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Artículo El Lenguaje de Dios, La Ciencia Perdida de La Oración y de La Profecía

Las antiguas tradiciones sugieren que el efecto de la oración procede de algo que no son las palabras en sí mismas. Quizás esta sea la razón por la que haya tanta gente que parezca haber perdido la fe en la oración. Tras las revisiones de la Biblia en el siglo IV, los detalles subyacentes al lenguaje de la oración se fueron perdiendo gradualmente en las tradiciones occidentales, dejando sólo las palabras. En esta era, muchos empezaron a creer que el poder de la oración residía sólo en la palabra hablada. Las revelaciones de los textos anteriores al siglo IV, sin embargo, nos recuerdan que no hay códigos mágicos en las vocales y las consonantes que nos abran las puertas a reinos olvidados. El secreto de la oración trasciende las palabras de alabanza, los encantamientos y los cantos rítmicos de los «poderes que son». * Mediante textos con los manuscritos del mar Muerto, se nos invita a vivir la intención de nuestra oración en nuestras vidas, pues si las palabras sólo se «repiten con los labios, son como una colmena muerta… que no da más miel».

* En el lenguaje esenio se hace referencia a los ángeles de muchas formas, una de ellas es como fuerzas o poderes. (Nota de la T)

EXPRESAR LO INEFABLE

El poder de la oración reside en una fuerza que no se puede describir ni transmitir como la palabra escrita; son los sentimientos que sus palabras evocan en nuestro interior. Es el ‘sentimiento que ponemos en nuestras oraciones el que nos abre la puerta e ilumina nuestro camino hacia las fuerzas visibles e invisibles. Aunque, con frecuencia, otras referencias antiguas hacen alusión a este aspecto de nuestra comunión con la creación, el abad del Tíbet nos confirmó el elemento del sentimiento en la oración durante nuestra audiencia privada.

Respecto a mi pregunta sobre lo que les estaba ocurriendo interiormente a los monjes y a las monjas cuando contemplábamos la expresión exterior de sus oraciones, el abad respondió con una sola palabra: sentimiento. Las expresiones externas de la oración que presenciamos en los monasterios del Tíbet eran una manifestación de los movimientos y sonidos que utilizaban los monjes y las monjas para crear los sentimientos en su interior. El abad llevó su respuesta todavía un poco más lejos cuando nos dijo que el sentimiento era algo más que un factor en la oración. ¡Hizo hincapié en que el sentimiento es la oración!

A través de la comunión con los elementos de este mundo, se nos abren las puertas a los grandes misterios de la vida, a la oportunidad de «ver lo invisible, escuchar lo inaudible y expresar lo inefable». La oración en su forma más pura no tiene expresión externa. Aunque podamos pronunciar una secuencia de palabras prescrita que nos ha sido transmitida de generación en generación, esta ha de originar un sentimiento dentro de nosotros, para que llegue al mundo que nos rodea. En el mejor de los casos, cualesquiera que sean las palabras que escojamos para recitar nuestras oraciones en voz alta, sólo serán una aproximación al sentimiento interior que intentan describir. ¿Cómo pudieron los grandes maestros hace dos mil años enseñar estos sentimientos? ¿Cómo podemos compartirlos hoy en día?

Muchas veces, cuando me piden que hable a grupos sobre la oración, surge una pregunta que me recuerda una conversación que tuve hace años con mi madre. Una tarde, mientras hablábamos por teléfono entre breves visitas y a través de varias zonas horarias, yo estaba compartiendo mis impresiones acerca de un nuevo taller que había preparado sobre la compasión. Cuando le di mi definición de oración que comprendía sentimiento y emoción, mi madre me hizo una pregunta que me han hecho muchas personas desde aquel día en muchas y diversas situaciones. Abierta e inocentemente, me dijo sin más: « ¿Cuál es la diferencia entre emoción y sentimiento? Siempre había pensado que eran lo mismo».

Sentía curiosidad por escuchar la visión de mi madre sobre estas, a veces, confusas experiencias que desempeñan un papel tan importante en nuestras vidas. Como cabía esperar, su explicación se asemejaba a las definiciones comúnmente aceptadas en la actualidad en Occidente. Por ejemplo, algunos diccionarios consideran ambas palabras casi sinónimas y usan cada una de ellas para definir a la otra. En The American Heritage Dictionary of the English Language, la palabra sentimiento es definida como «un estado emocional o disposición; una emoción tierna». (En el mismo texto, emoción la definen en un sitio como «sentimiento fuerte», y en otro como sinónimo de sentimiento). Aunque estas definiciones puedan servir a los propósitos de nuestro mundo actual, los antepasados hacían una distinción. Además, aunque íntimamente relacionados, pensamiento y sentimiento se consideran elementos sin conexión, claves, que se pueden utilizar para realizar un cambio en las condiciones externas, en nuestro cuerpo, nuestro mundo y más allá de éste.

