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– ¡Ay, quien fuera como tú! – dijo la llama de la lámpara al sol maravilloso del atardecer.
– Eres como yo, – le dijo éste sonriendo – realmente eres como yo…
Al llegar la noche, todo el espacio se pobló de sombras. Estas, sin embargo, no pudieron ingresar a la casa donde ardía la llama.
– Soy como tú… realmente soy como tú… – dijo entonces la llama. Y se abrió como una mágica flor de pétalos de fuego, iluminando generosamente la morada.
«Cuentos para el alma»
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