Saltar al contenido
Esta página web usa cookies: Éstas se usan para personalizar el contenido, ofrecer funciones de redes sociales y analizar el tráfico.

Artículo Newsletter – Marzo 2024

Saludos a todas y todos

Llevo unos meses sintiendo el deseo de volver a escribir para compartir. Escribo todos los días. Compartir es otra cosa. Poner mi voz en la frontera de tu escucha es otra cosa.

Mi voz, la tomo hoy delicadamente entre mis manos –extensiones de mi corazón al mundo– y la ofrendo al altar de la vida. Tu escucha es uno de los fundamentos de mi altar a la vida.

Tengo algo que nombrar. No lo he hecho hasta ahora porque no he podido. Todo está vivo y fértil adentro, sin vías para la expresión, sin permiso para la ofrenda. Puerta cerrada. No hay permiso. No me doy permiso. Mi voz entre mis manos pide espacio, aire. “Ésta es mi voz, entre mis manos, en ofrenda a la vida”, me digo. Mi corazón aletea. Hoy puedo.

De tanto tener algo que decir y no poder (o no saber) cómo darle cauce a esta voz, de tanto obedecer al silencio, me doy cuenta de que, si no vuela, mi voz enferma, que, si no nombra, deja de latir. Mi silencio enferma porque mi voz no ocupa el espacio o lugar que le corresponde. Si mi voz no ocupa su lugar en el altar de la vida entonces me enfermo y enfermo lo que toco. Sí, nuestro silencio no sólo nos puede enfermar, sino que también enferma la línea de tiempo de la cual somos custodios al no ocupar nuestro lugar en la narrativa de los tiempos que habitamos. Nombrar para compartir en la frontera de la vida es mi forma de vivir, de rezar, de ocupar el lugar que me corresponde. Escribir para la vida. Sólo para la vida.

Hoy rompo un silencio prolongado. Sin saber cómo se estiró este espacio, esta ausencia de contención, este permiso que se dio mi voz a sí misma para desaparecer. Hoy puedo nombrarlo. Aquí, en este espacio, me pasa algo. Escribo y los huesos me crujen. Escribo y no me puedo esconder. La página me salva, me bendice, me acoge en lo que mi voz encuentra las palabras que la levanten de su retiro. Hoy día nombrar públicamente es una crucifixión. No escribo como un sacrificio, pero hay cosas que no nombro porque no quiero sostener el peso de la flecha, la violencia de la censura, el juicio y el señalamiento. El miedo a esas miradas, cada cual, desde su trinchera, en el palco de su verdad, al acecho de quien levanta la voz para la vida.

Levanta tu voz para la vida. Levanta tu voz para la vida. La vida. Vida.

Mi voz tambaleó con fuerza en marzo del 2020 (con la pandemia). Lo sentí. Un golpe de silencio. Un asalto de mudez. Una parte de mí eligió callar. Al costo de enfermar, lo reconozco. Lo poco que dije en su momento me ayudó a sentir que al menos no me traicionaba. Callé en su momento para hablar ahora. Ahorré mis palabras. Las cultivé en silencio. Hice duelo con ellas. Las acompañé en su soledad. Un duelo hecho de silencio. Frente al muro de la realidad que se construyó en torno a mí, mi voz encontró vías silvestres para florecer. Florecí por dentro.

La voz que no abrió hacia afuera, lo hizo por adentro.  Me fecundó.

No me había dado cuenta de que mi voz estaba apagándose. Hoy soplo aquí la brasa. Rescato el fuego de mi voz. Estas palabras hoy son el aliento que levanta mi voz del silencio. No me había dado cuenta. No me había dado cuenta cuán profundamente la tragedia de la guerra estaba impactándome. No me había dado cuenta de que desde que se inició la guerra en Gaza mi silencio se había instalado para quedarse.

He necesitado medio año para dar una palabra. Una sola. Gaza. Genocidio. Niñas. Niños. Hospitales. Dolor. Fracaso.

