
DE DÓNDE PROVIENEN LAS DOLENCIAS
Antiguamente se decía que Dios enviaba las dolencias para castigo de los pecadores. Siglos después se modificó esa idea, y el «diablo», criatura mala, pasó a ser quien las traía. Después de eso, los investigadores descubrieron los virus y las bacterias, y entonces se atribuyeron a éstos las causas de las enfermedades. Pero recientemente, cuando empezaron a surgir escuelas de psicología, ciertas dolencias pasaron a considerarse producto o somatización de las reacciones y de los estados psíquicos del hombre. Así, las ideas y las investigaciones sobre el asunto fueron evolucionando y, por cierto, no quedaron ahí.
Cuando el llamado interior de la humanidad en favor de mayor expansión de la consciencia se tornó suficientemente fuerte para atraer nuevos esclarecimientos sobre la salud y la dolencia, ella pudo recibir conocimiento más amplio. Seres que trabajaban en las dimensiones interiores del planeta lo pudieron transmitir a través de una especie de telepatía que no se limita al ámbito mental. Esa telepatía superior consiste en un contacto consciente que el alma del hombre establece con el núcleo interior de un ser aún más evolucionado que él, de donde recibe enseñanzas. Además de ello, el aprendizaje por vías subjetivas puede efectuarse también a través de la «lectura» de aquello que está impreso en las capas del éter cósmico, capas sutiles que envuelven a la Tierra y que contienen todo tipo de información. A través de ese acervo, los sentidos interiores perciben que la fricción provocada en la atmósfera terrestre por las fuerzas constructivas que vienen a través de los rayos solares produce las dolencias en el planeta y en la mayoría de los reinos en él existentes. Eso es causado no por las fuerzas positivas en sí, sino por la propia condición impura de la atmósfera terrestre, que reacciona ante su paso, como vimos.
La presencia de las enfermedades, como ya dijimos, es propia de los niveles de consciencia físico-etérico, emocional y mental -no existe más allá de ellos. En esos tres planos vulnerables está localizada también la parte personal de nuestra consciencia. En verdad, el hombre en su conjunto es emanación de la Mente Única, que se manifiesta bajo varios aspectos, y la personalidad humana es sólo uno de ellos. Siempre que el pensamiento y la energía estén centrados en las características más materiales del ser, enfocando de modo exclusivo asuntos de la personalidad, el individuo está más sujeto a las dolencias, puesto que éstas existen exactamente en esa área. «El hombre es lo que piensa», dice cierta ley. Su atención se polariza sólo en el lado físico, emocional y mental de la propia vida, y se torna más susceptible aún a la condición insalubre de los niveles terrestres.
Nuestro subconsciente (que es la concentración de nuestras experiencias pasadas) recibe toda la impresión de lo que pensamos y sentimos. Las capas psíquicas (planos mental y emocional) y las capas densas (planos etérico y físico) del planeta reciben también todas nuestras emanaciones. Tanto el subconsciente como esas capas reaccionan entonces según el estímulo que les enviamos. Portante, si alguien confirma en sí mismo, con su actitud, solamente su apariencia humana, está, sin que lo perciba, abriéndose a la posibilidad de quedar enfermo. Para estar relativamente libre de esa condición de desarmonía es necesario que aprenda a permanecer estable en la idea de que la mayor parte de su ser se encuentra en niveles supramentales, y que le corresponde tomar consciencia de ello de manera cada vez más clara.
Durante largos períodos en los que se desarrollaba la civilización terrestre actual, el hombre se habituó a identificarse con los aspectos densos y personales de su ser, sin saber que, con eso, polarizaba su atención en los niveles en los que ocurre la fricción entre las fuerzas constructivas solares y la atmósfera terrestre contaminada por las fuerzas lunares. Siguiendo en el pasado esa tendencia (que en la actualidad está declinando rápidamente), los yoes superiores fueron más receptivos, a la realidad del mundo concreto, que activos en otras direcciones. Aún están vivas en nuestra memoria las enseñanzas típicas de épocas pasadas, como, por ejemplo, las doctrinas emanadas de religiones organizadas que enfatizaban la imperfección y las limitaciones del hombre, reforzando así su identificación con los niveles en los que la dolencia existe.
La propaganda de remedios, la descripción pormenorizada (y no siempre necesaria) de los aspectos de las dolencias, las costumbres alimentarias retrógradas, la ansiedad producida por el hábito de la rivalidad y de la competición y el deseo canalizado hacia las cosas de la materia más densa, nos llevaron a una identificación progresiva con las áreas enfermas del planeta. Actualmente, los poderes superiores que existen dentro del hombre están siendo reconocidos por éste, y la progresiva concentración de su mente en las dimensiones supramentales le propiciará cierta inmunidad, siempre que él persista en su trabajo de colocar su personalidad en alineación con la voluntad superior. Tal trabajo no es nada más que la continua atención en mantenerse coherente (en las acciones, los sentimientos y los pensamientos) con la meta espiritual escogida.
Quien asume ese proceso necesita saber un punto básico y esencial: el antagonismo con la enfermedad refuerza el desequilibrio y lo perpetúa. Fuimos educados para «combatir» las molestias, y para juzgarlas siempre negativas, y por eso no nos damos cuenta de otros aspectos que puedan tener. En realidad, ellas nos están demostrando siempre que hay algún punto que ha de ser transformado en nuestra vida y nuestra actitud.
