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Artículo ¿Carnívoro o vegetariano?

La dietética es una ciencia ingrata, porque, sea cual fuere el régimen preconizado, es imposible conseguir la unanimidad de los sufragios; ningún sistema es perfecto ni válido universalmente y en todas las circunstancias. En esta materia, todo es individual y depende del caso particular.

Si interroga usted a un campesino a propósito de la alimentación que hay que darle al caballo, antes de responder le preguntará si el animal permanece en el establo o si trabaja. En el primer caso le aconsejará heno, en el otro, avena. Interrogue al propietario de un establo de caballos de carreras, el «menú» será diferente según se trate de un caballo en preparación para el Gran Premio o de un caballo en descanso.

Lo que es verdadero para los caballos lo es también para el hombre; pero, para simplificar, nuestros consejos dietéticos se dirigirán al «civilizado sedentario» que casi todos — ¡ay!— hemos llegado a ser.

¿Hay que convertirse en vegetariano o permanecer carnívoro? Antes que nada, déjeme tranquilizarlo; no es obligatorio suprimir la carne con el pretexto de que uno hace yoga. En la India, los yoguis son vegetarianos, lacto-cerealistas más precisamente, pero esto no implica que un occidental que practica una media hora al día deba renunciar a la carne.

Sin embargo, hay que considerar la cuestión apartando todo prejuicio y preguntarse:

1. ¿es indispensable comer carne?

2. en caso afirmativo, ¿qué cantidad hay que comer?

3. en caso negativo, ¿por qué y…

4. …con qué se reemplaza?

Es cosa admitida que los aminoácidos son indispensables, pero no existen solamente en los cadáveres de animales despedazados. No tengamos miedo de las palabras: el carnívoro devora efectivamente cadáveres de anímales, a menudo muertos hace largo tiempo. ¿Qué inconvenientes brotan de ello?

1. La carne, es decir, el músculo, es un alimento univalente que contiene pocas vitaminas y sales minerales; su asimilación perjudica a nuestras reservas de esas substancias vítales de las que nuestra alimentación está, a menudo, poco provista, porque la industrialización parece ingeniarse en eliminarlas por refinación, cocción demasiado prolongada a altas temperaturas o tratamientos «industriales» que desvitalízan y desmineralizan los alimentos.

2. La carne encierra un exceso de proteínas (anímales, por definición), lo que perturba el metabolismo y provoca la producción de toxinas (purínas o desechos úricos, causa de reumatismos) .

3. Los músculos de los cadáveres contienen todos los desechos orgánicos del animal muerto y especialmente la xantina, violento veneno.

4. La carne es un excitante: esto es lo que hace que la apreciemos. Como todos los excitantes, después de la euforia sobreviene la fase depresiva y, para restablecer ese bienestar engañoso, se recurre a otros excitantes (té, café, tabaco) o a la sustancia «eufórica» por excelencia, el alcohol. El consumo de carne, de alcohol, de tabaco, de café. etc., van parejas, porque la utilización de uno produce el recurso de los demás.

5. En su forma natural, la carne es sosa, insípída, y sólo llega a ser consumible cocida, frita o asada, y siempre sazonada. Cruda no es comestible sino fuertemente condimentada, acompañada de píckles y de salsas de todo género que contienen substancias agresivas para el organismo. Ningún animal carnívoro salvaje comería carne salada o sazonada con pimienta.

6. Es imposible alimentarse con carne excluyendo todo producto vegetal. El ejemplo de los esquimales o de los kirghizos no puede ser evocado, porque esos pueblos son carnívoros por necesidad absoluta. Además, no comen únicamente los músculos sino que además beben la sangre y consumen las entrañas y los órganos. Los esquimales comen el estómago y el intestino con su contenido. La duración media de sus vidas se sitúa entre los 20 y los 26 años: mueren víctimas de arteriosclerosis causada por el exceso de carne en su alimentación. Los animales carnívoros devoran su presa entera y encuentran las proteínas, hidratos de carbono, grasa, vitaminas y sales minerales menos en los músculos que en la sangre, el hígado, el bazo, los riñones y la médula. A menudo llegan hasta triturar los huesos, y en todo caso, los tejidos cartilaginosos.

7. Carne, huevos, pescado tienen una característica común: abandonados a si mismos esos artículos se pudren muy pronto. La leche no «se pudre», se vuelve agria, lo que es muy diferente; en cuanto a los cereales, enmohecen o fermentan igual que las frutas y legumbres. El mayor inconveniente de la putrefacción proviene, no de la alteración del gusto, sino de las toxinas muy nocivas producidas por los bacilos de la putrefacción. El laboratorio del Instituto Americano de la Salud Pública («Public Health Service in USA») — que no puede ser tachado de parcialidad— ha efectuado investigaciones bacteriológicas para establecer el número medio de bacilos de putrefacción contenidos en un GRAMO de los siguientes productos:

  • Bife (bifteck), 1.500.000 bacterias por gramo.
  • Carne de cerdo. 2.800.000 bacterias por gramo.
  • Hígado de bovinos, 33.000.000 bacterias por gramo.
  • Hamburguesas. 75.000.000 bacterias por gramo.
  • Hígado de cerdo. 95.000.000 bacterias por gramo.
  • Pescado. 110.000.000 bacterias por gramo.
  • Huevos (de algunos días), 200.000.000 aproximadamente, t/m.

