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Artículo El núcleo radiante

El invierno es una época del año muy interesante. La mayoría de los días más sagrados de nuestra cultura se celebran en invierno. Es la estación de fiestas espirituales como el Ramadán, el Hanukkah y la Navidad; la iluminación de Buda también se celebra a menudo en esta época del año. El invierno es un portal sagrado, una oportunidad. Los árboles pierden sus hojas; los frutos caen al suelo; las ramas se quedan desnudas y todo regresa a su raíz natural más esencial. El mundo exterior no es el único que se desviste naturalmente, el interior también lo hace.

Por otra parte, el invierno es la estación de la nieve y las grandes lluvias. Cada año que pasa, la cordillera de la Sierra es un poco más pequeña que el año anterior. Una parte de esta cordillera se disuelve en los arroyos, por los que el agua fluye hacia lagos y mares, regresando a su fuente.

A pesar de las tormentas, el invierno es el periodo más tranquilo del año. No hay nada como la calma que sigue a la tormenta. Si has tenido el privilegio de estar en la montaña justo después de una nevada, sin nada de viento, habrás visto que todo se queda en silencio; la nieve absorbe todos los sonidos y se oye un profundo silencio por doquier. Si lo has experimentado, sabrás cuan potente es el silencio.

La búsqueda personal es, en realidad, una especie de invierno espiritualmente inducido. Lo importante no es encontrar la respuesta adecuada, sino desvestirse y descubrir qué es lo innecesario, lo que nos sobra, descubrir qué somos sin las hojas. Cuando nos referimos a los seres humanos, no lo llamamos hojas, lo llamamos ideas, conceptos, apegos y condicionantes. Todos ellos forman tu identidad. ¿No sería terrible que los árboles se identificasen con sus hojas? Éstas son demasiado endebles como para apegarse a ellas.

La búsqueda personal es, en su sentido más positivo, una forma de promover un invierno espiritual, desnudándonos de todo hasta llegar a la raíz, hasta el núcleo. Cuando nos damos la oportunidad de desvestirnos, entrando realmente en el invierno, dejando que los pensamientos y las hojas salgan de la mente, regresamos (como decimos en zen) a lo que éramos antes de que nuestros padres nacieran. Volvemos a la raíz más esencial de nuestro ser.

En cuanto al invierno espiritual, creo que no hay nada en el mundo a lo que los seres humanos se resistan más. Si no se resistiesen a desnudarse de sus identidades y se diesen la oportunidad de experimentar un invierno espiritual, todos nos iluminaríamos. Si nos limitásemos a dejar que el invierno empezara en nuestro interior, nos desvestiríamos de un modo natural, a través de una especie de desprendimiento. Cuando estás muy quieto y tranquilo, el desprendimiento se produce naturalmente. Si dejas de intentar controlar, sentirás que determinados patrones de pensamiento y determinadas cualidades energéticas se disipan como las hojas o la nieve que cae al suelo; se trata de un desprendimiento delicado. Esto es lo que persigue la búsqueda personal. Preguntarse «¿quién soy?» es estar presente en el espacio del no saber, cuestionándonos nuestras creencias y nuestros supuestos. El precio de la comprensión de la verdad eterna es la desaparición de todas tus ilusiones.

Evidentemente, los seres humanos cuentan con habilidades que los árboles no tienen. Si los árboles fuesen como nosotros, los verías agachándose con sus ramas para colocarse las hojas, aferrándose a ellas por seguridad. Si los árboles hiciesen esto y vieras cómo sujetan todas sus hojas, como si estuviesen atravesando una crisis existencial, ¿no te sentirías mal? Nosotros generalmente recogemos los pedazos de nuestras creencias y teorías favoritas y nos aferramos a ellas de por vida.

Algunas veces, la desaparición de estas creencias y teorías llega con tanta fuerza como la tormenta poderosa que desnuda a un árbol de sus hojas. Es posible que tu identidad sagrada sea sacudida por el viento (normalmente otro ser humano), y como consecuencia te arranque esa identidad. Podrías llegar a pensar: «Estoy tan iluminado que no puedo soportarlo, es increíble». Entonces llega un poco de viento y se lleva ese pensamiento. Quizá aparezca algún colega o amigo que te diga: «En mi opinión, eso no parece muy iluminado», y entonces verás que no era más que otra identidad innecesaria. Si no te agachas para recogerla, estarás ante una oportunidad sagrada. Cuando se caiga te darás cuenta de que no necesitabas esa identidad. Es una ilusión, otro peso muerto que tirar por la borda.