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Según la medicina del futuro, medicina aún esotérica desde varios ángulos, la enfermedad indica la existencia de una desarmonía entre la forma exterior del individuo (su voluntad personal) y su vida interior (su voluntad profunda). Por tanto, como ya vimos, la búsqueda de la armonía entre esos dos aspectos de la voluntad es el camino para que la enfermedad deje de ser necesaria, individualmente considerada; a los seres les quedarían las enfermedades «planetarias». En todos los casos, la agresión pura y simple al estado enfermizo puede contribuir para que aquella persista e, incluso eliminada temporariamente, volverá a la misma área en que antes surgió, o a otra. Para efectuar la cura, todo uso de recursos externos al propio hombre es paliativo, pues sólo tienen verdadera utilidad cuando el trabajo de perfeccionamiento y transformación del carácter y de la actitud se efectiviza paralelamente. En fin, las técnicas terapéuticas externas como las que actualmente se emplean, aunque utilísimas y positivas en el tratamiento de una enfermedad, no pasan de ser instrumentos y, como tales, se tornan ineficaces cuando la verdadera causa no es eliminada subjetiva y objetivamente.
En un futuro próximo, la medicina y la psicología trabajarán juntas. La primera empleará técnicas que pueden actuar tanto sobre el cuerpo físico y etérico como sobre cuerpos más sutiles. Se emplearán medicamentos, colores, sonidos, ritmos, usados con el conocimiento sobre las energías de los Rayos y, en raros casos, la cirugía en el plano físico. La segunda empleará técnicas para el esclarecimiento y la disolución de la ignorancia y ayudará al individuo a alinear los cuerpos de su personalidad con el centro interior de su ser, el yo superior. No sólo esas técnicas serán normales, sino también otras, usadas en las demás dimensiones en las que el hombre existe.
Para servir como catalizadores de los procesos de cura y crecimiento interior y como auxiliares en la remoción de la verdadera causa de la enfermedad, tanto el médico como el psicólogo del futuro serán, más que técnicos, personalidades alineadas y potentes canales transmisores de la energía superior. En los niveles sutiles puede haber seres, o grupos de seres, trabajando al unísono con los terapeutas del plano físico, pero aquí no nos estamos refiriendo a esos procesos, que serán objeto de otro libro.
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A pesar de que determinadas dolencias tienen su inicio en el curso de la propia encarnación en que se manifiestan, muchas de ellas fueron engendradas ANTES del nacimiento físico. Nosotros mismos, como almas, las escogemos como medio de purgación de antiguos desequilibrios o como medio de fortalecimiento y desarrollo de ciertas cualidades que, de otro modo, no emergerían. Escogemos nuestras enfermedades con el más profundo poder de decisión y, por ese motivo, es inútil que después queramos combatirlas a ciegas. Eso no quiere decir que las dolencias sean indispensables para la evolución del hombre: por el contrario, ellas son un mal, aunque por el momento, necesario.
Hay ciertas corrientes de pensamiento que admiten que estaríamos genéticamente programados para vivir en esta Tierra cerca de ciento cincuenta años (eso dentro del ACTUAL código genético), y podemos fácilmente compartir esta idea en la medida en que, depurando nuestra capacidad de percepción, reconocemos ese potencial en nuestro propio cuerpo físico. Sin embargo, son tres los factores que impiden, y hace mucho que parecen impedir, que permanezcamos en la encarnación cuanto nos sería posible: la alimentación inadecuada de decenas de generaciones a través de los siglos, los tóxicos absorbidos por diferentes vías (físico-etéricas, emocionales y mentales) y el estado de ansiedad al cual la vida dirigida hacia valores triviales da permanente estímulo. Así, hay que realizar mucho trabajo en favor de la salud, antes de que podamos alcanzar nuestra máxima longevidad y vigor físico. Empero, sábese que forma parte del Plan Evolutivo que el hombre se torne completamente sano en un ciclo futuro de la Tierra, así como él lo es en otros planetas y estrellas de ésta o de otras galaxias (nos referimos tanto a sitios físicos como a dimensiones más sutiles de la vida).
FUNCIONES PROFUNDAS DE LAS DOLENCIAS
Cuando se aproxima el momento de nuestra desencarnación, todos tenemos la oportunidad de ver, sintetizada en un solo cuadro, la secuencia de acontecimientos que constituyeron la encarnación que está terminando. Ya dimos explicaciones pormenorizadas de ello en nuestro libro anterior La Muerte Sin Miedo Ni Culpa. Ese cuadro nos hace ver, por primera vez, la verdadera calidad de todo lo que acabamos de vivir. Mientras estamos encarnados, circundados por envolturas físico-etéricas, emocionales y mentales, no podemos percibir con claridad qué consecuencias acarrean nuestros actos, pensamientos y sentimientos. En ese estado final, sin embargo, últimos instantes en los que estamos ligados al cerebro físico, recapitulamos la vida de forma sintética y con toda precisión, sin máscaras ni atenuaciones. Es una gran oportunidad para el crecimiento de la consciencia; en ese momento el ser humano percibe que no hay más tiempo, en aquella encarnación, para rectificaciones. Pasa hacia otra dimensión, llevando consigo una idea fuertemente dinamizada por esa experiencia.
Principalmente entre un nacimiento y otro, el hombre reflexiona y medita sobre sus actos, sentimientos y pensamientos anteriores, y se propone, siendo un yo superior ya de cierta evolución, equilibrar las desarmonías que hayan sido provocadas en la encarnación recién terminada. Entonces, a partir de ahí, toma importantes decisiones que con todo, se mantienen claras tan sólo mientras él está fuera del cuerpo físico. Los nuevos vehículos (el físico-etérico como el nuevo cerebro, el emocional o astral como los nuevos sentimientos, y el mental como los nuevos pensamientos) no atraen a la memoria lo que ocurrió en su vida anterior ni las decisiones tomadas por el individuo en los niveles superiores de su consciencia. Al ser esto así, los propósitos fundamentados entre una encarnación y otra no son, de modo natural, parte de los nuevos cuerpos. En la mayoría de los casos, el individuo, al reencarnar, ya no tiene la idea consciente de lo que vino realmente a hacer en la Tierra.
