguno el hecho de que su vida y su mundo se estén derrumbando. Y, sin embargo, allí hay un significado todavía más profundo que en el movimiento de expansión.

Era precisamente a través de la llegada de la vejez, de una pérdida o de una tragedia personal que tradicionalmente solía aparecer la dimensión espiritual en la vida de una persona. Es decir, el propósito interno emergía solamente cuando el propósito exterior se desmoronaba y se quebraba el cascarón externo del ego. Esos sucesos representan el comienzo del movimiento hacia la disolución de la forma. La mayoría de las culturas antiguas seguramente comprendían intuitivamente este proceso, razón por la cual reverenciaban y respetaban a los ancianos. Eran los depositarios de la sabiduría y representaban la dimensión de la profundidad sin la cual ninguna civilización puede sobrevivir durante mucho tiempo. En nuestra civilización, que está totalmente identificada con lo externo y desconoce la dimensión interna del espíritu, la palabra «anciano» tiene muchas connotaciones negativas. Es una ofensa decir que una persona es vieja. Para evitar la palabra, usamos eufemismos como «personas mayores» o de la «tercera edad». La figura de la «abuela» entre los pueblos indígenas posee una gran dignidad. La «abuelita» de hoy es, cuando más, graciosa. ¿Por qué se considera inútiles a los ancianos? Porque en la ancianidad, el énfasis ya no está en el hacer sino en el Ser y nuestra civilización, perdida en el hacer, no sabe nada sobre el Ser. Pregunta: ¿Ser? ¿Para qué sirve?

En algunas personas, el inicio aparentemente prematuro del movimiento de retorno, la disolución de la forma, parece perturbar severamente el movimiento de crecimiento expansivo. En algunos casos, es una perturbación transitoria mientras que en otros es permanente. Pensamos que un niño no tiene por qué enfrentar la muerte, pero el hecho es que algunos niños deben enfrentarse a la muerte de uno de sus padres o de ambos por enfermedad o accidente, o hasta la posibilidad de su propia muerte. Algunos niños nacen con una incapacidad que limita severamente la expansión natural de su vida. O una limitación severa se presenta en la vida a una edad relativamente temprana.

Esa perturbación del movimiento expansivo en un momento en el cual no «tendría porqué estar sucediendo» también encierra el potencial de generar el despertar espiritual. En últimas, las cosas que deben suceder, suceden; lo que quiere decir que no hay nada de lo que sucede que no sea parte del gran todo y de su propósito. Así, la perturbación o la destrucción del propósito externo puede ser el camino para hallar el propósito interno y para el florecimiento de un nuevo propósito externo en consonancia con el interno. Los niños que han sufrido mucho por lo general se convierten en jóvenes muy maduros para su edad.

Lo que se pierde en el nivel de la forma se gana en el nivel de la esencia. En la figura tradicional del «clarividente ciego» o del «sanador herido» de las culturas y las leyendas antiguas, una gran pérdida o incapacidad en el nivel de la forma se convierte en la puerta hacia el espíritu. Después de experimentar directamente la naturaleza inestable de todas las formas es muy probable que nunca más les atribuyamos un valor excesivo y tampoco que nos perdamos buscándolas a ciegas o en nuestro apego a ellas.

La disolución de la forma y la ancianidad en particular representan una oportunidad que apenas comienza a reconocerse en nuestra cultura contemporánea. Desafortunadamente, la mayoría de las personas dejan pasar la oportunidad porque el ego se identifica con el movimiento de retorno de la misma manera que se identificó con el movimiento de expansión. Esto hace que el cascarón del ego se endurezca y se encoja en lugar de abrirse. Entonces, el ego disminuido pasa el resto de sus días lamentándose o quejándose, atrapado en el miedo o la ira, la autocompasión, la culpa u otros estados mentales y emocionales negativos, o recurriendo a estrategias evasivas como apegarse a los recuerdos, y pensar y hablar sobre el pasado.

Cuando el ego deja de identificarse con el movimiento de retorno, la vejez o la cercanía de la muerte se convierte en lo que debe ser: una puerta hacia la dimensión del espíritu. He conocido ancianos que eran verdaderas encarnaciones de ese proceso. Irradiaban luz, su forma debilitada había adquirido translucidez para dar paso a la luz de la conciencia.

En la nueva tierra, la vejez será reconocida universalmente y valorada como la etapa para el florecimiento de la conciencia. Para quienes se encuentren perdidos todavía en las circunstancias externas de la vida, será una etapa para regresar tardíamente a su hogar cuando despierten a su propósito interno. Para muchas otras personas, representará la intensificación y la culminación del proceso de despertar.