Cuando regreses al núcleo, a la raíz de tu ser, y veas a través de todo lo que crees ser, tus identidades más sagradas podrán caerse. Cuando descubrimos que podemos arreglárnoslas sin ellas, surge una belleza enorme. El regalo más hermoso de este invierno es indescriptible mediante palabras; sólo podemos vivirlo. El invierno te suplica que te dejes llevar y, después, no espera que hagas nada al respecto. Date la oportunidad de regresar, natural y espontáneamente, a la raíz de tu existencia. Regresa a lo indefinible.

Hay un poema maravilloso sobre un árbol solitario, sin ramas, que está al borde de un acantilado. Fue escrito por alguien que intentaba describir su iluminación. El árbol se hace una grieta que se extiende por su corteza y ésta termina pelándose. Imagina que rajas un árbol o un tronco para ver qué tiene en su interior. Si quieres ver qué tiene dentro, tendrás que rajarlo hasta llegar a su núcleo. ¿Qué hallarías? Te encontrarías con el radiante vacío, el vacío radiante y pleno del invierno. Imagina algo radiante que saliese de la nada, algo que se limitase a brillar saliendo de la nada, de ninguna parte.

Cuando llegas al núcleo que surge cuando te deshaces de todo lo demás, te rompes de forma natural. Ese núcleo alberga un corazón espiritual. No sólo descubres el vacío de la mente radiante, sino también el esplendor y la calidez del corazón espiritual. Cuando descanses de verdad, sentirás la mente radiantemente vacía, no en forma de pensamiento, sino en forma de tu propio vacío radiante, de tu nada y de la nada de los demás. También experimentarás la plenitud radiante del corazón y te darás cuenta de que el vacío no es un vacío soso, sino que está lleno de corazón. Cuando el vacío se ilumine, verás que también contiene el corazón compasivo. La calidez de tu corazón espiritual cobrará vida.

El invierno a veces nos parece frío, solitario, desolador. Aunque estés muy tranquilo y te sientas en paz, tal vez te preguntes: «¿Dónde está la salsa? ¿Dónde está la vida?». Aunque estuvieras muy tranquilo y quieto, incluso vacío, en cierto modo, podrías seguir con la corteza intacta, sin una sola grieta. Entonces tendrías el vacío del vacío (podríamos llamarlo así). Un vacío totalmente protegido.

En el verdadero vacío te darás cuenta de que existen muchas cosas más además de ese vacío. Cuando la corteza se abre, cuando llegas al núcleo, las ideas que tienes sobre ti y sobre los demás te parecerán mentira, prefabricadas. Verás que aprendiste todas esas cosas y que las asimilaste y te las pusiste como ropajes que te decían «esto es lo que soy». Cuando la mente está radiantemente vacía, el vacío cobra vida. Y cuando el corazón es más profundo que las emociones, sin dejar de sentir emoción por ello, sin convertirse en un corazón muerto, el sol brilla en pleno invierno. Al pasear en una gélida mañana, ¿te has preguntado alguna vez cómo puede hacer tanto frío en un día tan soleado? Si partes del sol que tienes en tu interior, la calidez estará presente siempre. El verdadero vacío está lleno de vida.

La gente me pregunta a veces: «Si me doy cuenta de que yo, como identidad separada, realmente no existo tal y como pensaba, ¿quién está viviendo esta vida?». Cuando entres en contacto con este núcleo de vacío radiante, sabrás quién está viviendo esta vida, quién la ha vivido siempre y quién va a vivirla desde ese momento. Te darás cuenta de que tú no estás viviendo esta vida; lo que está viviéndola es el corazón radiante, junto con esta mente radiantemente vacía. Cuando te rindas y dejes de ser quien creías ser para ser quien en verdad eres, este corazón radiante vivirá tu vida. La nada se convertirá en tu realidad, y tú te convertirás en conciencia no dual.