Impulsado por la conscientización hecha en los últimos instantes de su encarnación pasada, el yo superior busca, como dijimos, oportunidades para reequilibrar las acciones anteriores del yo consciente. Uno de los procesos a través de los cuales él puede hacer eso son las enfermedades que previamente programa. A través de ellas, el yo consciente se ve en la contingencia de desarrollar ciertas fuerzas que de otro modo no desarrollaría. Empero, no son fuerzas para la lucha, sino para estar ante situaciones reequilibradoras. Un individuo que haya hurtado, por ejemplo, puede renacer con una enfermedad más o menos crónica en las manos, y el esfuerzo que hace para tratarla o para convivir pacientemente con ella puede producir, en el equilibrio general de su ser, una compensación respecto de la antigua acción, en la que él usara fuerzas contrarias a las que ahora se están desarrollando. Para mitigar ciertos dolores, para soportar ciertas incomodidades, él tendrá que apelar a energías que vienen de dentro de sí mismo, y eso representa un progreso en relación con el punto evolutivo anterior, cuando no se efectuó esfuerzo especial alguno.
Si en una encarnación anterior el hombre desarrolló un comportamiento egoísta, por ejemplo, ¿qué medios directos tendría el yo superior para inducirlo a que equilibre ese hecho? Eventualmente, un estado de debilidad física ayudaría a la nueva personalidad a descentralizar la fuerza superflua que acumuló, produciendo así una situación general contraria a aquélla, egoísta, del pasado.
Si la mentira fue una norma en cierta encarnación, ¿cómo podría el yo superior inducir al individuo a que desarrolle energía contraria a toda la trama generada por la falsedad? Uno de los caminos serían los estados de anemia, y otros de ese género. A través de ellos, la personalidad se pondría a buscar modos verdaderos de dinamizarse.
Igualmente, la inconstancia y la superficialidad pueden ser equilibradas a través de órganos físicos deformados; las calumnias proferidas pueden ser restauradas a través de defectos físicos más o menos dolorosos, tal vez congénitos; la confianza excesiva en las fuerzas del ego humano puede ser sanada contrayendo malaria u otros tipos de dolencias febriles. Las pasiones, principalmente las sexuales, redundan casi siempre en molestias infecciosas, pero más o menos graves, según el grado de deseo desarrollado, y la sensualidad sin control puede ser corregida mediante neumonía. Todo eso puede acontecer en la encarnación futura o en la presente, dependiendo del ritmo que el yo interior quiera y pueda imprimir al proceso de purificación y armonización del ser. Si no es muy remoto el hecho que dio origen a la necesidad de reequilibrio, el cuerpo astral-emocional del individuo puede guardar la memoria de la «decisión interior» y puede hacer presión sobre el cuerpo físico, propiciando así la aparición de ciertas dolencias.
Cuando se trata de transformar un pasado que ya cayó en el olvido, pero que continúa depositado en las capas más profundas del subconsciente, vienen las neurosis, las neurastenias y algunos casos de histeria; formas que la naturaleza encuentra para disolver en el hombre restos indefinibles de aquello que ya no le es útil en la actualidad. Sin embargo, hay acontecimientos que van quedando en el archivo, pues no siempre las experiencias purificaderas o armonizantes pueden, de una sola vez, ser programadas en gran número y en la misma encarnación.
El hábito de encerrarse en sí mismo, y de no comunicarse suficientemente con el mundo exterior y con los otros seres, puede ser equilibrado por el sarampión, tal vez contraído en edad física ya avanzada. En general, éstas y otras dolencias surgen, con todo, en los primeros años de vida, para que el individuo se libere cuanto antes de algunos desequilibrios básicos. A través de ellas, son retiradas de la nueva personalidad tendencias consideradas indeseadas y desactualizadas por el yo interior reencarnante. Los elementos hereditarios que él no quiere aceptar o a los cuales no puede adaptarse, por no servir a su programación, son expulsados del cuerpo físico principalmente por la acción de las fiebres infantiles.
Mientras una fiebre quema las sustancias indeseables presentes en los cuerpos nuevos, tanto en los físicos como en los sutiles, el individuo es ayudado a superar la tendencia a desear las cosas materiales y superfinas y a disolver algunas ilusiones que normalmente tiene con la forma física, con el sentimiento y con el pensamiento concreto. Las «realidades» de esos niveles más conocidos de la vida nada son en vista de la REALIDAD de la que el yo interior empieza a tornarse lúcido. Si no existieran tales recursos, ¿cómo haría él para efectuar, dentro de la personalidad aún inconsciente de hechos más amplios, la remoción de inutilidades y la transformación de desarmonías?
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Desde ese punto de vista, el objetivo de una enfermedad es, en principio, el perfeccionamiento del propio hombre. Como ya dijimos, antes de nacer él consigue ver claramente su meta evolutiva y programa acontecimientos que proporcionarán los recursos para que ciertas circunstancias se den en los planos físico y psíquico en el curso de aquella encarnación. Como ese programa es trazado por el yo superior, apoyado en las fuerzas que kármicamente estarán disponibles, siempre se tiene en cuenta el grado de vigor del individuo. Por eso nunca ocurre que una prueba, en el caso de una enfermedad, sea mayor que su capacidad para soportarla. El hecho de no aceptarla y de reaccionar él ante las evidencias pone más peso sobre la situación, tornándola, muchas veces, insoportable. Eso es válido inclusive en lo que se refiere al dolor físico, como veremos más adelante.
