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Artículo La Matriz Divina – 5ta. Parte

TERCERA PARTE

MENSAJES DE LA MATRIZ DIVINA:

VIVIR, AMAR Y SANAR EN LA CONCIENCIA CUÁNTICA

CAPÍTULO SEIS

EL UNIVERSO NOS HABLA: MENSAJES DE LA MATRIZ

«Cuando tanto el amor como el odio están ausentes, todo se vuelve claro y abierto. Pero haga la más mínima distinción, y el cielo y la tierra se apartan infinitamente».

Seng-ts’an, filósofo del siglo VI

«Somos tanto el espejo como el rostro que vemos en él».

Rumi, poeta del siglo XIII

Aunque hablamos con la Matriz Divina a través del lenguaje del sentimiento y las creencias, los capítulos previos describen también cómo la Matriz nos responde a través de los eventos en nuestras vidas. En este diálogo, nuestras creencias más profundas se convierten en el patrón para todo lo que experimentamos. Desde la paz en nuestro mundo hasta la sanación de nuestros cuerpos, desde todas nuestras relaciones y romances hasta la carrera que seguimos, nuestra conversación con el mundo es constante e infinita. Puesto que no se detiene, es imposible que seamos observadores pasivos al margen de la vida…; si somos conscientes, por definición, estamos creando.

Algunas veces, el diálogo es sutil y a veces no. No obstante, independientemente del grado de sutileza, la vida en un universo reflejado nos promete que desde nuestros desafíos hasta nuestras alegrías, el mundo no es nada más (ni nada menos) que la Matriz reflejando nuestras creencias más profundas y verdaderas. Y esto incluye nuestras relaciones íntimas. A pesar de que presentan reflejos honestos, algunas veces los espejos en los que nos vemos en otras personas, pueden ser los más difíciles de aceptar. También pueden convertirse en la vía más rápida hacia nuestra sanación.

NUESTRA REALIDAD REFLEJADA

En 1998, tuve una experiencia en el Tíbet que ofrece una poderosa metáfora de cómo funciona la «conversación» cuántica. Camino a Lasa, la capital, nuestro grupo iba conduciendo por una curva en el camino que llevaba a un pequeño lago al pie de un acantilado. El aire estaba absolutamente quieto, lo cual permitía que el agua reflejara de forma perfecta toda el área.

Desde el lugar estratégico en el que nos encontrábamos, podía ver una imagen masiva de un Buda hermosamente esculpido reflejado en el agua. Aparentemente, estaba en algún punto en el acantilado que dominaba al lago desde las alturas, aunque en ese momento no podía ver la escultura misma, lo único que podía ver era su reflejo. Fue solamente cuando dimos la vuelta y el camino se niveló, que vi con mis propios ojos lo que me imaginaba que había sido la fuente del reflejo. Y ahí estaba el Buda, esculpido en alto relieve, elevándose por encima del lago, liberado desde las rocas vivientes como un testigo silencioso ante todo aquel que pasara por ahí.

En ese momento, la imagen en el lago se convirtió en una metáfora para el mundo visible. Mientras terminábamos de dar la curva y veíamos al Buda en el agua, el reflejo era la única manera de saber que la estatua existía. Aunque sospechaba que debía estar reflejando algo físico, desde mi perspectiva no podía ver el objeto. De una manera similar, presuntamente el mundo cotidiano es el reflejo de una realidad más profunda esculpida en el material del universo, una realidad que sencillamente no podemos ver desde el lugar en donde estamos.

Figura 11. Un Buda reflejado esculpido en el acantilado cerca de Lasa, Tibet

Tanto la ciencia tradicional antigua como la moderna sugieren que lo que vemos, como las relaciones visibles de la «vida», no son ni más ni menos que el reflejo de las cosas que ocurren en otro dominio, un lugar que no podemos percibir desde nuestro lugar estratégico en el universo. Y con la misma seguridad con la que yo sabía que la imagen en el agua reflejaba algo que era real y sólido, así también podemos estar seguros que nuestras vidas nos están informando sobre eventos que ocurren en otro dominio de la existencia. No porque no podamos observar esos eventos quiere decir que no son reales. Como lo sugieren las tradiciones antiguas, de hecho, ¡el mundo invisible es más real que el visible! Como dice Bohm en la Introducción, sencillamente, no podemos atisbar esa «realidad más profunda» desde donde estamos en el espacio y el tiempo.

Aunque no podemos ver directamente ese dominio invisible, podemos tener una indicación de lo que está ocurriendo porque vemos su reflejo en nuestras vidas cotidianas. Desde esta perspectiva, nuestras experiencias diarias nos sirven como mensajes desde esas realidades más profundas, una comunicación desde el interior de la propia Matriz Divina. Así como también debemos comprender las palabras de cualquier lenguaje para entender su contenido, debemos reconocer el lenguaje de la Matriz Divina para beneficiarnos de lo que nos está diciendo.

Algunas veces los mensajes que llegan son directos y no hay forma de equivocarnos, pero otras veces, son tan sutiles que los omitimos totalmente. A menudo, sin embargo, podemos pensar que significan una cosa cuando, de hecho, nos están diciendo algo muy distinto.

LAS COSAS NO SON SIEMPRE LO QUE PARECEN

«Una repentina ráfaga de viento me golpeó en ese instante haciendo que mis ojos ardieran. Miré fijamente el área en cuestión. No había absolutamente nada fuera de lo ordinario.

‘No puedo ver nada’, dije.

‘Sólo siéntelo’ me dijo. […]

‘¿Qué? ¿El viento?’

‘No sólo el viento’ replicó con firmeza. Puede parecerte que es el viento, porque el viento es lo único que conoces«.

