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Artículo La Matriz Divina – Parte I – 2

CAPITULO DOS

HACIENDO AÑICOS EL PARADIGMA: LOS EXPERIMENTOS QUE CAMBIAN TODO

«Todo debe estar basado en una simple idea. Finalmente, una vez que la hayamos descubierto, será tan persuasiva, tan hermosa, que nos diremos los unos a los otros: sí, cómo podría ser de otra manera».

John Wheeler (1911-2008), físico

«Hay dos formas de engañarse. Una es creer lo que no es cierto; la otra es rehusarse a creer lo que es cierto».

Soren Kierkegaard (1813-1855), filósofo

Los primeros rayos del sol matutino proyectaban grandes sombras desde las Montañas Sangre de Cristo que se imponían tras nosotros y hacia el este. Estuve de acuerdo en encontrarme con mi amigo Joseph (no es su nombre real) aquí en el valle, simplemente para hablar, caminar y disfrutar de la mañana. Mientras estábamos ahí de pie al borde de la vasta extensión de tierra que conecta el norte de Nuevo México con el sur de Colorado, podíamos ver a lo lejos, kilómetros de campos que nos separaban del gran tajo en la tierra, el Desfiladero Río Grande, el cual delimita la ribera del Río Grande. La salvia del alto desierto estaba especialmente fragante esa mañana, y cuando comenzamos nuestro paseo, Joseph comentó sobre la familia de plantas que cubría la tierra.

«Todo este campo», comenzó, «tan lejos como nuestros ojos pueden ver, funciona en conjunto como una sola planta». Su cálido aliento se mezcló con el aire helado de la mañana y, por unos segundos, breves nubes de vapor quedaron suspendidas en el aire mientras él formulaba cada palabra.

«Hay muchos arbustos en este valle», continuó, «y cada planta está enlazada con las otras a través de un sistema de raíces que está oculto a nuestra vista. Aunque no podemos verlas, pues están bajo el suelo, las raíces existen: todo el campo es una familia de salvia. Y, como en cualquier familia», explicó, «la experiencia de un miembro es compartida por los otros en algún grado».

Reflexioné en lo que decía Joseph. Qué metáfora tan hermosa para describir la forma en que estamos conectados mutuamente y con el mundo que nos rodea. Nos han guiado a creer que estamos separados unos de los otros, de nuestro mundo y de todo lo que ocurre en él. En esa creencia, nos sentíamos aislados, solos, y a veces impotentes para cambiar las cosas que causan nuestro propio dolor y el sufrimiento de los demás. La ironía es que también nos hemos inundado de libros y talleres de autoayuda que nos hablan de qué tan conectados estamos, de lo poderosa que es nuestra conciencia y de cómo la humanidad es en realidad una sola y preciosa familia.

Mientras escuchaba a Joseph, no podía dejar de pensar en la forma en que el gran poeta Rumi describió nuestra condición. «¡Qué extraños somos los humanos!», dijo. «Que, estando sentados en el infierno, en lo más profundo de la oscuridad, tememos nuestra propia inmortalidad». 1

Precisamente, pensé. No sólo las plantas en este campo están conectadas sino que, además, poseen un poder en conjunto que es mayor que el que puede tener una de ellas por sí sola. Por ejemplo, cualquier arbusto del valle, influye solamente en esa pequeña área de la tierra que lo rodea. Pero, coloquemos miles de ellos juntos y ¡obtendremos un poder considerable! Juntos, cambian características como el pH del suelo de forma tal que aseguran su supervivencia. Y, al hacerlo, el derivado de su existencia (su abundante oxígeno) es la misma esencia del nuestro. Como una familia unida, estas plantas pueden cambiar su mundo.

Es probable que tengamos más en común con la salvia de ese valle de Nuevo México de lo que usted pueda pensar. Así como estas plantas poseen el poder individual y colectivo de cambiar su mundo, también lo tenemos nosotros.

Cada vez más, las investigaciones sugieren que somos más que recién llegados cósmicos, pasando simplemente a través de un universo que hace mucho tiempo terminó de formarse. La evidencia de los experimentos nos lleva a la conclusión de que en realidad estamos creando el universo a nuestro paso y ¡añadiendo a lo que ya existe! En otras palabras, parece que somos la misma energía que está formando el cosmos, así como somos seres que experimentamos lo que estamos creando. Esto se debe a que somos conciencia, y la conciencia parece ser la misma «sustancia» de la cual el universo está constituido.

Esta es la misma esencia de la teoría cuántica que tanto perturbó a Einstein. Hasta el final de su vida, mantuvo la creencia de que el universo existía independientemente de nosotros. Al responder a las analogías respecto a nuestro efecto sobre el mundo, y a los experimentos que comprueban que la materia cambia cuando es observada, afirmó simplemente: «Me gusta pensar que la luna está ahí aunque yo no la esté mirando». 2

Aunque todavía no ha llegado a comprenderse por completo nuestro preciso papel en la creación, los experimentos en el dominio cuántico demuestran con claridad que la conciencia tiene un efecto directo en las partículas más elementales de la creación. Y nosotros somos la fuente de la conciencia. Quizá John Wheeler, profesor emérito de Princeton y colega de Einstein, es quien mejor ha resumido nuestro recién comprendido papel.