Al pasar por una enfermedad, si supiera trabajarla y trabajarse a sí mismo a través de ella, el hombre adquiere fuerzas que sustituirán a aquellas que anteriormente tenía y que eran insuficientes para el grado de desarrollo anhelado por su supraconsciencia. A veces, ese trabajo puede efectuarse en la misma encarnación en que surgió la enfermedad, y el nuevo potencial puede emerger a corto plazo; otras veces, el campo es preparado a través de experiencias más o menos dolorosas y largas, y los resultados sólo van a manifestarse en una ocasión futura.
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El proceso de nuestro desarrollo y de nuestra evolución obedece a ritmos ordenados. Algunos de ellos son individuales, y otros son grupales, nacionales, planetarios o cósmicos. Por eso, la liberación de un potencial tras la purificación de restos del pasado se da cuando al individuo le llega el momento oportuno, pero puede ocurrir también que un potencial ya libre de obstáculos permanezca reservado para algún ciclo de carácter más amplio. El individuo aguarda entonces oportunidades de servir en un ámbito mayor, y espera que las circunstancias para ello no sólo estén listas en él mismo.
Es por esto que, muchas veces, sería inútil que quisiéramos prolongar nuestra encarnación más allá del tiempo necesario y previsto, insertos como estamos, siempre, en ciclos que envuelven movimientos mayores o menores, que dependerán de la fuerza de nuestro potencial: necesitamos estar disponibles en el correcto momento grupal, astrológico y planetario en el que ese potencial sea de mayor beneficio.
Durante las pruebas, el sufrimiento puede ser aumentado cuando los pensamientos se aferran al cuerpo físico y los sentimientos a los deseos del cuerpo emocional. Si hay renuencia a abandonar esos deseos, o si se demora de más la mente en asuntos típicamente físicos, el sufrimiento recrudece. Como veremos, el cuerpo físico tiene una consciencia propia y, en la mayor parte de los casos, no necesita que interfiramos en ella. La consciencia del cuerpo físico, cuando está desarrollada, sabe mejor que la mente humana lo que ha de hacer y cómo actuar. Cualquier fuerza de pensamiento que voluntariamente le dirijamos puede perturbarle la acción, haciendo así que se recoja o acomode para recibir órdenes mentales, en vez de pasar por un proceso de creciente desarrollo.
Una persona cuyo cuerpo físico esté condicionado por ideas mentales, incluso provenientes de su ocupante, ciertamente lo tendrá enfermo. La mente conoce tan sólo lo que concierne a sus vivencias anteriores; pero la consciencia del cuerpo físico, además de tener la experiencia pasada, está desarrollando en esta época (entre otras cosas) la capacidad para liberar la sustancia-luz presente en cada célula. La intuición que esa consciencia deberá ir adquiriendo necesitará crecer para que ella misma se eleve. Tener fe en la realización de esa posibilidad, y permitir que ella se abra, es una de las funciones del espíritu humano en su vida sobre la tierra.
LA RELACIÓN DEL HOMBRE CON SUS CUERPOS
El hombre vive en las dimensiones física, etérica, emocional y mental cuando su propósito es exteriorizarse y, para ello, se reviste de materia propia de cada una de aquéllas. Sin embargo, es un ser esencialmente cósmico; y su existencia puede ser totalmente plena fuera de las dimensiones referidas, siempre que él no tenga más lazos formados por el deseo ni experiencias a realizar en la Tierra. Habita otros cuerpos, sutiles, que funcionan en niveles más profundos (del mental abstracto al cósmico) sin que para eso necesite los cuerpos más densos antes citados. Aún así, estos son utilizados siempre que, en ciertos momentos de su vida, el proceso encarnatorio forme parte del programa de su Espíritu.
Estudiaremos aquí tan sólo la relación del hombre con esos cuerpos más densos que utiliza (el físico, el etérico, el emocional y el mental) y que son perfeccionados en el curso de las encarnaciones, ya que necesitan tornarse cada vez más adecuados a los propósitos de su supraconsciencia. Siempre que esa meta se logra en cierta proporción, el yo superior (reflejo del Hombre cósmico en el plano mental abstracto) desencarna, y todos esos vehículos suyos temporarios se desintegran. La llamada «muerte» es, por tanto, un hecho no sólo natural sino también deseable, cuando llega el momento de que el yo superior se retire hacia niveles vibratorios situados más allá del mental pensante. Ese proceso es descripto pormenorizadamente en La Muerte Sin Miedo ni Culpa.
Nos estamos refiriendo conscientemente al hombre y a sus diferentes cuerpos, a pesar de que hay algunas tendencias modernas de pensamiento que, para facilitar la comprensión de ese asunto, niegan la realidad de subdivisiones en el hombre y procuran inducirlo a considerarse una unidad. Eso es coherente, de cierta forma, con uno de los aspectos del signo de Acuario, la energía de síntesis, y puede ser útil para algunos temperamentos, pero no para todos. Incluso bajo la influencia acuariana de esta época, necesitamos comprender el mecanismo de lo que es trabajado en nuestro ser y en nuestra realidad mental cotidiana.