En este diálogo, Don Juan, el brujo indio yaqui, le enseña a su alumno Carlos Castañeda sobre las realidades sutiles del mundo invisible. En su libro, Journey to Ixtian, Castañeda, antropólogo que documentaba el chamanismo, aprendió rápidamente que no podía confiar en los filtros de sus percepciones ya que había sido condicionado a hacerlo en el pasado. Descubrió que el mundo está vivo en niveles que son tanto visibles como invisibles.

Por ejemplo, Castañeda había aprendido que siempre que un arbusto se movía a su lado y sentía el aire fresco contra sus mejillas, era el viento que se estaba moviendo.

En el ejemplo anterior, su maestro le recuerda que solamente parece como el viento porque eso es lo que él conoce. En realidad, podía ser el viento o la sensación de la brisa contra su rostro y fluyendo por su cabello, podía ser la energía de un espíritu tratando de darse a conocer. Castañeda descubrió rápidamente que dicha experiencia jamás volvería a tratarse de «sólo el viento».

A través de nuestros filtros de percepción, hacemos lo mejor posible para adaptarnos a nuestros romances, amistades, finanzas y salud en el marco que han establecido las pasadas experiencias. Aunque estas fronteras pueden funcionar, ¿qué tanto realmente nos sirven? ¿Cuántas veces hemos respondido a la vida de la forma que hemos aprendido de otras personas, en vez de basarnos en lo que nos ha enseñado nuestra propia experiencia? ¿Cuántas veces hemos impedido el flujo de mayor abundancia, de relaciones más profundas, o de trabajos más gratificantes porque se nos ha cruzado en nuestro camino una oportunidad similar a una de nuestro pasado y hemos salido corriendo en la dirección opuesta?

ESTAMOS SINTONIZADOS CON NUESTRO MUNDO

En el marco del contexto de la Matriz Divina, somos parte de cada brizna de yerba, de cada roca en cada arroyo y río. Somos parte de cada gota de lluvia e incluso del aire fresco que roza nuestros rostros cuando nos alejamos de casa a primera hora de la mañana.

Si tan profunda es nuestra conexión con todo en nuestro mundo, entonces tiene mucho sentido que debemos ver evidencia de esa conexión en nuestras vidas cada día. Quizá vemos de hecho precisamente dicha evidencia, y tal vez la vemos cada día, solamente que no siempre la reconocemos ni la notamos.

Todos sabemos que cuanto más tiempo estamos en la presencia de personas, lugares y cosas que nos rodean, más cómodos nos sentimos con ellos. Para la mayoría de nosotros, caminar por la sala de estar de nuestra casa, por ejemplo, nos hace sentir obviamente mucho mejor que entrar en la «sala» de un hotel en otra ciudad. Por más que el hotel pueda ser mucho más nuevo y que tenga las últimas telas, alfombras y tapicería, no se siente como estar en «casa». Cuando experimentamos algo de esa manera, nuestra comodidad proviene de la sintonización de la energía sutil que nos equilibra con nuestro mundo; llamamos a ese equilibrio: resonancia.

En algún grado, estamos en resonancia con todo, desde nuestros automóviles hasta nuestras casas (e incluso los electrodomésticos de los cuales dependemos cada día), razón por la cual afectamos a los demás, a nuestro entorno y a nuestro mundo con tan sólo nuestra presencia. No es entonces sorprendente que cuando algo cambia en nuestro interior o en las cosas que nos rodean, esos cambios se manifiesten en nuestras vidas… y lo hacen.

Algunas veces estos cambios vienen en formas sutiles. Por ejemplo, tuve un automóvil fabricado en los Estados Unidos con más de 480,000 kilómetros en su motor original cuando lo vendí en 1995. Siempre cuidé lo mejor posible a mi «viejo amigo», un vehículo confiable que lucía como nuevo y me llevaba a salvo desde las montañas de Colorado hasta las colinas de Napa, California, y de regreso al alto desierto del norte de Nuevo México.

Aunque mi auto siempre arrancaba y funcionaba perfectamente para mí, jamás dejaba de «vararse» cada vez que se lo prestaba a alguien. Invariablemente, comenzaba un nuevo ruido en el motor, una luz de alarma aparecía en el tablero de control, o simplemente dejaba de funcionar cuando otras personas con un tacto distinto asumían el papel de conductor. Y con toda seguridad, cuando yo regresaba al asiento del conductor y lo llevaba al mecánico, el problema se «solucionaba solo», desapareciendo misteriosamente.

Aunque el mecánico me aseguraba que «esas cosas pasan todo el tiempo», estoy seguro de que después de unas cuantas de esas falsas alarmas, comenzó a dudar de mí cada vez que veía mi Pontiac con 480,000 kilómetros llegar a su taller. Aunque no puedo comprobarlo científicamente, he hablado con suficientes personas como para saber que esto no es una experiencia inusual. Cuando las cosas son tan familiares con nosotros como nosotros con ellas, parecen funcionar mejor cuando se encuentran ante nuestra presencia. No obstante, a veces nuestra resonancia con el mundo se nos presenta de una manera menos sutil con un mensaje que es más difícil pasar inadvertido, como en el caso del siguiente ejemplo.

En la primavera de 1990, dejé mi carrera en la industria de la defensa en Denver y me fui a vivir temporalmente a San Francisco. Durante el día desarrollaba seminarios y escribía mi primer libro, mientras que por la noche trabajaba como consejero. Específicamente, ofrecía guía sobre cómo comprender el poder de las emociones en nuestras vidas y el papel que juegan en nuestras relaciones. Una de mis primeras clientas describió una relación que era un hermoso ejemplo de qué tan profunda (y qué tan literal) podía ser nuestra resonancia con el mundo.