EL DESPERTAR Y EL MOVIMIENTO DE EXPANSIÓN

Tradicionalmente, el ego ha usurpado y utilizado para sus propios fines el crecimiento natural de la vida que viene con el movimiento de expansión. «Mira lo que yo sé hacer, apuesto a que tú no puedes hacerlo», le dice un niño a otro cuando descubre la creciente fuerza y destreza de su cuerpo. Se trata de uno de los primeros intentos del ego por destacarse identificándose con el movimiento expansivo y el concepto de ser «más que los demás», y fortalecerse disminuyendo a los demás. Claro está que es solamente el comienzo de la larga serie de percepciones erróneas del ego.

Sin embargo, a medida que se acrecienta la conciencia y el ego pierde el control sobre la vida, no es necesario esperar para que el mundo se contraiga o se derrumbe a causa de la vejez o de la tragedia personal a fin de despertar al propósito interno. A medida que emerge la nueva conciencia en el planeta es cada vez más grande el número de personas que no necesitan un sacudón doloroso para despertar. Se acogen voluntariamente al proceso de despertar mientras continúan activas en su ciclo de crecimiento y expansión. Cuando el ego pierde su posición de usurpador en ese ciclo, la dimensión espiritual se manifiesta en el mundo a través del movimiento expansivo (el pensamiento, las palabras, las obras, la creación) con tanta intensidad como lo hace en el movimiento de retorno (la quietud, el Ser y la disolución de la forma).

Hasta ahora, el ego ha distorsionado y utilizado equivocadamente la inteligencia humana, la cual es apenas un aspecto minúsculo de la inteligencia universal. Es lo que denomino «la inteligencia al servicio de la locura». Se necesita una inteligencia superior para dividir el átomo. Usar esa inteligencia para construir y acumular bombas atómicas es demencia o, en el mejor de los casos, lo menos inteligente que hay. La estupidez es relativamente inofensiva, pero la estupidez inteligente es altamente peligrosa. Esta estupidez inteligente, de la cual encontramos un sinnúmero de ejemplos obvios, amenaza la supervivencia de nuestra especie.

Sin el impedimento de la disfunción del ego, nuestra inteligencia entra en alineación perfecta con el ciclo expansivo de la inteligencia universal y su ímpetu creador. Nos hacemos partícipes conscientes de la creación de la forma. No somos nosotros los creadores sino los vehículos de la inteligencia universal. No nos identificamos con aquello que creamos, de manera que no nos perdemos en lo que hacemosAprendemos que en el acto de la creación interviene una energía de la más alta intensidad, pero que no genera tensiones ni representa un «arduo esfuerzo». Debemos comprender la diferencia entre la tensión y la intensidad, como veremos más adelante. La lucha o la tensión es señal de que el ego ha regresado, como lo son también las reacciones negativas frente a los obstáculos.

La fuerza que impulsa los deseos del ego crea «enemigos», es decir, unas reacciones que se manifiestan en fuerzas opuestas de igual intensidad. Mientras más fuerte es el ego, mayor es el sentido de separación con respecto a los demás. Las únicas actuaciones que no provocan reacciones opuestas son las encaminadas a lograr el bien colectivo. Son incluyentes en lugar de excluyentes. Unen en lugar de separar. No son por «mi» país sino por toda la humanidad, ni por «mi» religión sino por el surgimiento de la conciencia de todos los seres humanos, no por «mi» especie, sino por todos los seres vivos y toda la naturaleza.

También estamos aprendiendo que la acción, si bien es necesaria, es solamente un factor secundario a la hora de manifestar nuestra realidad externa. El factor primordial de la creación es la conciencia. Por muy activos que seamos, por muchos esfuerzos que realicemos, es el estado de conciencia el que crea nuestro mundo y si no hay un cambio en ese nivel interno, nada lograremos por mucho que hagamos. Solamente crearemos versiones modificadas del mismo mundo una y otra vez, un mundo que sería el reflejo externo del ego.

LA CONCIENCIA

La conciencia ya es consciente. Es lo que no se manifiesta, lo eterno. Sin embargo, el universo adquiere conciencia apenas gradualmente. La conciencia misma es atemporal y, por tanto, no evoluciona. No tuvo principio ni tendrá fin. Cuando la conciencia se manifiesta a través del universo, parece sujeta al tiempo y al proceso evolutivo. La mente humana es incapaz de comprender a cabalidad la razón de este proceso, pero podemos vislumbrarlo en nuestro interior y hacernos partícipes conscientes del mismo.