Los estudios de Wheeler lo llevaron a creer que es probable que vivamos en un mundo que en realidad ha sido creado por la conciencia misma, un proceso que llama: universo participante. «De acuerdo con esto [el principio participante]», Wheeler dice: «ni siquiera podemos imaginarnos un universo que en algún momento, y durante alguna extensión de tiempo, no haya contenido observadores, puesto que los propios materiales de construcción del universo son estos actos compuestos del observador y el participante. 3 Él ofrece el punto central de la teoría cuántica con su afirmación: «Ningún fenómeno elemental es un fenómeno hasta que no es un fenómeno observado (o registrado)». 4

EL ESPACIO ES LA MATRIZ

Si «los materiales de construcción del universo» están compuestos de la observación y la participación (nuestra observación y nuestra participación), ¿qué es lo que estamos creando? Para hacer cualquier cosa, debe haber algo para nosotros con qué crear, alguna esencia maleable que sea el equivalente a la plastilina del universo. ¿De qué están hechos el universo, el planeta y nuestros cuerpos? ¿Cómo se conecta todo? ¿Tenemos en verdad control sobre todas las cosas?

Para responder a este tipo de preguntas, debemos traspasar los límites de nuestras fuentes tradicionales de conocimiento: la ciencia, la religión y la espiritualidad, y congregarlas en una sabiduría más elevada. Aquí es donde aparece la Matriz Divina. No es que represente un pequeño papel de un derivado en el universo o que sea sencillamente una parte de la creación; la Matriz es la creación. Es el material que todo lo comprende así como el contenedor de todo lo que es creado.

Cuando pienso en la Matriz de este modo, recuerdo cómo Joel Primack, cosmólogo de la Universidad de California en Santa Cruz, describió el instante en que comenzó la creación. En vez de decir que el big bang fue una explosión que ocurrió en un lugar, de la forma en que típicamente esperamos que nos expliquen cómo ocurre una explosión, dijo: «El big bang no ocurrió en algún lugar del espacio, ocurrió en el espacio entero». 5 El big bang era el espacio mismo estallando en una nueva forma de energía, ¡como ESA energía! Así como el origen del universo es el mismo espacio manifestándose energéticamente, la Matriz es en verdad ella misma: todas las posibilidades en movimiento perpetuo como la esencia permanente que conecta todas las cosas.

LA FUERZA ANTES DEL COMIENZO

La antigua colección de textos de la India, los Vedas, está entre las escrituras más antiguas del mundo y algunos eruditos las datan de hace más de 7,000 años. En el que quizá sea el más conocido de ellos, el Rig Veda, hay una descripción de una fuerza subyacente a la creación de la cual emanan todas las cosas, la fuerza que existía desde antes del «comienzo». Este poder, llamado Brahmán, es identificado como el «no nacido… en quien residen todas las cosas». 6 Más adelante en el texto, se hace claro que todas las cosas existen porque «el Único se manifiesta como muchos, aquel que carece de forma se demuestra en formas». 7

En un lenguaje diferente, podemos pensar en la Matriz Divina exactamente de la misma forma: como la fuerza ante las otras fuerzas. Es el contenedor que incluye al universo así como el patrón de todo lo que ocurre en el mundo físico. Puesto que es la sustancia del universo, es obvio que existía antes del comienzo de la creación. Si éste es el caso, la pregunta lógica es: «¿Por qué los científicos no han encontrado hasta ahora evidencia de la Matriz?»

Esta excelente pregunta es la que le formulo en cada oportunidad que tengo a los científicos e investigadores de este campo. Cada vez que lo hago, la respuesta es tan similar que casi puedo predecir lo que está a punto de ocurrir.

Primero, hay una mirada de incredulidad ante la idea de que yo pueda estar implicando de alguna manera, que la ciencia haya podido pasar por alto un descubrimiento tan importante como el campo de energía que conecta todas las cosas en la creación. Enseguida, la discusión gira hacia el equipo y la tecnología: «Sencillamente, no poseíamos la tecnología para detectar un campo tan sutil», es la respuesta típica.

Aunque puede haber sido cierto en algún momento, por lo menos durante los últimos cien años, tuvimos la habilidad de construir detectores que nos habrían dicho que la Matriz Divina (o el éter, o la red de la creación, o como sea que decidamos llamarlo) existe. Sería más preciso decir que el mayor obstáculo, para el descubrimiento de la Matriz Divina, ha sido la renuencia de la ciencia tradicional para reconocer que está ahí.

Esta fuerza primaria de energía provee la esencia de todo lo que experimentamos y creemos. Posee la clave para develar los misterios más profundos sobre lo que somos, así como la respuesta a las preguntas más antiguas respecto a cómo funcionan las cosas en nuestro mundo.

TRES EXPERIMENTOS QUE CAMBIAN TODO

La historia verá el último siglo como un siglo de descubrimientos y revoluciones científicas. Sin duda alguna, los adelantos claves que se han convertido en la base de disciplinas enteras, han ocurrido en el transcurso de los últimos cien años. Desde el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto en 1947, pasando por el modelo de ADN de doble hélice de Watson y Crick, hasta nuestra habilidad de miniaturizar la electrónica para microcomputadoras, el siglo XX no tuvo precedentes en función de avances científicos. Sin embargo, muchos de los descubrimientos ocurrieron de forma tan rápida, que nos dejaron tambaleantes. Aunque abrieron las puertas a nuevas posibilidades, no logramos responder a la pregunta: «¿Qué significa esta nueva información en nuestras vidas??»