COMO ARRIBA…

En un relato de hace veinte siglos, las gentes de Tierra Santa hicieron una pregunta a sus guías que continúa resonando en nuestras mentes. Salvo por condiciones específicas, la pregunta sigue siendo inquietantemente similar. Respecto a la paz en el mundo, nuestros antepasados preguntaron: « ¿Cómo, entonces, podemos traer paz nuestros hermanos… pues queremos que todos los Hijos de los Hombres compartan las bendiciones del ángel de la paz?». Los maestros esenios respondieron ilustrando el papel del pensamiento, del sentimiento y de la poderosa naturaleza de la oración. Sus palabras, desafiando nuestra lógica actual, nos recuerdan que la paz es algo más que la simple ausencia de agresión o de guerra. La paz trasciende el término de un conflicto o una declaración política. Aunque puede que forcemos el aspecto externo de la paz sobre un pueblo o una nación, es el pensamiento subyacente el que se ha de cambiar para crear una paz auténtica y duradera. Los maestros esenios, en palabras que, sorprendentemente, suenan muy similares a las budistas y cristianas, respondieron que «tres son las moradas del Hijo del Hombre… Su cuerpo, sus pensamientos y sus sentimientos… Primero el Hijo del Hombre deberá hallar la paz en su propio cuerpo. Luego el Hijo del Hombre deberá buscarla en sus pensamientos… Por ultimo buscará en sus sentimientos».

Los antepasados nos ofrecieron una elocuente visión de una forma de pensar que nos permite redefinir lo que hemos experimentado fuera, recurriendo a aquello en lo que nos hemos convertido interiormente. Una escuela de medicina, similar en algunos aspectos al sistema de la práctica sanitaria occidental, aporta un cambio al atacar la enfermedad misma. Según este sistema se eliminan los cuerpos extraños mediante medicamentos, o se extirpan quirúrgicamente los órganos y tejidos que parecen enfermos. Otra escuela de pensamiento trasciende la expresión externa del aspecto de nuestro cuerpo y va en busca de los factores subyacentes que pueden ser la causa de ese estado, donde las fuerzas invisibles del pensamiento, el sentimiento y la emoción se convierten en el plano que nos ayudará a comprender y cambiar las situaciones de nuestra vida que ya no nos sirven.

Para cambiar las condiciones del mundo exterior se nos invita, a que primero las transmutemos desde dentro. Cuando lo hacemos, las nuevas condiciones de salud o de paz se proyectan en el mundo que nos rodea. Esto es esencial en el pasaje esenio que he citado.

Para aportar paz a nuestros seres queridos, primero hemos de convertirnos en esa paz. En el lenguaje de su tiempo, los autores de los manuscritos del mar Muerto incluso nos ofrecen revelaciones de la tecnología que facilita esta sanadora cualidad de la paz: se ha de producir en nuestros pensamientos, sentimientos y cuerpos. ¡Qué poderoso concepto y cuánta fuerza transmite!

Cuando comparto en grupo los pasajes de los esenios, observo las caras de las personas desde mi ventajosa situación en la parte frontal del aula. Al principio el cambio se produce lentamente. Mientras unas personas sencillamente anotan las palabras en sus cuadernos con pocas muestras de emoción, otras se entusiasman e inmediatamente captan el significado de las antiguas enseñanzas. Al confirmar ideas actuales con los manuscritos que nos legaron aquellos que siguieron el mismo camino y que buscaban las mismas confirmaciones hace dos mil años, se produce algo mágico.

A través de sus visiones, los esenios ancianos diferenciaban claramente entre emoción, pensamiento y sentimiento. Aunque el pensamiento y la emoción estén íntimamente relacionados, primero han de ser considerados aparte, y luego fundirse en una unión de sentimiento que se convierte en el lenguaje de creación silencioso. Las descripciones siguientes de cada experiencia son consignas que nos conducen al núcleo de nuestro perdido modo de orar.

Emoción

La emoción se puede considerar como la fuente de poder que nos guía hacia delante en nuestras metas en la vida. Mediante la energía de nuestra emoción alimentamos nuestros pensamientos para hacerlos realidad. Sin embargo, este poder de la emoción por sí solo puede desperdigarse y perder el rumbo. El pensamiento confiere una dirección a nuestras emociones, y estas inyectan vida en la imagen producida por nuestros pensamientos.

Las tradiciones antiguas sugieren que somos capaces de tener dos emociones primarias. Quizá para ser más exactos, podríamos decir que a lo largo de nuestras vidas experimentamos varias condiciones que se resuelven en una sola emoción. El amor es un extremo de esas condiciones. Cualquier cosa que creamos que se opone al amor es el segundo extremo, con frecuencia definido como miedo. La calidad de nuestra emoción determina cómo se expresará esta. La emoción, unas veces fluyendo y otras alojada en los tejidos de nuestro cuerpo, está íntimamente relacionada con el deseo, que es la fuerza que conduce a nuestra imaginación a una resolución.