Siento en mi cuerpo el dolor del mundo. Yo lo siento. Siempre he sentido el dolor colectivo. Soy una bebé de guerra. Nací en un conflicto político. Mi historia familiar y somática está atravesada por el dolor y el costo de la guerra. Me estoy curando. Me dedico a apoyar la recuperación de los cuerpos y almas de personas que han vivido violencia. Es una labor solidaria. Somos cuerpos atravesados por la guerra. Tus huesos no lo olvidan. Yo sirvo a esta memoria y a su liberación. Yo sirvo al aleteo de las voces que como mariposas revolotean en los fuegos que calientan las almas en su dolor.

Conozco la violencia. Mi vida es una escuela de cómo desmontar el costo de la violencia en mi cuerpo. El mundo se hace cada vez más violento, y yo callo. Me callo. Mi voz se apaga. Si yo lo permito. Si yo lo permito mi voz se apaga. Si yo lo permito mi voz se apaga y si me callo yo le doy poder a la violencia. Si yo lo permito y mi voz se apaga acepto la violencia.

He intentado, un tiempo, hacer como que el mundo es lo que uno elija que sea. Eso de que creas tu realidad, y que hay gente que tiene buen karma y otras parece que merecen lo que les pasa, o no pasa, y que los que están muy mal en estos momentos, pues, pobre de ellos, rezamos por la paz, pero en realidad, no es asunto nuestro. Algo así. ¿Te suena?

Desde la guerra. Esta guerra antigua que vuelve a estar aquí, de espejo, memoria. Esta guerra que nos recuerda la violencia que sostenemos como generación testigo. La violencia del silencio. La violencia de la impotencia. No me juzgo. No me acuso. Reconozco mi impotencia. Hoy elijo no disfrazarla. No hacer como que no pasa. Pasa. Nos pasa. Está pasando. Desde la guerra he conectado con un sentimiento de para qué, qué sentido tiene hablar de arte, de creatividad, de evolución desde estas microesferas de privilegio, desde nuestras burbujas de felicidad evolutiva. He conectado con una parte de mí que se da cuenta de que, para tomar la vida en toda su plenitud, para abrazar el momento expansivo en el que me encuentro en mi vida hoy –que es mi crecimiento vital hacia mi madurez agradecida y bienvivida– una parte de mí no puede, no sabe, cómo vivir esta guerra hoy. Que una parte de mí no sabe dónde poner el cuerpo, la voz y la palabra hoy. Me pasa lo mismo que me pasó durante la pandemia. Lo reconozco.

Conozco el activismo. Me retiré del activismo. No estoy activa en la lucha social o colectiva. Nací en ello. Me quemé en ello. Me enfermé por poner el servicio al mundo antes que a mí. Mi familia vivió la Segunda Guerra Mundial, perdí a mi padre a los 18 meses porque luchó por la descolonización de Puerto Rico, crecí entre marchas solidarias, protestas. La esencia de mi proceso de autocuración ha pasado por darme permiso para no tener que ser activista, no tener que poner mi voz y mi cuerpo en el ruedo social, al servicio de la llamada justicia. Por eso callé en la pandemia. No quise poner mi voz al servicio de nada vinculado a esa narrativa de mentiras y violencias. No quise. Y lo elegí. Lo decidí. “No voy a poner mi voz en este ruedo”, me dije. No es un altar a la vida.

Para curarme de mi activismo heredado, me entregué a los círculos espirituales neo-chamánicos que, aunque no están implicados en el proyecto social, apelan al mismo lugar de entrega a una causa, una ideología, un cuerpo externo. Ahí también callé. Callé profundo. Callé grave.

Yo vivo para la intimidad. Cultivo lo íntimo. Respiro en lo sutil. Mi danza es pequeña. No necesito grandes escenarios. Ya no me dejo reclutar. Mi voz no sirve a las personas. Mi voz sirve a la vida y a la escucha de quien resuena con esta canción. Mi pregunta es: ¿a quién sirve mi voz cuando no nombro la vida? ¿a qué/quién sirve mi voz cuando niego la muerte de quienes mueren a manos de la violencia?