Así como el siglo XX fue un periodo de descubrimientos, podemos encontrar que el XXI es un periodo para encontrarle sentido a todo lo encontrado. Muchos de los científicos, maestros e investigadores tradicionales de hoy en día se han involucrado en este proceso. A pesar de que la existencia de un campo de energía universal se ha teorizado, visualizado, escrito e imaginado durante mucho tiempo, es sólo recientemente que los experimentos realizados han comprobado de una vez por todas que la Matriz existe.

Entre 1993 y 2000, una serie de experimentos sin precedentes demostró la existencia de un campo subyacente de energía que impregna el universo. Para el propósito de este libro, he escogido tres que ilustran claramente el tipo de estudios que están redefiniendo nuestra idea de la realidad. Enfatizo que estos son solamente experimentos representativos, ya que se han reportado otros, al parecer a diario, que ofrecen resultados similares.

Aunque los estudios por sí mismos son fascinantes, lo que realmente me interesa es el concepto tras cada una de las investigaciones. Cuando los científicos diseñan experimentos para determinar la relación entre el ADN humano y la materia física, podemos tener la seguridad de que está a punto de ocurrir un cambio radical en nuestros paradigmas.

Lo digo porque antes de que estos experimentos comprobaran que existía dicha relación, la creencia común era que todo en nuestro universo estaba separado.

Así como hemos escuchado a los científicos de la «vieja escuela» afirmar claramente que si uno no puede medir algo, ese algo no existe, en la misma línea, antes de la publicación de los siguientes experimentos, la creencia era que, si dos «cosas» estaban físicamente separadas en el mundo, no tenían efecto mutuo ni conexión. Pero todo esto cambió en los últimos años del último siglo.

Fue durante este tiempo que el biólogo cuántico Vladimir Poponin informó sobre las investigaciones que estaban realizando él y sus colegas, incluyendo a Peter Gariaev, en la Academia Rusa de Ciencias. En un ensayo que apareció en los Estados Unidos en 1995, describieron una serie de experimentos que sugerían que el ADN humano afecta directamente al mundo físico, a través de lo que ellos creían era un nuevo campo de energía que los conectaba. 8 Mi percepción es que el campo con el cual ellos trabajaron no era verdaderamente «nuevo» en todo el sentido de la palabra. Lo más probable es que siempre haya existido, pero jamás había sido reconocido porque está compuesto de una energía que nunca habíamos podido medir por carecer del equipo apropiado.

El doctor Poponin estaba visitando una institución estadounidense cuando esta serie de experimentos fue repetida y publicada. La magnitud de lo que nos dice el estudio llamado: «El efecto del ADN fantasma», respecto a nuestro mundo, es quizá mejor resumido en las palabras del mismo Poponin. En la introducción de su informe, nos dice: «Creemos que este descubrimiento tiene un tremendo significado para la explicación y para un entendimiento más profundo de los mecanismos subyacentes en el fenómeno de la energía sutil, incluyendo muchos de los fenómenos observados de sanación alternativa». 9

¿Qué es entonces lo que Poponin realmente nos está diciendo? El primer experimento describe el efecto fantasma y lo que dice respecto a nuestra relación con el mundo, a nuestra relación mutua y a la relación con el universo distante… Todo es cuestión de nuestro ADN y nosotros.

PRIMER EXPERIMENTO

Poponin y Gariaev diseñaron su innovador experimento para probar la conducta del ADN en partículas de luz (fotones), la «materia» cuántica de la cual está compuesto nuestro mundo. Primero, retiraron todo el aire de un tubo específicamente diseñado para esto, creando lo que se supone que fuera un vacío. Tradicionalmente, el término vacío implica que no hay nada en el interior del contenedor, pero incluso, después de sacar el aire, los científicos creían que había quedado algo adentro: fotones. Usando equipos diseñados con extrema precisión para detectar las partículas, los científicos midieron la localización de los fotones dentro del tubo.

Querían ver si las partículas de luz estaban esparcidas por todas partes, aferradas a las paredes del cristal, o quizá agrupadas en una pila el fondo del contenedor. Lo que encontraron al principio no los sorprendió: los fotones estaban distribuidos de una forma totalmente desordenada. Es decir, las partículas estaban en todas partes dentro del contenedor, lo cual es, precisamente, lo que esperaban Poponin y su equipo.

En la siguiente parte del experimento, se colocaron muestras de ADN humano con los fotones dentro del tubo cerrado. En la presencia del ADN, las partículas de luz hicieron algo que nadie anticipaba: en vez del patrón esparcido que el equipo había visto antes, las partículas se ordenaron de forma distinta ante la presencia del material vivo. El ADN estaba claramente afectando a los fotones, como si los estuviera configurando en patrones uniformes a través de una fuerza invisible. Esto es importante, puesto que no existe nada en los principios de la física convencional que permita este efecto. Sin embargo, en este ambiente controlado, fue documentado y observado, que el ADN (la sustancia de la cual nos componemos) tiene un efecto directo sobre la ¡la materia cuántica de la cual se compone nuestro mundo!

