
Una vez le preguntaron al sabio Nisargadatta Maharaj cuándo se había iluminado, a lo que él respondió: «Mi gurú me dijo que yo soy la fuente suprema de todas las cosas; que yo soy el supremo. Lo sopesé hasta que supe que era cierto, hasta que me convertí en eso mismo». Después añadió: «Fui afortunado, pues confié en lo que me dijeron».
La libertad es darse cuenta de que tú eres esta paz profunda, de que tú eres lo desconocido. Lo demás no es más que una extensión de lo desconocido. Los cuerpos no son más que una extensión de lo desconocido. Los árboles no son más que una extensión de lo desconocido, en el tiempo y la forma. El pensamiento y la sensación también son extensiones de lo desconocido en el tiempo. En realidad, la totalidad del universo visible no es más que una mera extensión de lo desconocido en el tiempo, de esta montaña de silencio.
Es muy importante alcanzar el grado de madurez que te permite observar lo fundamental. Debemos marcar la diferencia que existe entre quitar los hierbajos de la confusión y llegar a la raíz de la Verdad.
¿Has quitado alguna vez los hierbajos de una pradera, arrancando sólo las puntas, para descubrir después que tardaban tan poco tiempo en volver a salir que parecía que no las habías quitado nunca? Esto mismo es lo que ocurre cuando queremos deshacernos de la identificación.
Para eliminar desde la raíz tu identificación con el yo limitado, debes enfrentarte a ella del modo más básico, lo que implica ir más allá de la típica preocupación por tus problemas personales. Cuando te limitas a observar tus problemas personales, es como si te limitases a arrancar la punta de los hierbajos de la pradera: saldrán otra vez. Tal vez consigas algún alivio para los problemas cotidianos, pero la raíz seguirá ahí, totalmente intacta. Aunque las experiencias resuelvan tus problemas y te ofrezcan visiones hermosas, el hecho de tener esas experiencias no te descubrirá la raíz de lo que tú eres. Si no llegas a la raíz, terminarás obteniendo otro hierbajo más.
Así que nos hacemos la siguiente pregunta: «¿Cuál es la raíz de este lugar llamado yo?». Tienes que saber cuál es la raíz, desde el comienzo, desde su génesis. Hubo un tiempo en el que esa inocente fascinación sin palabras y ese amor, que es tu esencia, dejó de estar inocentemente fascinado y enamorado de lo que era para identificarse con lo que pensaba. En ese preciso movimiento, de la fascinación inocente a la identificación, perdimos la libertad. Sucedió hace mucho, en el principio de los tiempos, y sigue sucediendo ahora mismo. La inocencia, la fascinación con lo que es, simplemente tal y como es, existe permanentemente. Pero después aparece la mente y dice «mío». Eso es mío. Es mi pensamiento. Es «mi problema». También puede decir lo contrario, que el pensamiento o el problema son «tuyos». La génesis reside, precisamente, en ese momento; ahí es donde se encuentra la raíz del sufrimiento y de la separación.
Ser tu yo verdadero, tu naturaleza verdadera, no es lo mismo que experimentar ese ser con el pensamiento. Reconócete como el misterio, y entonces verás que no puedes mirarlo, pues no puedes abandonar ese misterio para mirar. Existe un misterio muy despierto, vivo y amoroso, y es lo que estás viendo con tus ojos en este preciso momento. Es lo que estás oyendo con tus oídos en este instante. En vez de querer entenderlo todo, lo cual es imposible, te sugiero que te hagas esta pregunta: «Al final de todo, ¿qué es lo que queda detrás de estos ojos?». Date la vuelta para ver quién está mirando. Encuéntrate con el misterio puro, que es el espíritu puro, y despierta a lo que eres.
Cuando abandonamos nuestra adicción a seguir conceptos, el misterio se cuida a sí mismo constantemente. Esa adicción deja el paso cortado para el misterio. Es como si tuvieses una joya en el bolsillo, pero no pudieras sacarla con la mano. Cuando sabes en lo más profundo que tú eres el misterio que se está experimentando a sí mismo, te das cuenta de que eso es lo que sucede continuamente. Independientemente de que la experiencia reciba el nombre de yo o de tú, de que sea un buen día o un día horrendo, de que se trate de belleza o de fealdad, de compasión o de crueldad, seguirá tratándose del misterio que se está experimentando a sí mismo, que está extendiéndose a sí mismo en tiempo y forma. Eso es lo único que pasa, continuamente.
Si sólo lo comprendes con la mente, lo sabrás, pero no lo estarás siendo. La mente dirá: «¡oh!, ya lo sé, yo soy el misterio» y, sin embargo, tu cuerpo actuará como si no hubiese captado el mensaje. Seguirá diciendo: «Yo soy alguien con todos estos pensamientos, deseos y voluntades urgentes». Cuando somos conscientes de lo que somos, la totalidad de nuestro ser capta el mensaje. Y cuando el cuerpo recibe el mensaje, es como si se deshinchase un globo. Cuando toda esa contradicción, toda esa tormenta y esa búsqueda de esto y aquello se disipa, lo que queda es la experiencia del cuerpo como extensión del misterio. En ese momento, el cuerpo podrá moverse desde el misterio, el espíritu puro.