La conciencia es la inteligencia, el principio organizador que está detrás de la manifestación de la forma. La conciencia ha venido preparando las formas durante millones de años a fin de poder expresarse a través de ellas en el universo manifiesto.

Si bien podríamos decir que el plano de la conciencia pura inmanifiesta es otra dimensión, no está separada de esta dimensión de la forma. La forma y lo informe están entretejidos. Lo inmanifiesto fluye hacia esta dimensión en forma de conciencia, espacio interno, Presencia. ¿Cómo lo hace? A través de la forma humana que toma conciencia y cumple así con su destino. Fue para este propósito elevado que se creó la forma humana, y millones de formas distintas que la antecedieron abonaron el camino para ella.

La conciencia se encarna en la dimensión de lo manifiesto, es decir, se hace forma. Al hacerlo entra en una especie de estado de ensoñaciónLa inteligencia permanece, pero la conciencia pierde conciencia de sí misma. Se pierde en la forma y se identifica con las formas. Podría decirse que es el descenso de la divinidad a la materia. En esa etapa de evolución del universo, la totalidad del movimiento expansivo ocurre en ese estado de ensoñación. Vislumbramos el despertar solamente en el momento de la disolución de una forma individual, es decir, en el momento de la muerte. Y entonces comienza la siguiente encarnación, la siguiente identificación con la forma, el siguiente sueño individual, el cual forma parte del sueño colectivo. Cuando el león desgarra el cuerpo de una cebra, la conciencia encarnada en la forma de la cebra se desprende de la forma que está en proceso de disolución y, durante un instante despierta a su naturaleza esencial de conciencia inmortal. Entonces cae nuevamente en el sueño y encarna en otra forma. Cuando el león envejece y es incapaz de cazar, en el momento de su última exhalación se producen nuevamente los destellos breves del despertar, seguidos de otro sueño en la forma.

En nuestro planeta, el ego humano representa la etapa final del sueño universal, de la identificación de la conciencia con la forma. Era una etapa necesaria de la evolución de la conciencia.

El cerebro humano es una forma altamente diferenciada a través de la cual la conciencia entra en esta dimensión. Contiene cerca de cien mil millones de células nerviosas o neuronas, más o menos equivalentes al mismo número de estrellas de nuestra galaxia, las cuales podrían considerarse como el cerebro del macrocosmos. El cerebro no es el creador de la conciencia; la conciencia creó el cerebro, la forma física más compleja de la tierra, con el propósito de expresarse. Cuando el cerebro se daña, no quiere decir que se pierda la conciencia, sino que ésta ya no puede utilizarlo para penetrar en esta dimensión. No podemos perder la conciencia porque es nuestra esencia. Solamente podemos perder lo que tenemos, más no lo que somos.

EL QUEHACER DESPIERTO

El quehacer despierto es el aspecto externo de la nueva etapa de la evolución de la conciencia en nuestro planeta. Mientras más nos acercamos al final de nuestra actual etapa de evolución, más disfuncional se torna el ego, lo mismo que se vuelve disfuncional la oruga antes de convertirse en mariposa. Pero la conciencia nueva ha comenzado a surgir al mismo tiempo que la vieja se disuelve.

Nos encontramos en medio de un acontecimiento extraordinario en la evolución de la conciencia humana, pero no uno del cual se hablará en las noticias. En nuestro planeta y quizás en muchos otros lugares de nuestra galaxia y del resto del universo, la conciencia comienza a despertar de su ensoñación en la forma. Eso no significa que todas las formas (el mundo) hayan de disolverse, aunque bastantes seguramente lo harán. Significa que la conciencia podrá comenzar a crear formas sin perderse en ellas. Podrá permanecer consciente mientras crea y experimenta la forma. ¿Ypor qué continuar creando y experimentando la forma? Para gozar de ella. ¿Y cómo lo hace? A través de seres humanos despiertos que habrán aprendido el significado del quehacer en el estado despierto.

Hacer en el estado despierto es lograr la consonancia entre el propósito externo (lo que hacemos) y el propósito interno (despertar y permanecer despiertos). Al hacer estando despiertos nos unimos al propósito expansivo del universo. La conciencia fluye hacia este mundo a través de nosotros. Fluye hacia nuestra mente e inspira nuestro pensamiento. Fluye hacia lo que hacemos imprimiéndole poder y dirección.