La siguiente sorpresa ocurrió cuando el ADN fue extraído del contenedor. Los científicos suponían que las partículas de luz regresarían a su estado esparcido original en el interior del tubo. Según el experimento Michelson-Morley (descrito con anterioridad en este capítulo), nada en la literatura tradicional sugiere que podría ocurrir algo distinto a esto. Pero, en su lugar, los científicos fueron testigos de un suceso muy distinto. Los fotones permanecieron ordenados, como si el ADN todavía estuviera en el tubo. En sus propias palabras, Poponin describió la conducta de la luz «sorpresiva y opuesta a la intuición». 10

Después de verificar los instrumentos y los resultados, Poponin y sus colegas se enfrentaron con la tarea de encontrar una explicación para lo que acababan de descubrir. Después de retirar el ADN del tubo, ¿qué estaba afectando a las partículas de luz? ¿Había dejado el ADN algo tras de sí, una fuerza residual que persistía después de haber sido retirada la materia física? ¿O se trataba de un fenómeno aún más misterioso? ¿Seguían conectados el ADN y las partículas de luz en algún nivel o de alguna manera que no reconocemos, a pesar de que estaban separados físicamente y que ya no estaban en el mismo tubo?

En su resumen, Poponin escribió que él y su equipo estaban «forzados a aceptar la hipótesis funcional de que una nueva estructura de campo había sido estimulada». 11 Puesto que el efecto parecía estar relacionado directamente ante la presencia del material vivo, el fenómeno fue denominado «el efecto del ADN fantasma». La estructura del nuevo campo de Poponin suena sorprendentemente similar a la «Matriz» que Max Planck identificó hace más de cincuenta años, así como a los efectos sugeridos en las antiguas tradiciones.

Resumen del primer experimento: Este experimento es importante por un número de razones. Quizá la más obvia es que nos demuestra claramente una relación entre el ADN y la energía de la cual está compuesto nuestro mundo. De las muchas conclusiones que podemos sacar de esta poderosa demostración, dos son indudables:

1.     Existe un tipo de energía que no había sido reconocida con anterioridad.

2.    La influencia de las células o ADN tiene trascendencia a través de esta forma de energía.

La evidencia generada bajo el rígido control de las condiciones del laboratorio (tal vez por primera vez), surge de la poderosa relación que las tradiciones antiguas han considerado sagrada por siglos. El ADN cambió la conducta de las partículas de luz, la esencia de nuestro mundo. Al igual que nuestras más apreciadas tradiciones y textos espirituales llevan diciéndonos por mucho tiempo, el experimento validó que tenemos un efecto directo sobre el mundo que nos rodea.

Más allá del optimismo ingenuo y de las teorías de la Nueva Era, este impacto es real. El efecto del ADN fantasma nos demuestra que con las condiciones correctas y con el equipo apropiado, esta relación puede ser documentada. (Veremos de nuevo este experimento más adelante en este libro.) Aunque de por sí es una demostración revolucionaria y gráfica de la conexión entre la vida y la materia, es en el contexto de los dos siguientes experimentos, que el efecto del ADN fantasma adquiere un significado aún mayor.

SEGUNDO EXPERIMENTO

Las investigaciones han demostrado, más allá de cualquier duda razonable, que la emoción humana tiene influencia directa en la forma en que nuestras células funcionan en nuestro cuerpo. 12 Durante la década de los noventa, los científicos que trabajaban con el ejército de los Estados Unidos, investigaron si el poder de nuestros sentimientos seguía o no teniendo un efecto en las células vivas, específicamente el ADN, una vez que esas células dejaban de formar parte de nuestro cuerpo. En otras palabras, cuando se tomaban muestras de tejido, ¿seguía la emoción teniendo impacto positivo o negativo sobre ellas?

La sabiduría convencional asume que no. ¿Por qué deberíamos anticipar dicho descubrimiento? Refiérase de nuevo al experimento Michelson-Morley en 1887, los resultados en donde se creyó haber demostrado que no había nada «fuera» que conectara el mundo con todo lo demás. Siguiendo una línea tradicional de pensamiento, una vez que los tejidos, piel, órganos o huesos son retirados de una persona, cualquier conexión con esas partes del cuerpo no debería existir. Este experimento, sin embargo, nos demuestra que algo muy distinto está ocurriendo en realidad.

En un estudio descrito en 1993 en el periódico Advances, el ejército realizó experimentos para determinar precisamente si la conexión entre las emociones y el ADN perduraba después de una separación, y si así era, a qué distancia. 13 Los investigadores comenzaron por recolectar una muestra de tejido y de ADN de la boca de un voluntario. Esta muestra fue aislada y llevada a otra habitación del mismo edificio, en donde comenzaron a investigar un fenómeno que la ciencia moderna dice que no debería existir. En una cámara especialmente diseñada, el ADN fue medido eléctricamente para ver si respondía a las emociones de la persona de la cual provenía: el donante que estaba en otra habitación como a cien metros de distancia.

En su habitación, el sujeto fue expuesto a una serie de imágenes de video. Diseñado para crear estados genuinos de emoción en su cuerpo, este material variaba entre documentales gráficos de guerras, imágenes eróticas y comedia. La idea era que el donante experimentara un espectro real de emociones en un breve periodo de tiempo. Al hacerlo, en otra habitación, las repuestas de su ADN estaba siendo medidas.

Cuando el donante experimentó «picos» y «caídas» emocionales, sus células y el ADN demostraron una poderosa respuesta eléctrica exacto, en el mismo instante. A pesar de la distancia de más de cien metros que separaba al donante de las muestras, el ADN actuaba como si siguiera físicamente conectado a su cuerpo. La pregunta es: «¿por qué?»