Lo que en verdad ocurre es que el hombre va alcanzando ciclos cada vez más avanzados de evolución y, así, sus cuerpos densos son atraídos hacia estados de consciencia sutiles, hasta que puedan ser absorbidos por una mente más amplia, por áreas más profundas de su ser. A partir de ahí, no hay más razones para encarnaciones sobre la Tierra. Así, en el curso de ese proceso de sutilización progresiva, el hombre va REALMENTE sintetizando en una unidad sus aspectos exteriores aparentes en su Vida interior esencial. Para los individuos que alcanzaron ciclos avanzados de ese proceso, las subdivisiones de hecho dejan de existir, pero para aquellos de evolución media y que aún necesitan encarnar, la realidad de todos sus cuerpos y de cada uno en particular necesita estar bien presente, pues ellos tienen como trabajo principal la purificación de esos vehículos mientras están encarnados.
Aquí debe entenderse por purificación la búsqueda de sintonización de los cuerpos de la personalidad con el Infinito Único, alineación que se efectúa gradualmente, con paciencia y lucidez, sin arrebatos de entusiasmo que denotarían una decisión aún superficial de realizarlo. La calma, el discernimiento y la quietud son señales visibles de que el hombre asumió realmente ese proceso y, a partir de entonces, ya no es posible que retorne a la ignorancia de antes.
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Lo que en este estudio nos interesa es el cuerpo mental del hombre, cuerpo que es parte y prolongación de la Mente Mayor y que posibilita al yo consciente del individuo captar ideas y planos más amplios, libres de los condicionamientos groseros y de los sentidos comúnmente conocidos. A través de su cuerpo mental, el hombre construye «formas-pensamiento» que, siendo positivas, lo mantienen en estado saludable, y siendo negativas, lo atan al conflicto existente entre las fuerzas evolutivas y las que se oponen a la evolución. Por tanto, la actividad mental es la que sitúa su consciencia dentro del vasto cuerpo de fuerzas que forman parte de la vida.
Con el tiempo, se va adquiriendo la habilidad de elevar los deseos hacia objetivos cada vez menos densos y más evolutivos, y eso acarrea el control de la mente, control que nada tiene que ver con la paralización del flujo de pensamientos, sino que trata, en cambio, del perfeccionamiento de su calidad. Las formas que los pensamientos toman en el plano mental atraen situaciones que, si son positivas para el hombre, son oportunidades para que él se sirva en escala cada vez más amplia; servirá primero a las personas vinculadas con él a través de antiguos lazos kármicos de diversas calidades; servirá a continuación a un grupo y, después, a la humanidad y al planeta. Finalmente, en ciclos más adelantados, pasa a servir conscientemente al sistema solar y a la galaxia.
El yo superior, que tiene su vida en el nivel mental abstracto y no en el cuerpo mental concreto del que estábamos tratando, se viste con ese material corporal pensante en cada encarnación para crear, a través de él, formas positivas en el océano de la Mente Mayor. La personalidad humana, con el tiempo, comprende la verdadera función de la propia mente, dando así inicio a su actuación adulta.
Algunas disciplinas desactualizadas insisten aún en técnicas que llevan a condicionar el pensamiento, con el objetivo de conseguir el aquietamiento de la mente y su consiguiente alineación con el yo superior. Tales procesos artificiales nos llevan hoy, no obstante, a una especie de autohipnosis que nos hace creer que nuestra mente ya está tranquila. En realidad, todo el proceso impuesto a partir del exterior puede impulsar hacia el subconsciente los conflictos que el hombre acaso tenga en su vida exterior. En lugar de esas técnicas se propone, a aquellos que desean disciplinarse, una concentración generalizada que los induzca a quedar atentos al momento presente. Si tal atención se mantiene sin tensiones, y si todo pensamiento que pasa es advertido sin ser objeto de críticas, sin juzgamientos ni autocastigos, la mente acaba por calmarse. La elevación del pensamiento trivial también es necesaria, pues a través de él la mente concreta se sutiliza, permitiendo que se cultive un campo más receptivo hacia las ideas superiores. Toda esa práctica ocupa el tiempo integral de la vida cotidiana del hombre, y no sólo períodos especialmente reservados para ejercicios. Quienquiera que en su presente etapa evolutiva ya haya desarrollado el propio cuerpo mental sabe de esos hechos, pero la mayoría no llega aún a poner en práctica ese modo de vivir.
En lo que concierne a este estudio, son suficientes las indicaciones anteriores.
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El cuerpo emocional (o astral), a su vez, es también instrumento para el trabajo del yo superior en los niveles terrestres. Es como un reflector que toma la forma y la coloración que le son impresas por la calidad de los deseos del hombre y por el ambiente psíquico en el que él esté. Cada deseo del emocional colectivo influye sobre ese cuerpo, y todo sonido lo hace vibrar, pudiendo tornar más o menos positivos a sus estados.
En el futuro, el sonido será usado con finalidad terapéutica. Su utilización contemplará no propiamente la cura de males del cuerpo físico, sino principalmente la transformación del cuerpo astral. Algunas experiencias pueden hacerse ya en ese sentido. Hay fragmentos de compositores clásicos, por ejemplo, que son muy adecuados, mientras no surja la nueva música. Por otro lado, cuando el tratamiento del cuerpo emocional se efectúa en niveles subjetivos, o en otras dimensiones, el proceso usado varía con las energías presentes, teniéndose en cuenta las necesidades. Allí se trata de procesos en la antimateria.
El emocional puede también recibir impresiones que vienen de los niveles superiores a él, pudiendo hasta manifestar sentimientos del yo superior, que son impersonales. Así, de la misma forma como es capaz de reflejar el ambiente, puede también conseguir reflejar la vibración espiritual. No obstante, para llegar a eso necesita ejercitarse, reeducarse y armonizarse, lo cual se efectúa a través de la elevación de los deseos. Esa elevación puede ser hábilmente conducida por el hombre partiendo de los motivos más densos para alcanzar los más sutiles y universales; y también puede efectuarse a través de los momentos de quietud cultivados incluso en circunstancias poco propicias y a despecho de la opinión desfavorable que las personas que lo circundan puedan llegar a tener.