Ella describía la relación de muchos años con el hombre de su vida como un «noviazgo eterno». Durante más de diez años, habían estado en una relación que parecía estancada y sin esperanzas. Sus conversaciones respecto a casarse siempre terminaban en amargas discusiones, pero aun así no les iba bien separados y deseaban compartir sus vidas. Una noche, mi dienta describió una experiencia de resonancia que fue tan clara y poderosa que le dejó poca duda de que existía dicha conexión con nuestro mundo.

– Hábleme de su vida esta última semana, -le dije- ¿Cómo están las cosas en casa?

– ¡Oh! no me va a creer las cosas que me han ocurrido, -comenzó -. ¡Qué semana más extraña! Primero, cuando mi novio y yo estábamos mirando la televisión sentados en el sofá, escuchamos un ruido muy fuerte en el baño. Cuando fuimos a ver lo que ocurría jamás podrá adivinar lo que vimos.

– No puedo siquiera comenzar a adivinar ni a imaginar -dije-, pero ahora estoy realmente interesado… ¿Qué ocurrió?»

– Pues bien, la tubería del agua caliente que está debajo del lavamanos explotó y la puerta del gabinete salió volando hacia la pared frente al lavamanos, -respondió.

– ¡Caramba! -exclamé-. Jamás he oído hablar de algo así en toda mi vida.

– Eso no es todo, -continuó diciendo-. ¡Todavía falta! Cuando fuimos a la cochera por el auto, el calentador de agua había explotado y había agua caliente por todas partes. Luego, cuando sacábamos el auto hacia la calle, la manguera del radiador del auto explotó, y había líquido anticongelante caliente por toda la entrada de la cochera!

Escuché lo que decía esta mujer y de inmediato reconocí el patrón. -¿Qué estaba pasando en casa ese día? -, le pregunté-. ¿Cómo describiría su relación?

– Muy fácil de responder, -dijo sin pensarlo-. La casa había sido como una olla de presión. De repente, se quedó callada y sólo me miró. Usted no cree que la tensión en nuestra relación tenga nada que ver con lo ocurrido, ¿o sí?

– En mi mundo, -le respondí-, tiene todo que ver con lo que sucedió. Estamos sintonizados con nuestro mundo, y el mundo nos demuestra físicamente la energía de lo que experimentamos emocionalmente. A veces es sutil, pero en su caso, fue literal: su casa reflejó literalmente la tensión que acaba de describir entre usted y su novio. Y lo hizo por medio de la propia esencia que ha sido usada por miles de años para representar la emoción: el agua. ¡Qué poderoso, claro y hermoso mensaje ha recibido del campo! Ahora, ¿qué va a hacer con él?»

Clave 17: La Matriz Divina sirve en nuestro mundo como reflejo de las relaciones que creamos con nuestras creencias.

Reconozcamos o no nuestra conexión resonante con la realidad que nos rodea, ésta existe a través de la Matriz Divina. Si tenemos la sabiduría para comprender los mensajes que nos llegan a través de nuestro entorno, nuestra relación con el mundo puede ser un maestro poderoso. A veces, puede incluso ¡salvar nuestras vidas!

CUANDO EL MENSAJE ES UNA ADVERTENCIA

En la vida de mi madre, junto a sus dos hijos, su mejor amiga ha sido una bola de energía de 6 kilos en el cuerpo de una perrita border terrier llamada Corey Sue (la llamamos sólo Corey). A pesar de que viajo con frecuencia en mis giras y seminarios, hago lo máximo para llamar a mi madre por lo menos una vez a la semana para preguntar si todo está bien en su vida y contarle lo que está ocurriendo en la mía.

En 2004, un domingo en la tarde, justo antes de la gira de mi libro El Código de Dios, llamé a mi madre quien compartió conmigo su preocupación respecto a Corey. No actuaba normal ni comía bien. Mi madre la había llevado al veterinario para ver si había un problema. Durante el curso del examen, se realizaron una serie de rayos X y mostraron algo que nadie esperaba. Por alguna razón inexplicada, las placas de Corey mostraban pequeñas manchas blancas en sus pulmones, manchas que no deberían estar ahí. «Nunca antes había visto algo así en un perro», dijo el desconcertado veterinario. Se tomó la decisión de realizar exámenes adicionales para ver qué podrían estar indicando las manchas de Corey.

A pesar de que mi madre estaba obviamente preocupada por su perrita, mientras escuchaba su historia, me preocupé por otra razón.

Compartí el principio de la resonancia con ella y cómo nos sintonizamos con nuestro mundo, nuestros autos, nuestras casas e incluso nuestras mascotas. Le relaté un número de casos en donde se han registrado animales que asumen las condiciones médicas de sus dueños semanas e incluso meses antes de que los mismos problemas aparezcan en los cuerpos de las personas que los cuidan. Mi sensación era que algo similar le estaba ocurriendo a mi mamá.

Tras convencer a mi madre de que la vida está llena de ese tipo de mensajes, aceptó hacerse un examen médico a la semana siguiente. Aunque no estaba experimentando ningún tipo de molestia, y según las apariencias externas no había razón alguna para un examen, aceptó hacerse una revisión que incluyera una radiografía del pecho.

Bien, es probable que usted ya haya comprendido hacia dónde se dirige esta historia y la razón por la cual la comparto ahora. Para sorpresa de mamá, los rayos X revelaron una mancha sospechosa en su pulmón, mancha que no había aparecido en su último examen anual menos de un año antes. Después de investigaciones posteriores, mi madre descubrió que tenía un tejido cicatrizado en su pulmón derecho consecuencia de una enfermedad de la que se había curado durante su infancia, y la mancha se había vuelto cancerosa. Tres semanas después, fue operada y le removieron por completo la tercera parte inferior de su pulmón derecho.