La realización de nuestro destino no depende de aquello que hacemos sino de cómo lo hacemos. Y nuestro estado de conciencia determina la forma como hacemos lo que hacemos.

Nuestras prioridades se invierten cuando el hacer, o la corriente de conciencia que fluye hacia lo que hacemos, se convierte en el propósito principal de nuestro quehacer. La corriente de conciencia es la que determina la calidad. En otras palabras, la conciencia es el factor primordial en todas las situaciones y en todo lo que hacemos; la situación es secundaria. El éxito «futuro» depende de la conciencia de la cual emanan los actos y es inseparable de ella. Puede ser, o bien la fuerza reactiva del ego, o bien la atención alerta de la conciencia despierta. Toda acción verdaderamente exitosa proviene del campo de la atención presente, en lugar del ego y del pensamiento condicionado e inconsciente.

LAS TRES MODALIDADES DEL QUEHACER DESPIERTO

La conciencia puede fluir de tres maneras hacia lo que hacemos y, por ende, hacia el mundo a través de nosotros. Son tres modalidades para alinear la vida con el poder creador del universo. La modalidad se refiere a la frecuencia energética subyacente que fluye hacia lo que hacemos y conecta nuestros actos con la conciencia despierta que comienza a emerger en el mundo. Todo lo que hagamos será disfuncional y producto del ego a menos que emane de una de estas tres modalidades, las cuales pueden fluctuar durante el transcurso del día, aunque una de ellas podrá dominar durante una cierta etapa de la vida. Cada modalidad es apropiada para determinadas situaciones.

Las modalidades del quehacer despierto son la aceptación, el gozo y el entusiasmo. Cada una representa una cierta frecuencia de vibración de la conciencia. Es necesario estar alertas a fin de cerciorarnos de que alguna de ellas esté operando siempre que estemos enfrascados en alguna actividad, desde la tarea más sencilla hasta la más compleja. Cuando no estamos en estado de aceptación, gozo o entusiasmo, al mirar atentamente descubrimos que estamos creando sufrimiento para nosotros mismos y para los demás.

LA ACEPTACIÓN

Si hay algo que no podamos disfrutar, por lo menos podemos aceptarlo como aquello que debemos hacer. Aceptar significa reconocer que, por ahora, esto es lo que esta situación y este momento me exigen, de manera que lo hago con buena disposición. Ya nos referimos anteriormente a la importancia de aceptar internamente lo que sucede, y aceptar lo que debemos hacer es otro aspecto de lo mismo. Por ejemplo, quizás no podamos disfrutar de cambiar una llanta pinchada en la mitad de la nada y bajo una lluvia torrencial y mucho menos sentir entusiasmo al hacerlo, pero podemos infundir aceptación a la labor. Realizar una acción en estado de aceptación significa estar en paz mientras la realizamos. Esa paz es una vibración sutil de energía que penetra en lo que hacemos. A primera vista, la aceptación parecería sinónimo de pasividad, pero en realidad es activa y creadora porque trae algo completamente nuevo a este mundo. Esa paz, esa vibración sutil de energía es la conciencia, y una de las maneras de manifestarse en este mundo es a través de la entrega, uno de cuyos aspectos es la aceptación.

Si no puede aceptar ni disfrutar lo que hace, deténgase. De lo contrario, no estará asumiendo responsabilidad por lo único sobre lo cual puede asumirla y que, dicho sea de paso, es lo único que importa: su estado de conciencia. Y si no asume responsabilidad por su estado de conciencia, no estará asumiendo la responsabilidad por la vida.

EL GOZO

La paz que llega con la entrega se convierte en una sensación de vivacidad cuando disfrutamos realmente lo que hacemos. El gozo es la segunda modalidad del quehacer despierto. En la nueva tierra, el gozo reemplazará al deseo como fuerza motriz de las actuaciones del ser humano. El deseo proviene de la ilusión del ego de ser un fragmento separado del poder de la creación. A través del gozo nos conectamos con el poder creador.