Hay una nota al margen de este experimento que compartiré aquí. Durante los ataques del 11 de septiembre en el Pentágono y las Torres Gemelas, me encontraba en una gira literaria en Australia. Cuando regresé a Los Ángeles, me quedó claro de inmediato que estaba en un país distinto al que había dejado sólo diez días antes. Nadie viajaba, los aeropuertos y sus estacionamientos estaban vacíos. El mundo había cambiado tremendamente.

Tenía una conferencia programada en Los Ángeles poco después de mi regreso, y aunque parecía que muy pocas personas asistirían, los organizadores tomaron la decisión de seguir con el programa. Cuando comenzó la presentación, se hicieron realidad los temores de los productores: solamente un puñado de asistentes había llegado. Cuando los científicos y los autores comenzaron sus charlas, parecía que nos lo estuviéramos presentando los unos a los otros.

Acababa de terminar mi programa sobre la naturaleza interrelacionada de todas las cosas, así como el experimento del ejército que acabo de describir. Esa noche, durante la cena, otro presentador se acercó a mí, me agradeció por mi programa y me informó que había sido parte del estudio del cual yo había hablado. Para ser exacto, este hombre, el doctor Cleve Backster, había diseñado el experimento para el ejército como parte de un proyecto en curso. Su innovadora labor sobre la forma en que la intención humana afecta las plantas lo había llevado a los experimentos militares. Lo que el doctor Backster me dijo a continuación es la razón por la cual comparto ahora esta historia.

El ejército suspendió sus experimentos con el donante y su ADN mientras estuvieron en el mismo edifico, separados solamente por cientos de metros. Después de estos estudios iniciales, el doctor Backster describió cómo él y su equipo continuaron con sus investigaciones a distancias todavía mayores. En un punto, una distancia de 560 kilómetros separaba al donante de sus células.

Además, el tiempo entre la experiencia del donante y la respuesta de la célula fue calibrado con un reloj atómico localizado en Colorado. En cada experimento, el intervalo medido entre la emoción y la respuesta de la célula era cero: el efecto fue simultáneo. Los resultados eran iguales estuvieran las células en la misma habitación o separadas por cientos de kilómetros. Cuando el donante tuvo una experiencia emocional, el ADN reaccionó como si siguiera conectado con el cuerpo del donante de alguna manera.

Aunque esto al principio suena un poco espeluznante, considere lo siguiente: si existe un campo cuántico que enlaza todas las cosas, entonces todas las cosas deben estar y permanecer conectadas. Como lo dice de forma tan elocuente el doctor Jeffrey Thompson, colega de Cleve Backster, desde este punto de vista: «En realidad, no hay un lugar en donde el cuerpo termina y no hay lugar en donde comienza». 14

Resumen del segundo experimento: Las implicaciones de este experimento son vastas, y para algunos, sorprendentes. Si no podemos separar a las personas de las partes de sus cuerpos, ¿significa que cuando un órgano vivo es transplantado con éxito en otro ser humano, los dos individuos siguen conectados mutuamente de alguna manera?

En un día típico, la mayor parte de nosotros entra en contacto con docenas, y a veces cientos, de personas, y con frecuencia este contacto es físico. Cada vez que tocamos a otra persona, aun si es solamente estrechando su mano, un rastro del ADN del individuo permanece con nosotros en la forma de células de piel que él o ella han dejado tras de sí. Al mismo tiempo, un poco del nuestro se queda con la otra persona. ¿Significa esto que seguimos conectados con todas las personas que tocamos siempre y cuando siga vivo el ADN de las células que compartimos? Y si así es, ¿qué tan profunda es esa conexión con ellos? La respuesta a estas preguntas es afirmativa, parece que la conexión sí existe. No obstante, la calidad de la conexión parece estar determinada en cuanto a qué tan conscientes estemos de su existencia.

Todas estas posibilidades ilustran la magnitud de lo que este experimento nos está demostrando. Al mismo tiempo, sientan las bases para algo todavía más profundo. Si el donante está experimentando emociones en su propio cuerpo y el ADN está respondiendo a estas emociones, entonces algo debe estar viajando entre ellos que permite que la emoción del uno le llegue al otro, ¿no es cierto?

Quizá… o quizá no. Este experimento puede estar simplemente demostrándonos algo más: una poderosa, pero sencilla idea, que puede ser pasada por alto con facilidad: Quizá las emociones del donante no tienen que viajar en lo absoluto. Podría ser que no sea necesario que la energía viaje desde el donante hasta un lugar distante con el fin de que tenga efecto. Puede ser que las emociones de la persona ya estén en el ADN, y para el caso, en todas partes, desde el instante mismo en que fueron creadas. Menciono esto aquí para plantar la semilla de una fascinante posibilidad que exploraremos con toda la consideración que merece en el Capítulo 3.

A final de cuentas, la razón por la cual he decidido compartir este experimento es sencillamente la siguiente: para que el ADN y el donante tengan cualquier conexión en lo absoluto, debe haber algo que los enlace. El experimento sugiere cuatro cosas:

1.     Existe una forma de energía previamente desconocida entre los tejidos vivos.

2.     Las células y el ADN se comunican a lo largo de este campo de energía.

3.     La emoción humana tiene una influencia directa sobre el ADN vivo.

4.     La distancia parece no tener consecuencias respecto a este efecto.

TERCER EXPERIMENTO

Aunque el efecto de la emoción humana en la salud de nuestro cuerpo y en nuestro sistema inmunológico ha sido aceptado en las tradiciones espirituales del mundo, raramente ha sido documentado de una forma que sea útil para la persona promedio.