Cuando hablé con el doctor en la sala de recuperación después de la cirugía, reiteró lo «afortunada» que mamá había sido por haber detectado su condición tan incipiente, especialmente, teniendo en cuenta que no había síntomas delatores que la hubieran alertado de algún problema. Antes de la cirugía, se sentía bien y su vida transcurría con Corey, sus hijos, y sus hermosos jardines, sin la menor pista de que algo andaba mal.

Este es un ejemplo de cómo podemos aplicar los reflejos en nuestras vidas. A raíz de que mamá y yo habíamos aprendido a leer los mensajes que la vida nos estaba mostrando en el momento y habíamos confiado en el lenguaje lo suficiente como para aplicarlo de manera práctica, esta historia tuvo un final feliz: mamá se recuperó de su cirugía. En el momento de escribir este libro, se encuentra en excelente estado y libre de cáncer por seis años.

Curiosamente, las manchas en los pulmones de Corey que nos alertaron originalmente para investigar la condición de mamá, también desaparecieron por completo después de la cirugía. Ella y mamá pasaron otros seis años juntas en buena salud, con toda la alegría que descubrían mutuamente en sus rutinas diarias.

(Nota: Corey Sue dejó este mundo durante la edición de este libro debido a complicaciones que tuvo como consecuencia de su avanzada edad. Cuando murió, seis meses antes de cumplir sus quince años, tenía casi cien años de «edad canina» para su raza. Vivió el periodo después de sus manchas y de la cirugía de mamá en buena salud y con una chispa que brindaba alegría a todo aquel cuya vida tocaba. Como dijo mamá muchas veces: «Nadie era un extraño para Corey Sue». Ella amaba a todo aquél que conocía y se lo hacía saber con un beso húmedo y suave que todas las personas que la conocieron extrañarán.)

Aunque puede ser imposible comprobar científicamente que la condición de Corey tenía algo que ver con lo que le ocurrió a mi madre, podemos decir que el sincronismo entre las dos experiencias es considerable. Y puesto que esto no es un incidente aislado, tenemos que decir que cuando vemos dichos sincronismos existe una correlación. Aunque no podamos comprender esa conexión por completo en la actualidad, la verdad es que podríamos estudiarla por otros cincuenta años y todavía seguir sin entenderla en su totalidad. Lo que sí podemos hacer es aplicar lo que sabemos en nuestras vidas. Cuando lo hacemos, los eventos de cada día se convierten en un rico lenguaje que nos ayuda a comprender mejor nuestros secretos más íntimos.

Una vez más, en un mundo en donde la vida refleja nuestras creencias más profundas, puede haber pocas cosas que son verdaderamente secretas. A fin de cuentas, probablemente importa menos cómo nos llegan los giros inesperados del camino de la vida, y aun más si reconocemos o no el lenguaje que nos lo advierte.

NUESTROS MAYORES TEMORES

Ya que la Matriz Divina refleja constantemente nuestras creencias, sentimientos y emociones a través de los eventos de nuestras vidas, el mundo cotidiano nos provee sabiduría sobre los dominios más profundos de nuestro propio ser. En nuestros reflejos personales nos muestra nuestras verdaderas convicciones, amores y temores. El mundo es un espejo poderoso (y a menudo literal), un espejo que no es siempre fácil encarar. Con total honestidad, la vida nos ofrece una ventana directa en la realidad de nuestras creencias, y a veces nuestros reflejos nos llegan en formas que jamás esperaríamos.

Recuerdo un incidente que ocurrió en el supermercado Safeway en un suburbio de Denver en una tarde de 1989. Me detuve camino a casa del trabajo como lo hacía a menudo para hacer compras para la cena. Mientras deambulaba por la sección de comida enlatada, retiré la mirada de mi lista de compras lo suficiente como para darme cuenta que estaba solo en el pasillo, excepto por una joven madre con una niña sentada en el carrito de compras. Era evidente que llevaban prisa y parecían tan felices como yo de andar de compras al final de un largo día.

Cuando regresé mi atención a comparar los nombres en mi lista con los de las latas en los estantes, de repente quedé perplejo ante el sonido de un alarido infantil. No se trataba de un simple chillido: el volumen y la intensidad rivalizaban con la voz de Ella Fitzgerald en su comercial televisivo de Memorex. La niña estaba sola en el carrito y estaba aterrorizada…, absolutamente aterrorizada. Al cabo de unos segundos, la madre apareció para calmarla. De inmediato, la niña dejó de gritar y la vida volvió a ser normal para todo el mundo.

Aunque todos hemos visto eso antes, esa tarde, algo me pareció distinto. Por alguna razón, en vez de simplemente ignorar un incidente tan común, observé verdaderamente lo que estaba ocurriendo. Mis ojos recorrieron el pasillo como por instinto. Todo lo que vi fue que la madre se alejó momentáneamente del carrito, dejando a su hija de dos o tres años sola por un momento. Eso fue todo; simplemente, la niña estaba sola. z<¿Por qué tenía tanto miedo? Su madre acababa de alejarse de su vista por un instante estaba a la vuelta en otro pasillo.

¿Por qué una niña, rodeada por un mundo de latas coloridas y de lindas etiquetas, y sin nadie que la desanimara a explorarlas, tenía tanto miedo de una situación así? ¿Por qué no dijo para sí algo como: Estoy aquí sólita con estas hermosas latas rojas y blancas de sopa de tomate. Creo que exploraré cada fila, una por una, ¡y me divertiré mucho!? ¿Por qué el prospecto de estar sola, siquiera por un momento, le tocó una fibra tan interna a esa edad tan tierna que su instinto fue gritar al máximo de sus pulmones?