Imagina que tú, como misterio, entrases en un cuerpo, en un cuerpo distinto del que tienes ahora, en uno con muchas contradicciones internas (uno que tuviese muchos deseos y apegos en conflicto). Cuando sintieras este «otro» cuerpo, verías que estaba apegado a conceptos que no eran ciertos. Imagina que, al entrar en ese nuevo cuerpo, dicho cuerpo no supiese que es el misterio y, por tanto, estuviese realmente apegado a su identidad de cuerpo. Entonces tú, como misterio, empezarías a animar el cuerpo, a moverlo. Pero como el cuerpo creería que necesita controlarlo todo, pelearía contigo a cada paso. Cada vez que intentaras moverle un brazo, generaría tensión; cada vez que abrieras la boca, te tropezarías con las palabras; cada vez que tú, como misterio, quisieras experimentar la fascinación, tendrías que atravesar todas esas contradicciones y resistencias corporales. Aun con las mejores intenciones del mundo, y con toda la energía fluyendo desde ti hacia el cuerpo, éste sólo podría gestionar ese amor transformándolo en contradicción. Se pondría tan rígido como respuesta a la energía de este misterio, que apenas podría moverse, hablar, caminar o pensar.
Ahora imagina, simplemente, que salieses de ese cuerpo y te metieras en otro que supiese rotundamente, a nivel celular, que él es el misterio. Parecería un cuerpo y haría lo que hacen los cuerpos, pero en realidad no sería un cuerpo; sabría que él es, precisamente, el misterio con forma. Así que cuando el misterio entrase en él sería como añadir mantequilla a la mantequilla. «Vaya. Vale. Ahora puedo moverme». Y te limitarías a percibir lo que se siente al estar en ese tipo de cuerpo, en uno que ya supiese que él es el misterio.
Para que ese cuerpo estuviese tan plenamente rendido a su verdadera naturaleza, tendría que haber visto de un modo profundo y total que él es el misterio, y tendría que haberse deshecho de su imagen personal. Si le quedase el más mínimo residuo de esa imagen, se tensaría. Por tanto, para que ese cuerpo viva el misterio de un modo plenamente consciente, tendrá que abandonar todos los planes personales.
El cuerpo-mente no puede abandonar sus planes sólo por considerarlo una buena idea, pero lo irá haciendo de forma natural cuando el ser vaya viendo, cada vez más claro, que lo único que existe es él mismo. Es algo visceral. ¿Puedes sentirlo un poco? No te puedes aferrar a nada. No existe ningún punto de vista. Ninguna separación.
Por eso se ha dicho desde siempre que la verdad nos hace libres. Pero esta verdad debe ser comprendida por la totalidad del ser. Éste tiene que ser la verdad, conscientemente. Cuando hablaba de la limitación de coger los hierbajos me refería a eso, a la sustitución de un pensamiento o creencia por otro «mejor». Si introduces un pensamiento orientado al yo, el mecanismo se contradecirá. Y si intentas moverte en ese cuerpo, no se moverá bien. Las ideas son indiferentes. Algunas te ayudarán a maniobrar un poco mejor, pues algunos pensamientos son menos contradictorios que otros y algunas imágenes son menos contradictorias que otras. Si alteras tu imagen y la sitúas en algo más positivo, la energía tal vez cambie, pero no se librará de las identificaciones; no se pondrá a danzar. El cuerpo sólo se libera cuando es capaz de ver su verdadera naturaleza. Esto sólo se puede conseguir cuando llegamos a la raíz, y no nos detenemos en la punta de los hierbajos. Así, en lugar de intentar gestionar tus neurosis, podrás despertar y descubrir lo que eres eternamente.
Todas las cosas tienen una tendencia innata hacia la liberación. Ésa es la buena noticia. Cualquier cosa a la que nos aferremos impedirá la realización total. Por tanto, si no te sientes liberado, probablemente te estés aferrando a alguna idea o a algún recuerdo determinado. Tal vez sea a un gran momento, veinte años atrás, o a una situación insignificante del día anterior. El apego a la identidad, a una idea, a una opinión, a un juicio, a una condena, al victimismo, a la culpa, etc., obstaculizará tu camino hacia la liberación. Cuando te descoloques, podrás dejar de apegarte a estas historias, pero si continúas colocándolas no lo conseguirás.
Colocar las cosas de nuevo está bien, pero descolocarlas es tabú. Este hábito de contarnos una historia para recolocar las cosas está en lo más profundo de nosotros, como si el hecho de situar la experiencia en un contexto mejor fuese a ayudarnos. Tal vez te ayude un poco, en alguna ocasión, pero en último término sólo despertaremos del estado dormido de separación cuando nos descoloquemos por completo y deconstruyamos nuestras falsas opiniones.
Cuando empiezas a querer librarte de las estructuras a las que estás sujeto, lo desconocido, nuestra verdadera naturaleza, adquiere la capacidad de despertarse. Reflexiona sobre esto: las creencias verdaderas, como tales, no existen.
Tomado del libro La Danza del Vacío – Capítulo 6.
Dejanos tu comentario sobre el artículo Libertad