Cuando el presente, y no el pasado o el futuro, se convierte en el punto focal de la vida, nuestra capacidad para disfrutar lo que hacemos aumenta drásticamente. La alegría es el aspecto dinámico del Ser. Cuando el poder creador del universo toma conciencia de sí mismo, se manifiesta en forma de alegría. No es necesario esperar a que algo «importante» suceda en la vida para poder disfrutar finalmente de lo que hacemos. Hay más importancia en la alegría de la que podríamos necesitar. El síndrome de «esperar para comenzar a vivir» es uno de los engaños más comunes del estado de inconsciencia. Es mucho más probable que la expansión y el cambio positivo se manifiesten en el plano externo de la vida cuando disfrutamos de lo que hacemos en el momento, en lugar de esperar a que se produzca un cambio para poder comenzar a gozar. No le pida a su mente autorización para gozar de lo que hace. Lo único que recibirá serán miles de razones para no disfrutar. «Ahora no» dirá la mente. «¡No ves que estoy ocupada? No hay tiempo. Quizás mañana puedas comenzar a gozar…». Ese mañana no llegará nunca a menos que comience a disfrutar lo que hace en este momento.

Cuando decimos que disfrutamos haciendo esto o aquello realmente estamos cayendo en una percepción equivocada. Hace parecer que derivamos alegría de lo que hacemos cuando en realidad no es así. La alegría no emana de lo que hacemos, sino que fluye hacia lo que hacemos y se manifiesta en el mundo desde las profundidades de nuestro ser. La idea errónea de que la alegría viene de lo que hacemos es normal, pero también peligrosa porque crea la noción de que la alegría es algo que puede derivarse de alguna otra cosa, como una actividad o una cosa. Entonces esperamos que el mundo nos brinde alegría y felicidad cuando en realidad no puede hacerlo. Es por eso que muchas personas viven en un estado permanente de frustración. El mundo no les brinda lo que creen necesitar.

¿Entonces cuál es la relación entre algo que hacemos y el estado de alegría? Que disfrutamos cualquier actividad en la cual estemos totalmente presentes, cualquier actividad que no sea solamente un medio para alcanzar una finalidad. No es la acción realizada la que disfrutamos realmente sino la sensación de profunda vivacidad de la cual se impregna la actividad. Esto significa que cuando disfrutamos haciendo algo, realmente experimentamos la alegría del Ser en su aspecto dinámico. Es por eso que todo aquello que disfrutamos nos conecta con el poder que está detrás de toda la creación.

La siguiente es una práctica espiritual que imprimirá poder y expansión creadora a su vida. Haga una lista de varias de sus actividades de todos los días. Incluya actividades que considere aburridas, irritantes, tediosas, intrascendentes o que le produzcan tensión. Pero no incluya aquello que deteste hacer puesto que se trata de algo que debería aceptar o sencillamente dejar de hacer. En la lista puede haber cosas como trasladarse hacia y desde el trabajo, comprar los víveres, lavar la ropa, o cualquier cosa que le parezca tediosa o molesta. Después siempre que esté realizando esas actividades, permita que se conviertan en un vehículo para estar presente. Manténgase en estado de alerta y tome conciencia de la quietud despierta y consciente que le sirve de telón de fondo a la actividad. Pronto descubrirá que todo lo que haga en un estado de alerta se convierte en fuente de gozo en lugar de irritación, tedio o tensión. Para ser más exacto, lo que disfruta no es la acción externa sino la dimensión interna de la conciencia de la cual se impregna la acción. Eso es encontrar la alegría del Ser en el hacer. Si siente que su vida no tiene significado o que es demasiado tediosa y llena de tensiones, es porque no ha traído esa dimensión a su vida todavía. Tomar conciencia de la acción no es todavía su principal objetivo.

La nueva tierra se manifiesta a medida que crece el número de personas que descubren que el principal propósito de la vida es traer la luz de la conciencia a este mundo y utilizar su actividad, cualquiera que sea, como vehículo para hacerlo.

La alegría de Ser es la alegría de estar conscientes.

La conciencia despierta toma entonces las riendas y se encarga de dirigir la vida, desplazando al ego. Entonces descubrimos que aquello que veníamos haciendo desde tiempo atrás comienza a expandirse de manera natural para convertirse en algo mucho mayor, al impregnarse del poder de la conciencia.

Algunas de las personas que enriquecen la vida de muchas otras simplemente a través de su acción creadora sencillamente hacen lo que más disfrutan sin querer nada para sí mismas como consecuencia de esa actividad. Pueden ser músicos, artistas, escritores, científicos, maestros, constructores, o pueden traer al plano de la manifestación nuevas estructuras sociales o empresariales (empresas iluminadas). Algunas veces, su radio de influencia permanece reducido durante algunos años y después, súbita o gradualmente, una ola de poder creador baña lo que hacen y su actividad se expande más allá de lo que pudieron imaginar y toca a un sinnúmero de personas. Además del gozo se suma a su actividad una intensidad que trae consigo una creatividad muy superior a la que podría lograr un ser humano común y corriente.