Otra tarde, programé una sesión de consejería con una mujer de unos treinta y tantos años con quien había trabajado ya muchas veces antes. Nuestra cita comenzó como siempre: la joven se relajaba sentada en la silla de mimbre al frente mío, y yo le pedía que me describiera lo que había ocurrido durante el transcurso de la semana desde la última vez que habíamos hablado. Comenzó a hablarme sobre su relación de casi 18 años con su esposo. Habían peleado casi durante todo el matrimonio, a veces incluso hasta la violencia. Ella estaba en el lado receptor de lo que parecía un criticismo diario de todo lo que ella hacía, desde cómo se vestía hasta cómo manejaba la casa y cocinaba. Incluso en la cama, decía que se sentía que nunca era lo suficientemente buena.

Aunque el trato que estaba describiendo no era nada nuevo en su relación, durante la última semana había escalado. Su esposo se enojó cuando ella lo enfrentó con preguntas sobre sus «horas extras» en la oficina y las llegadas tarde. Ella se sentía miserable con el hombre que había amado y en el que había confiado por tanto tiempo. Ahora su miseria se complicaba ante la inminente amenaza de daño físico como resultado de las emociones descontroladas de su esposo.

Después de lanzarla al piso durante el momento más acalorado de su última discusión, su esposo se había ido de la casa a vivir con un amigo. No dejó número de teléfono, dirección, ni señal alguna de que pensaba volver, sólo se había ido. El hombre que hacía tan miserable la vida de esta mujer y por tanto tiempo, quien la había amenazado con estallidos poderosos y abuso, se había ido finalmente.

Mientras ella describía su partida, yo estaba esperando alguna señal de alivio. Sin embargo, algo sorprendente comenzó a suceder. La mujer comenzó a sollozar inconsolablemente ante el hecho de que él estuviera fuera de su vida. Cuando le pedí que me describiera lo que sentía, lo que escuché no fue el alivio que esperaba. En lugar de eso, me dijo que estaba experimentando el dolor de la soledad y la nostalgia. Comenzó a describir que se sentía «destrozada» y «totalmente devastada» por la ausencia de su esposo. Ahora, ante la oportunidad de vivir libre de criticismos, insultos y abusos, estaba sufriendo, ¿por qué?

La respuesta al «por qué» en las dos situaciones que acabo de describir, es la misma. Por muy distintas que parezcan las dos situaciones, un nexo las une. Hay grandes posibilidades de que el terror que la niña sintió en el pasillo del supermercado y la devastación que sintió la mujer cuyo esposo abusivo la dejó, hayan tenido muy poco que ver con la persona que las abandonó en esos momentos. La madre de la niña y el esposo de la mujer sirvieron ambos como catalizadores de un patrón sutil, pero poderoso, que está tan profundamente arraigado en el interior de cada uno de nosotros, que es prácticamente irreconocible…, a menudo completamente olvidado. Ese patrón es el miedo.

Y el miedo tiene muchas máscaras en nuestra cultura. Aunque juega un papel clave en la forma en que construimos todo, desde nuestras relaciones y nuestras carreras, hasta nuestros romances y la salud de nuestros cuerpos, el miedo surge casi a diario como un patrón en nuestras vidas que no reconocemos. Pero curiosamente, ese patrón quizá ni siquiera es nuestro.

Cuando nos damos cuenta que una experiencia nos ha tocado y hace que surjan emociones negativas poderosas en nuestras vidas, podemos estar seguros que no importa lo que pensemos que haya causado que surja el miedo, hay muchas posibilidades de que algo distinto esté en juego, algo tan profundo y primario que es fácil ignorarlo…, hasta que se cruza en nuestro camino de forma evidente.

NUESTROS MIEDOS UNIVERSALES

Si usted está leyendo este libro, es muy probable que haya examinado muchas de las relaciones en su vida. En su exploración, sin duda ha obtenido valiosa información respecto a cuáles personas activan ciertas emociones y por qué. De hecho, es probable que usted se conozca tan bien que si yo le preguntara sobre su vida y su pasado, me podría dar las respuestas correctas para llegar a las conclusiones apropiadas en cualquier prueba terapéutica. Y es en esas respuestas perfectas y aceptables que usted podría pasar por alto el patrón más profundo que ha impregnado su vida desde el momento de su nacimiento. Es por esta razón que invito a los participantes en mis seminarios, a que completen un formulario impreso con anticipación en donde les pido que identifiquen los principales patrones que consideran «negativos», de las personas que los cuidaron durante su infancia.

Les pregunto los patrones negativos porque raramente he visto personas atrapadas en patrones positivos de alegría en sus vidas. Casi de manera universal, las situaciones que estancan a las personas tienen raíces en lo que se considera sentimientos negativos. Estas son las emociones que tenemos respecto a nuestras propias experiencias y lo que ellas significan en nuestras vidas. Y aunque no podemos alterar lo que sucedió, podemos comprender por qué nos sentimos como nos sentimos y cambiar lo que significa la historia de nuestra vida para nosotros.

Después de terminar el ejercicio, le pido a los miembros de la audiencia que mencionen al azar las características que anotaron como cualidades negativas, tanto en el hombre como en la mujer que representaron a sus padres en su infancia. En muchas personas, pueden ser su padre y su madre biológicos, aunque para otros, fueron las personas encargadas de criarlos. Para algunos, fueron hermanos o hermanas mayores, otros familiares o amigos de la familia. Sin importar de quien se trate, la pregunta está relacionada a las personas que los cuidaron durante sus años de formación, es decir, hasta la edad de la pubertad.