Otra forma de transformar el cuerpo emocional es entregarlo conscientemente, antes de dormirse, al yo superior. Así se lo podrá inducir a vivir procesos de restauración y de perfeccionamiento mientras el cuerpo físico esté dormido. Hoy, ese es un proceso de cura muy usado en la mayoría de los casos, pues el ambiente y el agitado ritmo de la vida de vigilia de los individuos no se prestan a cura espiritual.
Reeducados los deseos y disueltas las ilusiones humanas, por lo menos parcialmente, el cuerpo emocional puede librarse de las vibraciones más densas y, finalmente, dejarse elevar a través de los subniveles propios de su materia fluida. Impulsado por la aspiración del yo consciente, puede ser llevado hasta dimensiones considerablemente sutiles, en las que la cura se efectúa con más facilidad que en los planos más rarificados. Puede ser conducido hasta el aura de un yo superior de grado de consciencia más avanzado y, allí, pasar por una estimulación que lo recoloque en equilibrio con la propia «línea de luz», esto es, en sintonía con su propio yo interior espiritual y con los que se relacionan con él.
Conocí a un individuo que, por más que lo intentase, no conseguía equilibrarse emocionalmente. Llegó al punto de que sus reacciones ya no le permitían que permaneciese en el ambiente en que estaba, ambiente que era perfectamente adecuado para que su cura interior se efectuase. Le sugerí que se dispusiese a ser elevado a un nivel de consciencia que no acostumbraba alcanzar y que se relajase antes de dormirse, entregándose a la voluntad de su propio yo interior y profundo. El lo hizo y, al día siguiente, se encontró en situación muy diferente, sin saber explicar por qué.
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Al retornar al estado de vigilia, no siempre tenemos consciencia de las experiencias curativas por las que pasamos durante el sueño. Pero procesos de cura de ese mismo tipo pueden también ocurrir mientras estamos despiertos, sin que nos demos cuenta de ellos. Tuve una experiencia curiosa que puedo compartir aquí a título de colaboración.
Cierta vez, después de algún tiempo en que estuve viviendo en el exterior, se aproximaba el momento de regresar al país en el que yo había encarnado, pero mi mente humana se rehusaba a aceptar ese hecho. La idea de no volver era tan poderosa que llegó a emitir fuertes condicionamientos al cuerpo emocional. Como se sabe, este cuerpo es sensible también a las estimulaciones mentales.
Un día decidí entregar a los niveles superiores de mi ser ese estado de conflicto y me abrí de forma especial a la cura interior, sin tener en cuenta lo que le pudiese ocurrir a mi personalidad de entonces. Pasaron algunos días y, cuando llegó el momento cíclico de que aquella situación se aclarara, me encontraba en un café suizo conversando con una amiga. En ese instante, ni siquiera estaba presente en mi memoria el pedido de cura que yo hiciera. Después que comentamos algunos hechos recientes, ella tomó un diario y se puso a leerlo. Entonces fue cuando percibí que en mi ser se producía una alineación especial, como si todo él se estuviera elevando en consciencia. No hubo tiempo para razonar sobre lo que estaba ocurriendo, pero sucedió una cosa, de la cual tuve una nítida impresión. Al salir del café, que ya se estaba poniendo agitado y bullicioso, era como si mi antigua idea de separatividad nunca hubiese existido.
Cuando me acuerdo de ese hecho, localizo con mucha dificultad, en mí mismo, aquel viejo sentimiento. Hoy me parece que fue otro quien lo vivió, y no yo. Es como si yo, en esta encarnación, nunca hubiese rechazado al país al que debería volver y en el que me aguardaba cierto trabajo. Por tanto, la cura era muy necesaria; y, como siempre, no faltó la «gracia».
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Sobre la verdadera cura no se tiene explicación; no se sabe cómo viene. Si la racionalizamos, es porque no estamos totalmente libres de los obstáculos para su manifestación, y todavía está lo que tenemos que remover y lo que tenemos que transformar en nosotros mismos. Como la energía que la promueve viene de niveles que están más allá de toda posibilidad de análisis, las explicaciones a su respecto sólo afean la verdadera esencia de su movimiento. Por eso se dice que sin Fe no puede haber cura.
La Fe es la percepción profunda de que estamos VIVOS y de que, por tanto, nada realmente nos puede alterar en nuestra integridad última; es el reflejo, en nuestra personalidad, del estado del yo superior presente en el mental abstracto de nuestro ser. Por otro lado, la duda es expresión humana y personal aún no penetrada por la energía de la cuarta dimensión.
Las preguntas, cualesquiera que éstas sean, no existen en los terrenos de la Fe. Sólo forman parte del desarrollo del cuerpo mental pensante del hombre, proceso válido y fundamental en la ejercitación que lo preparará para ser receptivo, más tarde, a realidades mayores. Empero, la Fe penetra al yo consciente cuando la mente humana, después de pensar en ella, se aquieta. El ejercicio que podemos hacer para comprobarla es mantenernos tranquilos, en la vigilancia más calma.