Cuando la verdadera naturaleza sale a la luz y se hace plenamente consciente, tu mente se abre al máximo. Ésta es una forma estupenda de explicar la verdadera naturaleza de cada persona (en realidad, cualquier noción de la iluminación se refiere a esto). Ello no quiere decir que tus pensamientos se expandan hasta el cosmos, sino que tu mente se abre tanto que no tiene límites. En cuanto te aferres a un pensamiento y te lo creas, la mente se cerrará en torno a ese pensamiento. Por tanto, la mente natural es una mente abierta y el corazón natural está abierto, pase lo que pase. Ésta es la sorpresa de nuestra condición natural: la mente y el corazón están naturalmente abiertos y no saben cerrarse bajo ninguna circunstancia, en ningún momento. A l mismo tiempo, tú estás más allá de esa mente abierta y de ese corazón abierto. Lo que tú eres lo contiene todo.

La mente condicionada está haciendo siempre el trabajo de Dios, preguntándose qué hace la gente y por qué. Pero eso a ti no te importa en absoluto. Puedes limitarte a ir por la vida con esta apertura natural ante lo que es, y puedes seguir así bajo cualquier circunstancia y en todo momento. Eso es lo que lleva haciendo el Ser verdadero desde siempre. Cuando comprendas tu verdadera naturaleza, será algo diferente a cualquier experiencia increíble que te hiciera decir después «de acuerdo, mundo, estoy preparado». La experiencia más profunda te hará ver que esta mente abierta, vacía y radiante y este corazón abierto, vacío y radiante han estado abiertos desde siempre. Dejarás de ver dos y verás el Uno en todas las cosas.

Los seres humanos nos sentimos muy vulnerables y levantamos muros. Pero levantar muros es como salir a la noche estrellada y tratar de envolver el espacio vasto e infinito en un abriguito. La vastedad se escaparía por los brazos y la capucha. Estás con este estúpido abrigo en el vasto espacio y te proteges dentro creyendo que un día, al desabrocharte, tal vez te sientas liberado espiritualmente. Lo más probable es que eso no suceda nunca. Lo más realista es que un día dejes de identificarte con ese estúpido abriguito. Libérate de todas las identidades limitadoras y abraza el infinito.

Para que esto suceda a nivel profundo, tenemos que darnos cuenta de que ya somos la apertura en la que nos abrimos. Si seguimos identificándonos con nuestros aspectos humanos pensaremos: «Dios mío, estoy abriéndome a algo demasiado grande para mí». Cuando nos relajamos por completo y nos dejamos caer en la apertura de este silencio, no podemos ver el final. Ha estado aquí eternamente, desde antes del principio; en este silencio, nuestra humanidad descubre una invitación a la apertura. Esto tiene lugar porque el misterio al que nos abrimos no es ningún alienígena, no es extraño ni diferente, es lo que siempre hemos sido.

Si entras en contacto con la cualidad sagrada del invierno en tu interior (la cualidad de todas las cosas cuando regresan a su forma más esencial), saldrás de la mente y entrarás en la apertura. Cuando no te resistas al tiempo invernal y te dejes llevar según te vayas abriendo, empezarás a experimentarlo. El mero hecho de regresar, regresar, regresar, puede resultar tremendamente revelador, muy liberador. Requiere coraje. Querrás preguntarte: «¿En quién voy a convertirme? ¿Estará bien?». Pero limítate a regresar a lo esencial. Cuando encuentres el coraje necesario para hacerlo, en realidad regresarás a la mismísima raíz de tu ser. El invierno te puede ofrecer esta plenitud.

Es como si regresases hasta la semilla y pudieras ver, sólo desde ahí, que ésta contiene toda la verdad. Cuando alcanzas el núcleo de tu ser te das cuenta de que la raíz, que al abrirla parecía muy vacía, contiene el potencial de todo lo que es. Es lo que sucede con la semilla de un árbol: esa semilla contiene todo lo que el árbol será. La primavera sólo será posible si se produce un verdadero regreso.

No estoy hablando de ideales, ni de objetivos o potencialidades. En realidad, esta apertura es el núcleo de la esencia de todos los seres. Deja de intentar librarte de todas las cosas y comprenderás tu verdadera naturaleza. Cuando la comprendas, vívela. Cuando la vivas, la vida transcurrirá de un modo espontáneo. Entonces, finalmente, por una vez en la vida, podremos decir con honestidad e integridad que la vida es el misterio más increíble. Es inconmensurable. No puedes saberlo. Sólo puedes serlo, de forma consciente o inconsciente. Pero ser la vida de manera consciente es mucho más fácil que serlo inconscientemente. Realízate y libérate.

 

Tomado del libro La Danza del Vacío.

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