Mi voz también la perdí cuando en septiembre del 2017 el huracán María destrozó la isla de Puerto Rico y murieron 4645 personas, en gran parte por la negligencia de gobierno. Al año siguiente, estuve en Puerto Rico el día en el que el número oficial de los muertos del huracán María salió a la luz. El gobierno sólo había reconocido 64 muertes. La Universidad de Harvard publicó los números de una investigación que hicieron post huracán, y la cifra de 4645 muertes se hizo pública. A los días de este anuncio, se convocó una vigilia civil espontánea de tres días para honrar las almas de quienes habían perdido sus vidas. La convocatoria fue ante la casa de las leyes, el Capitolio, frente a la estatua de San Juan Bautista y el Atlántico.

Frente a la estatua de San Juan Bautista, señalándonos con el dedo, frente al mar azul y frente al mar de zapatos que habían sido colocados en honor a los que murieron, me cayó encima el peso de la muerte no honrada. La muerte no nombrada. Me cayó el peso del silencio de las almas.

Entiendo que queramos huir, salir corriendo de estas emociones, de la intensidad de ese dolor. Lo entiendo. Estaba parada ahí, frente a San Juan Bautista, y podía escuchar los lamentos del otro lado del velo, que se mezclaban con los reclamos de quienes pedían dignidad y justicia por sus muertos. Fui testigo de la desolación del espíritu colectivo. De las almas en pena, buscando la respuesta de su limbo. Sólo pude levantar las palmas de las manos hacia arriba, sentir el fuego en mis manos, y ofrendar mi conciencia en el umbral, entre el allá y el acá, un pie y una mano de cada lado, sentí la impotencia dentro del lamento. También sentí que la muerte lo único que pide es tener testigos. No sucumbí al dolor porque mi fuego estaba en ofrenda para las almas. Sólo pude ser testigo silente. Y fue suficiente.

Desde el 1996 me apoyo en el trabajo y vida de Malidoma Somé. Tuve la bendición de compartir con él en Hamburgo, en el 2008, y de participar en una ceremonia de ancestros liderada por él. Fue un ritual de unas 200 personas, que duró unas 8 horas, con él y su tambor, solo, oficiando un contenedor seguro para un despliegue de expresiones que, confieso, viví como extremadamente intensas. Malidoma plantea que en Occidente hemos perdido la cultura del duelo. Malidoma plantea el duelo como una desfiguración. El dolor nos toca y nos transforma. Nos desfigura. Hay que pasarlo. Exorcizarlo. Hay que dejarnos desfigurar para liberarnos. No es bonito. Es necesario. En Hamburgo, con Malidoma, lo que se vio, lo que se materializó, fue el dolor del holocausto. Vi desmayos, gritos, desgarros, trance, lamentos, y sosteniéndolo todo, el tambor y Malidoma al tambor, la sencillez de un corazón que sabe lo que hace, y a qué y quién sirve en el altar más antiguo de la vida: el de honrar a nuestros muertos. Ahí vi la verdad de una prédica encarnada en un cuerpo y una tecnología benévola y curativa, sin discursos, sin intercambios de poder, sin protagonismo, al servicio del duelo. Ahí conocí la verdadera humildad del curandero que sirve al verdadero altar de la vida, el que no niega a la muerte ni a la desfiguración del lamento.

Frente a la estatua de San Juan Bautista escuché la multitud. Niños, niñas, padres, madres, abuelas y abuelos, perdidos. Los escuché preguntando, ¿qué pasó? ¿qué nos pasó? Sentí una procesión de lamentos que atravesaron mi cuerpo. Desde ese día en el que se presentaron y los escuché, camino una nueva plegaria por la vida. La que Malidoma me enseñó a honrar. Esa que me enseñó a reconocerme en los ojos de la buena muerte.