En ese momento, desaparece cualquier rastro de timidez en las personas tan pronto comienzan a gritar las cualidades negativas, mientras yo las escribo lo más rápido posible en una pizarra virtual. De inmediato, algo interesante comienza a ocurrir: una persona comparte la palabra descrita en sus recuerdos, otra comparte el mismo sentimiento y a menudo la misma palabra. En una muestra de los términos de cualquier programa, muestra casi idénticos adjetivos, incluyendo:

Colérico
Frío
Inaccesible
Crítico
Propenso al juicio
Abusivo
Celoso
Estricto
Controlador
Invisible
Miedoso
Deshonesto

Una claridad comienza a llenar la sala, y las personas comienzan a reírse ante lo que ven. Si no supiéramos con certeza, pensaríamos que todos provienen de la misma familia. La similitud de las palabras es más que una coincidencia. ¿Cómo pueden tantas personas con antecedentes tan diversos tener experiencias tan similares? La respuesta a este misterio es el patrón que está profundamente arraigado en nuestra conciencia colectiva, el cual puede describirse como nuestros miedos esenciales o universales.

Los patrones universales de miedo pueden ser tan sutiles en sus expresiones, pero tan dolorosos de recordar, que creamos con mucha habilidad máscaras que los hacen soportables. Así como el recuerdo de una familia difícil está siempre ahí, pero rara vez se habla al respecto, así concordamos inconscientemente en disfrazar el dolor de nuestro pasado colectivo de formas que son socialmente aceptables. Tenemos tanto éxito en disimular nuestros mayores miedos, que para todos los fines se olvidan las razones originales de nuestro dolor, y lo único que queda es su expresión, es decir, su representación en hechos.

Así como la mujer que ha perdido a su esposo o a la niña en el supermercado probablemente no están conscientes de la razón por la cual se sentían y reaccionaban como lo hicieron, tampoco nosotros lo estamos. Debido a las maneras en que enmascaramos nuestros miedos, jamás tenemos que hablar sobre los sufrimientos más profundos de nuestras vidas. Pero permanecen con nosotros, persistentes y sin haber sido resueltos, hasta que algo ocurre y simplemente ya no podemos mirar en otra dirección. Cuando nos permitimos profundizar un poco en estos poderosos momentos desenmascarados de la vida, lo que descubrimos es que por muy distintos que pueden parecer nuestros miedos, todos concluyen en solamente tres patrones básicos (o en una combinación de ellos): el miedo a la separación y al abandono, el miedo a no tener autoestima, y el miedo a entregarnos y confiar.

Exploremos cada uno de ellos.

NUESTRO PRIMER MIEDO UNIVERSAL: SEPARACIÓN Y ABANDONO

Casi de forma universal, en el interior de todos nosotros existe el sentimiento de que estamos solos. En el marco de toda familia y de cada persona, hay un sentimiento no expresado de que de alguna manera estamos separados de aquél o aquello responsable de nuestra existencia.

Sentimos, en algún lugar recóndito de nuestra memoria antigua, que nos trajeron aquí y nos abandonaron sin explicación ni razón alguna.

¿Por qué esperaríamos que no fuera así? En la presencia de la ciencia que puede colocar a un ser humano en la luna y traducir nuestro código genético, seguimos sin saber quiénes somos. Y ciertamente no sabemos con certeza cómo llegamos aquí. Sentimos en nuestro interior nuestra naturaleza espiritual, mientras buscamos cómo validar nuestros sentimientos. Desde la literatura hasta el cine, la música, distinguimos entre los lugares aquí en la Tierra y un cielo distante que está en algún otro lugar. En el occidente, afirmamos la separación de nuestro creador a través de la traducción de la más grandiosa oración de la Biblia que describe esta relación: el Padre Nuestro.

Por ejemplo, la traducción occidental más común comienza con: «Padre Nuestro, que estás en el Cielo», reconociendo esta separación. En esta interpretación, estamos «aquí» mientras que Dios está en algún otro lugar muy lejano. Sin embargo, los textos originales en arameo, ofrecen una visión muy distinta de nuestra relación con nuestro Padre Celestial. Una traducción de la misma frase comienza con «Radiante Luz: Tú brillas en nuestro interior, en nuestro exterior, incluso la oscuridad brilla cuando la recordamos», reforzando la idea de que el Creador no está ni separado ni distante. Más bien, la fuerza creativa de nuestro Padre, cualquiera que sea el significado que le demos, no está solamente con nosotros, es nosotros e impregna todo lo que conocemos como nuestro mundo.

El descubrimiento en 2004 del Código de Dios y el mensaje que proviene de la traducción del ADN de la vida, por medio de las letras de los alfabetos antiguos del hebreo y el árabe, parece apoyar esta traducción. Cuando seguimos las pistas que nos dejó el libro místico del siglo I llamado el Sepher Yetzirah, encontramos que cada uno de los elementos que componen nuestro ADN corresponde a una letra de estos alfabetos. Cuando realizamos las sustituciones, descubrimos que la primera capa del ADN de nuestro cuerpo, de hecho, concuerda con la advertencia antigua de que una gran inteligencia reside en todas partes, incluyendo nuestro interior. El ADN lee literalmente: «Dios y la Eternidad en el interior del cuerpo».