En 1991, se formó una organización llamada el Institute of HeartMath con el propósito específico de explorar el poder que tienen los sentimientos humanos sobre el cuerpo, y el papel que esas emociones representan en nuestro mundo. Específicamente, HeartMath decidió enfocar sus investigaciones en el lugar de nuestros cuerpos, en donde parecen originarse nuestras emociones y sentimientos: el corazón humano. El innovador trabajo de estos investigadores ha sido extensivamente publicado en periódicos de prestigio y citado en ensayos científicos. 15

Uno de los descubrimientos más significativos reportados por HeartMath es la documentación del campo de energía en forma de círculo, que rodea el corazón y se extiende más allá del cuerpo. Este campo de energía electromagnética existe en una configuración llamada toms y tiene un diámetro de entre 1.52 y 2.50 metros (ver la Figura 2). Aunque el campo del corazón no es el aura del cuerpo, o el prona descrito en las antiguas tradiciones sánscritas, puede muy bien ser una expresión de la energía que comienza en esta área.

Figura 2. Ilustración que demuestra la forma y el tamaño relativo del campo energético que rodea al corazón humano.
(Cortesía del Institute of HeartMath.)

Sabiendo que este campo existe, los investigadores de HeartMath se preguntaron si podía haber otro tipo de energía, que todavía no hubiese sido descubierta, que conllevara en su interior este campo conocido. Para poner a prueba su teoría, los investigadores decidieron probar los efectos de las emociones humanas en el ADN, la esencia de la vida misma.

Los experimentos fueron conducidos entre 1992 y 1995, y comenzaron por aislar el ADN humano en un vaso de precipitados en cristal (16) y luego, exponerlo a una poderosa forma de sentimientos conocida como emoción coherente. De acuerdo con Glen Rein y Rollin McCraty, los principales científicos, este estado fisiológico puede ser creado intencionalmente «usando técnicas de autogestión mental y emocional especialmente diseñadas, las cuales involucran: aquietar la mente voluntariamente, tornar la atención hacia el área del corazón y enfocarse en emociones positivas». 17 Realizaron una serie de pruebas que involucraban hasta cinco personas entrenadas en la aplicación de la emoción coherente.

Usando técnicas especiales que analizan el ADN de forma química y visual, los investigadores podían detectar cualquier cambio que ocurriera.

Los resultados eran innegables y las implicaciones eran inequívocas. El punto fundamental: ¡la emoción humana cambiaba la forma del ADN! Sin tocarlo físicamente o hacer nada distinto a crear sentimientos precisos en sus cuerpos, los participantes fueron capaces de influir sobre las moléculas de ADN contenidas en el vaso de precipitados.

En el primer experimento, que involucraba solamente una persona, los efectos fueron producidos por una combinación de «intención directa, amor incondicional y representaciones visuales específicas de la molécula del ADN». En palabras de uno de los investigadores: «Estos experimentos revelan que intenciones distintas producen efectos distintos en la molécula del ADN, haciendo que se enrolle o se desenrolle». 18 Claramente, las implicaciones van más allá de lo que teoría científica tradicional hubiera permitido hasta ahora.

Hemos sido condicionados a creer que el estado del ADN en nuestro cuerpo es un hecho determinado. Los conceptos contemporáneos sugieren que es una cantidad fija, cuando nacemos «recibimos lo que nos toca recibir», y con la excepción de drogas, químicos y campos eléctricos, nuestro ADN no cambia como respuesta a nada que podamos hacer en nuestras vidas. Pero este experimento nos demuestra que nada puede estar más lejos de la verdad.

LA TECNOLOGÍA INTERIOR PARA CAMBIAR NUESTRO MUNDO

¿Qué nos dicen, entonces, estos experimentos respecto a nuestra relación con el mundo? El denominador común es que todos involucran el ADN humano. No existe absolutamente nada en la sabiduría convencional que permita, que el material de vida de nuestros cuerpos tenga efecto alguno en nuestro mundo externo.

Tampoco hay nada que sugiera que la emoción humana pueda afectar de ninguna manera el ADN cuando está dentro del cuerpo de su dueño, mucho menos cuando está a cientos de kilómetros de distancia. Sin embargo, esto es precisamente lo que los resultados nos están demostrando.

Es interesante cuando pensamos en cada uno de los experimentos por sí mismos, sin ninguna consideración hacia los demás: cada uno nos demuestra algo que parece ser una anomalía que existe más allá de los límites de los conceptos convencionales, y algunos de los descubrimientos pueden incluso ser un poco sorprendentes. Sin un contexto mayor, podemos sentirnos tentados a clasificar los experimentos bajo la categoría de: «cosas que hay que revisar otro día…, un día muy, muy lejano». Pero, cuando consideramos los tres experimentos en conjunto, ocurre nada menos que la destrucción de un paradigma: estos comienzan a contarnos una historia. Cuando observamos cada uno como una pieza de un rompecabezas mayor, la historia nos salta a la vista como ¡las imágenes escondidas de un dibujo de Escher!