Pero no hay que permitir que se suba a la cabeza porque es allí donde puede estar oculto un remanente del ego. La persona sigue siendo un ser humano corriente. Lo extraordinario es lo que llega al mundo a través de ella. Pero esa esencia es compartida con todos los seres. Hafiz, el poeta persa y maestro sufi del siglo catorce, expresó bellamente esta verdad: «Soy el agujero de la flauta por la cual se desliza el aliento de Cristo. Oíd su música».

EL ENTUSIASMO

Más adelante hay otra forma como la manifestación creadora puede llegarles a quienes permanecen fieles a su propósito interno de despertar. Un buen día reconocen con toda claridad su propósito externo. Tienen una visión grande, una meta y, a partir de ese momento, dedican todo su esfuerzo a esa meta. Generalmente, esa meta o visión está conectada de alguna manera con alguna actividad de la cual gozan enormemente y que ya están realizando en menor escala. Es aquí donde emerge la tercera modalidad del quehacer despierto: el entusiasmo.

Entusiasmo significa gozar profundamente lo que se hace, además de tener el elemento de la visión o la meta que se persigue. Cuando le sumamos una meta al placer de lo que hacemos, cambia la frecuencia en la cual vibra el campo de energía. Se agrega un cierto grado de tensión estructural, como podríamos llamarla, de tal manera que el gozo se convierte en entusiasmo. En el punto culminante de la actividad creadora impulsada por el entusiasmo hay una cantidad enorme de energía e intensidad. La sensación es la de una flecha en trayectoria directa hacia el blanco, y que disfruta su viaje.

Un observador podría decir que la persona está bajo estrés, pero la intensidad del entusiasmo no tiene nada que ver con él. El estrés se produce cuando el deseo de llegar a la meta es superior al deseo de hacer lo que hacemos. Se pierde el equilibrio entre el goce y la tensión estructural, y esta última se impone. El estrés por lo general es señal de que el ego ha regresado y de que nos estamos desconectando del poder creador del universo. Lo que queda es el impulso y el esfuerzo del ego que busca satisfacer su deseo, de tal manera que es preciso luchar y «trabajar arduamente» para lograr la meta. El estrés siempre disminuye tanto la calidad como la eficacia de lo que hacemos bajo su influencia. También hay un vínculo estrecho entre el estrés y las emociones negativas tales como la angustia y la ira. El estrés es tóxico para el cuerpo y ya hay evidencia de que es una de las causas principales de las enfermedades degenerativas como el cáncer y la cardiopatía.

A diferencia del estrés, el entusiasmo vibra en una frecuencia elevada, de tal manera que resuena con el poder creador del universo. Ralph Waldo Emerson lo reconoció cuando dijo que «nunca nada verdaderamente grande se ha logrado sin entusiasmo». La palabra «entusiasmo» viene del griego en y theos que significa «en Dios». Y la palabra afín enthousiazein significa «estar poseído por un dios». En efecto, nosotros por nuestra cuenta no podemos hacer nada verdaderamente importante. El entusiasmo permanente genera una ola de energía creadora y entonces lo único que debemos hacer es «montarnos sobre esa ola».

El entusiasmo imprime un poder enorme a lo que hacemos, hasta tal punto que quienes no se han conectado con el poder ven «nuestros» logros con asombro y podrían equipararlos con lo que somos. Sin embargo, nosotros conocemos la verdad a la cual se refirió Jesús cuando dijo, «Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta». A diferencia de los deseos del ego, los cuales generan una fuerza contraria directamente proporcional a la intensidad de esos deseos, el entusiasmo nunca genera oposición.No genera confrontación, su actividad no produce ganadores y perdedores; en lugar de excluir, incluye a los demás. No necesita utilizar ni manipular a la gente porque es el poder creador mismo y, por tanto, no necesita robarle energía a una fuente secundaria. El deseo del ego siempre trata de recibir de algo o de alguien; el entusiasmo de su propia abundancia. Cuando el entusiasmo tropieza con obstáculos como pueden ser situaciones adversas o personas obstruccionistas, nunca ataca, sino que se limita a buscar otros caminos, o cede y acoge al otro, convirtiendo esa energía contraria en energía favorable.