Cuando tenemos miedo en nuestras vidas, incluso si no estamos conscientes de qué es exactamente, crea una distorsión emocional en nuestros cuerpos, una experiencia a menudo descrita como una «descarga» o un «punto sensible». Esto se manifiesta en nuestras vidas como las ideas radicales que tenemos respecto a lo «correcto» o a lo «incorrecto» de una situación, o a cómo «debería» haber funcionado. Nuestras descargas y nuestros puntos sensibles son la promesa de que crearemos las relaciones que nos demostrarán cuál miedo está pidiendo ser sanado. En otras palabras, estas descargas nos muestran nuestros miedos, en cuanto mayores sean, más profundos los miedos. Y casi nunca se equivocan.

Por lo tanto, si usted no recuerda conscientemente su miedo a la separación y al abandono, por ejemplo, hay grandes posibilidades de que se manifieste en su vida como menos lo espera y durante los momentos más inconvenientes. En sus relaciones amorosas, su profesión y amistades, por ejemplo, ¿es usted quien «deja» o a quien «dejan»?

¿Es usted siempre el último en darse cuenta que la relación se ha terminado? ¿Matrimonios, trabajos y amistades perfectamente «buenos» parecen derrumbarse ante sus ojos sin advertencia o razón aparente? ¿Se siente devastado cuando estas relaciones se terminan y fracasan?

O quizá usted se encuentre en el otro lado. ¿Siempre deja relaciones, profesiones y amistades en su mejor momento por temor a ser herido?¿Se ha descubierto diciendo algo así como: «Este es el [llene el espacio en blanco] perfecto. Mejor salgo de esto ahora cuando las cosas van bien, antes de que algo ocurra y salga herido».? Si este tipo de escenario ha aparecido en su vida o lo está haciendo ahora, hay muchas posibilidades de que usted haya creado de forma maestra, una manera socialmente aceptable de enmascarar su miedo más profundo al abandono y la separación.

Al repetir estos patrones en relación tras relación, puede reducir el dolor de sus miedos hasta un nivel soportable. Incluso, puede pasar así toda su vida. Sin embargo, la desventaja es que el sufrimiento se convierte en una distracción. Se convierte en su forma de alejar su mirada del miedo universal de que fue separado de la unión con su Creador, abandonado y eventualmente olvidado. ¿Cómo puede llegar a encontrar el amor, la confianza y la cercanía que tanto ha anhelado si siempre está dejando o lo dejan cada vez que se acerca a alguien?

NUESTRO SEGUNDO MIEDO UNIVERSAL: BAJA AUTOESTIMA

Casi universalmente existe un sentimiento arraigado en cada persona de todas las culturas y sociedades de nuestro mundo, que de alguna manera no somos lo suficientemente buenos. Sentimos que no merecemos reconocimiento por lo que hemos contribuido a familias, comunidades y lugares de trabajo. Sentimos que no somos merecedores de ser honrados y respetados como seres humanos. A veces, incluso, nos sorprendemos de que seamos lo suficientemente buenos como para estar vivos.

Y aunque esta baja autoestima puede no siempre ser consciente, está ahí continuamente, y ofrece la base subyacente para la forma en que enfocamos la vida y nuestras relaciones con otras personas. Como maestros de la supervivencia emocional, a menudo nos encontramos actuando escenas de la vida real que equivalen a valores imaginarios que nos colocamos en nosotros.

Por ejemplo, cada uno de nosotros tiene sueños, esperanzas y aspiraciones de lograr cosas grandiosas en su vida, y muy a menudo encontramos todas las razones para excusarnos por no lograrlo. Como hemos visto en capítulos previos, la emoción es un lenguaje en sí mismo, el propio lenguaje al cual responde la Matriz Divina. Cuando sentimos que no podemos alcanzar nuestros sueños más grandiosos, la Matriz simplemente nos regresa lo que le hemos dado para trabajar: retrasos, retos y obstáculos.

Aunque podamos anhelar cosas más grandes, la duda que proviene de nuestro interior es, a fin de cuentas, de nuestros sentimientos de baja autoestima. Nos preguntamos: ¿soy lo suficientemente bueno como para tener tanta alegría en mi vida? ¿Y por qué esperaríamos que fuera distinto? En la tradición judeocristiana occidental, aquellos en quienes confiamos y quienes respetamos nos han dicho que de alguna manera somos seres «inferiores».

No somos tan buenos como los ángeles en el cielo ni como los santos de quienes aprendemos. La misma tradición ha convencido a mucha gente de que sólo por el hecho de estar en este mundo, debemos redimirnos de la vida misma por razones que según dicen están más allá de nuestra comprensión.

En los más de dos mil años que lleva la historia de Jesús, nos hemos comparado con la memoria editada, condensada y predilecta de la vida de un hombre del cual jamás estaremos a su altura. Algunas veces las comparaciones son serias advertencias, sugerencias de que podemos estar condenados a una vida muy dura en el más allá si no vivimos de cierta manera. Algunas veces, son un poco más livianas, simples recordatorios de nuestra incompetencia, con preguntas sarcásticas tales como: «¿Quién crees que eres, Jesucristo?» o «¿Cómo vas a llegar hasta allá… caminando sobre el agua?» ¿Cuántas veces ha escuchado esto o algo similar, implicando que aunque intentemos llevar una buena vida, jamás seremos tan buenos o merecedores como el maestro del pasado? Aunque en raras ocasiones nos tomamos con seriedad dichos comentarios, en un nivel muy profundo nos siguen recordando que de alguna manera somos indignos de las alegrías más grandes de la vida.