Observemos entonces con un poco más de detenimiento…

En el primer experimento, Poponin nos demostraba que el ADN humano tiene un efecto directo en la vibración de la luz. En el segundo, el experimento militar, aprendimos que estemos o no en la misma habitación de nuestro ADN, o separados por una distancia de cientos de kilómetros, seguimos conectados con sus moléculas, y los efectos son los mismos. En el tercer experimento, los investigadores de HeartMath nos demostraron que la emoción humana tiene un efecto directo en el ADN, que a su vez, impacta directamente el material del cual está constituido nuestro mundo. Esto es el comienzo de una tecnología, una tecnología interior, que hace más que decirnos sencillamente que tenemos un efecto en nuestros cuerpos y en nuestro mundo…; nos demuestra ¡que este efecto existe y cómo funciona!

Todos estos experimentos sugieren dos conclusiones similares, que son los puntos cruciales de este libro:

1.      Hay algo «ahí fuera»: la Matriz de una energía que conecta una cosa con lo demás en el universo. Este campo conectivo es responsable por los resultados inesperados de los experimentos.

2.      El ADN de nuestros cuerpos nos da acceso a la energía que conecta nuestro universo, y la emoción es la clave para tener acceso al campo.

Además, los experimentos nos demuestran que nuestra conexión con el campo es la esencia de nuestra existencia. Si comprendemos cómo funciona esto y la forma en que estamos conectados con él, entonces tenemos todo lo necesario para aplicar en nuestras vidas lo que conocemos sobre el campo.

Lo invito a pensar en lo que estos resultados y conclusiones significan en su vida. ¿Qué problema no puede resolverse, qué enfermedad no puede curarse, y qué condición no puede mejorar si logramos tener acceso a la fuerza y cambiar el patrón cuántico de todas las cosas de donde provienen? Este patrón es el campo de energía previamente desapercibido, que Max Planck describió como la «Mente consciente e inteligente».

LA MATRIZ DIVINA

Los experimentos demuestran que la Matriz está compuesta de una forma de energía distinta a todo lo que hemos conocido en el pasado, razón por la cual les tomó tanto tiempo encontrarla a los científicos. Llamada «energía sutil», sencillamente no funciona de la forma típica que lo hace el campo eléctrico convencional. Más bien, parece ser como una red urdida estrechamente que constituye el tejido de la creación que yo llamo la Matriz Divina.

Figura 3. Los experimentos sugieren que la energía que conecta al universo existe como una red urdida estrechamente que constituye el tejido subyacente de nuestra realidad

De las muchas formas que podemos definir la Matriz Divina, quizá la más sencilla es pensar en ella como tres cosas básicas: (1) el contenedor en donde existe el universo; (2) el puente entre nuestro mundo interior y exterior y (3) el espejo que refleja nuestros pensamientos, sentimientos, emociones y creencias diarios.

Existen otros tres atributos que diferencian la Matriz Divina de cualquier otra energía de su tipo. Primero, puede ser descrita como omnipresente todo el tiempo…: ya existe. Al contrario de una emisión de televisión o de radio que debe crearse en un lugar antes de ser enviada y recibida en otro lugar, este campo parece ya estar en todas partes.

Segundo, parece que este campo se originó al mismo tiempo que la creación, con el big bang o como sea que optemos por llamar el «comienzo». Obviamente, nadie estaba ahí para decirnos lo que había desde antes, pero los físicos creen que la liberación masiva de energía que sacudió nuestro universo para propulsarlo a su existencia, fue el puro acto de crear el espacio mismo.

Como sugiere el Himno de la Creación del antiguo Rig Veda, antes del comienzo «ni siquiera la nada existía entonces, ni el aire, ni el cielo». Cuando la «nada» estalló en el «algo» del espacio, nació la materia entre la nada.

Podemos concebir la Matriz Divina como un eco de ese momento en que el tiempo comenzó, así como un enlace constituido de tiempo y espacio que nos conecta con la creación de todo. Es la naturaleza de esta conexión omnipresente que permite la no localidad de las cosas que existen en el interior de la Matriz.

La tercera característica de este campo, y quizá la que hace que sea tan significativa en nuestras vidas, es que parece poseer «inteligencia». En otras palabras, el campo responde al poder de la emoción humana. En lenguajes de otras épocas, las tradiciones antiguas hicieron lo máximo para compartir con nosotros este gran secreto. Inscritas en las paredes de los templos, escritas en pergaminos deteriorados con el tiempo, e imbuidos en las vidas de las personas mismas, nos fueron dejadas las instrucciones que nos dicen cómo comunicarnos con la energía que todo lo conecta. Nuestros ancestros intentaron demostrarnos cómo sanar nuestros cuerpos e infundir vida en nuestros anhelos más profundos y sueños más grandiosos. Es solamente ahora, casi 5,000 años después de que estas instrucciones fueron registradas, que el lenguaje de la ciencia ha redescubierto exactamente la misma relación entre nuestro mundo y nosotros.

La energía descubierta en estos experimentos (y postulada en otros) es tan nueva que los científicos todavía no se han puesto de acuerdo en un solo término para describirla. Por consiguiente, hay muchos nombres diferentes que se han usado para identificar el campo que todo lo conecta. Por ejemplo, Edgar Mitchell, antiguo astronauta del Apollo, la llama la «Mente de la Naturaleza». El físico y coautor de la teoría de supercuerdas, Michio Kaku, la describió como el «Holograma Cuántico». Aunque estas son etiquetas modernas para la fuerza cósmica presuntamente responsable por el universo, encontramos temas e incluso palabras similares en textos creados miles de años antes de la existencia de la física cuántica.

