Durante mucho tiempo, circuló un relato: que Brad Pitt, en pleno rodaje en Argentina, había rescatado a un perro y lo había llevado consigo a Estados Unidos. Era de esas historias que se transmiten en entrevistas, foros de seguidores y charlas informales: entrañable, emotiva… pero sin confirmación. Hasta que un día, la verdad salió a la luz.
En una entrevista, la periodista se animó a preguntarle, casi con timidez, tanteando el terreno de lo legendario: “¿Es cierto lo del perro en Mendoza?” Brad sonrió, como quien desentierra un recuerdo intacto. Y lo confirmó:
“Sí. Se llamaba Blanco. Lo adopté allá. Era una especie de galgo”.
El ambiente cambió. Había algo en su voz, en la forma de pronunciar ese nombre, que convirtió el mito en realidad palpable. Rememoró la luz de los Andes, el aire helado de la montaña, el vino, la calidez de la gente… y ese perro flaco y noble que lo acompañó sin pedir nada. Blanco. No un recuerdo pasajero ni un simple detalle de viaje: una vida que se cruzó con la suya.
La periodista, emocionada, comprendió que estaba frente a más que una anécdota: un fragmento de historia que regresaba al origen, confirmado por su protagonista. Una verdad que había viajado años y continentes para ser dicha con la sencillez de lo auténtico.
Fuente: Página de Facebook Empty Mind
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