Pensamiento

El pensamiento se puede considerar como el sistema de guía que dirige nuestra emoción. La imagen o la idea creada por nuestro pensamiento es la que determina hacia dónde se dirige nuestra atención o emoción. El pensamiento está íntimamente relacionado con la imaginación. Sorprendentemente, para muchas personas, el pensamiento por sí solo no tiene mucha energía; es sólo una posibilidad sin energía que le de vida. Es la belleza del pensamiento puro. Ante la ausencia de emoción, no hay poder que pueda hacer realidad nuestros pensamientos. Nuestro don del pensamiento carente de emoción es el que nos permite modelar y simular las posibilidades de la vida sin riesgo, sin crear temor o caos en nuestras vidas. Es sólo con nuestro amor o miedo hacia los objetos de nuestros pensamientos como infundimos vida a las creaciones de nuestra imaginación.

Sentimiento

El sentimiento sólo puede existir cuando hay pensamiento y emoción, puesto que representa la unión de los dos. Cuando sentimos, estamos experimentando el deseo de nuestra emoción fusionada con la imaginación de nuestros pensamientos. El sentimiento es la clave de la oración, al igual que nuestro mundo de los sentimientos lo es para la creación. Cuando atraemos o repelemos a otras personas, situaciones y condiciones que encontramos en nuestra experiencia, quizá deberíamos observar nuestros sentimientos para comprender la razón.

Por definición, para tener un sentimiento, en primer lugar hemos de tener un pensamiento y una emoción. El reto para desarrollar nuestro nivel más elevado de dominio personal es reconocer qué pensamientos y emociones representan nuestros sentimientos.

De estas simples y hasta quizá demasiado simplificadas definiciones, es evidente por qué es imposible «pensar sin más» en experiencias aterradoras y dolorosas. El pensamiento sólo es un componente de nuestra experiencia, «ver» en nuestra mente los posibles resultados. El dolor, sin embargo, es un sentimiento, el producto de nuestro pensamiento alimentado por el amor o el odio hacia lo que nuestra mente cree que ha ocurrido. Los maestros esenios, con esta fórmula, nos invitan a sanar los recuerdos de nuestras experiencias más dolorosas cambiando la emoción de la propia experiencia.

Como antigua base para el axioma moderno «la energía sigue a la atención», una parábola concisa del perdido Evangelio Q describe este concepto: «Quien quiera proteger su vida, acabará perdiéndola». Estas engañosas y breves palabras explican por qué a veces atraemos a nuestras vidas experiencias que son las últimas que habríamos deseado tener. En este ejemplo, mientras nos preparamos y defendemos contra todas las posibilidades y situaciones en las que podríamos perder nuestras vidas, el modelo sugiere que en realidad estamos llevando la atención a esa misma experiencia que estamos intentando evitar. Al no querer, creamos la condición que permite que suceda. En lugar de centrar nuestra atención en lo que no queremos, es mucho mejor identificamos con lo que queremos traer a nuestras vidas y vivir con esa perspectiva. Justamente las afirmaciones proporcionan un maravilloso ejemplo de este principio.

Últimamente, las afirmaciones se han hecho muy populares entre los seguidores de algunas enseñanzas esotéricas y espirituales. En estas tradiciones se sugiere que al afirmar, muchas veces al día, las cosas que elegimos experimentar en nuestra vida, estas llegan a suceder. En general, cuanto menos complicada sea la afirmación, más claro será el efecto. Las palabras de nuestras afirmaciones con frecuencia reflejan un deseo de cambio en la vida, como por ejemplo: «Mi pareja perfecta se está manifestando para mí en este momento» o «Estoy desbordante ahora y en todas las manifestaciones futuras».

Conozco personas que llevan sus afirmaciones hasta el grado de convertirlas en una disciplina formal. Empiezan a prepararse en el aseo con notas pegadas alrededor del espejo, recordándose las afirmaciones. Cuando cogen el coche para ir al trabajo por la mañana, pegan las notas en el salpicadero y se las cuelgan en los retrovisores. En el trabajo en su despacho las pegan en la mesa, en el tablón de notas y en la pantalla del ordenador; cada nota es como un recordatorio de esas cosas que han elegido cambiar o traer a sus vidas.

Es evidente que a algunas personas las afirmaciones les han abierto poderosas puertas. Por primera vez, las personas han empezado a sentirse dueñas y responsables de las cosas que les pasan en la vida. A algunas personas las afirmaciones les han funcionado; sin embargo, a otras muchas no. Tras meses de innumerables repeticiones de recordatorios creativos sin resultado alguno, sencillamente han dejado de repetir las afirmaciones. Nuestro antiguo modelo de pensamiento, emoción y sentimiento podría ayudar a esas personas a comprender lo que ha sucedido o lo que no ha sucedido.

 

Tomado Del Capítulo 7 del libro “El Efecto Isaías”, Decodificando la ciencia perdida de la oración y la profecía, por Gregg braden.

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