El entusiasmo y el ego no pueden coexistir. El uno implica la ausencia del otro. El entusiasmo sabe para dónde va, pero, al mismo tiempo, está perfectamente unido con el momento presente, la fuente de su vivacidad, su alegría y su poder. El entusiasmo no «desea» nada, pero tampoco carece de nada. Es uno con la vida, y por muy dinámicas que sean las actividades que inspire, no nos perdemos en ellas. Y siempre deja ese espacio quieto, pero intensamente vivo en el centro de la rueda, un espacio central en medio de la actividad, al cual, a pesar de ser la fuente de todo, nada lo afecta.

A través del entusiasmo entramos en armonía perfecta con el principio expansivo y creador del universo, pero sin identificarnos con sus creaciones, es decir, sin ego. Donde no hay identificación no hay apego, una de las grandes fuentes de sufrimiento. Una vez pasa la ola creadora, la tensión estructural disminuye nuevamente dejando atrás el gozo por lo que hacemos. Nadie puede vivir permanentemente en estado de entusiasmo. Posteriormente llegará una nueva ola creadora, dando lugar a un nuevo estado de entusiasmo.

Cuando se instaura el movimiento de retorno hacia la disolución, el entusiasmo pierde su utilidad. El entusiasmo pertenece al ciclo expansivo de la vida. Es solamente a través de la entrega que podemos entrar en consonancia con el movimiento de retorno, con el regreso al hogar.

Para resumir, el gozo de lo que hacemos, sumado a una meta o visión que nos motiva, se convierte en entusiasmo. No basta con tener una meta, sino que, lo que hacemos en el momento presente debe ser el punto central de nuestra atención. De lo contrario, dejaremos de estar en consonancia con el propósito universal. Debemos cerciorarnos de que nuestra visión o meta no sea una imagen inflada de nosotros mismos y, por tanto, una versión disfrazada del ego, como querer convertirse en estrella de cine, en escritor famoso o en empresario millonario. También debemos cerciorarnos de que nuestra meta no gire alrededor de tener esto o aquello, como una mansión al lado del mar, nuestra propia compañía o diez millones de dólares en el banco. Una imagen engrandecida de nosotros mismos, o la visión de tener esto o aquello no son más que metas estáticas y, por tanto, no generan poderDebemos asegurarnos de que nuestras metas sean dinámicas, es decir, que apunten hacia la actividad en la cual tenemos centrada nuestra atención y a través de la cual estamos conectados con otros seres humanos y también con el todo. En lugar de vernos como estrellas famosas o escritores exitosos, debemos vernos como fuente de inspiración y de enriquecimiento para un sinnúmero de personas a través de nuestro trabajo. Debemos sentir cómo esa actividad no solamente enriquece y confiere profundidad a nuestra vida, sino a la de muchas personas más. Debemos sentir que somos la puerta a través de la cual fluye la energía desde la Fuente inmanifiesta de toda vida, para beneficio de todos.

Todo esto implica que nuestra meta o visión es ya una realidad en nuestro interno, en el nivel de la mente y del sentimiento. El entusiasmo es el poder a través del cual el plano mental se traslada a la dimensión física. Es el uso creativo de la mente, razón por la cual no hay deseo de por medio. No podemos manifestar lo que deseamos; sólo podemos manifestar lo que ya tenemos. Podemos obtener lo que deseamos esforzándonos arduamente y sometiéndonos al estrés, pero no es ése el camino de la nueva tierra. Jesús nos dio la clave para utilizar la mente de manera creativa y para la manifestación consciente de la forma cuando dijo, «Todo lo que pidan en la oración crean que ya lo han recibido y lo obtendrán».

LOS PORTADORES DE LA FRECUENCIA

El movimiento expansivo hacia la forma no se expresa con igual intensidad en todas las personas. Hay quienes sienten un fuerte impulso para construir, crear, participar, lograr o dejar una huella en el mundo. Si permanecen en estado de inconsciencia, el ego asumirá naturalmente el control y aprovechará la energía del ciclo expansivo para sus propios fines. Sin embargo, eso reduce considerablemente la corriente de energía creadora que tiene a su disposición, razón por la cual cada vez necesitan esforzarse más por obtener lo que desean. Si están en estado de conciencia, estas personas en quienes el movimiento expansivo es fuerte son altamente creativas. Otras personas llevan una existencia menos notable y aparentemente más pasiva y tranquila una vez que han dado curso a la expansión natural que viene con el crecimiento.