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El cuerpo etérico, que en algunos sistemas teóricos es considerado parte del cuerpo físico por ser el que lo mantiene integrado y lleno de energía, abriga los vórtices de fuerza que reciben y transmiten la vida universal y la redistribuyen en ese cuerpo físico. Por tanto, es el vehículo a través del cual la energía vital penetra en el cuerpo físico y del cual depende en gran parte la salud y el bienestar de este último. Asimismo, por intermedio del etérico se efectúa la unión entre el cuerpo denso y los niveles más sutiles del ser y, por eso, si no está limpio y armonioso, ese cuerpo mantiene al consciente ajeno a la vibración y al conocimiento superiores.
Una congestión o una dispersión de energía en el cuerpo etérico ocasiona males físicos. El equilibrio es mantenido por la calidad de los pensamientos que el hombre tiene, e incluso puede decirse que es por el continuo cultivo de ideas correctas que el cuerpo etérico es conducido a una intensa actividad constructiva. La armonía etérica se consigue, por tanto, principalmente, por la presencia de pensamientos positivos en la mente del hombre, y no sólo por la práctica de ejercicios respiratorios que le suelen prescribir con ligereza, sin conocimiento intuitivo y clarividente. De nada valen los ejercicios y las técnicas, si no existe un decisivo trabajo sobre el carácter.
Es a través del etérico que circula, como se dijo, la energía emitida por el alma, pero él es también transmisor de otras energías, emitidas por núcleos aún más potentes: un planeta, una estrella y hasta el Sol inclusive, con el cual tenemos profunda vinculación por intermedio del yo superior. Evidentemente, aquí nos referimos a la vida interior de esos astros, y no a su apariencia exterior. Nos referimos a nuestra unión con la esencia del Sol (amor-sabiduría en movimiento de entrega y de apertura hacia realidades más elevadas), y no a mera exposición de nuestro cuerpo a los rayos solares físicos, lo cual podría producir trastornos, dadas las circunstancias planetarias actuales de contaminación atmosférica.
Seres que nos auxilian en la escala evolutiva, conscientes de su propio trabajo subjetivo, están actuando intensamente en esta época para que el cuerpo etérico colectivo de la humanidad sea estimulado. El etérico es el medio en el que toda energía puede circular y, por tanto, a través de él, fuertes corrientes pueden llegar hasta el cuerpo físico del hombre. Volverse consciente en el nivel etérico es el próximo paso de la raza humana y, como se sabe, incluso se están efectuando ya experiencias científicas en el sentido de penetrar y conocer esa dimensión.
La contaminación progresiva del plano físico planetario con venenos y «polución», contaminación que está transformando inclusive el contacto de la piel con los rayos solares en motivo de degeneración de los tejidos, demuestra que incluso tenemos que salir del confinamiento del plano físico. Necesitamos llegar al conocimiento de cómo actuar en el plano etérico (y en otras dimensiones) para que, a través de eso, consigamos ampliar nuestra acción consciente en este mundo y en otros más sutiles.
Actitudes, aspiraciones, impulsos y deseos son realidades y forman la vida y el trabajo en la materia de los éteres. Por tanto, de la calidad de nuestra vida depende la fluidez de las energías en lo etérico, así como el desarrollo de sus centros de fuerza. Los cuidados básicos con el cuerpo físico, al igual que la correcta vida emocional y mental, son positivos y se reflejan directamente en el cuerpo etérico. Además de eso, el contacto con la naturaleza, en el plano físico, lo revitaliza y armoniza al hombre con mundos que lo circundan y de los cuales forma parte en otras dimensiones, en las que también podrá vivir conscientemente.
Como para algunos es hoy casi impracticable el contacto con el aire puro y con las plantas, en especial con aquellas que están en su estado natural en florestas y bosques, el trabajo de elevación del pensamiento debe ser particularmente intensificado. Un hombre es lo que él piensa, según ya se dijo tantas veces. Nunca esa ley fue tan esencial como hoy en día. Así, sabiendo que contamos con nuestro pensamiento como instrumento básico de alineación y de purificación, no necesitamos esperar que condiciones externas nos permitan ejecutar lo que sería deseable para la salud de nuestro cuerpo de éteres.
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Dícese que el cuerpo físico se perfecciona cuando se torna capaz de responder a la consciencia más elevada del ser, a la vibración superior. Cuando eso acontece con cierta intensidad, la sustancia-luz que existe en el centro de cada célula se libera, constituyendo ese hecho la máxima realización del nivel más denso y material del hombre.
El destino de la especie humana no es continuar encarnando en cuerpos físicos, sino trascender los estados más densos, encaminándose hacia los más sutiles. En su ciclo final sobre este planeta, la humanidad ya habrá superado muchas limitaciones hoy típicas del plano terrestre y estará conviviendo más abiertamente con otros niveles de consciencia, en los que las leyes son diferentes. En esos niveles puede decirse que la reproducción es asexuada, lo cual influye, desde ya, en el comportamiento del hombre más lúcido, aunque las condiciones actuales de densidad física no permitan aún la realización de ese hecho. En el libro Hora de Crecer Interiormente (El Mito de Hércules Hoy), hay una deliberada estimulación en ese sentido, para ayudar al hombre en evolución a preparar, en sí, las etapas futuras que deberá vivir.
En cuanto al cerebro, sólo tiene activas, aproximadamente, el diez por ciento de sus células; para que pueda reflejar un pensamiento superior, para que su parte adormecida pueda despertar, necesitamos cambiar la calidad y las intenciones de nuestra vida cotidiana. El pensamiento común y las preocupaciones triviales son capaces de mantener sólo un pequeño número de células en actividad, y siempre las mismas. No será posible una vida diferente sobre este planeta sin que despierte la mayor parte del conjunto celular cerebral de los hombres.