Pues bien, esos bacilos de la putrefacción son nuestros peores enemigos, colonizan el intestino grueso por miles de millones, proliferan allí, modifican la flora bacteriana original que debería comprender una mayoría de bacilos de la fermentación, capaces de atacar la celulosa y que no secretan toxinas. Cuando una putrefacción se instala en el intestino grueso, las toxinas. producidas en abundancia, se filtran a través de la membrana intestinal y van a envenenar, lenta pero seguramente, todo el organismo: se convierten en la causa directa de innumerables alteraciones orgánicas debilitando el terreno y creando las condiciones favorables a la eclosión de la enfermedad. Los servicios higiénicos, después del paso de un carnívoro de «buena ley», permiten apreciar el olor, o más bien la fetidez, que se desprende de ellos. Las deposiciones normales deberían ser casi inodoras. Esta putrefacción es, a menudo, el origen del estreñimiento obstinado de que sufren tantos civilizados, porque la digestión de la carne entraña un déficit en materias fecales en el intestino, lo que perturba el peristaltismo normal. El vegetariano que se aparta de su régimen durante algunos días, constata inmediatamente un cambio de color y de olor, así como dificultad en la evacuación intestinal.

8. Agreguemos, para aquellos que lo admiten, que ingiriendo carne usted absorbe vibraciones animales que entraban el desarrollo espiritual.

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Si desea, a pesar de todo, comer carne, huevos y pescado, respete, por lo menos, las reglas siguientes, que son imperativas:

  • Que la carne sea un elemento de apoyo: no sobrepase los 60 a 100 gr. (¡máximo!) al día.
  • Evite las cecinas, prefiera el bife: al consumir la carne, muy cocida, usted reduce el número de bacterias de putrefacción en el intestino. La carne del «cocido» es estéril desde este punto de vista.
  • Los huevos y el pescado deben ser MUY FRESCOS.

Para el pescado, ya no es un problema, gracias a la aceleración de los transportes y a los frigoríficos. En cuanto a los huevos la cuestión es más delicada, los del tendero datan raras veces de menos de una semana: a menudo tienen dos o tres semanas. Aun cocidos, duros (seis minutos), los bacilos no son muertos.

Si sus deposiciones tienen muy mal olor, índice de una putrefacción intestinal intensa, llame en auxilio al fermento láctico (yoghourt), enemigo del bacilo de la putrefacción, para acidificar su intestino y frenar la recuperación de los bacilos pútridos. Recuerde que nuestros abuelos consumían mucha menos carne que nosotros. Hasta hace algunas décadas, durante la semana, en el campo, la carne sólo aparecía una vez al día, en forma de una tajada de tocino que acompañaba a las patatas. La tajada dominical de carne vacuno era un «extra».

Todavía un consejo: permanezca carnívoro mientras siga persuadido de que la carne le es indispensable. Primero hay que ser vegetariano en espíritu antes de serlo en la mesa.

No hay apuro. Asegúrese, documentándose imparcialmente, que no sólo es posible vivir sin carne, sino que eso procura ventajas incalculables para su salud. Visíte un cementerio de trapenses vegetarianos estrictos muy frugales, y constatará que la mayoría de entre ellos han vivido casi cien años, cuando no han sobrepasado un siglo de edad. Lo mismo sucede en las otras órdenes monásticas vegetarianas: el cáncer es prácticamente desconocido, así como la arteriosclerosis, el infarto y muchas otras enfermedades de degenerescencia, precisamente las más temibles, aquellas contra las que estamos menos armados. Pero se pone la cuestión: ¿con qué «reemplazar» la carne? Respuesta: ¡con nada! Es el conjunto de su régimen alimenticio el que hay que revisar y modificar progresivamente, mediante sucesivas adaptaciones. Sin embargo, repito que no es indispensable ser vegetariano para practicar el yoga.

¿Qué sería de los carniceros si todo el mundo se convirtiese al vegetarianismo? Primero, no tema, esta conversión general no sucederá ni hoy ni mañana. Además, se puede pensar que, imitarían el ejemplo de un antiguo amigo mío, adepto del yoga aunque carnicero, que aconsejaba calurosamente a todos sus clientes asombrados que no comiesen carne, porque era nocivo, etc… ¡Terminó por cerrar su carnicería para abrir un restaurante vegetariano!

 

Edición: Romina Medina – Prof. de Hatha Yoga Dinámico.

Fuente: Del libro APRENDO YOGA de Andre Van Lysebeth

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