Durante las semanas y meses después del huracán los oficios de acompañar al morir se perdieron ante la tragedia de la sobrevivencia. La gente enterraba a sus familiares en el patio de la casa. No había para más. Esto es lo que pasa en la guerra. El tiempo se comprime. Sólo queda tiempo para sobrevivir y la vida se acelera al ritmo de la violencia.

El surco que abre el cuerpo como memoria somática es trauma. De ahí la importancia de las ceremonias de restauración, de reparación. Lo que no pudimos hacer en el momento, por la gravedad de la situación, en cuanto se abre la posibilidad de otro tiempo, entonces toca atender lo que quedó descuidado. Eso sentí, esa tarde frente al mar de zapatos que formaban un enorme mandala de memoria, dolor y amor. Un lugar común en el cual ser testigos de la perdida colectiva, de la tragedia de la negligencia, del abandono y abuso de los más vulnerables.

Es mucho lo callado. Lo reconozco. Qué decir cuando el mundo permanece mudo ante un genocidio. Mudo e indiferente. No lo juzgo. Me siento bajo ese mismo hechizo. Me cuesta habitar un mundo inmune a la guerra. Me cuesta nombrar otra cosa que no sea una vela de amor para las almas que parten antes de su tiempo de la mano de poderes psicópatas, de la mano de la no vida. La no vida no es la muerte. La muerte es parte de la vida. Matar a niños, niñas, mujeres y hombres inocentes es atentar contra la vida. Es atentar contra la buena muerte. Es manchar la bella muerte de crueldad, voracidad y perversión. Siento la impotencia de participar de la violencia sin consentimiento. A eso me refiero. Eso temo. Que mi silencio sea una forma de consentimiento. Que mi silencio contribuya a la violencia.

Y nombro lo que nombro hoy sabiendo que es posible que esta voz no resuene contigo. Que prefieres que escriba sobre otros temas. Que prefieres tal vez que mis palabras reciten los versos de un devenir dulce y floreciente. También. Cantemos a la vida. Cantemos a la muerte. Como Inanna y Ereshkigal, son hermanas inseparables.

Lo que nombro hoy es la vida. Mis palabras son flores, vibran con el canto de un bosque que despierta en primavera. Son vida al servicio de la vida. Mis palabras están al servicio de la muerte que sirve a la vida. Mis palabras echan raíces. Ocultas, fermentan y descomponen.

Recapitulo mis silencios, mis renuncias a presentarme en la frontera de tu escucha. Callar profundo tiene sus peligros. Uno de ellos es que, al callar un tiempo prolongado, la escucha se afina, y en ese tejido subterráneo de conexiones invisibles, esos susurros que no llegan a ser voz, diminutas conquistas del trauma somático escondido en algún pliegue, ahí, microagresiones no nombradas piden vía, piden salida. Tengo algo que decir. Tenemos mucho que decir. Es un coro. Es una multitud. Es un territorio conquistado. Todo un pueblo de voces silenciadas dentro de mí brota, dices yo, yo quiero paso, tengo algo que nombrar. Se siente peligroso. Son las voces disidentes. No las controlo. Si les doy paso habrá consecuencias.

Estoy dispuesta a reconfigurar mi vida, mi proyecto vital, mi servicio, mis relaciones y mi creatividad al servicio de esta voz. Tengo algo que decir y lo compartiré cuando pueda. La brasa necesita leña, alimento para coger fuerza. Hoy broto y nombro el genocidio que está ocurriendo en Gaza. No me interesa la política, el partido, si estás o no de acuerdo conmigo, si hago bien en nombrarlo, si alimento o no alimento narrativas tóxicas. Estoy al servicio de la vida. Mi voz nombra la vida. Para mí esta es la vida: nombrar que estamos profanándola. Y desde este mismo lugar es que también nombro que la vacunación forzosa a la cual mucha gente se vio presionada a someterse es una violación a la soberanía del ser, al derecho sobre nuestro propio cuerpo, y nuestra salud. Desde este mismo lugar también nombro que me he retirado y desafiliado de los círculos espirituales y ceremoniales en los cuales comprometí mi integridad al callar en vez de hablar en situaciones muy serias y delicadas. Que al hacerlo contribuí al abuso del poder. Reconozco que mi silencio fue cómplice de una violencia menos evidente que otras, pero no menos insidiosa.