Se sabe que un intenso trabajo está ocurriendo sobre los cerebros humanos por parte de las energías superiores y de seres que operan y trabajan en los planos sutiles de la existencia, en beneficio del hombre. Pero esto no es asunto de este libro, que se propone despertarnos hacia la cura interior y darnos algunas indicaciones básicas.
El cerebro y el cuerpo de carne y hueso tanto pueden tornarse cada vez más autoconscientes como transformarse en autómatas comandados por fuerzas ciegas existentes en la propia materia física, emocional y mental. Contribuiremos a que siga el primer camino y se libere de la red de influencias que lo mantienen encadenado, si le transmitimos la idea de que él es, de hecho, receptáculo del yo superior.
El cuerpo puede expresar libremente el alma que lo habita, con tal que alcance cierta claridad de vibración. Es casi imposible para el pensamiento superior introducirse en un cerebro físico poco evolucionado o impregnado de sustancias tóxicas, sean ellas físicas, tales como el humo, el alcohol, y las drogas, o sutiles, tales como los pensamientos negativos o los poco armoniosos. Por tanto, la depuración del cuerpo físico es la meta básica y esencial para todos aquellos que aspiran a conocer la Realidad. El ingreso de la humanidad en estados de consciencia superiores depende, en parte, de ese trabajo de elevación de la materia física.
La dieta vegetariana y frugívora es de gran ayuda en el proceso de elevación del nivel vibratorio del cuerpo físico, aunque el proceso alimenticio correcto tenga que reformularse continuamente. Las reglas fijas y los conceptos cristalizados pueden perjudicar una alimentación correcta. Los alimentos pesados y grasos mantienen al cuerpo en un estado de inercia que dificulta contactos superiores. Las carnes de cualquier especie le inducen una vibración animal, impidiéndole tornarse más sensible a la vibración espiritual. A través del consumo de carne, el hombre retorna a lo que ciclos atrás empezó a abandonar, cuando su esencia viva transmigró hacia el reino humano.
A pesar de que esto es hoy evidente para cualquier mente reflexiva, me gustaría agregar que alimentarse de carne no sólo es un comportamiento retrógrado, sino también uno de los factores que están impidiendo que el sufrimiento humano sobre esta Tierra sea aliviado. Conduciendo a los animales hacia el dolor y la muerte, engendramos situaciones semejantes para nosotros mismos a corto, mediano o largo plazo, dentro de la Ley de Causa y Efecto.
La higiene también es necesaria para que el cuerpo se torne apto para captar y asimilar rápidamente la vibración de su morador espiritual, el yo superior. Lo mismo se puede decir del sueño adecuado. El hombre debería, en lo posible, seguir los ritmos de la naturaleza, estando despierto de día y dormido durante la noche. El período de la noche profunda, o sea, desde las 22,30 hasta las 2,30 horas se considera propicio para el sueño restaurador. Se debe agregar otras horas a esas cuatro, pues está quien tal vez necesite hasta ocho horas de sueño en cada período de 24 horas.
Aunque existan áreas del planeta afectadas por las radiaciones nucleares, en sitios en los que ellas no existen es fundamental el contacto con el aire libre para que la energía circule correctamente por el cuerpo físico. Ese cuerpo es mantenido también por corrientes universales que pueden dejar de alcanzarlo debido a elementos aislantes que hoy se usan en las paredes que dividen los aposentos de las viviendas. De igual importancia es el movimiento adecuado: caminar es equilibrador y, cuando se camina de manera rítmica, ayuda a los órganos físicos a que cumplan sus funciones y gocen de una buena circulación sanguínea.
Si se observan estos puntos, la eliminación de impurezas ocurre gradualmente, y la materia atómica del cuerpo se perfecciona, pasando a ser permeable a la propia luz que hay en su interior.
La necesidad de equilibrio debe destacarse aquí. Si se torna objeto de excesivo cuidado, el cuerpo físico en general retrocede en su proceso de elevación. Uno de los puntos que el hombre en busca de evolucionar conscientemente debe aprender es «vivir como si el cuerpo físico no existiese», según dice la obra Discipulado de la Nueva Era, escrita por Alice Bailey bajo inspiración telepática de Djwhal Khul. Por otro lado, esa misma fuente nos dice que, si al cuerpo no se le da el tratamiento correcto, las consecuencias de tal descuido pueden mantener al hombre aprisionado en el nivel físico, reencarnando sin cesar. Así, entre una afirmación y otra, ambas verdaderas, cada uno de nosotros encontrará el camino adecuado.
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A pesar de todo lo dicho sobre la necesidad de purificación, ya comprobado por la experiencia de muchos, no es nuestro propósito dar al lector un recetario y tampoco un conjunto de reglas fijas. Eso podría reprimir que efectuara la investigación espiritual en el fondo de su propio ser, con la participación activa de su voluntad consciente. Mientras no decida aún asumir la propia evolución, el hombre necesita mucha orientación externa; pero, para aquel que ya entendió cuál es el camino más corto hacia la meta escogida, demasiados consejos pueden crear obstáculos a la creatividad y a la experiencia legítima que la personalidad necesita hacer. Las indicaciones aquí dadas son, por tanto, sólo puntos de referencia que el lector podrá utilizar, dentro de su propio equilibrio y discernimiento, en su búsqueda de autoperfeccionamiento y realización interior.
Además de ello, téngase en cuenta que el planeta Tierra, entrará en breve en una situación de emergencia. En esas condiciones, los individuos estarán, cada vez más, recibiendo indicaciones en sus propias experiencias subjetivas; por tanto, este escrito es un mero estímulo para la propia investigación silenciosa de cada uno.
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