Son personas que por naturaleza miran hacia adentro y, para ellas, el movimiento expansivo hacia la forma es mínimo. Preferirían regresar al hogar en lugar de salir. No anhelan participar decididamente en el mundo ni cambiarlo. Si tienen alguna ambición, generalmente se limitan a encontrar algo para hacer a fin de lograr un cierto grado de independencia. Para algunas no es fácil encajar en este mundo. Algunas tienen la suerte de encontrar un nicho acogedor donde puede llevar una vida relativamente protegida, un trabajo que les proporciona una fuente de ingresos constante o una pequeña empresa propia. Algunas se sentirán atraídas por la vida en un monasterio o una comunidad espiritual; otras podrán aislarse y vivir al margen de una sociedad con la cual sienten poco en común; algunas recurren a las drogas por que la vida en este mundo les parece demasiado dolorosa. Otras, con el tiempo, se convierten en sanadoras o guías espirituales, es decir, maestros del Ser.

En épocas pasadas quizás se las habría llamado contemplativas. Es como si no tuvieran un lugar en la civilización contemporánea. Sin embargo, con el surgimiento de la nueva tierra, su papel es tan vital como el de los creadores, los hacedores y los reformadores. Su función es la de anclar la frecuencia de la nueva conciencia en este planeta. He dicho que estas personas son las portadoras de la frecuencia, están aquí para generar conciencia a través de las actividades de la vida cotidiana, a través de su interacción con los demás, y «limitándose a ser».

En este sentido, son las personas que imprimen un significado profundo a las cosas aparentemente insignificantes. Su labor consiste en traer la quietud espaciosa a este mundo estando absolutamente presentes en todo lo que hacen. Hay conciencia y, por tanto, calidad, en todo lo que hace, por intranscendente que sea. Su propósito es hacerlo todo de una manera sagrada, y puesto que cada ser humano es parte integral de la conciencia colectiva humana, tienen un impacto sobre el mundo mucho más profundo de lo que sus vidas aparentan.

LA NUEVA TIERRA NO ES UNA UTOPÍA

¿Acaso la visión de la nueva tierra no es más que otra visión utópica? De ninguna manera. Todas las utopías tienen en común una proyección mental de un futuro en el que todo será perfecto, todos nos salvaremos, habrá paz y armonía y desaparezcan todos nuestros problemas. De esas utopías ha habido muchas; algunas terminaron en desilusión y otras en desastre.

Todas las utopías tienen en su centro una de las principales disfunciones estructurales de la vieja conciencia: aspirar a la salvación en el futuro. La única forma como el futuro puede existir es en forma de pensamiento, de tal manera que cuando proyectamos la salvación hacia el futuro lo que hacemos realmente es buscarla en la mente. Permanecemos atrapados en la forma, y eso es ego.

«Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra», escribió un profeta de la Biblia. Los cimientos de la nueva tierra están en el nuevo cielo, en el despertar de la conciencia. La tierra (la realidad externa) es solamente el reflejo externo de ese cielo. El surgimiento del nuevo cielo y, con él, de la nueva tierra, no son unos sucesos liberadores que hayan de suceder en un futuro. Nada nos habrá de liberar porque la libertad está solamente en el momento presente. Ese reconocimiento es el despertar. El despertar como un suceso futuro carece de significado porque despertar es reconocer la Presencia. Así, el nuevo cielo, el despertar de la conciencia, no es un estado futuro al cual aspiramos llegar. El nuevo cielo y la nueva tierra están emergiendo dentro de nosotros en este momento y, si no es así, entonces no son más que un pensamiento. ¿Qué les dijo Jesús a sus discípulos? «El cielo está aquí, en medio de vosotros».

En el Sermón de la Montaña, Jesús hizo una profecía que pocas personas han comprendido hasta la fecha. Dijo, «Bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra». ¿Quiénes son los humildes y qué quiere decir eso de que heredarán la tierra?

Los humildes son quienes carecen de ego. Son las personas que han despertado a su naturaleza esencial verdadera y reconocen esa esencia en todos «los demás» y en todas las formas de vida. Viven en el estado de entrega y sienten su unicidad con el todo y con la Fuente, encarnan la conciencia despierta que está cambiando todos los aspectos de la vida en nuestro planeta, incluida la naturaleza, porque la vida en la tierra es inseparable de la conciencia humana que la percibe y se relaciona con ella. Es así como los humildes heredarán la tierra.

Una nueva especie comienza a surgir en el planeta. ¡Está surgiendo ahora y es usted!

 

Tomado del Libro «Una Nueva Tierra».

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