Éste no es un mea culpa. No es un rendir cuentas. Estas palabras son los peldaños que mi voz ha necesitado hoy para decir presente. Para salir a la luz. No he interferido. He obedecido. Ésta es mi ofrenda hoy.

De paso también aprovecho para comentarles que la narrativa astrológica está hermosa e intensa y que he sentido volver a narrar algunos aspectos astrológicos relevantes para nuestro tiempo.

Una de mis pausas pandémicas fue la de retirar mi voz de la narrativa astrológica. En estos cuatro años, las voces astrológicas han proliferado. Cuando hay mucho ruido es mejor callar. O buscar otras vías para compartir. Así que estoy pensando abrir un nuevo espacio para compartir astrología. Puede que lo haga aquí, a través de esta Newsletter, lo que implicaría que recibas más correos, más a menudo.

La Luna llena y eclipse lunar en Libra se da en el contexto de la presencia de Plutón en Acuario. La reconfiguración vincular que estamos viviendo ahora es profunda, intensa y en algunos casos puede desencadenar crisis y rupturas vinculares necesarias para nuestra vida. Con un eclipse lunar hablamos de que es un tiempo de finales. De muertes y finales. Algo culmina con la Luna llena. Algo culmina con el nodo sur (el karma) en Libra cerca de esta lunación. Un nudo kármico vincular se libera. Una deuda del pasado en relación con una persona, un contrato, queda saldada. Tenemos permiso para caminar de otra manera, recibir de otra manera, dar de otra manera, relacionarnos de otra manera. Tendremos que ser valientes. Dejar que las pieles secas y fosilizadas en los espejos rígidos del pasado se caigan para encontrarnos juntos en la belleza de la transformación. Eso implica desfigurarnos juntas para darnos la bienvenida. La Luna mengua de llena a nueva. Esas dos semanas de Luna menguante que inician hoy culminan con un eclipse solar y Luna nueva en Aries, el 8 de abril. El protagonista de este eclipse solar será Chirón. Lo que sea que se desprende en el espejo de nuestras relaciones pide nuestra valentía en el proceso. Tiene que ver con la manera en la que nos encuerpamos, la manera en la que habitamos el cuerpo, sentimos y escuchamos su sabiduría. Chirón teje un puente entre espíritu y materia y nos pide valentía para sostener el proceso.

Las personas nos transformamos constantemente. La pregunta es si las relaciones en las que nos comprometemos son contenedores seguros para los momentos de caos alquímico de nuestra transformación. Es decir, ¿somos bienvenidas o bienvenidos en nuestro cambio? ¿O las relaciones en las que estamos comprometidos nos piden (o exigen) que seamos fieles a quienes hemos sido hasta ahora?

Si tienes que sacrificar tu transformación al servicio de lo que le resulta familiar de ti a otra persona, sin verdadera curiosidad por lo que emerge de ti, por lo que vives, sientes, padeces en tu alquimia de vida, es posible que este eclipse venga a sacudir tus espejos. Viene a sacudir tu percepción. Cuando un nudo kármico se desata, se revela el patrón que muere, vemos cómo operábamos y lo que no opera más. Este eclipse lunar revela los lugares en los que invertimos tiempo y energía en sostener relaciones en las que por una razón u otra silenciamos nuestra voz.

Gracias por llegar hasta aquí.

Un abrazo y bendiciones de Luna llena

Paloma

 

Esta información la recibí vía email.

Copyright © *2022* /*Paloma Todd Montes*; todos los derechos reservados.

Nuestra dirección es: Soberanía Creativa – M.Bracetti 20 – San Juan, PR 00925 – USA

Fuente: Soberanía Creativa

0 comentarios

Dejanos tu comentario sobre el artículo Newsletter – Marzo 2024