Por ejemplo, en el siglo IV, los Evangelios Gnósticos también usaron la palabra mente para describir esta fuerza y cómo «desde el poder del Silencio aparece ‘un gran poder, la Mente del Universo, la cual conduce todas las cosas». 19 Por muy distintos que suenen los nombres unos de otros, todos ellos parecen describir la misma cosa: la esencia viva que es el tejido de nuestra realidad.

Es bajo este concepto que Planck se refiere a ella en Florencia, Italia, a mediados del siglo. Durante una conferencia dictada en 1944 afirmó que probablemente, no había sido comprendida por completo por los científicos de esa época. En palabras proféticas tan revolucionarias en el siglo XXI, como fueron entonces, Planck dijo:

«Como un hombre que ha dedicado su vida entera a la ciencia más lúcida, al estudio de la materia, puedo decirles lo siguiente, como resultado de mis investigaciones referentes a los átomos: ¡No existe la materia como tal! Toda la materia se origina y existe solamente en virtud de una fuerza que hace vibrar las partículas de un átomo y mantiene unido este minúsculo sistema solar del átomo… Debemos asumir tras esta fuerza, la existencia de una Mente consciente e inteligente. Esta Mente es la Matriz de toda la materia». 20

Más allá de toda duda razonable, los experimentos y discusiones de este capítulo nos demuestran la existencia de la Matriz de Planck. Independientemente de cómo decidamos llamarla o a cuáles leyes de la física se atenga, el campo que todo lo conecta es real.

Está aquí en este preciso instante, existe como usted y yo existimos. Es el universo en nuestro interior así como el que nos rodea, el puente cuántico entre todo lo que es posible en nuestras mentes y lo que se convierte en realidad en el mundo. La Matriz de la energía que explica por qué estos tres experimentos funcionan como lo hacen, mientras también demuestra cómo los sentimientos positivos y las oraciones en nuestro interior pueden ser tan efectivos en el mundo a nuestro alrededor.

Pero, nuestra conexión con la Matriz de toda la materia no se detiene ahí…, continúa en todas las cosas que no podemos ver. La Matriz Divina está en todas partes y en todas las cosas. Desde el ave que surca los cielos, hasta las partículas cósmicas que pasan a través de nuestros cuerpos y hogares como si fuéramos espacio vacío, toda la materia existe en el mismo contenedor de la realidad: la Matriz Divina. Es lo que llena el vacío entre usted y las palabras en esta página. Es lo que constituye el espacio mismo. Cuando usted piensa en la Matriz y se pregunta dónde está, puede estar seguro que dondequiera que hay espacio, también se encuentra esta energía sutil.

¿QUÉ SIGNIFICA TODO ESTO?

Al igual que un gran secreto que todo el mundo presume y del cual nadie habla, a través de la Matriz Divina estamos todos conectados en la forma más íntima imaginable. Pero, ¿qué significa en realidad esta conexión? ¿Qué implica que estemos tan enmarañados con nuestro mundo y con las vidas de los demás que compartimos el puro espacio cuántico, en donde reside la imaginación y nace la realidad? Si en verdad no somos más que simplemente espectadores casuales, observando mientras nuestras vidas y el mundo «transcurre» a nuestro alrededor, entonces ¿qué tanto «más» somos?

Los experimentos previos nos demuestran que hay un poder en el interior de cada uno de nosotros, que es distinto a cualquier otro que haya sido creado por una máquina en un laboratorio. Es una fuerza que no está sujeta a las leyes de la física, por lo menos no a las conocidas en la actualidad. Y no necesitamos un experimento de laboratorio para saber que esta conexión existe.

¿Cuántas veces ha estado a punto de llamar a alguien por teléfono para descubrir que esa persona ya estaba en la línea cuando usted tomó el auricular… ¡o cuando marcó el número lo encontró ocupado porque esa persona lo estaba llamando al mismo tiempo!?

¿En cuántas ocasiones ha estado disfrutando con amigos en una traficada calle, centro comercial o aeropuerto, y ha sentido la extraña sensación de que ya había estado antes en ese sitio o con esas personas, haciendo exactamente lo mismo que estaba haciendo en ese momento?

Aunque estos sencillos ejemplos son temas divertidos de compartir, son más que coincidencias aleatorias. Aunque no podemos probar científicamente por qué ocurren estas cosas, todos sabemos que ocurren. En dichos momentos de conexión y déjà vu, nos descubrimos transcendiendo espontáneamente los límites impuestos por las leyes físicas. En esos breves instantes, recordamos que quizá hay más en el universo y en nosotros de lo que podemos reconocer conscientemente.

Este es el mismo poder que nos dice que somos más que observadores en este mundo. La clave para experimentarnos de esta manera, es crear estas experiencias intencionalmente, sentir esas visiones transcendentales cuando deseemos tenerlas en vez de que simplemente parezcan «ocurrir». Con la excepción de unas cuantas personas privilegiadas entre nosotros, parece haber una muy buena razón para que no estemos en dos lugares simultáneamente, viajando a través del tiempo y comunicándonos más rápidamente de lo que las leyes de la física lo permiten: todo se reduce a las creencias que tenemos respecto a nosotros mismos y a nuestro papel en el universo. Y de eso es que trata la siguiente sección.

Somos creadores, más aun, somos creadores conectados. A través de la Matriz Divina, participamos en el cambio constante que le da significado a la vida. La cuestión ahora no es tanto si somos o no observadores pasivos, sino cómo podemos crear intencionalmente.

 

Tomado del libro La Matriz Divina.

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