Incluso si usted tiene alta autoestima, puede ser que crea en estas sugerencias en algún grado. A fin de cuentas, en algún nivel, es probable que todos lo hagamos. Como resultado, expresamos nuestras creencias a través de las expectativas de cumplir nuestras metas, de cuanta alegría nos permitimos y del éxito de nuestras relaciones. Nuestro miedo de no ser lo suficientemente valiosos como para tener amor, aceptación, salud y longevidad, promete que cada una de nuestras relaciones refleje el miedo de ser poco valiosos. Y eso ocurre en formas que no sospecharíamos ni en un millón de años.

Por ejemplo, ¿cuántas veces se ha conformado con relaciones que no son lo que usted verdaderamente desea, pero las excusa diciendo cosas como: «Por ahora esto es lo mejor» o «Este es un trampolín hacia algo mejor»? ¿Se ha descubierto diciendo alguna vez: «Me encantaría compartir mi vida con una pareja amorosa, compasiva, tierna y cariñosa, pero… » o «Este no es el trabajo en donde puedo realmente expresar mis talentos y habilidades, pero…» seguido por todas las razones por las cuales no puede realizar sus sueños más grandiosos en este momento?

Si estos o casos similares se han presentando en su vida, hay grandes posibilidades de que sean máscaras hábilmente creadas por usted para cuestionar su valía. A través de sus relaciones personales y de negocios, se recuerda a sí mismo sus creencias fundamentales sobre usted mismo, creencias que están pidiendo una gran sanación.

NUESTRO TERCER MIEDO UNIVERSAL: ENTREGA Y CONFIANZA

¿Alguna vez ha tenido una relación de cualquier tipo en donde su nivel de confianza fue de tal magnitud que fue capaz de entregar su ser individual a cambio de una sabiduría mayor? Para ser bien claro, no estoy sugiriendo que entregue todo su poder en cualquier situación. Por el contrario, la experiencia que estoy preguntando es si ha tenido un sentido tan fuerte de lo que usted es, que se permitió liberarse de sus creencias respecto a qué debería o quién debería ser a cambio de una posibilidad mucho mayor de lo que usted podría llegar a convertirse.

Casi universalmente, existe el sentimiento en nuestro interior de que no es seguro hacer algo así, no es seguro confiar en los demás, en la sabiduría de nuestros cuerpos o en la paz del mundo. ¿Y por qué deberíamos pensar distinto? No tenemos más que ver las noticias vespertinas para encontrar miles de razones para justificar nuestros sentimientos. Cada día vemos ejemplos de conductas que parecen justificar e incluso perpetuar la sensación de que vivimos en un mundo atemorizante y peligroso. Desde el terror, los asesinatos y los asaltos que vemos en el mundo en general, hasta las violaciones de confianza y las traiciones que experimentamos en nuestras vidas personales y la minada de asuntos de salud que observamos a diario, este planeta llamado «hogar» puede ciertamente lucir como un lugar terrorífico.

A fin de cuentas, nuestro sentido de seguridad en el mundo debe provenir de la seguridad que sentimos en nuestro interior. Para experimentar esto, debemos confiar, debemos preguntarnos si tenemos fe en la inteligencia del universo que está inherente en todas las situaciones y en toda la vida. Si nuestra respuesta a esta pregunta es negativa, debemos entonces preguntarnos, ¿por qué? ¿Quién o qué experiencia nos enseñó que nuestro mundo no es seguro y que no debemos confiar?

Por ejemplo, ¿cree usted en el proceso de la vida? Cuando descubre que el universo le ha lanzado inesperadamente una pelota en curva a usted, a un ser querido o a su mascota, ¿se refugia en el reproche para sentirse protegido? Cuando sus hijos salen de casa cada mañana para ir a la escuela, ¿se preocupa de que algo malo pueda ocurrirles, de que no estén seguros? ¿O sabe que ellos están a salvo hasta que siente la dicha de recibirlos en casa cuando el autobús de la escuela los traiga de regreso a las 3:30 de la tarde?

Aunque todas las cosas temibles que vemos que ocurren a nuestros alrededor son ciertamente parte de una realidad, la clave para invalidar nuestros miedos es que estos no tienen necesariamente que ser parte de nuestra realidad. Aunque puede parecer una ingenua filosofía de la Nueva Era, en verdad es una creencia muy antigua que ha sido ahora comprobada por la ciencia más avanzada. Sabemos que la Matriz Divina existe, reflejando en nuestras vidas lo que pensamos, sentimos, expresamos y creemos en nuestros corazones y mentes. Estamos conscientes de que un giro sutil en la forma en que nos vemos es lo único necesario para que ese cambio se refleje en nuestra salud, carrera y relaciones. Y aquí es en donde se vuelve aparente la absurda naturaleza de este ciclo vicioso del miedo.

Clave 18: La raíz de nuestras experiencias «negativas» puede reducirse a uno de los tres miedos universales (o a una combinación de ellos): abandono, baja autoestima o falta de confianza.

Si deseamos que algo cambie, debemos romper el ciclo y entregarle algo distinto a la Matriz para que ella lo refleje. Suena sencillo, ¿no es así?. Puede ser engañosamente simple, puesto que cambiar la forma en que nos vemos es quizá la práctica más difícil con la que nos hemos enfrentado en nuestras vidas. Debido a nuestras creencias internas, experimentamos en nuestro mundo externo la gran batalla que se está librando en el interior de todos los corazones y las mentes de cada persona que vive la lucha que define lo que creemos que somos.

En presencia de todas las razones para no confiar, nos han pedido que encontremos la forma de escapar de la prisión en donde nos han encerrado nuestros miedos. Cada día, las experiencias de la vida nos piden que nos demostremos cuánto somos capaces de confiar… no confiar ciegamente sin razón, sino realmente sentir la seguridad y la protección que son nuestras en el mundo.

 

Tomado del libro La Matriz Divina.

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